Filosofía en español 
Filosofía en español


Félix Varela Morales

Varela y Morales (Félix Francisco José María de la Concepción). Biografía. Literato y filósofo cubano, nacido en la Habana el 20 de Noviembre de 1788 y muerto en San Agustín de la Florida el 18 de Febrero de 1853. A los catorce años ingresó en el Real Colegio de San Carlos y a los veintitrés fue ordenado de sacerdote. El mismo año obtuvo por concurso la cátedra de latín y retórica del Seminario, para lo cual el entonces obispo Espada hubo de otorgarle dispensa de edad. A dicha enseñanza unió el joven profesor la de la filosofía, de la física y de la química. Al mismo tiempo que cursaba la carrera eclesiástica, frecuentaba las aulas universitarias y obtenía los correspondientes títulos académicos. En 1820 fue nombrado para regentar la cátedra de economía política, dejando entonces la de la filosofía, que había desempeñado durante nueve años. Al poco tiempo obtuvo por oposición la cátedra de derecho constitucional. En 1821 fue elegido diputado a Cortes y salió para la Península, dejando como substituto a su discípulo predilecto J. A. Saco. Aprovechando las ventajas del régimen parlamentario, no dudó en pedir ante el Gobierno español y desde los escaños del Congreso de los Diputados la creación para su país de una Diputación provincial permanente e inamovible con amplios poderes para resolver todos aquellos asuntos que afectaban directamente al país y que en nada mermaban los derechos de la soberanía de la metrópoli; por esta razón fue considerado por algunos como el primer campeón de la autonomía colonial de Cuba. La reacción que sobrevino más tarde obligó a Varela a expatriarse, embarcándose para los Estados Unidos y fijando su residencia en Nueva York. En esta capital publicó El Habanero; en 1845 fue elegido vicario general de aquella capital, en cuyo cargo se captó las simpatías de toda la comunidad católica de la América del Norte. Agotado por el trabajo y sintiéndose enfermo, retiróse Varela a San Agustín de la Florida para buscar un clima más benigno, extinguiéndose allí dulcemente su vida. Sepultado en dicha ciudad, salió de Cuba uno de sus discípulos predilectos para recoger sus cenizas, pero a ello se opusieron tenazmente los irlandeses y los demás católicos, manifestando que no se dejarían arrebatar «ni un solo cabello» del virtuoso sacerdote. Varela había colaborado en la Miscellánea, Revista de la Habana, Diario del Gobierno, Observatorio Habanero, Revisor Político y Literario, Mensajero Semanal, y publicó: Observaciones sobre la Constitución política de la Monarquía española (1821); The protestant abridge and annotator, y una serie de obras filosóficas.

El nombre de Varela ha pasado a la posteridad con la aureola del hombre sabio y bueno. En cuanto a sus méritos literarios y científicos, ha escrito un compatriota suyo, el doctor Zambrana: «Habrá quien ostente más erudición, más lujo de frases y más habilidad, si se quiere, en recurrir a pruebas extraordinarias para sostener sus opiniones, pero no quien manifieste más exactitud y severidad en sus investigaciones, ni un juicio más sólido y certero, ni una sencillez más persuasiva, ni quien mejor interrogue a la naturaleza, ni quien con más claridad explique sus leyes bienhechoras, ni quien con más firmeza y tino nos conduzca por sus senderos. Varela explica y todos le comprenden». Para juzgar sus dotes morales y su carácter humanitario reproduciremos aquí una anécdota que los periódicos publicaron a raíz de su muerte. Hallándose Varela sentado a la mesa para comer, se le presentó una atribulada señora pidiéndole socorro para sus hambrientos hijos. «No tengo dinero, contestó el sacerdote, pero tomad esta cuchara de plata, vendedla y socorred a vuestros hijos con su importe.» La cuchara llevaba las iniciales de su dueño y el aspecto indigente de la señora hizo que se sospechase de ella cuando iba a venderla, siendo detenida por la policía, y Varela, llamado a declarar, hubo de confesar un hecho que sin aquella circunstancia nadie hubiera conocido. Hombre humilde, prefirió ser un simple ministro del Señor, habiendo declinado siempre la oferta que se le hizo del episcopado.

