Filosofía en español 
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Abeja

Insecto del orden de los himenópteros según Cuvier, es decir, de los que vuelan ayudados de cuatro alas membranosas desunidas, desiguales y con venas. Según la clasificación de Latreille, pertenece este insecto a la familia de melíferos apiarios denominados authophilas o amigos de las flores. La abeja vive en sociedades numerosas, dispuestas con admirable orden tanto para su gobierno y reproducción, como para el ejercicio de la industria a que se dedican. Pertenece al antiguo continente, puesto que ya Virgilio hizo mención de ella, pero hubo de ser trasladado al nuevo mundo, al poco tiempo de su descubrimiento.

El cuerpo de la abeja está cubierto por unas partes de pelo y por otras de un vello muy delicado y casi imperceptible. Su color es por lo común poco variado. La sociedad a que pertenece se compone de tres castas: 1ª la de los machos: 2ª la de las neutras que se dividen en dos clases, obreras y criadoras: y 3ª la de las hembras. Los machos son más gruesos y velludos que las neutras, tienen la cabeza triangular, los ojos dilatados y juntos por la [202] parte superior de la cabeza, y mucho pelo en los pechos: carecen de aguijón y son inútiles para el trabajo. Juntan en el aire con la hembra y no cesan de volar mientras dura el coito. Concluido este queda la hembra fecundada para un año entero, y aun para toda su vida si hemos de dar crédito a algunos autores. Pero el macho deja sus órganos genitales en los de la hembra, y muere inmediatamente sin ver el fruto de su alianza. Y como en cada sociedad no hay más que una hembra para la cual basta un solo macho, todos los restantes son objeto de animadversión para la muchedumbre desde que los hijos de la hembra fecundada salen a luz y reclaman el alimento de las criadoras. Las obreras entonces temiendo que falten los alimentos devoran a los machos: esta matanza suele verificarse en el mes de agosto, y dura a veces tres días. El número de los machos en cada enjambre suele ser de trescientos a ochocientos.

La hembra suele ser del mismo tamaño que los machos, excepto cuando está fecundada que parece mucho mayor, porque su abdomen está dilatado a causa de los huevos que encierra. Su cabeza no es triangular ni sus ojos se tocan en la parte superior de la cabeza como sucede en los machos; pero tiene un aguijón en la extremidad posterior del cuerpo, cuya base dicen algunos naturalistas, es una ampolla venenosa. Esta arma se compone de tres hilos escamosos dentro de los cuales hay un estuche redondo por arriba acanalado y abierto por abajo, y en cuyos extremos se ven otras dos piezas escamosas guarnecidas cada una de diez y seis púas. Cuando el insecto hace uso de su arma separa las piezas del estuche y como suele romperlas al hacer esfuerzo para sacarlas, queda muerto en el acto. Los naturalistas conocen con el nombre de reina a la hembra de cada enjambre.

Las abejas neutras son mas pequeñas que las dos anteriores: su estructura y constitución no dejan duda alguna de que la naturaleza las ha destinado al trabajo. Las mandíbulas de su boca tienen forma de cuchara: en el extremo de sus patas posteriores hay una concavidad cubierta de pelos dispuestos a manera de brocha. En este lugar es donde recogen el polen de los estambres preparado en pelotas muy pequeñas: y en otras brochas que revisten el lado interno del primer artículo de los tarsos posteriores, reúnen un polvo que por medio de cierta preparación viene a ser el alimento de las crías.

Las abejas criadoras son más pequeñas y están menos acostumbradas a volar que las obreras: preparan los alimentos de las crías según quieren producir neutras o hembras, pues tan maravillosa ha querido mostrarse la naturaleza en la producción de estos animales que les ha dado un instinto negado al hombre y a [203] todos los otros seres, el de variar la proporción de los sexos sin sufrimiento ni riesgo de los individuos.

Expongamos ahora detalladamente el orden, las costumbres y las ocupaciones de esta sociedad industrial, describiendo la historia de un enjambre desde que entra por primera vez en la colmena hasta que después de haber criado una nueva generación la abandona.

