Filosofía en español 
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Idea de Imperio

[ 722 ]

Historia Universal / Género Humano: Imperios Universales / Contradicción de los momentos diapolítico y metapolítico

La Historia Universal es la Historia de los Imperios Universales y todo aquello que no sea Historia de los Imperios no es sino Historia Particular, es decir, Antropología o Etnología. La Historia Universal puede convertirse en un proyecto práctico-positivo (no metafísico) porque dejará de ser la “exposición del despliegue del Género Humano desde su origen hasta el presente” (la “Historia de Humanidad”), para pasar a ser la “exposición de los proyectos de determinadas sociedades positivas (políticas, religiosas) para constituir el Género Humano” [720], es decir, para comenzar a ser “Historia de los Imperios Universales”. Y puesto que las partes (los Imperios) del todo (el Género Humano) son siempre múltiples, es decir, puesto que los proyectos de Historia Universal (los Imperios) carecen de unicidad, la Historia Universal tomará necesariamente la forma de la exposición del conflicto incesante entre los diversos Imperios Universales que se disputan la definición efectiva, real (el control, por tanto) del Género Humano, cuya Idea, concebida como un todo, solo se configura a través de algunas de sus partes: los Imperios Universales (en tanto son organizaciones totalizadoras, “círculos de materialidad histórica” o “partes totales”). Y tales partes están enfrentándose a otras partes, a otras sociedades que resultan ser incompatibles con su propio proyecto político, sea porque éstas se circunscriben a proyectos meramente particulares (por ejemplo, los imperios depredadores) [723], sea porque constituyen otras concepciones o modelos del Género Humano, no compatibles entre sí.

No cabe hablar, según esto, de un “tiempo eje” en el cual la Humanidad hubiera alcanzado la “conciencia de sí misma”. Esta conciencia, que desborda cada sociedad particular, resulta del enfrentamiento de unas sociedades con otras en las que aparece re-partida la Humanidad. Carece, según estas premisas, de sentido comenzar la Historia Universal por la exposición de los grupos humanos “dispersos en el continente africano o euroasiático” (de hecho, esta exposición suele refugiarse en el rótulo “Prehistoria”, un rótulo que Marx amplió, por cierto, a la integridad de la Historia positiva) o incluso por la exposición de las “primeras civilizaciones fluviales”, como si todos estos procesos pudiesen considerarse ya como capítulos iniciales de una Historia Universal lineal o como eslabones de una cadena, el Género Humano histórico, que hubiera comenzado a desplegarse sucesivamente. Según nuestro criterio, solamente podrían considerarse capítulos de la Historia Universal aquellas sociedades que, habiéndose constituido como Imperios (en el sentido diapolítico y metapolítico), puedan, a su vez, ser reasumidas dialécticamente desde la Idea dialéctica del Imperio Universal que estamos utilizando en el presente.

A través de su reasunción en la Idea filosófica de Imperio (en cuanto vinculada al Género Humano) podemos incorporar a la Historia Universal épocas de la Historia que, en sí mismas (por su materia, por su contenido), no fueron, ni mucho menos, universales. Si la Ciudad de Dios de San Agustín (es decir, la Iglesia Católica) tiene un significado universal durante los quince primeros siglos de nuestra Era, no es porque en sí misma fuese universal (el “id y predicad a todos los hombres” del Evangelio de San Marcos, interpretado materialmente en su siglo, solo podía significar “a todos los hombres accesibles a la predicación de los apóstoles”), sino porque podemos reasumirla como un momento imprescindible del proceso de su extensión planetaria derivada del “descubrimiento de América”. La metodología dialéctica de la reasunción, que suponemos la única metodología de elección posible para la construcción de una Historia Universal del Género Humano (y que, por su propia naturaleza, es una Historia filosófica, es decir, una Filosofía de la Historia, antes que una Historia positiva), incluye también la consideración de aquellos proyectos políticos que impliquen la demolición de la Idea objetiva del Género Humano, en la medida en que estos proyectos hayan servido para conformar, por contragolpe, los movimientos opuestos.

La Historia Universal es, por tanto, Historia de los Imperios Universales que se oponen a otros Imperios y a otros pueblos. La Historia de la dominación (y no solo en sentido político) de unos pueblos sobre otros. Para que esta dominación alcance su significado histórico, no puede ser reducida a su genericidad etológica (también unas bandas de babuinos dominan a otras y no por ello tienen historia), sino que ha de ser tratada en el terreno en el que se tejen los planes y programas normativos de las “sociedades civilizadas”, aquellas que, por cierto, han creado las guerras en el sentido más estricto (las guerras entre los Estados y, en particular, las guerras mundiales, al crear los instrumentos tecnológicos, militares y políticos para llevarlas a efecto).

