Filosofía en español 
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Bioética

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Individuo humano canónico o elemental como totalidad centrada en torno a un cerebro / Principio de codeterminación circular del individuo canónico / Autodeterminación personal y sus campos de aplicación

Los individuos humanos están inmersos en un medio característico que denominamos espacio antropológico. Nos encontramos, por tanto, ante individuos que se relacionan o interactúan ya sea entre sí (eje circular), ya sea con contenidos dados en un medio impersonal, abiótico o biótico (eje radial), ya sea con diversos términos del entorno no humano, pero subjetual (eje angular). Estos individuos, a partir de una línea de frontera indeterminada en el tiempo (o determinada en un intervalo muy amplio) comienzan a comportarse como personas, es decir, como sujetos operatorios capaces de llevar a cabo efectos causales (a través siempre del eje radial), sobre los propios contenidos de este eje, así como a través de los contenidos dados en el eje circular o en el angular. Los efectos producidos por las operaciones que los causan se suponen canalizados por normas; no son meras secuencias de acciones o rutinas operatorias. El sujeto personal vendrá definido, según esto, como una sustancia dinámica dada en un círculo causal operatorio, en el que habrá de mantenerse segregada de otro círculo causal dado (libertad de). Todo ello sin perjuicio de que la segregación causal no vaya acompañada de solución de continuidad. A la par, se constituye un circuito de secuencias causales refluyentes en virtud de las cuales puede decirse, de cada una de ellas, que se autodeterminan (libertad para); pero sin que la autodeterminación implique acausalismo o “libertad creadora”. Significa tan sólo “circulación causal”, es decir, determinismo (aunque éste aparezca ilusoriamente como procedente de una “elección libre”).

Por lo demás, la escala en la cual tienen lugar estos circuitos causales constitutivos de la autodeterminación personal habrá de suponerse como históricamente dada. Podremos, sin embargo, discernirla a través del canon de la personalidad antrópica, que también nos es dado en el proceso histórico. Este canon, desde el punto de vista del sujeto corpóreo, no es otro sino el del cuerpo humano individual o elemental (“elemental” a su escala; elemental porque no está compuesto de otras unidades homoméricas, aunque sí de millones de células, de orgánulos, de tejidos, etc.). Una unidad que, en su expresión espacial, toma la forma plástica (escultórica) de una sustancia estática, representable (en las sociedades mediterráneas) por la estatua conocida como canon de Policleto. Los individuos corpóreos que se ajustan a este canon podrán ser llamados “individuos humanos canónicos” (o elementales), en la medida en que se ajustan, con los márgenes de desviación tolerables, al canon de Policleto. Obviamente, el individuo canónico humano no es la estatua; ésta es sólo la medida del individuo humano distributivo promedio (por ejemplo, a través de las “imágenes medias” de Galton) que se ajuste a ella.

Ahora bien: el paso decisivo que hemos de dar en el curso de construcción de una ontología materialista de la persona humana, habrá de permitirnos regresar a una perspectiva tal desde la cual el canon de Policleto pueda comenzar a ser percibido como un fenómeno (un fenotipo), es decir, como la proyección que la sustancia dinámica correspondiente arroja en un espacio tridimensional geométrico al ser “cortada” por un plano que pasa por un instante del curso dinámico temporal. Esto significa que es preciso renunciar a cualquier intento de derivar las características personales a partir de la figura corpórea “anatómica” del hombre canónico individual. Cabría decir que este sería el camino seguido por los aristotélicos cuando trataban de derivar el operari humano de su esse (un esse que, desvinculado de las operaciones y concebido como una sustancia previa a ellas, sólo puede ser pensado, o bien como una entidad puramente individual, invisible y metafísica, o bien como la misma reducción estática de la sustancialidad corpórea, que representamos en la estatua de Policleto).

Pero la realidad es otra: la sustancialidad dinámica humana (como todas las sustancias dinámicas) se constituye en el mismo curso causal del sujeto operatorio, que, si es humano, se moverá en la escala de los términos operados (los parámetros de esta escala son dados en el proceso de la evolución –por ejemplo, de la mano– o de la historia –por ejemplo, del cuchillo). Es en estos circuitos operatorios en donde podemos “alojar” la autodeterminación de los sujetos operatorios en el sentido dicho; y es a partir de la escala de las operaciones que integran estos circuitos causales como podemos llegar no sólo a la misma conformación de la individualidad operatoria, sino también al conocimiento de ella: esse sequitur operari. Obviamente, hay muchos estratos, y muy diversos entre sí, sobre los cuales los sujetos operatorios humanos pueden actuar; hay también otros donde la actuación les es imposible.

