Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
tomo 6
páginas 185-186

Verdad
II. De los grados de verdad por los que se juzga a los acusados

Podemos comparecer ante la justicia o por hechos o por palabras. Si comparecemos por hechos, es preciso que les conste a los jueces que son tan verdaderos como la pena a que condenan al culpable, porque si no tienen, pongo por caso, más que veinte probabilidades contra él, estas veinte probabilidades no pueden equivaler a la certeza de su muerte; si el juez desea tener todas las probabilidades que necesita para estar seguro de que no hace derramar sangre inocente, es indispensable que éstas nazcan del testimonio unánime de los deponentes que no tengan ningún interés en declarar. Con este concurso de probabilidades constituirá una opinión decidida, que podrá servir de excusa a la sentencia; pero como el juez no tendrá nunca completa certeza, no podrá jactarse de conocer perfectamente la verdad, por consecuencia, debe inclinarse siempre más a la clemencia que al rigor. Si sólo se trata de hechos, de los que no resalta ni mutilación ni muerte, es evidente que el juez no debe condenar ni a ser mutilado ni a morir al acusado. [186]

Si sólo se trata de cuestión de palabras, es todavía más evidente que el juez no debe disponer que ahorquen a sus semejantes por el modo cómo movió la lengua, porque todas las palabras del mundo se las lleva el aire, menos cuando las palabras excitan a cometer asesinatos, y es ridículo sentenciar a un hombre a muerte por decir esto o aquello. Poned en uno de los platillos de una balanza todas las palabras odiosas que se han dicho en el mundo, y en el otro platillo la sangre de un hombre, y es seguro que el platillo de la sangre pesará mucho más. El que compareció ante el juez acusado de haber proferido algunas palabras que sus enemigos tomaron en cierto sentido, todo lo más que merece es que el juez le dirija otras palabras, que él también puede tomar en el sentido que quiera. Pero condenar a un inocente al suplicio más cruel y más ignominioso por palabras que sus enemigos no comprenden, eso es demasiado bárbaro.


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