Filosofía en español 
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Apariencia y Verdad

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Apariencias, Realidades y Verdades enmarcadas

La oposición Apariencia / Verdad no es una oposición inmediata de términos correlativos. En efecto, si nos atenemos a un marco genético, en el que figuren obligadamente los sujetos operatorios y, por tanto, objetos apotéticos correspondientes a esos sujetos, y en el que figuren también realidades determinadas, habrá que concluir que la oposición Apariencia / Verdad se da siempre a través de una realidad determinada, y que la verdad implica siempre la apariencia, aunque las apariencias no implican siempre a verdades, porque las apariencias pueden ser veraces o falaces.

Una apariencia enmarcada en un marco k (apariencia-k) se opone a una apariencia desenmarcada de todo marco concreto k. Las apariencias-k lo son en función de realidades dadas en k. Son partes, momentos o aspectos que dicen alguna continuidad causal o de otra índole con determinada realidad que tiene también alguna relación con el marco-k, pero que no está explicitada desde la apariencia, sino que está implícita en ella u ocultada por ella. Las apariencias-k son alotéticas [52], es decir, nos remiten a algo distinto del mismo k. Las apariencias son correlativas de realidades determinadas y, por ello, solo en función de estas realidades podrían considerarse como apariencias. La conexión entre las apariencias-k y la realidad-k se establece a partir de los sujetos Si-operatorios humanos o etológicos (la mariposa Calligo extiende sus alas, ofreciendo al pájaro depredador la apariencia de un búho capaz de espantarle): si suprimimos a los sujetos operatorios la apariencia deja de serlo. Por consiguiente, las apariencias implican siempre presencia apotética (a distancia) porque las operaciones (de juntar o separar) suponen la acción de sujetos ante objetos en situación apotética. La presencia apotética [679] la constatamos de modo inmediato a través de los teleceptores (los órganos de la visión y del oído); pero también, de modo mediato, a través de los propioceptores o intraceptores (sensores cenestésicos, táctiles, olfativos, etc.) que ponen al sujeto en “presencia a distancia” de r por la mediación de la persistencia o recuerdo de imágenes visuales o auditivas, o a través de la presencia en el recuerdo de las sensaciones experimentadas a lo largo de los desplazamientos.

El concepto de apariencia enmarcada, o apariencia-k, nos obliga a distinguir entre diversas formas de apariencia, tal como se nos presentan en la experiencia ordinaria. Las apariencias-k se diferencian, ante todo, de las apariencias desenmarcadas (de k), pero también de las falsas apariencias o pseudoapariencias, respecto de k (las falsas apariencias, o apariencias falaces, podrían considerarse como apariencias de apariencias). El maquillaje del rostro que disimula la palidez enferma no es una apariencia interna de salud; es una pseudoapariencia, un cosmos aparente, producido por la cosmética, una falsa apariencia, o una apariencia de las apariencias k dadas en el marco de la salud orgánica. Otra cuestión, es la cuestión de los criterios de internalidad o externalidad, respecto del marco-k. El maquillaje puede considerarse biológicamente como externo o adventicio al rostro maquillado (por oposición al color natural de “apariencia sana”); pero podríamos considerarlo interno, si utilizamos un criterio físico (sin perjuicio de sus efectos biológicos) y entonces el maquillaje cosmético no sería una pseudoapariencia, sino una verdadera apariencia (acaso falaz) del rostro sano. La “granada de cera” que el rey Tolomeo ofreció al filósofo estoico Esfero para poner a prueba su “fantasía cataléptica”, podría considerarse biológicamente como una pseudoapariencia; pero estéticamente, en el marco del banquete, por su emplazamiento junto a otras granadas reales, se nos presentaría como una verdadera apariencia, aunque falaz. En cuanto se oponen a las falsas apariencias o a las pseudoapariencias, las restantes apariencias-k podrían ser calificadas de verdaderas apariencias, lo que no quiere decir que, por ello, las verdaderas apariencias hayan de ser apariencias veraces.

Aparienciencias-de, apariencias ante. La característica de las apariencias enmarcadas k nos obliga también a distinguir entre apariencias-de y apariencias-ante (respecto del sujeto operatorio). Y tanto las apariencias determinadas como las pseudoapariencias, pueden ser presentadas como apariencias-ante. Los fenómenos [197] intersectan con las apariencias, ante todo, en cuanto apariencias-ante. En cualquier caso, las apariencias no “se dan por sí mismas ante los sujetos que las perciben”, como si fuesen meros fenómenos. Por ello, decimos de algo que es apariencia-k, cuando está en conexión de continuidad, contigüidad o semejanza con una realidad que suponemos “actúa en otro lugar” (alotéticamente) del marco-k, y que no tiene por qué hacerse presente al mismo tiempo que la apariencia. La apariencia se constituye como tal en un proceso de autologismo retrospectivo, por el cual el sujeto operatorio “retrocede” al momento o fase de la protoapariencia k después de haber bosquejado la realidad k a cuyo acceso dio lugar la protoapariencia k.