Dedicó Varela gran parte de su actividad a la filosofía y al cultivo de las ciencias morales y políticas afines a ella. En 1812 publicó en latín unas Institutiones Philosophiae eclecticae en dos tomos, y en 1814, como continuación de la misma obra, otros dos tomos en español. Desde 1816 publicó un Elenco para los exámenes de filosofía; Apuntes filosóficos para la dirección del espíritu humano (1818; 2ª ed., 1820); Lecciones de Filosofía (1818; 2ª ed., Nueva York, 1824); Miscelánea filosófica (Habana, 1818; 2ª ed., Madrid, 1821; 3ª ed., Nueva York, 1827; también hay una edición publicada en Méjico); Lección preliminar del Curso de 1818; Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad (Nueva York, 1835-3; hay edición de 1836 y 1841 en Madrid); Máximas morales y sociales (1818); Influencia de la ideología en la marcha de la sociedad (1817), discurso pronunciado en la Sociedad Patriótica de la Habana. De sus Lecciones de Filosofía se hicieron cinco ediciones, algunas de ellas en Nueva York y Filadelfia (1818-1820, 1824, 1827), y otras en Méjico. Son igualmente curiosos sus fascículos Resumen de las doctrinas metafísicas y morales (1814); Doctrinas físicas o conclusiones de término para sus alumnos de filosofía (1814); Observaciones sobre la Constitución política de la Monarquía española (Habana, 1821), y Carta a propósito del eclecticismo (1840). Colaboró últimamente este escritor en la Revista bimestre Cubana (1831) y en The Catolic Expositor and literary Magazine, de Nueva York, donde publicó un estudio sobre el origen de las ideas y otro sobre la filosofía de Kant (1841-1843), y tradujo el Manual de la práctica parlamentaria, de Jefferson (1826) y los Elementos de química aplicada a la agricultura, de Davy (1826). Varela es uno de los más conspicuos representantes de la Filosofía en Cuba. Su paso por la Universidad dejó una profunda estela en la historia de los estudios filosóficos de la Habana, pues desde que en 1811 reemplazó a Luz Caballero en la cátedra de Filosofía hasta su muerte no dejó un solo momento de influir en los jóvenes estudiantes y en la intelectualidad de la Gran Antilla.

Vidart resumió en estos términos la filosofía de Varela y Morales: El autor es un verdadero ecléctico... combate el excesivo apego á la autoridad; no acepta la doctrina cartesiana, ni tampoco la sensacionista, y pone la reflexión como el término superior entre ambos extremos. En las cuestiones disputadas en su tiempo en la Habana: si la enseñanza de la filosofía debe empezar por la física ó por la lógica; si debe admitirse la utilidad como principio y norma de las acciones; si debe aceptarse el sistema de Cousin, contesta Varela y Morales diciendo que es indiferente empezar por la física o por la lógica. En cuanto a lo segundo, cree necesario admitir una regla que sirva de criterio para la utilidad de los actos humanos y pone esta regla en el bien. Por último, aunque su posición es ecléctica, combate duramente el sistema llamado así en su tiempo, o sea el espiritualismo híbrido de Cousin. No estima panteísta el sistema, pero no duda en calificarlo de una nada sonora.

El estudio que dedicó Guardia á Varela y Morales es muy superior a la visión simplista y fragmentaria de Vidart. Las Lecciones de Filosofía representan una reacción súbita y radical contra la enseñanza de su época. «Tomé la escoba, dice el autor, y empecé a barrer, determinado a no dejar ni el más mínimo polvo del escolasticismo, ni del inutilismo, como yo pudiese apercibirlo.» En estas discrepancias fue más lejos de lo debido, pues no supo distinguir entre la lógica degenerada y la verdadera metafísica. Respondiendo a simpatías por la filosofía del siglo XVIII, llevado al mismo tiempo por un espíritu humanizador y de pedagogo, suprime del cuadro de sus enseñanzas la ontología y cuantos problemas con ella se relacionan. Quiere permanecer fiel a la ciencia y a los métodos empíricos. Por esta razón Varela y Morales opone a la escolástica la ideología empírica de Locke y Condillac. Rechaza el exclusivismo del método deductivo y del principio de autoridad, la enseñanza memorista, las tendencias egoístas, la indiferencia en cuanto al patriotismo, los prejuicios, la superstición religiosa y el tradicionalismo rígido. Su discurso de recepción en la Sociedad Patriótica de la Habana en 1817 es un intento de rectificar la organización social según los principios de la ideología, única que a su juicio sabe inculcar la observación y el análisis. «El verdadero maestro, decía en aquella ocasión, es la naturaleza... es preciso concluir por donde ahora se empieza.» Con estas palabras aludía a las reglas que en vez de preceder deben seguir a los hechos. «Este reformador de veintitrés años, dice Guardia, era todo un carácter, tenía valentía y firmeza; ...gracias a él, la retórica cedió su puesto á la filosofía, y el método inductivo se impuso a los jóvenes filósofos por un curso de física y de química, en que las experiencias reemplazaban el raciocinio y preparaban el camino a las ciencias naturales y al conocimiento del mundo orgánico.»

Distinguióse Varela y Morales también como orador sagrado. Su sermón pronunciado en una de las principales parroquias de la Habana el 28 de Octubre de 1812, en vísperas de elecciones, le señaló entre sus conciudadanos como futuro diputado a las Cortes españolas. Revelan un espíritu abierto y conciliador el elogio de Fernando VII (1818) y las oraciones fúnebres de José Pablo Valiente (1818) y de Carlos IV (1819). Como político, fue un convencido del régimen constitucional, mediante el cual veía respetados los derechos de la colonia y de los ciudadanos. Votó la deposición provisional del rey y la regencia en conformidad con Alcalá Galiano y fue más tarde perseguido como sus colegas liberales.

Bibliografía.: J. M. Guardia, Philosophes espagnols de Cuba: Félix Varela, José de la Luz, en la Revue Philosophique (t. I. págs. 51-164, 1892); Ignacio Rodríguez, Vida del filósofo Varela. Además: J. M. Mestre, De la filosofía en la Habana (1882); L. Vidart, La Filosofía española (Madrid 1866).