Filosofía en español 
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Fetichismo, Magia y Religión

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Tecnologías α-operatorias / Tecnologías β-operatorias / Magia / Religión / Causalidad

Es un grave error interpretar las “leyes de la magia” de Frazer (lo “semejante causa lo semejante”, etc.) como leyes etic causales y externas a los fenómenos, como una mera “racionalización” de la conducta mágica que nos permitiera aproximar ésta a la conducta científica, como el propio Frazer sugirió. Las “leyes de la magia” de Frazer, lejos de aproximar la magia a la ciencia, la alejan, de modo irreversible puesto que las leyes constituyen la expresión de la transgresión más radical imaginable de las leyes que presiden la relación causal. La “semejanza” entre magia y ciencia propuesta por Frazer, es puramente abstracta (las concatenaciones impersonales) y en ningún caso puede utilizarse en contextos de “contigüidad” genética. En este contexto, por el contrario, lejos de educar a las gentes en las categorías causales, las ha deseducado y, por tanto, la magia ha bloqueado la construcción de la ciencia mucho más que la religión (sobre todo si nos referimos a la religión cristiana, por su creacionismo, y a la ciencia moderna, por su operacionismo). Pero únicamente podemos mantener estas tesis cuando disponemos de una concepción rigurosa de la relación causal, una concepción que, siendo en parte etic, no por ello pierde la capacidad de reformulación de situaciones emic dadas (porque la oposición etic/emic, no tiene sentido disyuntivo, sino alternativo).

Suponemos que las definiciones de magia y religión de Frazer, determinan el núcleo esencial –aunque no la esencia íntegra– de estas instituciones, y que lo determinan confusamente, al ofrecerlo “envuelto” en determinadas ideas causales, a nuestro juicio, impertinentes. Habría que comenzar purificándolo, para extraer el núcleo, de esa envoltura causal que juzgamos inadecuada. Por nuestra parte, llevaremos a cabo esa purificación acogiéndonos a la distinción gnoseológica entre metodologías α-operatorias y β-operatorias.

Esta distinción es capaz de incorporar, en su plano, lo que consideraremos contenido nuclear abstracto de la oposición de Frazer, a saber, la contraposición entre concatenaciones de términos formalmente “impersonales” (magia) y concatenaciones de términos “personales” (religión).

En efecto, la oposición entre metodologías α-operatorias y β-operatorias fue inicialmente formulada para dar cuenta de la distinción (gnoseológica) entre las ciencias naturales (α-operatorias) y las ciencias humanas y etológicas (β-operatorias). Pero se extiende, obviamente, a las tecnologías correspondientes, dada la continuidad que damos por supuesta entre las ciencias y las tecnologías. Hablaremos pues de tecnologías α-operatorias para referirnos a aquellas tecnologías que se aplican a campos de términos en los cuales ha sido lograda la abstracción del sujeto operatorio (podríamos hablar de “secuencias impersonales”); hablaremos de tecnologías β-operatorias para referirnos a aquellas tecnologías que se aplican a campos de términos entre los que figuran intercalados formalmente los propios sujetos operatorios. Una tecnología de caza al acoso es β-operatoria, porque ella se aplica en un campo en el que figuran animales que se suponen actúan como sujetos operatorios; una tecnología de fabricación de vasos de cerámica es α-operatoria, porque se supone que el barro, el fuego, etc., no actúan como sujetos operatorios (lo que no excluye que el análisis del propio proceso de fabricación sea β-operatorio). Una tecnología quirúrgica aplicada al cerebro de un animal es, formalmente α-operatoria, aunque materialmente, el cerebro forma parte de un sujeto operatorio.

