Filosofía en español 
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Estética y Filosofía del arte

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Arte por el Arte / Finalidad sin fin: Crítica a la Idea de Finalidad en el Arte

La célebre sentencia “Arte por el Arte” (Ars Gratia Artis) quiere transmitir este “mensaje”: “Mientras que las artes útiles tiene como finalidad propia el servir para producir o adquirir bienes o servicios distintos a ellas mismas (las artes de la pesca para adquirir peces, las artes cisorias para despedazar animales, las artes mecánicas para obtener aparatos de alumbrado eléctrico, grifos o aparatos de baño), las artes liberales no tiene como finalidad algo subordinado a otra cosa distinta que ellas mismas”.

Fue Kant quien, en su Crítica del juicio estético (1790), ensayó una redefinición de las artes liberales por medio de la idea de finalidad, representando la idea ejercitada en el aforismo Ars Gratia Artis: “El arte (las artes liberales: la pintura, la escultura, la música…) tiene una finalidad, pero muy especial, porque es una finalidad sin fin”. Con esta ingeniosidad, de cuño típicamente literario sofístico, Kant no podía estar diciendo otra cosa sino que las artes liberales no tienen un fin (un finis operis), extrínseco a ellas mismas, sino que su finalidad está en ellas mismas; lo que a su vez quedaría explicado en su sistema por su formalismo subjetivista (o psicologista): la finalidad de las artes liberales no es otra sino ajustarse al juego armónico subjetivo (postulado ad hoc) de las facultades del hombre, de las facultades sensibles (sobre las cuales Baumgarten edificó su Aesthetica (1750), como gnoseología inferior) y las facultades intelectuales.

Las redefiniciones de las artes liberales en función de la idea de finalidad son definiciones negativas (sin-fin), distinciones destinadas a contraponerse a las artes útiles (finalistas, utilitarias), subrayando que estas artes no tendrían esos fines, y, por tanto, quedarían definidas por la negación. Pero, así como no puede definir a una piedra por la ceguera, como si se tratase de un atributo suyo, así tampoco puede definir el arte superior por la negación de la finalidad utilitaria, recurriendo a la ingeniosa, capciosa y absurda fórmula de la finalidad sin fin.

Las artes llamadas liberales o nobles no tendrían finalidad alguna, no tendrían, y esto sería su fundamental característica ontológica, finis operis. Ora cosa es que los artistas o demiurgos pudieran tener como finis operantis la creación poética de la obra artística, bella o noble, o la finalidad teleoclina, como algunos quieren, de expresar su inconsciente o de “realizarse” en su obra.

Solo desde perspectivas teleológicas o mitológicas podría atribuirse una finalidad objetiva (finis operis) a las obras de arte [647]. Lo que se manifiesta en fórmulas tales como: “El arte tiene como finalidad propia la manifestación del espíritu divino al hombre”; o acaso, tiene como finalidad “la manifestación del espíritu humano ante sí mismo” (las artes superiores interpretadas como autognosis). O quizá todavía: “El arte es la expresión del Espíritu del Pueblo o de la Sagrada Cultura nacional”.

Las artes liberales ofrecen una ontología que podría mantenerse, en sí misma, completamente al margen de la idea de finalidad, lo que las aproxima inesperadamente a las ciencias más firmes (aquellas que han logrado segregar de sus teoremas a los sujetos operatorios) [217]. Incluso las aproxima a las morfologías que definen a las realidades de la Naturaleza inorgánica.

El teorema de Pitágoras, o cualquier otro teorema de la Geometría (euclídea o no euclídea), es un resultado imprevisto, una “resultancia” que jamás pudo ser prevista ni propuesta como un fin natural o humano anterior a su prefiguración técnica entre carpinteros o albañiles mesopotámicos o egipcios. Y esto dicho sin perjuicio de los abundantes efectos finalistas ulteriores a los que el teorema de Pitágoras pudo dar lugar en la trama de las tecnologías y de las ciencias. ¿Y qué finalidad puede atribuirse a la Luna, o a un volcán, o a un río que resulta de las aguas caídas del cielo? ¿Acaso puede decirse que porque las aguas caídas del cielo no tienen la finalidad de regar los prados, tienen sin embargo una finalidad sin fin? Y, sin embargo, la Luna, el volcán o el río pueden alcanzar una gran utilidad, es decir, pueden constituirse como objetos teleológicos de los hombres o de los animales, o en el origen de otras teleologías que han resultado ser decisivas para la historia humana: el Viaje a la Luna, tanto literario como real; la utilización del volcán como hogar, o la construcción de puentes, a través de los cuales pasan los ríos, y porque, incluso, tras desviaciones oportunas, se hará pasar a los ríos por debajo de los puentes (lo que daría sentido positivo a la antigua pregunta del ingenuo: ¿por qué los ríos pasan por debajo de los puentes?).

En resolución: las utilidades sobrevenidas a los teoremas de la Geometría o de la Física, a las morfologías naturales o a las morfologías creadas por las artes liberales, no deberían ser confundidas metafísicamente o teológicamente con una “finalidad de la Naturaleza o del Espíritu”. La finalidad, suponemos, solo afecta a la vida orgánica, y no del mismo modo. Pero ni los teoremas ni los contenidos inorgánicos de la naturaleza ni las obras clasificadas como artes liberales son morfologías vivientes, organismos, más que por metáfora. ¿Cómo podían tener un fin interno o propio? Y ello sin perjuicio de sus fines sobrevenidos. La música barroca o clásica, la sonata o la sinfonía, fueron resultados no previstos de la historia de la música, y a los que no puede atribuirse finalidad alguna. Sin embargo, según el tipo de sociedades en las que arraigaron, pudieron convertirse en fines conscientes o inconscientes en el proceso de centralización del Estado moderno, que necesitaba educar o domesticar como súbditos a los hombres libres, y encontraba un medio idóneo, entre otros, en la institución del concierto instrumental para el gran público.

{LFA 277-280}

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