Filosofía en español 
Filosofía en español


Gaspar Melchor de Jovellanos y Ramírez

Biog. Literato y político español, nacido en Gijón el 5 de Enero de 1744 y muerto en el puerto de Vega, en los confines de Asturias, entre Luarca y Navia, el 27 de Noviembre de 1811. Aunque se le llamó siempre Gaspar Melchor, Ceán Bermúdez afirma en unos apuntes publicados por Gómez Centurión, en el Boletín de la Real Academia de la Historia (t. LIX, pág. 483), que en el bautismo le pusieron los nombres de Baltasar, Melchor, Gaspar, María. Sus padres, pertenecientes a la nobleza asturiana, pensaron dedicarle a la iglesia para que pudiese servir de amparo a sus ocho hermanos, y especialmente a las hembras, que eran cuatro. Estudió primeras letras y latín en su país, filosofía en Oviedo, leyes y cánones en Avila, cuyo obispo, encantado de su talento y aplicación, le confirió la institución canónica de dos beneficios, y al verle licenciado en ambos derechos (1764), le proporcionó una beca de colegial mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares. Disponíase en 1766 a presentarse a las oposiciones de la canonjía doctoral de la catedral de Tuy, cuando en Madrid, sus amigos, y, sobre todo, su tío, el duque de Losada, sumiller de Corps, le persuadieron que desistiese de la carrera eclesiástica, prometiéndole el ingreso en la magistratura, y, en efecto, después de una tentativa infructuosa, fue nombrado en Octubre de 1767 alcalde de la Cuadra o del Crimen de la Audiencia de Sevilla, de la que pasó a ser oidor en 1774, distinguiéndose por su laboriosidad e inteligencia en todos los informes y comisiones que le fueron confiadas. Olavide, Asistente de Sevilla, en cuya tertulia brillaba Jovellanos y Ramírez, le aconsejó que se dedicase a las ciencias e idiomas, y fueron fruto de sus estudios importantes iniciativas. Estableció en Sevilla, dice Nocedal, «escuelas patrióticas de hilaza, buscó por sí mismo los edificios en que se debían plantear, maestros expertos que supiesen dirigir, tornos y lino para las discípulas; proporcionó recursos; hizo el reglamento por que todas se habían de gobernar, y propuso premios para las que hiciesen mayores progresos. Introdujo en la provincia un modo de perfeccionar la poda de los olivos y la elaboración del aceite, trabajando mucho, y no sin algún resultado, en mejorar el beneficio de las tierras, los instrumentos agrarios y las pesquerías de las costas de aquella parte del Océano; procuró introducir el uso de los prados artificiales, y con sus consejos y socorros auxiliaba a gran número de inteligentes artistas y de menestrales honrados». En Sevilla fue donde empezó a escribir poesías, adoptando el nombre poético de Jovino. «Fue poeta, dice Cejador, por esparcimiento y como persona culta, cual pueden serlo los hombres de entendimiento y sensibilidad que no han nacido poetas. Sobresalió en la sátira censoria de las costumbres y de las letras, en el tono de los Argensola, aunque sin su vena ática, rica, espontánea. Sentía, con todo, a la vez que filosofaba y mostraba su alma religiosa, grande y delicadamente, como lo dicen su drama El delincuente honrado, sus epístolas al duque de Veragua, desde el Paular y a Ceán Bermúdez, sobre los vanos deseos y estudios de los hombres. Era mediano versificador y abusaba de las licencias; mediano crítico, que lo ponía todo en el estudio de las rastreras Poéticas de su tiempo y en el cumplimiento de sus reglas. Su magisterio doctrinal atrajo a los poetas sus amigos de Salamanca, echando a perder las últimas obras de Valdés y de fray Diego González, a quienes sacó de sus casillas campestres y amorosas para llevarles a las filosófico sociales. Sus dos sátiras y la epístola de El Paular son, a pesar de todo, de las mejores, acaso las mejores poesías del siglo XVIII, hondas, recias, sinceras. y espontáneas.» En 1769 compuso la tragedia