Filosofía en español 
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Cuestiones preambulares

[ 708 ]

Pensamiento español en el marco del proyecto teológico-político imperialista: latín y romance castellano

Durante la época de la infancia de la sociedad que se está constituyendo como una sociedad nueva (España) [707], el “pensamiento” comenzará a expresarse en latín, y ante todo, como pensamiento político. Un latín que no será abandonado a lo largo de los siglos siguientes. Citaremos dos testimonios de este primerizo pensamiento político religioso.

El primero, en el siglo VIII, representado por el Himno a Santiago atribuido a Beato de Liébana, y dedicado al rey Mauregato (783-789), que circuló ya probablemente en la corte que la monarquía astur-galaica había trasladado de Cangas de Onís a Pravia, inmediatamente antes de que Alfonso II, el “inventor” del sepulcro de Santiago, fundase Oviedo. El Himno a Santiago contiene in nuce el proyecto teológico político imperialista del nuevo Reino, definido frente al Islam, frente a la Galia y frente a la Roma de San Pedro: Oh, vere digne sanctior apostole / caput refulgens aureum Ispaniae, tutorque nobis et patronus vernulus… El nuevo “género literario” teológico político del pensamiento español se continuará en las Crónicas de Alfonso III, cuyo objetivo sigue siendo político: tratar de definir la naturaleza del nuevo reino, su relación con los reinos circundantes y con los antecedentes, especialmente con el reino de los visigodos. Un género que se continuará, en latín, en el siglo XIII, con el De rebus Hispaniae de Ximenez de Rada y, por supuesto, en castellano, con la Historia general de España de Alfonso el Sabio.

Un género que constituirá uno de los contenidos constantes del “pensamiento español”, el que en su momento se delimitará como “tema de España”, y que adoptará diversos planteamientos en función de la coyuntura histórica: América, la decadencia, el resurgimiento. Podría afirmarse que una de las características específicas del “pensamiento español” a lo largo de toda su historia ha sido su obsesiva preocupación por la pregunta: ¿Qué es España?, preocupación constante que no tiene paralelo en otras repúblicas o en otros reinos, al menos si se considera desde sus efectos literarios. La pregunta “¿Qué es España?”, como pregunta en principio teológico-política, es la forma característica que, por razones históricas, ha tomado desde siempre en España la pregunta filosófica “¿Qué es el Hombre?” Como si aquella contuviese ya ejercitada la crítica a la pregunta ¿Qué es el Hombre?, como pregunta metafísica, que da por supuesto que “Hombre” puede significar algo fuera de la historia, es decir, fuera de su condición de griego, de romano o de bárbaro. La pregunta ¿Qué es España?, como pregunta teológico-política y después filosófico-política [585], no es, en efecto, una pregunta narcisista, ni una pregunta retórica inmersa en la tradición de los laudes hispaniae de la época romana o visigótica, y esto dicho sin perjuicio de que esta tradición prefigure la preocupación ulterior, a la manera como el notocordio de Amphioxus prefigura la médula espinal del vertebrado. Es la pregunta por el significado de la situación en la que se ven implicados los hombres de una sociedad históricamente determinados a constituirse en la orilla de un imperio universal, el Imperio romano, pero no como una parte marginal suya (ninguna otra circunscripción del Imperio aportó una serie de emperadores de la importancia de los Antoninos), sino como una parte “geopolíticamente” cada vez más problemática a medida que se desprendía del todo, sin perder de vista, sin embargo, las responsabilidades que en ese todo (la humanidad, históricamente determinada) había asumido.

La misma situación geopolítica peculiar de España explicará otro hecho especialmente significativo para el pensamiento español: el haber sido el cauce primario a través del cual el pensamiento clásico volvió a ser recibido en el mundo occidental. La misma situación fronteriza del nuevo reino de Castilla con el Islam, sobre todo a partir de 1085 en el que Toledo fue incorporado por Alfonso VI, determinó (oportet ab hoste docere) la posibilidad de recuperación del pensamiento aristotélico y neoplatónico pasado por el avicenismo y por otros canales. El Liber de causis de Juan Hispano, o el De Unitate et uno de Gundisalvo, son unas de las primeras muestras de “pensamiento español” escrito en latín, cuya influencia, junto con la doctrina de la clasificación de las ciencias de Gundisalvo (que prefigurará la nueva ordenación de la Ontología moderna y de sus relaciones con la Teología) ha de ser considerada como uno de los primeros monumentos del “pensamiento europeo”.

Y esta misma circunstancia objetiva (la situación fronteriza del reino de León y de Castilla) determinará que el nuevo romance castellano, que fue cristalizando a lo largo de los siglos X y XI, comience a ser, entre otras cosas, el primer vehículo del pensamiento filosófico que irá formándose en la cristiandad, precisamente porque es a través del romance castellano como el “pensamiento griego” podrá ser vertido, por vía árabe, al latín y, mediante él, pasar al resto de Europa. En el siglo XII, hombres como Salomon Ibn Dawudd, Juan Hispano, acaso Mauritius Hispanus, traducen del árabe al romance, mientras que hombres como Gundisalvo lo trasladan al latín. De este modo, resultaría ser el romance castellano la primera lengua “europea” utilizada para expresar el pensamiento filosófico en su sentido más estricto. Palabras tales como sustancia, categoría, esencia, lógica –y otras de nuevo cuño como nada (res nata) [67], producto del romance castellano– pasarán a formar parte del román paladino, y ello nos autorizaría a decir que, desde entonces, es imposible hablar en español sin filosofar.

Y muy pronto también, el romance castellano comenzará a ser utilizado, no sólo como “canal oculto” del pensamiento que une al griego y el árabe con el latín, sino como un canal abierto. A fin de cuentas, judíos que traducían del árabe, como Rabi Zag, Samuel Ha Levi, Dom Abraham, no tenían por qué mantener especiales simpatías por la lengua de los clérigos cristianos, el latín, y preferían pensar en romance castellano. No hay, en toda la península, en el siglo XIII, nada que pueda compararse con la Escuela de Toledo, con sus más de setenta matemáticos y astrónomos trabajando en el castillo de San Servando. En romance castellano se escribirán las Partidas de Alfonso X [725], o el Lucidario de Sancho IV.

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