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Reliquias y Relatos
Podría pensarse que las “reliquias literarias” –los documentos o los textos– son, a la vez, relatos y que, por tanto, la distinción entre reliquias y relatos es confusa. Hay razones que nos inclinan a mantener la inclusión de los textos en la clase de las reliquias, de suerte que los textos o documentos están necesitados de relatos, en el sentido estricto, para que aparezcan como tales. Podríamos ilustrar ésto recordando el papel que el copto desempeñó en el desciframiento de las “reliquias jeroglíficas” por Champollion. Utilizando los conceptos de los cuales nos hemos valido para distinguir las reliquias (plano β-operatorio) de las formas naturales (plano α-operatorio) reconstruiríamos la distinción entre reliquias-monumentos y reliquias-documentos, del siguiente modo:
(1) Hay un tipo reliquias que, a través de las reglas operatorias puestas por el historiador (por los relatos, en el sentido dicho), nos remiten a otras reliquias (y fantasmas). El plano β-operatorio es ejercitado, exclusivamente aplicado en el sentido del relato a la reliquia.
(2) Hay otro tipo de reliquias que, a su vez, se nos presentan, ellas mismas, como relatos. El relato estricto es necesario, sin duda (el copto de los jeroglíficos); pero este relato estricto nos conduce a reliquias que, a su vez, son relatos –es decir– que nos presentan a los propios sujetos operatorios en la actitud de relatar ellos mismos, de suerte que pueda decirse que “interpretar la piedra Rosetta” sea reproducir similares operaciones (lingüísticas) a las que los propios egipcios debieron hacer, para remitirse a los objetos (reliquias, para nosotros) por ellos designados. {BP01a 11}