Filosofía en español 
Filosofía en español

Democracia: Estructura y Ontología

[ 833 ]

Democracia como libertad objetiva (de mercado y política):
Individualismo / Libre arbitrio / Tolerancia / Relativismo

Se trata de llevar adelante la crítica, no ya al individualismo, que (suponemos) no existe propiamente, sino a la ideología individualista, que define la libertad (y la libertad democrática) como la facultad “en virtud de la cual cada uno puede hacer lo que quiera con tal de que no interfiera en la libertad de los demás”. Definición vulgar y superficial porque supone que es posible siquiera que alguien pueda hacer algo “que no interfiera en la libertad de los demás”, suposición muy dudosa incluso cuando sus actos fueran estrictamente privados, íntimos y, por así decirlo, clandestinos.

No nos parece que sea necesario para explicar el “incremento de libertad” proporcionada por las sociedades democráticas descender al análisis del “libre arbitrio” y entrar de lleno en polémica con el determinismo. Y esto debido a que, incluso concediendo ad hominem al determinista su negación de la libertad subjetiva o libre arbitrio en elección de bienes o candidatos, no por ello la libertad objetiva (como pueda serlo la libertad de mercado o la libertad de elección de opciones políticas) tendría que dejar de ser mantenida, incluso en función de un supuesto determinismo subjetivo.

Sería preciso, para ello, entender la libertad objetiva [831] como una Idea que se conforma a escala de clases de conductas individuales más que a escala de conductas individuales, de modo parecido a como también entendemos la Idea de azar físico conformándose no tanto a escala de trayectorias individuales de cuerpos en movimiento, sino a escala de clases de trayectorias individuales: lo que para los dados es el azar, para los ciudadanos de una democracia de mercado pletórico es la libertad. Aunque cada ciudadano estuviese determinado (por su idiosincrasia, más la propaganda, más la influencia de otras personas) a seleccionar, entre las múltiples ofertas, a un bien o a un candidato; es decir, aunque su elección no fuese un resultado de su “libre arbitrio” (madurado acaso en el “día de reflexión” anterior a las elecciones), sin embargo, sería suficiente para hablar de libertad objetiva política o de mercado, que hubiese pluralidad de ofertas de bienes y de candidatos, así como pluralidad de especies de electores. [832]

Lo que importa, cuando hablamos de libertades democráticas objetivas, es que la composición entre las múltiples preferencias (sean libres, sean determinadas) de los electores y las ofertas múltiples de bienes o candidatos sea aleatoria a escala e clase (aunque sea determinista a escala individual). El carácter aleatorio de esta composición es, en todo caso, el que permite formar predicciones estadísticas electorales (o predicciones de demanda de bienes de mercado) a partir de los sondeos de opinión permanentes. Esto no suprime la responsabilidad de los individuos; la responsabilidad seguirá recayendo sobre ellos, según la máxima tradicional, societas delinquere non potest, según la cual únicamente son responsables (o imputables de tipos delictivos, por ejemplo) las personas individuales.

Pero como solo cabe reconocer la causalidad libre de un sujeto operatorio [68] cuando podemos establecer la desconexión de su acción respecto de otras series causales en las que pudieran estar implicados otros sujetos (“la sociedad”), a fin de evitar un regressus ad infinitum, se establecerá, incluso por los teóricos del Derecho Penal, un postulado de desconexión (llamado por ellos “principio de no regresión”) que termina resolviéndose en la constitución de clases de individuos definibles por la posesión de las condiciones de “control de los medios y circunstancias” que el sujeto operatorio de esa clase debe tener para que los resultados de sus acciones propositivas orientadas, o de sus omisiones (en tanto impliquen una causalidad privativa y no meramente negativa), le sean imputables. Y como ningún sujeto puede controlar todos los factores que intervienen en su acción será preciso reducir la posibilidad de una imputación objetiva a los casos en los que el sujeto pueda prever, “con la diligencia debida”, las consecuencias de sus actos, a fin de evitar ocasiones delictivas imprudentes.

Por ello, toda acción del sujeto operatorio ha de ser teleológica, y no solo eso, sino según una teleología o finalidad proléptica [120]. Porque no toda teleología es propositiva (tal es el caso de la teleoclinia orgánica [95]: la dentadura de un vertebrado se orienta hacia la masticación, pero sin que haya sido “diseñada” prolépticamente para semejante función), ni toda causalidad es teleológica: las causas finales implican causas eficientes, pero no recíprocamente. Sin embargo, se diría que en la doctrina finalista de la acción, tal como Wenzel, el ilustre penalista la expone (recuperando acaso la doctrina escolástica tradicional de la intencionalidad, y aun la distinción entre los actos humanos y los actos del hombre), sobrevuela la concepción que W. Wundt había dado de las secuencias de la causalidad final como reexposición revertida de las secuencias de la causalidad eficiente. [121-144]

