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Cultura / Civilización
Ha habido una tendencia (aunque no constante y universal) a oponer el término “cultura” (subjetual) al término “civilización”, reservando aquél para referirse a la cultura subjetiva (o bien objetiva particular) y éste para la cultura objetiva, siempre que, a su vez, esta cultura objetiva lleve asociada, de algún modo (principalmente a través de la consideración de la confluencia de varias culturas), la nota de universalidad (asociación que, en los siglos XVIII y XIX, se establecía por la mediación de la “Idea de Progreso”). Así Guizot (siguiendo a Mirabeau y Turgot) en su Historia de la civilización europea, Emilio Castelar (La civilización en los cinco primeros siglos del Cristianismo) o Lévi-Provençal (La civilización árabe en España). Un alemán hubiera sustituido en los títulos el término civilización por el término cultura. En un sentido más restringido, las civilizaciones (de civitas) son las culturas en su estado más desarrollado; para los antropólogos clásicos, inmersos en la ideología “progresista” las civilizaciones constituían el término más alto del desarrollo de las culturas primitivas (salvajes o bárbaras) y, por ello, en tanto se pensaban como confluyentes en una cultura única planetaria, al menos potencial o virtual, podían caracterizarse por la nota de la universalidad. Considerando la oposición cultura/civilización como oposición dada en el plano objetivo, cabría advertir una tendencia a considerar al término “cultura” como designando a un concepto distributivo, a una “clase” cuyos elementos fueran las esferas culturales, cada una de ellas dotada de “hechos diferenciales” precisos (así Herder o Spengler), sin perjuicio de su equiparación en valor, por parte del relativismo cultural (“todas las culturas son iguales”). La “civilización”, en cambio, llevaría asociada desde el principio (Turgot, Mirabeau, por ejemplo) la tendencia a la unicidad y a la universalidad, en tanto se considera (a la civilización) como fase final (o equifinal) y madura de las diveras culturas, algo así como el “punto y final” en el que todas las culturas en desarrollo terminarían por confluir (sólo desde esta perspectiva alcanza sentido la expresión, tantas veces utilizada: “hombre adulto y civilizado”). Ahora bien, que la idea de “civilización” (que sería una idea eminentemente histórica) tienda a ser utilizada con intención unitaria y universal, incluso como un programa de acción (“conseguir llevar a todos los pueblos atrasados hacia la civilización”) no significa que, de hecho, la unicidad de la civilización esté asegurada, ni menos aún su valor (históricamente, la civilización es el campo en donde se incuban propiamente las guerras mundiales: las dos últimas guerras mundiales son guerras características de la civilización industrial). A la idea de civilización, en su sentido unitario y universal, le ocurre algo similar a lo que le ocurrió a la idea de Dios de las religiones terciarias: que, sin perjuicio de sus pretensiones de unicidad y de universalidad, de hecho se presentó unas veces bajo la vocación de Yahvé, otras veces bajo la vocación de Dios y otras veces bajo la vocación de Alá. [242] {MC 35-36 / E}