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Corolarios a la ley del desarrollo inverso de la dinámica cultural
El corolario más importante que se desprende de la Ley del desarrollo inverso no es otro sino un principio de limitación interna (dialéctica) de la propia idea de cultura. Si el desarrollo interno de la matriz cultural conduce a la constitución de categorías objetivas (α estructurales) que llegan a segregar enteramente las operaciones del homo faber que las generaron, y si esta situación (u objetivación plena) no tiene por qué considerarse como una des-humanización, ¿no será porque tenemos que comenzar a reconocer más bien la realidad de un proceso de des-culturalización que se abre internamente en el mismo seno del desarrollo universal de la cultura? Al menos, si seguimos llamando “cultura”, en sentido antropológico, precisamente a aquellos sistemas de morfologías objetivas que no solamente están generados por el hombre sino también que contienen intercalado al homo faber (como estructuras β-operatorias –pues ¿qué otro motivo existiría para llamar “antropológica” a la cultura objetiva, al margen de esta intercalación?–) tendremos que preguntar: ¿por qué llamar culturales (en sentido antropológico) precisamente a las morfologías que están segregando de su trama a los hombres, sin que por ello puedan considerarse como deshumanizadoras con el sentido privativo y negativo que suele acompañar a este concepto?
Ahora bien, si no son llamadas culturales, ¿habría que llamarlas naturales? No siempre. Y solamente cuando la oposición entre Naturaleza y Cultura se sobreentienda (metafísicamente, por cierto) como una oposición disyuntiva parecería que ello es imposible. Pues hay conformaciones objetivas que no cabe situar ni entre la “Naturaleza” (en el sentido cósmico) ni entre la “Cultura” (en el sentido antropológico). Así, la Física o la Biología, a través de los laboratorios artificiosos resultantes de una cultura refinada, nos ponen delante de estructuras objetivas que al menos cuando son tenidas por verdaderas, no son llamadas culturales, sino naturales. Tan sólo en el momento en el que las considerásemos erróneas, o meros productos hipotéticos de la fantasía especulativa de los hombres, volveríamos a llamarlas culturales. Cabría decir, en general, por ejemplo, que los resultados de las ciencias físico-naturales o matemáticas, cuando son verdaderos, dejan de ser culturales y sólo pueden seguir considerándose como culturales aquellos resultados no verdaderos, eminentemente, esos contenidos “erróneos” de las ciencias que constituyen una buena parte de la historia de las ciencias (que, por ello, es también una disciplina cultural; desde luego también en lo que la Historia de las ciencias tiene de Historia de la metodología de las ciencias). Agustín Laurent decía en 1854: “La Química de hoy ha llegado a ser la ciencia de los cuerpos que no existen [en la Naturaleza]”; sus cuerpos han sido creados por el hombre y, por tanto, sólo por un abuso del lenguaje podemos decir de un fenómeno químico que es un fenómeno natural. ¿Habría que concluir, como sugiere Bacherlard, que la Química debe ser considerada como una ciencia cultural, en tanto se ocupa de objetos culturales, de “creaciones del hombre”? No, si no nos sentimos aprisionados, como lo estaba Bachelard, por la disyunción Naturaleza/Cultura; porque lo que no es cultural no por ello tiene que ser natural, y porque el concepto de “Naturaleza” es tan metafísico como su correlativo de “Cultura”.
Además del caso de los “objetos químicos” hay otras situaciones en las cuales no sería posible hablar siquiera de estructuras vinculables a la serie de estructuras naturales (de las configuraciones naturales, como puedan serlo los elementos de la tabla periódica que se producen efímeramente en un acelerador de partículas), aunque tampoco sean culturales. Por ejemplo: las estructuras matemáticas, en tanto que son estructuras terciogenéricas; aun cuando sería mejor decir que las estructuras culturales se inscriben en la materialidad terciogenérica que decir que, al inscribirse allí, dejan de ser culturales. Sólo algunas de estas estructuras encuentran una realización aproximada en la Naturaleza, pese a que Euclides o Kepler, siguiente a Platón, creyesen que los poliedros regulares tenían todos ellos que reducirse a la condición de esencias naturales. Pero, ¿en qué parte de la naturaleza existe el hipercubo, los conjuntos transfinitos o el triángulo birrectángulo? Son estructuras transculturales, noemáticas, terciogenéricas [227-232], pero no hay ninguna razón interna para considerarlas como estructuras culturales, aunque tampoco sean naturales.
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