Filosofía en español 
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Teoría de la Sociedad política y del Estado

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Política real / Política aparente / Sociedad política fenoménica

Es una distinción con fundamento in re, es decir, con un fulcro en la realidad, y no una distinción entre lo que tiene una realidad objetiva y lo que es mera imaginación subjetiva. Supondremos que los fenómenos políticos no sólo tienen una realidad, la de la apariencia, sino que a través de esa apariencia las propias realidades políticas se manifiestan o se ocultan. ¿Y cuál puede ser entonces el fundamento real de las apariencias políticas? ¿Dónde habrá que ir a buscarlo? Sin duda, allí donde se crucen las líneas que componen la estructura política y las que componen otras estructuras antropológicas (puesto que un fenómeno es entendido aquí no como mera “apariencia subjetiva” alucinatoria, sino como el resultado de “interferencias objetivas” de procesos heterogéneos que dan lugar a situaciones confusas y oscuras). Principalmente esta situación tendrá lugar en los lugares por los cuales pasan las líneas de poder, comenzando por sus componentes genérico-etológicos. Cuando estas líneas de poder genérico, en vez de desarrollarse específicamente en el sentido de la eutaxia de un sistema (divergente), se desarrollan en contextos en los que tiene lugar una morfología análoga (no se aplican a la eutaxia sino a un fin particular, sin perjuicio de que resulte, sin embargo, el bien común), entonces tendríamos sociedades políticas fenoménicas. El concepto de sociedad política fenoménica no se reduce al concepto de una clase vacía. Por el contrario hay muchas sociedades que suelen ser constantemente consideradas como políticas, porque tienen sin duda conexiones con ellas, pero que no cabe llamarlas erróneas, sino más bien pseudopolíticas. Ensayemos la reinterpretación de algunas situaciones reales ambiguas, zoológicas, antropológicas, en términos de esta categoría de sociedad política fenoménica. Primer ejemplo: el enjambre de abejas. Desde luego, se concede habitualmente que un enjambre no es una sociedad política, salvo por metáfora. Pero lo que importa es la razón de la distinción. Examinando diferentes tipos de razones aducidas podremos medir el nivel en el que se encuentra la teoría política correspondiente. Así, unos dirán que las abejas son inconscientes, que obran por instinto y no por inteligencia (Marx: la abeja, a diferencia del albañil, no se representa previamente la obra que va a hacer); otros dirán que no son libres. Desde el punto de vista de nuestro criterio, la razón de la distinción podría ser de este tipo: un enjambre es un sistema coordinado, sin duda, por canales de poder o influencia etológica; pero las partes del sistema (los obreros, los zánganos, la reina) no se influyen según la orientación de una eutaxia global, sino según sus particulares líneas de estimulación (feromonas, etc.) y la unidad del sistema resulta de mecanismos de adaptación mutua hasta lograr un cierto nivel de homeóstasis. También cabría ensayar este otro criterio: una colmena es un sistema convergente, una vez dado y, por consiguiente, su “eutaxia” no requiere el ejercicio de un poder político. Segundo ejemplo: las sociedades naturales humanas. También éstas (una tribu o una κοινὴ de tribus) podrán considerarse como sociedades políticas fenoménicas, una suerte de enjambres. También podría ser considerada una apariencia de sociedad política la unidad constituida por una horda o una tribu compacta depredadora y las otras tribus dominadas por ella, de forma tal que sólo la muerte podría ser la esperanza de los sometidos, pues ella sólo mira a su bien particular, y no al sistema que pudiera formarse entre vencedores y vencidos. Cuando los prisioneros son esclavizados es preciso que comiencen a actuar los mecanismos del poder influyente para que “el juego” comience a ser posible. Si los prisioneros son asesinados, es evidente que el juego político se acaba ipso facto. De aquí podríamos obtener criterios para formar un juicio sobre el significado político de la guerra entre Estados. “La guerra es la continuación de la política”, es una idea común en filosofía política; los límites de esta tesis son los límites en los cuales la guerra no conduzca al exterminio del otro Estado. Además, una batalla no es un episodio político interestatal, sino que su condición política la adquiere más bien desde cada Estado. Tercer ejemplo: las sociedades religiosas, por ejemplo, la Iglesia romana. Es muy frecuente considerar sin más al poder eclesiástico de la Iglesia (por ejemplo, el poder de los arrianos en determinados estados godos) como un poder político “enmascarado”, como instrumento de otras fuerzas políticas; pero esto es acaso indicio de que no se sabe cómo conceptualizarlo. Considerar a la Iglesia como un poder político enmascarado no es lo mismo, en todo caso, que considerarlo como un poder fenoménico. Si el poder espiritual fuese poder político enmascarado (“mentira política”) sería un poder político auténtico, no aparente, a la manera como el actor de teatro, cuando es un falso Héctor, es, sin embargo, un verdadero actor. La apariencia consistiría en su presentación como si fuera un poder espiritual. Supongamos que el poder espiritual no sea político: aun así en seguida se entremezclará con la política y se convertirá parcialmente en un poder de significado político indudable. Sin embargo, no parece que la distinción entre el poder espiritual y el poder temporal propia de los teólogos medievales y del propio positivismo comtiano, es una forma de reconocer que el poder de la Iglesia no es por naturaleza un poder político. {PEP 195-197}

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