Filosofía en español 
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Estética y Filosofía del arte

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Subjetivismo estético (“expresivista”) psicológico

La forma más radical y metafísica del subjetivismo estético [653] es la psicológica, referida al artista individual. El subjetivismo es, además, una de las ideologías, nematologías, o “filosofías”, más extendidas desde la época romántica entre los artistas de nuestro tiempo. La razón de ello acaso se encuentre sencillamente en el terreno de la economía y de la psicología: en la psicología del artista que trabaja en una sociedad de mercado altamente competitiva. El expresivismo subjetivista funciona, sin descartar sus componentes narcisistas, como ideología de autoexaltación del artista que vive de una obra que ha entrado en el tráfico mercantil. Es la nematología más afín a la obra firmada. “Lo que yo he buscado al crear esta obra –suele decir nuestro artista– es exponer lo que llevo dentro, dar a luz mi propia personalidad, expresarme a mí mismo”. Semejante ideología, sin perjuicio de su carácter notablemente exagerado y pese a la convicción de quienes están envueltos por ella y creen dirigirse por su norma, es filosóficamente nula, sin perjuicio de las efectivas incidencias técnicas que a ella puedan corresponder y que habrá que explicar en cada caso. En general, por nuestra parte teniendo en cuenta que el subjetivismo no es incompatible con el reconocimiento práctico de la sustantividad de la obra de arte, incluso con el modo espiritualista y metafísico de alcanzar ese reconocimiento. Y es nula, ante todo, en tanto apela al recurso de explicar el efecto por duplicación en la causa, meter previamente en el cofre lo que se busca sacar de él (los caballos galopan porque llevan en cada una de sus patas una caballito galopando). En nuestro caso: “El cuadro ahí colgado en el museo no es otra cosa sino el cuadro que yo llevaba dentro de mí” (lo mismo en la escultura, la sinfonía, la novela); como si este supuesto contenido del “mí mismo” no procediese en todo caso de mi experiencia con las cosas, las personas y los animales del mundo. Un “autorretrato” lo que expone no es el interior, sino el rostro o el bulto del pintor.

El subjetivismo expresivista reproduce, literalmente, el mismo recurso que, desde Aristóteles, se echa en cara a la teoría metafísica de las Ideas, en particular, a su versión agustiniana, que aloja a las ideas ejemplares en Dios: el subjetivismo expresivista tan sólo sustituye el espíritu de Dios por el espíritu creador del artista.

En cualquier caso no hay que confundir la concepción expresivista del arte con el contenido de las obras de arte expresionistas que aquélla favoreció. Estas obras (por ejemplo “Bucráneo y máscaras” de José G. Solana) no son expresionistas en el sentido de los teóricos del expresivismo, no constituyen una expresión de los sentimientos del artista al pintar su obra. Solana no está tanto expresando su “vida interior” cuanto re-presentando un rostro objetivamente dado, eventualmente el suyo propio ante el espejo. ¿Cómo podrían además expresarse los sentimiento subjetivos? El finis operantis del artista no puede confundirse con su finis operis. La obra de arte sustantivo no expresa sentimientos ni afectos del corazón: más bien los determina, como un marca-pasos, pero su estructura objetiva no se reduce a los sentimientos que ella pueda determinar. Carece de sentido decir que una figura cuadrada o circular “expresa” un sentimiento subjetivo de serenidad. Su estructura geométrica, como la del hipercubo, subsiste en otro plano, lo que no quiere decir que esa figura cuadrada o circular en forma de mandala no pueda suscitar a un budista (Lipps: por endopatía; nosotros diríamos: por exopatía) un sentimiento de serenidad. Una obertura de Händel, tipo Otón, Emperador de Germania, no “expresa” la solemnidad, o el poder, etc., sino que lo “representa” mediante rasgos musicales, ritmos asociados o alegorías de poder tomados de una procesión cortesana y producen sentimientos pertinentes; en las Cantatas religiosas, o en las Misas de J. S. Bach, el ascenso al cielo se representa por escalas ascendentes, y el descenso a los infiernos, por escalas descendentes (que no son enteramente “convencionales”, relativamente la Cultura mitológica en la que se producen).

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