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Filosofía de la Religión

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Inversión teológica: Mecánica y Economía política

Llamamos inversión teológica al proceso (que habría tenido lugar en el siglo XVII) mediante el cual la idea de Dios terciario [351], como límite de la relación entre determinados contenidos dados en el Mundo, revierte sobre las relaciones entre los contenidos de ese mismo Mundo de suerte tal que las conexiones de los conceptos teológicos dejan de ser “aquello por medio de lo cual se habla de Dios” (como entidad trans-mundana) para convertirse en aquello por medio de lo cual hablamos sobre el mundo. Tras la inversión teológica Dios deja de ser aquello “sobre” lo que se habla para comenzar a ser aquello “desde” lo que se habla (y “lo” que se habla es la Mecánica y la Economía política). Antes de la inversión teológica Dios es una entidad misteriosa, a la cual solo podemos acceder racionalmente “desde el punto de vista del Mundo”, por la analogía entis. La inversión teológica hace de Dios un “punto de vista” (el “punta de vista de Dios”) desde el cual contemplamos el propio orden del Mundo. “Nosotros (dirá Malebranche) vemos en Dios a todas las cosas”. Por ser ahora el Mundo, de hecho, el contenido de la Teología natural, la tarea de ésta se autoconcebirá precisamente como la explicación, a partir del Infinito, de la realidad finita (por tanto, injusta, mala), como Teodicea o “justificación de Dios”.

A la Teología natural clásica (escolástica), en tanto ejecute intencionalmente el movimiento de trascendencia hacia un Dios transmundano, sólo le conviene adecuadamente el método de la via remotionis, que conduce, en el límite, a la concepción del Deus absconditus. Pero cuando quiere presentarse como un saber positivo, sólo podrá rellenar el infinito ámbito de la deidad trascendente con contenidos tomados del Mundo (la via eminentiae), hasta tal punto que Dios llegará casi a ser un duplicado (una imagen, un reflejo) del Mundo físico (el Dios corpóreo de Hobbes) y social (las relaciones de parentesco, por ejemplo, serán las relaciones que ligan a los dioses o a las Personas divinas). A medida que las realidades mundanas van incorporando mayor cantidad de contenidos económicos, la Teología irá cargándose también de componentes económicos. Pero estas influencias ascendentes, de abajo a arriba, pueden mantenerse en el marco de la Teología clásica más ortodoxa y aun constituyen precisamente el único canal para su normal alimentación. Hasta que la saturación de la Deidad por contenidos mundanos alcance su punto crítico. Es entonces cuando puede sobrevenir la inversión teológica y, con ella, la relación descendente entre la Teología y la Economía. Es ahora cuando la Teología natural puede dejar de verse como un simple espejo del Mundo que la alimenta (“los hombres hicieron a los dioses a su imagen y semejanza”, de Feuerbach) para convertirse en un crisol en el cual los propios contenidos mundanos se reorganizan según líneas aún no “realizadas” en la práctica; cuando la Teología natural deja de ser especulativa (reflectiva del Mundo) y puede comenzar a ser constitutiva de las nuevas categorías conceptuales que en el nuevo modo de producción están gestándose.

Indicios del proceso que llamamos “inversión teológica” se encuentran, sin duda, con anterioridad al siglo XVII, porque la inversión teológica, más que una operación única, es una operación repetida en diferentes círculos culturales. Aquí nos referimos al nuestro. Nicolás de Cusa, Miguel Servet o Giordano Bruno podrían ser citados al respecto. Sin embargo, es en el siglo XVII cuando los efectos de la inversión teológica se constatan a gran escala, como resultados que no dejan de ser sorprendentes. “La segunda Ley de la Naturaleza es que todo es recto de suyo, y por eso, las cosas que se mueven circularmente tienden siempre a separarse del círculo que describen… la causa de esta regla es la misma que la de la precedente, a saber, la inmutabilidad con que Dios conserva el movimiento de la materia” nos dice Descartes, Principia, XXXIX.

