Filosofía en español 
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Estética y Filosofía del arte

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Objetivismo estético

Las concepciones objetivistas de la obra de arte subrayarán sus componentes re-presentativos y objetivos capaces mejor de producir (intencionalmente o de hecho) sentimientos subjetivos (impresiones, apelaciones) que expresarlos. El objetivismo no niega los componentes subjetivos, expresivos o apelativos, implicados por la obra de arte; sencillamente los subordina a sus componentes representativos y pone como criterio de valor de la obra de arte esta su capacidad de volverse hacia las formas representativas aun cuando lo representado (o la materia de la representación) sean estilizaciones o analogías de sentimientos subjetivos. Al ser éstos representados, la obra nos distanciará de ellos, los estilizará y los presentará en una publicidad virtualmente universal y no privada. El grado de participación subjetiva, privada, en la realización o ejecución de la obra de arte puede servir de criterio de su valor o calidad artística: el cantaor o el poeta que pone el corazón en su obra (en lugar de poner su boca o su pluma) deja de ser artista y se convierte en vidente o sufriente, haciendo acaso de grandes dolores pequeños poemas; la marcha de trompetas que incita a un batallón a entrar en combate no funciona como obra de arte, sino como instrumento militar apelativo, sin perjuicio de su calidad estética.

El carácter objetivo representativo que atribuimos a las obras de arte –y después, en general, a los valores estéticos, incluso naturales– está en relación con la naturaleza apotética [183] de tales objetos: tal es tesis central del materialismo filosófico [662]. Lo objetivo se constituye ante los sujetos, lo que no excluye que el propio sujeto (por ejemplo, un danzante) pueda convertirse en “objeto” artístico ante terceros sujetos que lo contemplan o teorizan desde el anfiteatro.

De aquí se deduce una consecuencia muy importante que está enteramente de acuerdo con los “hechos”: solamente los órganos sensoriales que nos ponen ante fenómenos apotéticos (los órganos llamados “teleceptores”) intervendrán en los valores estéticos y en la conformación de la obra de arte sustantivo. Ni el olfato, ni el gusto pueden llamarse “sentidos estéticos” (a pesar de la etimología de la propia palabra “estética”). Sólo el oído y la vista o, mejor aún, sólo los sonidos y los colores, son los materiales con los cuales pueden componerse las obras de arte o las formas estéticas naturales. Cuando se habla del “Arte en los cinco sentidos” se habla de un modo indirecto, material y no formal: lo que se manifestó en la exposición “Los cinco sentidos en el Arte” abierta en los Uffizi de Florencia en octubre de 1996 es formalmente pintura, aun cuando materialmente en los cuadros o esculturas podamos ver representadas conductas propias del oler (pero siendo las representaciones inodoras) o del tocar (pero con prohibición de palpar las representaciones pictóricas o escultóricas) o del gusto (pero siendo las esculturas o pinturas insípidas). El tacto plantea problemas especiales que no excluyen, sin embargo, reconocer la realidad de valores estéticos o de aspectos de una obra de arte sustantiva intermedia entre los sentidos paratéticos y los sentidos apotéticos. (En el tacto tenemos que incluir hoy las estimulaciones relativas de la piel que condicionan y activan las estructuras de los “mapas cerebrales” que nos proporcionan la organización apotética de nuestro mundo; estimulaciones que, en la marcha hacia su representación cerebral, y si tomásemos en serio la teoría de G. Edelman (Neural Darwinism, New York 1987), habría que contemplar en competencia darviniana Neural; sólo que estos mapas congnitivos táctiles sólo pueden, a su vez, ser determinados por nosotros a través de las percepciones apotéticas de las mismas estructuras neurológicas que suponemos como fuentes de la organización apotética del mundo en la que, por tanto, es preciso partir in medias res.)

El objetivismo pone los valores estéticos en los objetos apotéticos, obligándose a analizar su estructura objetiva (simetrías, ritmos, etc.); lo que no significa necesariamente que los objetos estéticos sean “esencias” desconectadas de los sujetos operatorios a la manera a como el hipercubo se desconecta del geómetra. Los objetos estéticos son “fenómenos” y, por tanto, han de estar proporcionados “organolépticamente” a los sentidos apotéticos. Pero las cualidades estéticas se desvanecen más allá de los fenómenos: el espacio vacío isotropo infinito puede ser un concepto esencial, pero no es ni bello ni feo, porque es invisible e inaudible. Con esta tesis el materialismo filosófico se aleja de la tesis escolástica sobre la belleza transcendental (ens et pulchrum convertuntur). En la medida en que admitamos entidades no perceptibles como fenómenos apotéticos –ondas cortas, ultracortas, rayos gamma, etc., que se alejan de la franja visible–, o bien sensaciones cinestésicas o cenestésicas, tendremos también que admitir entidades estéticamente neutras, más allá de la belleza o de la fealdad. Una cuestión de decisiva importancia para la teoría filosófica de la estética se nos abre en torno a la posibilidad (o imposibilidad) de reconocer contenidos o valores estéticos en el ámbito del eje angular del espacio antropológico [244] o bien si, en este ámbito, sólo tiene sentido hablar de funciones utilitarias, interpretando como antropomorfismo cualquier tipo de reconocimiento positivo al respecto. Adviértase que la cuestión no se reduce a la de aceptar o negar significado estético a formas o conductas zoológicas (a reconcoer la belleza de un panal, la de una cola desplegada de pavo real o la de un coro de aves “bien temperado”). La cuestión es si los propios animales pueden percibir estéticamente la Lira de Orfeo, o si otras aves pueden escuchar como una suerte de música el coro de sus congéneres. La cuestión planteada tiene cierto paralelismo con la cuestion relativa a la posibilidad de reconocer “contenidos religiosos primarios” [351] a algunas relaciones de comunicación inter-específica entre sujetos animales. El paralelismo es, sin embargo, aparente, porque la relación religiosa primaria la suponemos como una relación entre sujetos, mientras que la relación estética se nos muestra ante todo como relación objetiva. Dada la continuidad en la línea evolutiva entre las diversas especies zoológicas y la especie humana, sería gratuito rechazar de plano cualquier tipo de analogía entre las percepciones estéticas del ojo o del oído humano y las del ojo o el oído (también apotético) de otros vertebrados, por ejemplo; sin embargo, teniendo en cuenta que los valores estéticos objetivos implican un grado de complejidad cultural muy notable, en cuanto a la organización del mundo entorno, nos inclinaremos a restringir en lo posible la utilización del vocabulario estético en el momento de referirnos a las conductas o percepciones de las diferfentes especies zoológicas

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