Pelayo, pero no se representó hasta 1792, modificándola y cambiándole el titulo por el de Munuza. En 1774 publicó El delincuente honrado, «primera obra española, según Menéndez y Pelayo, digna de memoria en aquel género de tragedia ciudadana o de comedia lacrimosa que aclimataron y defendieron en Francia La Chaussée y Diderot, y que es, sin disputa alguna, el germen del drama moderno de costumbres. En este ensayo de la mocedad de Jovellanos y Ramírez hay calor de afectos verdaderos y simpáticos, efusión de alma y hasta interés escénico, a vueltas de mucha declamación filantrópica, enteramente ajena del teatro. Sólo teniendo un concepto del arte tan radicalmente falso como el que parece haber tenido Jovellanos y Ramírez, se concibe que escribiera un drama para impugnar una Pragmática de Carlos III sobre desafíos. Y no es la menor prueba de su grande entendimiento el haber salido lucidamente de tan mal paso.» En 1778 marchó a Madrid, nombrado alcalde de Corte, pasando dos años después a la plaza de consejero de órdenes. A poco de llegar a Madrid, ingresó en la Academia de la Historia; dos años más tarde tuvo lugar su entrada en la de Nobles Artes de San Fernando, y en 1781 le concedió la Española el título de académico supernumerario. Es imposible enumerar aquí la serie de trabajos científicos, artísticos y literarios que salieron de su pluma en el transcurso de diez años, ya por encargo de las Academias de que formaba parte, ya del Tribunal en donde ejercía un cargo, ya de las Academias de Cánones y Derecho patrio fundadas por Carlos III y a las que perteneció. Quien lea en la Colección Rivadeneyra sus informes, dictámenes y discursos sobre tantas y tan diversas ramas del saber, quedará maravillado, dice Nocedal, «por aquella extensión de conocimientos, aquella profundidad de estudios, aquella seguridad de doctrina, aquella claridad en la expresión, aquella elocuencia vigorosa, aquella sensibilidad, aquel exquisito tacto que resplandecen en todos sus escritos. La vida entera de un hombre se necesita para adquirir los rudimentos no más de las ciencias en que sobresalió; parece imposible que el cronista de la arquitectura sea el profundo jurisconsulto y canonista eminente; que el poeta inspirado del Paular sea el sabio economista; que escriba con igual acierto y con la misma superioridad sobre literatura, sobre artes, sobre la roturación de los campos, sobre el cultivo de las tierras, sobre la conservación y aumento de nuestra ganadería, sobre la extracción y contratación de nuestros productos». Poco antes de morir Carlos III, leyó en la Económica Matritense su Elogio, que no es lo mejor que salió de su pluma; por encargo de la misma sociedad compuso un informe dirigido al Real Supremo Consejo de Castilla con motivo de un expediente de Ley agraria, monumento admirable, la obra más notable que escribió Jovellanos y Ramírez, y que, como dice el autor antes citado, «puede presentarse como modelo, así por la claridad y sencilla elegancia del lenguaje como por la profundidad de las ideas; así por el acierto en recorrer y presentar los males como por el tino en señalar los remedios. En este último punto se puede muy bien no discurrir ni opinar siempre como Jovellanos y Ramírez; pero nadie dejará de tributarle el respeto que merecen opiniones sinceramente profesadas, vigorosamente expuestas y razonadas con un caudal de noticias y de observaciones a que no es dado llegar sin grandes estudios, sin vasta capacidad y sin gran elevación de miras y alteza de pensamiento». Su Consulta acerca de la jurisdicción temporal del consejo es un brillante resumen de la historia política de las órdenes militares y el Reglamento del Colegio Imperial de Calatrava constituye el plan de enseñanza más completo y perfecto que hasta entonces hubo en Europa. Por haber defendido privadamente a su amigo el conde de Cabarrús, y, según