La apelación a Dios como principio de conocimiento, estaba recusada justamente por la filosofía escolástica (“argumento perezoso”). Y es precisamente Descartes, en nombre de un racionalismo exigente, quien apela constantemente a Dios para justificar los principios de la Física o los principios del conocimiento matemático (imposibilidad del matemático ateo). Pero Descartes no apela a Dios como una causa eficiente extrínseca, sino como una causa formal, desde la cual se ven las cosas según una nueva “modalidad”, a saber, la necesidad. (Por eso no cabe pensar en un matemático ateo, es decir, en un matemático que entiende como contingente un teorema de Euclides: entenderlo, es entenderlo como necesario, comprenderlo desde el punto de vista de Dios). “Dios, por la primera de las leyes naturales (el principio de la inercia) quiere positivamente y determina el choque de los cuerpos…”, dirá Malebranche. En cuanto a Leibniz, sin perjuicio de sus reticencias ante la cuestión malebranchiana (utrum omnia videamus in Deo) –por ejemplo, en sus Meditaciones de cognitione, veritate e ideis, 1684– bastará recordar a su método para derivar de las leyes del movimiento abstracto las del mundo concreto: “representarnos por la imaginación el procedimiento que Dios, en su sabiduría, ha podido emplear para diferenciar progresivamente lo homogéneo indiferenciado físicamente”.

Cuando de la Física pasamos a la Economía, la inversión teológica nos pone en presencia del proceso en virtud del cual son las propias Ideas teológicas aquellas que configuran los conceptos fundamentales de la nueva ciencia. Son precisamente estos textos aquellos que, siendo teológicos (y aquí está la paradoja), son al propio tiempo económico-políticos.

Consideremos el siguiente ejemplo. En el V Eclaircissement Malebranche vuelve a la cuestión, clásica en las disputas De auxiliis, sobre la razón de ser de los hijos de Eva que no van a ser elegidos para ingresar en el Templo. Es una cuestión central en las polémicas del jansenismo y del calvinismo. ¿Por qué Dios permite (y desea) el nacimiento de tantos hombres que no van a ser elegidos para “entrar en el templo”? Malebranche no ve aquí una cuestión moral (compasión ante los no elegidos), o jurídica (por ejemplo, una injusticia) o metafísica (¿qué libertad puede atribuirse a los que no fueron elegidos?), ni siquiera religiosa (los insondables misterios de Dios), sino un problema económico: el problema del despilfarro implicado en el hecho de que tantos hijos de Eva han nacido y no van a ser elegidos. Malebranche razona desde el axioma de la simplicidad de medios (un axioma económico) que preside la acción creadora de Dios. ¿No sería un medio más simple para Dios (es decir, no sería un proceder que supone menos gasto de energía para conseguir similar resultado) el crear únicamente aquellos hombres que van a ser elegidos? Respuesta: No, porque esto contravendría la manera divina de crear según “voluntades generales”, es decir, la fabricación en serie, sólo a partir de la cual será posible el “acabado” individual (Marshall subrayó –Industry and Trade– la tendencia francesa a no fabricar en serie y, en caso de hacerlo, a retocar los ejemplares individuales con colores y formas “personalizadas”). Contamos con que las personas que salen de la fábrica divina no posean todas el mismo “acabado”; contamos con que algunas han de romperse, como se rompen los platos de una cerámica, y otras han de salir dañadas. Algunas personas, en efecto, se dañan a sí mismas, retirándose del orden. Y por ello Dios está obligado a multiplicar los hijos de Eva para que el número de quienes van a ocupar las vacantes en el Templo esté saturado con los mejores. Ahora bien: ¿por qué Dios está obligado? Sin duda, por la propia racionalidad de su conducta, y esta racionalidad es aquí literalmente económico-política: difícilmente puede encontrarse en ningún escritor una explicación más cínica de la teoría del “ejército de reserva” característico del sistema capitalista, un sistema que en tiempos de Malebranche se encuentra en estado constituyente. Es el “trágico siglo XVII”, del que ha hablado E. Labrousse (Histoire économique et sociale de la France). El “punto de vista de Dios” que adopta Malebranche para comprender la superabundancia de los hijos de Eva no es sino el punto de vista “distanciado y frío” (por respecto de la perspectiva moral o psicológica) de la Economía política clásica, y que es constitutivo de su racionalidad transpsicológica. La “lógica pura” de la Economía fisiocrática (en rigor, su Ontología) aparece formulada en los principios del ocasionalismo. Esta lectura económica de Malebranche permitirá recuperar una gran parte de estos monumentos de la Metafísica del siglo XVII, de suerte que podamos ver en ellos, no ya el resultado del más extravagante delirio racionalizado, sino de la expresión de un pensamiento sobrio, seguro y preciso.