El concepto de tecnologías α, o de tecnologías β, se configura en principio, con independencia del contenido causal o acausal, de las relaciones implicadas. Puesto que, tanto las tecnologías α, como las β, pueden ser causales, como también pueden ser acausales. Habrá tecnologías causales (desde el punto de vista etic de la teoría de la causalidad de referencia) cuando en el sujeto operatorio se desencadene una cadena de sucesos causalmente concatenados. Esto quiere decir, principalmente (desde la perspectiva de la teoría de la causalidad que tomamos como referencia) que median esquemas procesuales de identidad sustancial, entre determinados términos de la secuencia, que se ha producido una fractura de esta identidad (es decir, un efecto) y que existe un determinante causal de esa fractura que ha de estar inserto en una “armadura” tal, que no sólo lo vincula a la identidad procesual de referencia, sino que también lo desvincula de terceros contextos, evitando el proceso ad infinitum en cada suceso causal. La teoría general de la causalidad que tomamos como referencia se opone, muy especialmente, a la teoría humeana basada en la “evacuación de los contenidos”, ligados por el nexo causal, y en la pretensión de reducir la relación causal a una relación de regularidad; porque si la causalidad incluye esquemas de identidad sustancial entre antecedentes y consiguientes, la materia de la conexión no podrá ser evacuada, y si la propia regularidad tiene que ver con la causalidad, será a título de indicio ordo cognoscendi de la identidad sustancial, y no ordo essendi como razón de la regularidad. Para decirlo brevemente, la regularidad humeana es indicio de causalidad, en la medida en que ella pueda ser un resultado de la identidad: hay regularidad porque hay causalidad (pero no hay causalidad porque haya reguralidad).

Según esto, hablaremos de las secuencias causales como si fueran “circuitos causales” que pueden tener lugar en recintos finitos de la realidad procesual, que no necesitan vincularse a una supuesta “concatenación universal” que anularía la posibilidad de hablar de un proceso causal determinado. Pero sería necesario reconocer la realidad de tecnologías no causales en todos los casos en los cuales no tengan aplicación formal estas “leyes de los circuitos causales”. Aquí es necesario distinguir, a su vez, los casos en los cuales quepa hablar de series o circuitos causales que, aunque no lo sean efectivamente, lo sean al menos intencionalmente (en cuanto pretenden ajustarse a las leyes de la causalidad acaso incorrectamente aplicadas) y aquellos otros en los cuales, ni siquiera haya posibilidad de hablar de leyes causales, de un modo objetivo (aun cuando, sujetivamente, alguien quiera darles un sentido causal). Hablaremos de circuitos causales aparentes y de circuitos acausales. Y no será legítimo confundir un circuito causal aparente, o erróneo –por ejemplo, el canto del gallo como causa de la salida del Sol– con una secuencia, o circuito acausal (los primeros compases de una sonata, o los primeros pasos de una danza, no son la causa de los compases o pasos subsiguientes).

En la teoría de Frazer la magia parece que se entiende como una tecnología causal aparente, diríamos como una tecnología-ficción. De ahí su carácter sobrenatural o irracional y, a la vez, su supuesta analogía con las tecnologías efectivas o con las científicas (analogía fundada en una característica común a todas ellas, el reconocimiento de un orden objetivo de secuencias). Pero este modo de entender la magia es gratuito y se basa en la confusión que lleva a reducir las tecnologías acausales al caso de las tecnologías causales aparentes. Con independencia de que, en algunas circunstancias, alguien pueda interpretar una tecnología acausal como si fuera una tecnología causal, lo cierto es que una tecnología acausal puede mantenerse como tal en su propio terreno. Más aún, una tecnología tendrá que ser considerada inicialmente acausal (en el sentido de su intencionalidad objetiva) cuando sus consecuencias incluyan la transgresión formal de las leyes de la causalidad tomadas como referencia. Tal ocurre con las leyes de la magia homeopática o contaminante de Frazer. Porque la magia homeopática no incluye esquemas de identidad sustancial y porque la magia contaminante no excluye la concatenación universal de todas las contigüidades recursivas. Mientras que en las tecnologías reales el efecto es producido mecánicamente (observa Mauss) y los productos son homogéneos [interpretamos: con identidad sustancial] a los medios de su producción, en las conexiones mágicas no lo son. Y esto es lo que, a nuestro juicio, no puede confundirse con la consideración de las secuencias mágicas como si fueran secuencias causales aparentes. Las secuencias mágicas serán secuencias α-operatorias acausales y por ello, en lugar de constituir una anticipación de la ciencia, pueden llegar a ser un bloqueo para la misma. La insistente analogía entre la magia y la ciencia debe ser puesta en entredicho (o limitada al mero sentido de “automatismo” en el desarrollo de una secuencia de términos dados). {CC 238-242 / → BS14 3-38}

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