Apariencias y simulaciones. Las simulaciones pueden figurar como apariencias (a’): las ciudades Potemkin eran simulaciones de ciudades reales que, además, aparentaban serlo. Y las apariencias pueden figurar como una simulación: el gorila que se da grandes puñetazos en el pecho simula y aparenta a la vez fuerza airada. Pero hay apariencias que no pueden simular algo que no es semejante o análogo a ellas; y hay simulaciones que no son apariencias de nada, sino, por ejemplo, sustitutos isomorfos, simulacros: las maniobras militares (simulacra) realizadas por las legiones romanas eran simulaciones, no pretendían aparentar una batalla real; las simulaciones no miméticas practicadas en Hidrodinámica y en Mecánica de fluidos, mediante modelos de autómatas o de otro tipo, no buscan producir la apariencia de un torbellino, sino reconstruir, por vía isológico-abstracta, la estructura del torbellino; las simulaciones de lluvias, nubes o sol, muy frecuentes en los espacios meteorológicos de los informativos de televisión, no pretenden ser apariencias de lluvias, nubes o sol.

Asimismo, referiremos siempre la Verdad a un marco; lo que significa, desde las coordenadas del materialismo filosófico, que no presuponemos “verdad primera o universal” alguna, sino, a lo sumo, múltiples y heterogéneas verdades [684] que, además, podrían ser a veces independientes, y a veces incluso incompatibles. La Idea de Verdad la consideramos definida a partir de la Idea de Identidad referida a identidades sistemáticas [216]. No será posible hablar de verdades al margen de los sujetos operatorios. Las verdades solo pueden establecerse desde las apariencias, lo que no impide que a través de estas apariencias puedan establecerse relaciones terciogenéricas que, en todo caso, deberán siempre estar vueltas de cara a las apariencias. La verdad enmarcada, así entendida, es siempre correlativa a las apariencias. La verdad, por tanto, implica las apariencias y establece la conexión entre las apariencias y una realidad enmarcada junto a ellas que sea capaz de instaurar identidades sintéticas. Si concebimos la verdad como implicando a una identidad (aunque no recíprocamente) es porque agregamos a la Idea de Verdad estas condiciones:

(a) La de estar enfrentada (confundida, mezclada, oculta, etc.) con la apariencia o con el fenómeno (con el engaño, con la simulación, con la mentira, con el error, con la hipocresía…).

(b) La de constituirse como verdad en el momento en que se logre, mediante las operaciones dialécticas pertinentes, su segregación o depuración respecto de las apariencias a las cuales la verdad se supone referida.

Estamos ante una concepción dialéctica de la verdad, en cuanto negación, rectificación, desocultación, etc., del error o de la apariencia. La apariencia, sin embargo, no es la no-realidad, sino una fase o momento indeterminado de la realidad, respecto de aquellas otras fases con las cuales pudiera identificarse constitutivamente como verdad. Apariencia será, según esto, tanto manifestación reflejo, etc. (en fases o momentos parciales suyos) de una realidad, como la ocultación de la realidad (a través de esas fases o momentos). En esta indeterminación haríamos consistir su condición de apariencia. La apariencia, por sí misma, no podrá llamarse veraz ni falaz: hasta que se determine su valor, será simplemente “verosimilitud”. Esta pieza de metal (que no es una no-realidad) es una apariencia de moneda que solo después de contrastada (probada, demostrada) se determinará como moneda verdadera (como apariencia veraz) o como moneda falsa (como apariencia falaz). Desde este punto de vista, se comprende por qué las apariencias no implican necesariamente a las verdades (cuando no es posible deshacer la indeterminación [681], o cuando se trata de apariencias de apariencias), y por qué las verdades implican las apariencias, siempre que presupongamos que una realidad no tiene jamás una estructura megárica, sino que está mezclada, confundida o reflejada con otras realidades.

Y como las apariencias (o engaños, mentiras, simulaciones, confusiones) solo pueden constituirse en función de los sujetos operatorios, la verdad dice siempre relación a los sujetos o grupos de sujetos operatorios que sean capaces, en su caso, de “segregarla” de los fenómenos o de las apariencias. Por esta condición dialéctica (o crítica) de la verdad es gratuita la pretensión de circunscribir el análisis de la Idea de Verdad en el ámbito de la “Teoría del Conocimiento” o “Epistemología” [173]: el conocimiento se define por la verdad, no la verdad por el conocimiento (“solo el conocimiento verdadero es verdadero conocimiento”, Platón, Teeteto 186-d). La moneda p no es falsa porque alguien la conozca como tal, sino que alguien la conoce como tal por serlo. El término “verdad”, en consecuencia, también forma parte del vocabulario ontológico. El predicado “verdadero” puede afectar a un objeto, no a un conocimiento, sin perjuicio de que el objeto deba ser conocido. Por tanto: “Esta moneda es verdadera” no expresa solo la evaluación cognoscitiva, metalingüística, acaso meramente enfática; establece una evaluación de la moneda fenoménica misma, es decir, de esta pieza metálica redondeada y acuñada. Una evaluación que no va referida únicamente a su unidad real (o al ser de la pieza metálica, según la definición: veritas est id quod est), sino a su identidad [212], que se constituye, en función de características isológico-distributivas, exigidas por la ley, y en función de sus características sinalógico-atributivas, relativas a su génesis. Esto es tanto como decir que, dadas monedas p y q, no será posible considerarlas como falsas o verdaderas “por sí mismas” (por ejemplo, en virtud de su estructura química distributiva, de sus inscripciones) si no se introduce el proceso genético de la acuñación. Proceso en el que intervienen sujetos operatorios de diferentes órdenes, por ejemplo, acuñadores oficiales o falsificadores.

{Tv:AyV 28, 35-42, 276-280 /
Tv:AyV 105-174, 173-304 / → BS35 / → TCC 145-184 / → BS25a}

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