Si el ocasionalismo de Malebranche puede ponerse en correspondencia con el sistema del liberalismo fisiocrático, la “Monadología” de Leibniz armoniza muy bien con el sistema del liberalismo industrial (con el sistema mismo de la Economía política clásica, incluyendo a Le Say). La diferencia entre el ocasionalismo y la armonía preestablecida aparece de este modo: mientras en el sistema ocasionalista se reconoce el desorden, y, por tanto, la necesidad de una intervención eventual de una causa exógena al sistema (el milagro o, simplemente, la intervención subsidiaria del poder central), en el sistema de la armonía preestablecida, la entropía es nula y, por tanto, está excusada la intervención del Príncipe (del Gobierno) en los asuntos económicos. Tanto en la hipótesis de la armonía como en la hipótesis ocasionalista, se da una oposición entre las mónadas y el orden que reina entre ellas, en tanto este orden procede de Dios. Si coordinamos esas mónadas con los módulos del espacio económico, parece evidente que Dios debe coordinarse con el principio del orden económico entre los ciudadanos, que es el Gobierno, o el Departamento de Planificación. Pero, según esto, el sistema de la armonía preestablecida, lejos de prefigurar meramente el esquema de una sociedad de hormigas o de un Estado fascista, puede erigirse también en el modelo de una sociedad de mercado, presidida por los principios del más exacerbado liberalismo. “En lugar de decir que sólo en apariencia somos libres... habrá que decir que sólo en apariencia somos arrastrados, y que estamos en perfecta independencia con respecto a la influencia de las restantes criaturas” (Système nouveau de la Nature, 1695. Opera philosophica omnia, ed. Erdmann, pág. 128, párrafo 16). El axioma opuesto al de la armonía preestablecida es, según el propio Leibniz, el axioma ocasionalista. Se diría que Leibniz hubiera visto en el ocasionalismo la prefiguración de un Estado paternalista e intervencionista, aun cuando Malebranche y los fisiócratas quisieran reducir la asistencia de la Causa superior a situaciones extraordinarias y, por así decir, de emergencia.

El modelo monadológico, aun considerado en sus momentos más abstractos se presenta intensamente saturado de conceptos que en rigor son económicos. Ya los principios de la física leibniziana, por oposición al mecanicismo de los cartesianos, son principios holísticos, presididos todos ellos por un principio de economía, que es también el principio de la simplicidad de las leyes de la naturaleza, y que, para Leibniz, es una forma positiva del “principio de lo mejor”. Pero el principio de lo mejor no es meramente un principio moral o estático, sino precisamente un principio económico, que contiene aquello que Schumpeter llama, al exponer a Quesnay, la “lógica pura” de la Economía. Por último, el sistema de las mónadas, aplicado a la descripción de las relaciones entre los individuos humanos, nos ofrece un cuadro infinitamente próximo al que A. Smith diseñó en The Wealth of the Nations. En la “mano oculta” de A. Smith podemos ver ciertamente la prefiguración de la “astucia de la razón” de Hegel, pero también la realización de la armonía preestablecia de Leibniz. Con esto no queremos decir solamente que el modelo monadológico prefigura unos conceptos categoriales aún no positivizados, sino, sobre todo, que las propias categorías económicas, sin perjuicio de su autonomía categorial, se mantienen envueltas en las Ideas monadológicas, que las cruzan por todos lados. Y no solamente a las categorías de la economía capitalista, sino también a las de la economía marxista.

{MC 240 / ECE 133-138, 143, 153, 157-158, 159, 168, 169, 171 /
ECE 131-187 / → IML / → GFEO }

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