Cuando las abejas entran en el corcho que se les destina se ocupan ante todo de barnizar perfectamente sus paredes interiores con una especie de resina muy consistente llamada própolis que recogen las obreras en los árboles. Esta materia se endurece, se hace impermeable, y he aquí a la república puesta a salvo de los rigores de la intemperie. Con el mismo própolis suelen cubrir los cuerpos extraños introducidos en la habitación, y que no pueden extraer por su demasiado peso. Concluida esta operación se dedican las obreras a construir los almacenes que han de contener las provisiones del año, y los alveolos destinados a los huevos de la reina. Estas habitaciones son todas de cera. No están conformes los naturalistas sobre el origen y formación de esta sustancia: unos aseguran que las abejas revolcándose en lo interior de las flores dejan caer el polen con su movimiento, lo recogen en el pelo del pecho, forman con el unas bolas muy pequeñas, lo llevan a la colmena donde lo entregan a los otros individuos de su especie, estos lo tragan y después de algún tiempo lo arrojan por la trompa convertido ya en cera. Pero otros que han hecho con más detenimiento la disección de una abeja y han encontrado en los anillos del abdomen pedazos de cera formados en este lugar, afirman que las sustancias animales entran en la formación de aquel producto en mayor cantidad que se creía: y fundados en otras nuevas experiencias, han descubierto que no en el polen y sí en la sustancia azucarada de la misma miel es donde se halla la primitiva de la cera.

El edificio es de un orden muy sencillo: compónese de panales paralelos entre sí y separados por ciertos espacios. Cada panal tiene dos superficies que contienen con poca diferencia un número igual de celdillas exágonas colocadas las unas sobre las otras. Estas son de tres clases, las más pequeñas que son también las más numerosas, contienen miel y entonces están cerradas herméticamente o sirven de cuna a las larvas de las abejas neutras: otras algo mayores pero de forma parecida, contienen los huevos donde están los machos y otras mas espaciosas y sólidas sirven de habitación a las reinas.

Cuando la hembra conoce que está concluido el edificio y preparadas las celdillas, recórrelas todas asomando la cabeza en cada [204] una como para examinar si está bien acabada la obra. Vuelve luego a visitarlas introduciendo en ellas la extremidad del abdomen, y deponiendo en cada una un huevo oblongo, algo corvo, de color blanco azulado y una línea de largo. Todos los que pone durante los seis primeros meses contienen engalladuras de neutras: durante el mes próximo pone los de los machos, y por último muy pocos de los que contienen las hembras. A los tres días se abren estos huevos saliendo de ellos un gusano sin pies, blanco, blando, arrugado que permanece inmóvil en el fondo de su alveola, y se llama la larva. Cuando las criadoras se enteran de su nacimiento acuden presurosas a alimentarlo con una papilla espesa e insípida, pero que va adquiriendo un sabor más dulce a medida que va creciendo el gusano. A los cinco o seis días, hila este en derredor de sí una seda muy fina, en la cual se enreda y deja la piel, tomando una nueva forma que se llaman de ninfa. Cuando la larva empieza a hilar las criadoras dejan de traerle alimento y cierran herméticamente la puerta de su alveola con una capa de cera. Incomunicado así de todas las abejas, a los tres días ha tomado ya el gusano su forma decisiva, pero hasta los siete u ocho no tiene fuerza bastante para romper el techo de su habitación y venir a posarse sobre el borde de ella. Cuando esto sucede rodéanle multitud de criadoras, que le secan con su lengua, llevan a su boca el alimento y le cuidan de manera que a los pocos días le ponen en estado de poder ayudarlas en sus tareas, y de acompañar a las obreras en sus expediciones. En el espacio de dos meses suelen criarse de este modo hasta 10 y 12.000 abejas.

Las larvas de los machos, son criadas del mismo modo, pero gastan más tiempo en desarrollarse. Sin embargo, cuando han adquirido fuerzas para volar, abandonan la colmena y acuden a las plantas en busca del alimento. Salen por la mañana y no vuelven sino de noche, o a las horas de más calor; siendo de notar que durante este tiempo se curan poco de los intereses comunes y atienden solo a su peculiar provecho.