Aplicando estas ideas a la interpretación del canon (del individuo humano canónico) tendremos que concluir que este canon resulta él mismo moldeado por una determinada escala de operaciones, dados ciertos parámetros. Ateniéndonos al canon de Policleto: el brazo del Doríforo sostiene una lanza, es decir, un contenido de su cultura extrasomática, que sólo tiene significado como un instrumento arrojadizo, destinado a hincarse en el cuerpo de otro hombre o de un animal; la mirada del Doríforo, o su boca que respira o grita, nos indica también claramente que la estatua es sólo una “congelación” del corte instantáneo que hemos dado en el curso de los movimientos del Doríforo (por lo menos, de los movimientos de su respiración, o de los movimientos que tienen lugar en el entorno de su “espera activa” mientras desfilan delante de él otras personas o animales).

La morfología del individuo canónico humano como sujeto operatorio, y aquí queríamos venir a parar, no está determinada tanto por una sustancia estática interna, que actuase “debajo” del canon fenoménico (por ejemplo, un alma espiritual o una forma sustancial), sino que está codeterminada por los individuos de una clase (especie o grupo) que ha de suponerse dada en el proceso universal de la evolución de los vivientes. Sólo en el ámbito de estas interacciones la codeterminación de la autodeterminación del sujeto operatorio llegará a tener lugar; sólo en este círculo causal aparecerán delimitadas formas tales como lanzas, manos, u ojos que acechan.

A través de estos procesos de codeterminación entre los individuos morfológicos, dados a una escala determinada, de una clase o conjunto, irán delimitándose las características o “señas de identidad” del sujeto operatorio humano canónico. Las principales, para nuestro propósito de ahora, pueden concretarse en torno a su individualidad corpórea elemental. Una individualidad exenta y separada, según el canon, con solución de continuidad, de otras individualidades, de acuerdo con la que pudiéramos llamar “regla de Letamendi”, en honor al ilustre médico español (“Son partes de un mismo individuo orgánico aquellas entre las cuales no puede pasarse un bisturí sin cortarlas”). El carácter dinámico de esta individualidad, en cuanto es idéntica a una subjetualidad operatoria global, a través de los músculos estriados, lo haremos depender de la unidad de un sistema nervioso que tiene a un cerebro característico como “centro de control”.

Nos encontramos así ante un tipo de totalidad atributiva centrada en torno a un cerebro único, como centro de control racional de los músculos estriados que intervienen en las operaciones del entorno radial, circular o angular. El individuo canónico será, por lo tanto, monocípite; y si la cabeza única aparece como característica sine qua non de la sustancia humana individual canónica, será debido a que el grupo de individuos al cual el sujeto pertenece lo ha impuesto o codeterminado de este modo. Sin duda, no de un modo convencional o gratuito; porque se supone que el grupo dominante de los hombres ya poseen estas características. Sin embargo, este grupo de hombres tampoco puede considerarse como un simple resultado de la reunión (o de un contrato) de individuos canónicos previamente existentes: esto sería tanto como olvidar que tales individuos son, a su vez, generados por el grupo (mal podría resultar éste de un contrato entre ellos), y, por supuesto, dependientes de él. Lo cierto es que, a partir de este hecho, se organizará toda la vida de los hombres como personas: desde la familia cazadora hasta la que explote el terreno, desde los hombres que fabrican instrumentos, herramientas o indumentos, hasta los que definen la responsabilidad, la jerarquía, la democracia, etc. La libertad, como autodeterminación característica de la persona humana, se define únicamente en el contexto de una clase o grupo social dado (familia, tribu, ciudad, etc.); y se define no sólo como una autodeterminación negativa (o libertad de: no ser determinado por otros sujetos de su rango), sino también como autodeterminación positiva (libertad para). Por lo demás, los campos en los cuales puede ejercerse la autodeterminación son múltiples. Por ejemplo, en el campo radial, la libertad de aparecerá como libertad de movimientos o de desplazamientos respecto de otros individuos canónicos; también como potencia para manipular el medio físico entorno. En el campo circular la autodeterminación se ejercerá a través de la acción de los símbolos lingüísticos o mímicos. Y en el campo angular, la autodeterminación resultará de las prácticas diversas que conducen al control de los animales. [244]

Hay que tener presente que el canon de la personalidad corpórea no es unívoco, porque un canon es heteromorfo y admite una franja muy ancha de variación. De hecho, los sujetos individuales corpóreos participan del canon sin perjuicio de sus deficiencias, que en ocasiones los ponen en el umbral de la personalidad (el caso de un individuo anancefálico) o los convierten en individuos no íntegros (o enteros) sino, por así decirlo, fraccionarios (faltos de brazos, de piernas). Estas deficiencias no anulan necesariamente la personalidad, en el sentido en que venimos entendiéndola. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que en su desarrollo histórico los campos se multiplican y se entretejen, y que, por tanto, ninguna persona individual resulta capaz de intervenir en todos ellos. Por tanto, la capacidad de autodeterminación de los deficientes en solamente algunos campos o franjas de los mismos no los sitúa, en principio, en posiciones esencialmente diferentes de las que se encuentra cualquier otra persona (un individuo con las manos sanas, si no sabe música, es tan incapaz de actuar ante un piano como un manco). {QB / → BS25b}

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