Pero la Idea de un Imperio Universal, dotado de unicidad [718], es imposible (no se trata de que sea improbable) puesto que implicaría la extinción del Estado (el Estado supone siempre la pluralidad de Estados separados por sus “capas corticales”), y con ella la ratio imperii en cualquier tipo de planes y programas. Lo que significa que la Idea de Imperio (esta es su contradicción dialéctica) no podría rebasar nunca el círculo particular de Estados y no podrá jamás extenderse a la totalidad del Género Humano.

Y, si esto es así, habría que concluir que los planes y programas que vayan referidos al “Género Humano”, no podrán ser considerados como objetivos de una ratio imperii diapolítica, sino como objetivos de una razón metapolítica que es la que puede proponerse esos objetivos. Francisco Suárez (Defensio fidei, libro III, cap. V), desde su perspectiva teológica (metapolítica), habría reconocido esta diferencia esencial al establecer la doctrina del “gobierno indirecto” (ya iniciada por Juan de Torquemada, Summa de Ecclesiae, libro II, caps. 113-114, y continuada por Vitoria, Soto, etc.) ejercida desde un orden superior. Un orden que se concibe como eterno y se encomienda al poder espiritual del Pontífice, el único que puede dirigirse Urbi et Orbe a todo el Género Humano y tiene autoridad sobre los reyes, y aun sobre emperadores no universales, pero comprometidos en mantener la felicidad [traducimos: la eutaxia] de sus Estados en el orden temporal.

Ahora bien: si renunciamos a buscar en cualquier tipo de instituciones eclesiásticas la representación de este orden superior: ¿dónde dirigirnos? ¿Qué instituciones [metapolíticas] cabe señalar (fuera de las Iglesias) que puedan proponerse como representantes de ese orden intemporal capaz de elevar a un Imperio diamérico a la condición de un Imperio comprometido con el “Género Humano”?

Estas instituciones metapolíticas podrían ser clasificadas en dos rúbricas, según la relación (al menos emic) que mantengan con el Estado (con la “Razón de Estado”):

(1) Las instituciones estatales o políticas, en la medida en que actúan según planes y programas que transcienden su estricta razón de Estado y se ordenan, de un modo u otro a la razón imperii, en su sentido filosófico. El ejemplo más notorio, en la época moderna, es el de la Asamblea francesa de 1789, en el momento en que aprobó la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano inspirando, además, el proyecto del Imperio napoleónico.

(2) Las instituciones no estatales (diríamos apolíticas) en la media en que ellas mantienen planes y programas que vayan referidos al “Género Humano”. Como ejemplos de estas habría que citar, ya en el siglo XIX, las Asociaciones Internacionales de Trabajadores y, en la segunda mitad del siglo XX, las Organizaciones no Gubernamentales o, en su versión positiva, las Organizaciones Sociales Civiles (OSC).

Ahora bien: no es suficiente que una institución metapolítica, aunque no sea confesional (o praeterracional), sino estrictamente “racional-humana”, se proponga como objetivo planes y programas relacionados con el ordenamiento del Género Humano para ser considerada como una institución que actúa ratio imperii. La Idea filosófica de Imperio requiere desbordar el concepto diapolítico de Imperio e incorporar algún principio metapolítico (cuanto a su contenido), pero éste debe engranar de nuevo con un poder político [719] del que pueda afirmarse que se gobierna indirectamente por aquél.

Como ejemplos recientes y notorios de “Imperio filosófico” no confesional pero que, sin embargo, se vincularon explícitamente (al menos en el plano ideológico) a la Idea de Género Humano; dos ejemplos magníficos, porque en ellos podemos percibir casi “en carne viva” la dialéctica (la contradicción) entre el momento diapolítico y el momento metapolítico de los Imperios filosóficos que venimos analizando: el Imperio napoleónico y el Imperio Soviético.

La Idea filosófica de Imperio si bien no tiene correlatos “realmente existentes”, sin embargo, es imprescindible para interpretar sistemas políticos históricamente dados: el Imperio de Alejandro Magno, el Imperio Romano, el Imperio español, el Imperio napoleónico, el Imperio soviético… En España frente a Europa, Gustavo Bueno analiza, en función de los modos o acepciones de Imperio y, especialmente, en función de la Idea filosófica de Imperio, las vicisitudes más importantes de la Idea de Imperio a través de Imperios “realmente existentes” (el Imperio de Alejandro, el Imperio Romano, los imperios en la Edad Media Cristiana y su enfrentamiento con el Islam, etc.). Y, en particular, aborda las relaciones entre la unidad histórica de España y su identidad como Imperio [738].

A título de ilustración, en este Diccionario ofrecemos tres ejemplos históricos analizados desde la perspectiva de la Idea filosófica de Imperio: el Imperio Macedonio de Alejandro Magno) [724] y dos momentos del Imperio hispánico: los fechos del Imperio protagonizados por Alfonso X el Sabio [725] y por Carlos I [726].

{EFE 209-213, 216-220 /
EFE 171-367 / → BS24 27-50 / → ENM 49-79 / → PTFPM / → PEP 385-399}

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