Pero las larvas de las hembras o reinas, son tratadas por las criadoras con mayor distinción y cuidado. Alimentanse desde luego de una papilla, más espesa y sustanciosa que la de las neutras y cuyas propiedades son tales, que en ellas consiste hacer de la larva una hembra fecunda o una neutra trabajadora. Hase demostrado este aserto tomando una colmena y extrayéndole la reina: entonces las criadoras se han apresurado a ensanchar la alveola de una larva neutra a la cual han suministrado el alimento real; y como no estando separada esta alveola de las otras hubiesen caído algunas gotas de aquel alimento en las habitaciones [205] vecinas las abejas criadas en ellas han participado proporcionalmente del sexo femenino. Suministrado pues irregularmente el regio manjar, ha producido hembras incompletas, que habiéndose juntado con los machos solo han procreado individuos de este sexo. Habiendo un naturalista extraído la reina de una colmena, e introducido en su lugar una de estas hembras incompletas, observó que al principio y durante la postura, todos respetaron al monarca intruso, pero que apenas llegaron a entender las criadoras que las larvas eran todas de machos, cesaron de alimentarlas y las fueron ahogando en sus propias alveolas.

Cuando la larva de la reina comienza a labrar el hilo que la transforma, las criadoras cubren también su alveola, pero con una techumbre más consistente que la de las neutras; y como si el regio insecto no debiese aparecer a la vista de sus súbditos, sino con todo el aparato de su poder y de su majestad, permanece encerrado diez y seis días, y no rompe las puertas de su prisión hasta que ha adquirido todo su desarrollo y se encuentra en estado de ostentar su preeminencia. Entonces sale repentinamente de su palacio y vuela a los de sus rivales que son como si dijéramos las otras princesas de la sangre, las reta a mortal pendencia: acométense con gran furia las combatientes: a la media hora de lucha ya está el campo sembrado de cadáveres, pero sin desmayar por eso las que sobreviven, sino que al contrario continúan peleando con mayor encarnizamiento hasta que una sola queda dueña del campo. La hembra vencedora empuña en seguida el cetro, y cuando conoce que todos sus súbditos han adquirido el conveniente desarrollo, les ordena abandonar la patria. Cuando esto sucede, las neutras dejan repentinamente de trabajar, óyese en la colmena un rumor sordo, presagio de memorable suceso, y a los pocos instantes sale de ella parte del enjambre, precedido por la reina y formando por su disposición y por su orden un verdadero cuerpo de ejército. Si entonces se les presenta otro corcho frotado con plantas olorosas y algo embarrado de miel, el enjambre se acoge a él inmediatamente y lo dispone en la misma forma que el anterior dando principio a una nueva cría. Así una colmena puede producir hasta tres enjambres por año, teniendo cada uno de cinco a seis libras de peso.

La miel que se halla en los panales y que sirve de alimento a las mismas abejas, no es otra cosa que el jugo de ciertas glándulas de las flores, al cual han dado los botánicos el nombre de nectario. Digerido este jugo por la neutra, queda despojado de su aroma y de la materia viscosa a que estaba unido, y por medio de una operación particular verificada en el estómago del insecto queda convertido en miel. La abeja deposita después este líquido en las [206] alveolas dispuestas al efecto, tapando cuidadosamente con una capa de cera aquellas que deben conservar las provisiones para el invierno, y dejando descubiertas las destinadas para los alimentos del día. Sucede a veces que en lugar de depositar la miel en las alveolas la llevan a las neutras trabajadoras, y se la ofrecen alargando la trompa para evitarles la precisión de abandonar su ejercicio.

La vida de las abejas suele durar dos años, a pesar de que algunos naturalistas pretenden que se prolonga hasta siete. El otoño y la primavera son periodos mortales para estos insectos: en ellos suele morir casi la tercera parte de cada enjambre, fuera de los que son devorados por otros animales sus enemigos. Cuéntanse entre estos las golondrinas, los abejarucos, los pavos, los gorriones, y las avispas que se alimentan ora de sus cuerpos, ora de la miel encerrada en sus estómagos. El turón es sin embargo el más formidable de sus enemigos: en una noche de invierno y cuando las abejas están entorpecidas por el frío, suele destruir la más poblada colmena. La mariposa que nace del gusanillo de cera suele introducirse de noche en los corchos, deposita sus huevos en el rincón de una alveola, y los transforma en gusanos que destruyen toda una cría.