Parece suficiente, en resolución, desde el punto de vista de la sociedad política o de la sociedad de mercado, para hablar de libertad política o de libertad de mercado, el que exista una multiplicidad de partidos o una multiplicidad de bienes respectivamente, así como también una demanda social efectiva (solvente, no solo intencional) y diversificada. Uno de los más brillantes descubrimientos de las sociedades democráticas de mercado pletórico es el de la creación de las condiciones para la libertad hacia el uso o consumo de bienes particulares ofrecidas por este mercado (trajes, viajes, drogas, etc.); pero sobre todo, la oferta y la demanda para el uso o consumo de los cuerpos, mediante la promiscuidad sexual o el incremento de la vida sexual de parejas en cambio permanente; un uso o consumo que, aunque no sea directamente mercantil (por ejemplo, en el contexto de la prostitución), tiene incidencias inmediatas de servicios relacionados con la industria cosmética y cirugía plástica, con las salas de fiestas, con el turismo, con la alimentación, con las bebidas… Con estos intercambios, los jóvenes y menos jóvenes entran en su mayoría de edad dotados de programas y planes de libertad infinitos: viajar a ciudades entre cientos, establecer relaciones sexuales, no ya con una pareja, sino con decenas de parejas sucesivas, adquirir bienes de mercado fungibles, etc. De este modo, la vida en libertad encuentra horizontes inagotables: uso y consumo individual que no requiere mayores conocimientos en el individuo, ni los permite. Los consumidores y usuarios más activos de la democracia ni siquiera tendrán tiempo para escuchar un mitin o para ir a votar a una urna. Y si votan tampoco dispondrán de elementos de juicio: obrarán más bien por reacción a estímulos puntuales (“este candidato tiene bigotes y lo rechazo, el otro no los tiene y le voto”).

Hacemos nuestra, en resolución, la tesis de Aristóteles que pone a la libertad como fundamento del régimen democrático (Política, 1317ab). Otra cosa es la determinación de la naturaleza de esa libertad en las “democracias avanzadas”. Por nuestra parte, suponemos que la “libre elección” en el mercado no implica el libre arbitrio; es determinista, y el “día de reflexión” anterior a las elecciones parlamentarias es un cauce especialmente instituido para que actúen en cada ciudadano las motivaciones más rigurosas que determinan su elección. Implica, eso sí, libertad objetiva, fundada en la plétora del mercado, que hace posible una libertad de respecto de las mercancías u opciones políticas en oferta que puedan resultar no elegidas. Quien elige, en un mercado de pan, entre un surtido de diferentes especies de panes, un pan de centeno, goza de libertad de tener que comprar el pan de trigo, y gracias precisamente a su determinación, sin libre arbitrio, hacia el pan de centeno. El elector que en el mercado político elige, tras el día de reflexión, a un candidato entre un surtido variado de candidatos, goza de libertad de tener que votar a otro candidato o de abstenerse, y ello precisamente gracias a la determinación, sin libre arbitrio, hacia el candidato elegido.

Concluimos: el mantenimiento y el “desarrollo sostenible” de la libertad de mercado, junto con el de las libertades políticas, tiende a la ampliación internacional de los mercados y a la de los espacios políticos, es decir, tiende a la continentalización y a la globalización. Tiende a la paz y al diálogo, a la utilización de la negociación y del regateo, propio de los mercados tradicionales, en lugar de la violencia, como procedimiento de selección (la violencia quita, en general, tiempo para el tráfico y disfrute de bienes; salvo que la violencia constituya para algunos, por sí misma, un valor de mercado, debidamente canalizado).

La democracia tiende, por tanto, a la tolerancia y al relativismo de los valores, porque un bien o un candidato adquiere su valor de cambio simplemente por el hecho de haber sido preferido. Y habrá que tolerar que todo aquello que pueda ser valorado por alguien, en términos de mercado, deba automáticamente ser respetado, puesto que su valoración lo convierte, automáticamente también, en un bien. Y nadie podrá objetar a nadie en democracia, por ejemplo, una preferencia por un programa de televisión, en lugar de otro de mayor “calado”, o una opinión (creerse, tras una “regresión hipnótica”, reencarnación de una concubina de Ramsés II): cualquier preferencia, cualquier opinión o cualquier creencia que no “actúe en peligro de terceros” (en realidad, porque esta condición es utópica, que no “actúe en peligro del mercado”) ha de ser igualmente respetable, si se quiere que la libertad objetiva, debida a la plétora, se mantenga.

Otra cuestión es la de determinar las consecuencias deletéreas que para el propio mercado o para la democracia pueda tener el subjetivismo que pone en el mismo nivel, confundiéndolas, las opiniones irracionales o las opiniones plausibles o probables. En cualquier caso, tampoco la libertad objetiva conduce a un individualismo: quien se emancipa de los indumentos convencionales de los “cuellos blancos” entra en el estilo propio del grupo de los piercings o de las crestas punkis; quien se emancipa del grupo familiar entra en un grupo de “colegas”; quien se emancipa de las misas comunitarias entra en las sesiones de rock, no menos comunitario. Nada de individualismo en el mercado pletórico. Sencillamente, porque el individuo, subjetivamente libre, es como el círculo cuadrado. En este sentido, uno de los mejores símbolos de esta libertad democrática lo constituye (aun sin saberlo) aquella canción que se repetía en la España de la época de la transición democrática: “Libre como el viento”. Porque si hay algún proceso más claramente determinista y con libertad nula es precisamente el del viento, el aire en movimiento.

A contrario, una sociedad democrática comenzará a correr peligro cuando la plétora de bienes o la capacidad adquisitiva de los ciudadanos decaigan en proporciones significativas.

{PCDRE 195-200 /
PCDRE 241-269 / → PTFPM / → EC112-113 / → TbyD 131-200 / → SV 237-336}

<<< Diccionario filosófico >>>