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Pensamiento español en el marco del Imperio hispánico: el español lengua universal
Al convertirse el romance castellano en la lengua del Imperio, como dijo Nebrija, el castellano se transforma en español [705]. Hay que tener en cuenta que el reino de Castilla [739], aparte de la situación estratégica central que ocupaba en la Península, era demográficamente el reino mayoritario y que, en todo caso, la “coyuntura” del Imperio no fue externa para el romance castellano, ni representó una mera ampliación del “colectivo” de sus hablantes: supuso un desarrollo interno de su vocabulario político, jurídico, teológico, científico, botánico, antropológico, etc.
Y si el español se hizo “lengua universal” [706], inter-nacional, fue precisamente por su condición de “lengua del Imperio”. El Imperio español constituyó el nuevo marco [707] de un pensamiento que habría de estar determinado por su propia estructura, una estructura que orientó a España en una dirección distinta a la que tomaron las nuevas sociedades europeas, constituidas en gran medida como imperios coloniales depredadores, precisamente a raíz de los descubrimientos, a saber, la dirección que les llevó al desarrollo del capitalismo mercantil e industrial moderno. España no siguió (no pudo o no quiso, simplemente no siguió, salvo de un modo reflejo) el curso de esta evolución. Lo que no significó que hubiese quedado “estancada” en la época medieval, como si ello fuera siquiera posible. Tan “moderna” como la Inglaterra o la Francia del siglo XVI, fue la España de este siglo, y tan diferente de sus épocas medievales respectivas aunque de distinta manera.
El marco del Imperio hispánico fue determinante, entre otras cosas, del curso que había de tomar el pensamiento español moderno, principalmente por dos circunstancias:
1. La primera, la pervivencia del latín como idioma común de elección para exponer el pensamiento teológico filosófico, económico político y moral de una sociedad que tenía que atender, ante todo, al planteamiento y resolución ideológica, así como a la formación de juristas y administradores, de las nuevas situaciones históricas que el nuevo marco establecía. Nada más superficial, por no decir estúpido, que llamar “medieval” a toda esa masa de pensamiento español que se engloba bajo el rótulo de la “escolástica española”: la obra de Vitoria o la de Suárez es tan moderna como la de Descartes o la de Maquiavelo, aunque estuviese escrita en latín. También la obra de Benito Espinosa, si lo consideramos como una suerte de “español en el exilio”, es tan moderna, aunque estuviese escrita en latín (como lo estuvieron las propias obras de Hobbes), como la obra de Malebranche o de Berkeley.
2. La segunda circunstancia, de alcance si cabe más profundo, es la marginación de la contribución principal de España en el proceso de constitución de la ciencia moderna. En efecto, la ciencia moderna se desenvolvió en función de la revolución tecnológica industrial impulsada en el conjunto del desarrollo del capitalismo. El “pensamiento español” no pudo estar dado esencialmente en función directa de la nueva ciencia, lo que tampoco significa, como ya hemos dicho, que el pensamiento filosófico y metafísico europeo hubiese podido aprovechar su propia circunstancia. Porque más parece que él hubiera permanecido determinado por las grandes líneas de los problemas políticos y religiosos que planteó la época moderna. Y, en tal caso, no tendría por qué ser “envidiado” por el pensamiento español [711] paralelo que, por otra parte, tanto iba a influir en el pensamiento europeo moderno (Suárez, la moral probabilista, Calderón…).
En cualquier caso, la marginación de España del curso central a través del cual se constituyó la ciencia moderna (que en vano se pretenderá enmascarar, aunque tampoco hay que tomar en términos absolutos, y menos interpretarla en términos racistas de quienes han hablado de la incapacidad del pueblo español para la ciencia) no fue definitiva. Y precisamente en los años posteriores a la pérdida de los últimos restos del Imperio los españoles comenzaron a contribuir en primera línea al desarrollo de la ciencia moderna. Baste citar aquí los nombres de Santiago Ramón y Cajal y de Julio Rey Pastor.
Por último, el uso del latín no significó nunca el desuso del español en la misma época del imperio. Por el contrario, los nombres de los pensadores españoles más universales son nombres de escritores que utilizaron y conformaron el español clásico: Guevara, Cervantes, Quevedo, Calderón, Gracián, Feijoo…
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