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Ontología (especial) abstracta / Ontología (especial) morfológica
La Ontología especial [72] que establece los diversos géneros de materialidad (M1, M2, M3) a través de los cuales se determina la realidad constituida en el Mundo material analiza este Mundo material haciendo abstracción de las configuraciones o morfologías en las cuales se manifiestan las diversas materialidades genéricas; sólo a título de ejemplos se refiere la Ontología especial abstracta a alguna morfología aislada: un dado hexaédrico ilustrará, por su corporeidad, el sentido de la materialidad primogenérica; en cuanto contenido de una tirada de un jugador podrá ilustrar el sentido de la materialidad segundogenérica y en cuanto elemento de una clase de dados (o de un cojunto de tiradas) que tiende a infinito, y en cuyo ámbito podrá aproximarse al concepto de dado perfecto, servirá de ejemplo de la materialidad terciogenérica.
Pero la materialidad del Mundo real no se agota en el análisis instituido por la Ontología abstracta. Los diferentes géneros de materialidad, sobre todo en el momento de su “intersección”, aparecen organizados en configuraciones o morfologías materiales características (“hoja de árbol”, “planeta”, “dado hexaédrico”, “clan cónico”, “Luna”, “boca”, “libro”, “molécula de ADN”…) cuya consideración global corresponde también a la Ontología especial. Esta es la razón por la cual el materialismo filosófico postula una Ontología especial morfológica [824] a lado de la Ontología especial abstracta (abstracta precisamente respecto de las morfologías). Por lo demás, la distinción entre estos dos “niveles” de la Ontología especial podría ser reconocida en sistemas filosóficos de muy diversa orientación (los ocho libros de la Física de Aristóteles constituyen una Ontología especial abstracta del Mundo, mientras que los libros sobre el Cielo o el Alma corresponden a una Ontología especial morfológica; las tres primeras vías de Santo Tomás se mantienen en el terreno de la Ontología abstracta y las dos últimas en el terreno de la Ontología morfológica; la Lógica de Hegel podría interpretarse como Ontología especial abstracta, mientras que la Filosofía de la Naturaleza y la Filosofía del Espíritu corresponden a una Ontología especial morfológica).
La cuestión central de la Ontología especial morfológica es la cuestión de la Scala Naturae, cuestión que no tiene por qué comprometerse con el “Mito de la Naturaleza” [414], es decir, con el sobrentendido de la Naturaleza [69] como una suerte de super-organismo “hipocrático” dotado de una finalidad o inspiración propia, mito latente en expresiones tales como “madre Naturaleza”, “sabia naturaleza”, o en programas similares al programa “Gaia” de Lovelock.
El materialismo filosófico se enfrenta críticamente con la teoría de los “niveles de complejidad o de integración” establecida para dar cuenta de la gradación de las diferentes categorías correspondientes a las ciencias positivas; teoría que envuelve la Idea de una Scala Naturae que se extiende “desde lo más simple y homogéneo hasta lo más complejo y heterogéneo”. La teoría de los niveles de integración (otras veces: “niveles de complejidad”, “niveles integrados”, o de “organización”) se presenta como alternativa tanto al monismo reduccionista (que intenta resolver los “niveles más complejos” en los “más simples”, por ejemplo, el nivel biológico en el nivel molecular: “todo es química”) como al pluralismo sustancialista (que postula la irreducibilidad de la vida biológica a la materia, o de la vida espiritual a la vida biológica, etc.). La teoría de los niveles de integración asume de un modo nuevo el viejo proyecto de una scala naturae unificada desde una perspectiva evolucionista (no procesionista, al modo de los neoplatónicos) pero tratando de evitar el reduccionismo de lo más complejo a lo más simple mediante el postulado de una emergencia de propiedades, cualidades o estructuras constituidas en el momento de formación de un nuevo nivel de integración o de complejidad. Generalmente, y auxiliándose casi siempre en la Teoría del Big-Bang [823], se parte de un nivel primario de integración, el quark, al cual sucederán otros niveles emergentes (moléculas, átomos, macromoléculas, mitocondrias, células… y jaguares, para emplear la fórmula de Murray Gell-Mann). De este modo, se reproducirá una “jerarquía” o escala de los niveles de complejidad, basada en la emergencia como concepto clave (como reconoce M. Bunge), que constituye la alternativa evolucionista a la vieja scala naturae procesionista. Los precedentes de la teoría de los “niveles de complejidad” podrían acaso ponerse en el evolucionismo decimonónico de H. Spencer; pero la teoría se ha desarrollado, sobre todo, por obra de físicos y biólogos amigos de los “libros de síntesis” en la segunda mitad del siglo XX (L. Law Whyte, D. Mesarovic, M. Bunge, J. Platt).
Sin embargo, la teoría de los niveles de complejidad o de los niveles de integración es muy oscura y confusa, sin perjuicio de su aparente claridad y distinción [791], derivada acaso de la utilización del esquema de las “cajas chinas” aplicado al Universo. Ante todo, porque la teoría se apoya en la constante ambigüedad entre los dos planos en los que juegan los niveles, a saber, el plano ontológico (el jaguar es más complejo que el quark) y el plano gnoseológico (la Biología sería más compleja que la Física). La ambigüedad consiste en la constante transferencia de la complejidad ontológica a una supuesta mayor complejidad gnoseológica. Pero en virtud del principio de autonomía categorial postulado por la Teoría del Cierre Categorial [788], no es evidente que a una mayor complejidad ontológica (a la mayor complejidad del jaguar respecto de los quarks integrados en él) haya de corresponder una mayor complejidad gnoseológica. Un dominio categorial (por ejemplo, el constituido por el campo de la teoría política) se ajusta generalmente a relaciones estructurales categoriales independientes y muchas veces más sencillas que las que corresponden a otros dominios categoriales implicados en su campo material (una clasificación de los sistemas políticos es más sencilla estructuralmente que una clasificación de las partículas elementales que son partes materiales [28] de los ciudadanos). Así lo reconocen, aunque sin sacar consecuencias y confundiendo constantemente el plano ontológico y gnoseológico, algunos expositores de la teoría: “el nivel organizativo de la evolución (dice Erwin Laszlo) no determina la complejidad estructural [sin duda se refiere a la estructura gnoseológica] de un sistema: el nivel superior no es necesariamente más complejo que sus subsistemas. Por ejemplo, la estructura de la molécula H2O es considerablemente más simple que la estructura atómica del hidrógeno y del oxígeno”. En cualquier caso, la jerarquía de la scala naturae de la teoría de los niveles de integración no ofrece ningún lugar a las matemáticas (que en la serie de las ciencias de Augusto Comte ocupaba el primer escalón), y esto constituye la mejor prueba del fracaso de una teoría que pretende abarcar a la totalidad de las categorías. El principio de autonomía categorial obliga, en consecuencia, a distinguir el concepto de niveles de integración (que es ontológico) y el concepto de nivel de complejidad (que pretende incorporar el momento gnoseológico), y considerar la tendencia a considerar la complejidad como paralela a la integración, como un mero efecto de la ideología jerárquica ligada a un “monismo del orden”.
Sobre todo, la teoría de los niveles de integración, en la medida en que apela a la Idea de emergencia creadora, y al monismo del orden, es incompatible con el pluralismo materialista, indisociable de la symploké [54]. El materialismo filosófico opone a la teoría de los niveles de complejidad y de integración, la autonomía de los dominios categoriales intersectados, y a la emergencia [91] vinculada a la integración, opone la anamórfosis [94] vinculada a la resolución de las “estructuras básicas” en la materia ontológico general [82].