El origen de la asociación de las abejas se pierde en la oscuridad de los siglos, pues algunos monumentos que nos quedan del antiguo Egipto dan a entender que en los tiempos más remotos existían ya estos insectos del mismo modo que los conocemos hoy. Con este motivo se ha suscitado entre algunos naturalistas la cuestión de si la sociedad es el estado innato de dichos animales, o bien si comenzó más adelante perfeccionándose sucesivamente hasta llegar al estado de firmeza con que la conocemos. Es muy probable, dice un naturalista, que las abejas permanecieran largo tiempo en estado salvaje, como todavía suelen hallarse algunas que viven solitarias o reunidas en corto número en las cavidades de las rocas o en los oscuros huecos de los árboles. En un estado social tan precario y tan imperfecto es probable que estos animales conocieran hasta que punto estaba amenazada su existencia: machos que no querían o no podían trabajar, y neutras que veían perecer la casi totalidad de su progenie por no poder alimentarla, eran malos elementos de conservación. No es pues imposible que las abejas madres llegaran a comprender la influencia del alimento dado a las larvas de su sexo sobre el desarrollo de los órganos de la reproducción, e idearan un estado social en el cual distribuido este alimento con la medida conveniente estableciese la debida proporción entre los individuos de su descendencia, haciendo de ellos en vez de seres independientes pero miserables, animales útiles y trabajadores aunque sumisos vasallos: es decir, que inventaran para sus [207] hijos una especie de castración, administrándoles ciertos alimentos. Privados estos seres de la facultad de reproducirse sin experimentar ninguna sensación desagradable, pudieron reconocer una gran ventaja en esta modificación de su existencia, y querer hacerla extensiva a las generaciones futuras. Dueñas así las neutras criadoras de cambiar el sexo de sus pupilas, fueronlo también de la elección de su soberana, y he aquí un monarca verdadera hechura de su pueblo y cuyo poder sin embargo es inmutable, necesario, eterno, inherente a su propia naturaleza; he aquí una reina sacada de la nada por su pueblo, y cuya superioridad sin embargo es de tal naturaleza que no puede ser blanco de privadas ambiciones, ni motivo de encarnizadas discordias.

Oigamos ahora al célebre naturalista Lenorman sobre el modo de reunir los enjambres y de disponer los panales para lograr buenas cosechas de miel y de cera.

Para detener un enjambre de los que acostumbran salir en la primavera, se le arroja al aire tierra, agua o arena, y luego que se ha logrado hacerle parar sobre algún árbol, se coloca debajo el nuevo corcho; sacúdense fuertemente las ramas del árbol, caen al suelo las abejas posadas en ellas, y se acogen a la próxima morada. Mas para asegurarse contra todo riesgo debe el cultivador hacer por sí mismo la separación de las abejas, anticipando la época de su partida. En los primeros días de mayo a las diez de la mañana que es cuando están fuera del corcho la mitad de las trabajadoras, debe dirigirse contra la entrada de la colmena una columna de humo. No bien advierten el riesgo las guardas de servicio, llevan la noticia a sus hermanas, muchas de las cuales acuden a cerciorarse de la verdad del suceso. Entonces debe dirigirse contra ellas una nueva humareda que las obligue a volar y remontarse en compañía de la reina: levántase entonces la colmena sin peligro alguno, se coloca a alguna distancia, se vuelve de arriba abajo y se le pone encima otra colmena vacía humedecida con agua. Las abejas entonces se apresuran a entrar en su nueva habitación, y verificado este tránsito, se coloca cada colmena en su lugar respectivo. Las obreras de la nueva colmena se ocupan en seguida de arreglar su edificio y de labrar nuevos panales: las de la colmena antigua se emplean en la crianza de una nueva reina, eligiendo para esta dignidad alguna de las larvas que siempre abundan en la primavera.

Las colmenas que empiezan a usarse en el día son muy superiores a las antiguas. Consisten en cuatro cajoncitos colocados exactamente unos sobre otros en forma de paralelepípedo y cubiertos superiormente por una tabla. Estos cajones están atravesados por barras horizontales que sirven para sostener los panales. Cuando llega el otoño, que es la época de recoger la cosecha se rompe la [208] pasta resinosa con que las abejas han cubierto los dos cuadros superiores y tapado sus junturas, y así quitando un cuadro cada año y poniendo otro vacío en su lugar, se recoge la mejor miel que es la que está en la parte superior, sin necesidad de matar el insecto como generalmente se hace hoy.

Los antiguos explicaban de una manera prodigiosa todo lo perteneciente a las abejas. Así, suponían que un toro muerto podía producirlas, de la misma manera que del tuétano podrido de un cadáver humano salían en su juicio serpientes venenosas, y de la carne de asno muerto los caracoles. No se necesitan en verdad semejantes fábulas para admirar los secretos designios de la Providencia.