algunos autores, a causa de unas poesías en que censuraba a ciertas damas de la corte de Carlos IV, fue desterrado en 1790, alejándole de Madrid, con el pretexto de que informase sobre las minas de carbón de Asturias, y tras breve residencia en Salamanca, llegó a Gijón, en donde fundó el Instituto Asturiano, abierto en 1794, «para enseñar las ciencias exactas y naturales, para criar diestros pilotos y hábiles mineros, para sacar del seno de los montes el carbón mineral y para conducirle en nuestras naves a todas las naciones». Por encargo de la Academia de la Historia escribió en 1790 su bella Memoria sobre los espectáculos y diversiones públicas de España, en la que clama por el «destierro de casi todos los drarnas» que ocupaban la escena española, y no se refiere sólo a los estúpidos abortos de los autores de su tiempo, sino también a los de nuestros dramaturgos del siglo de oro, cuyos méritos literarios, que Jovellanos y Ramírez reconoce, no bastan a vencer «a la luz de los preceptos y principalmente de la sana razón» los «vicios y defectos que la moral y la política no pueden tolerar» y de que están plagados. Sin embargo, el buen sentir de Jovellanos y Ramírez templa estas exageraciones y llega a confesar que «los dramas de Calderón y Moreto son hoy, a pesar de sus defectos, nuestra delicia, y, probablemente, lo serán, mientras no desdeñemos la voz halagüeña de las musas». No obstante, insiste en que Lope de Vega es el que «sembró las semillas de la ruina de nuestra escena», y uno de los «corrompedores del buen gusto». Su enemigo Godoy, por contentar a la opinión pública, después de nombrarle embajador en Rusia, le llamó casi en seguida para encargarle la cartera de Gracia y Justicia (1797). Trasladóse al Escorial, pero el favorito no pudo soportar sus triunfos, sus ideas políticas y la libertad con que informaba al monarca, y en 1798 le destituyó, desterrándole de nuevo a Gijón, adonde llegó después de una corta permanencia en Trillo para tomar las aguas y baños y reparar su salud algo quebrantada. En 1801 el regente de la Audiencia de Oviedo le sorprendió en su casa, y apoderándose de sus papeles le condujo con escolta y en la más rigurosa incomunicación a León, de donde, por Burgos, Zaragoza y Barcelona, fue llevado a Palma de Mallorca. Una vez en la isla se le encerró en calidad de reo de un delito de Estado, en la Cartuja de Valldemosa, pasando en Mayo del año siguiente al castillo de Bellver, en donde estuvo confinado hasta Abril de 1808, en que Fernando VII le concedió el perdón de un delito que no había cometido. Fruto de su estancia en Mallorca son las hermosas descripciones de la Lonja, del Castillo de Bellver, de la Catedral de Palma y una Ojeada sobre la isla de Mallorca desde el castillo de Bellver. Descansaba en Jadraque, en casa de un antiguo amigo, cuando recibió una orden de Murat para que marchase inmediatamente a Madrid. Aunque Napoleón y el rey José pretendieron atraérsele, se puso del bando del pueblo español y como representante del Principado de Asturias formó parte de la Junta Central, redactando diversos informes de la Junta y una Memoria en su defensa, relatando las calumnias divulgadas contra sus miembros, a quienes se acusaba de no haber manejado con pureza los caudales públicos. Hay que advertir que Jovellanos y Ramírez no quiso ni siquiera admitir los 4.000 ducados anuales que en concepto de dietas le señaló Asturias. Constituida la Regencia que substituyó a la Junta Central, embarcó en Cádiz hacia Gijón, adonde llegó en Agosto de 1811 y fue recibido en triunfo. Inmediatarnente trató de restablecer su Instituto, para lo cual le había autorizado la Regencia, pero los rumores de que se acercaban los franceses le hicieron embarcar el 6 de Noviembre y tras una espantosa borrasca pudo abordar en el puerto de Vega, en donde le acometió la pulmonía que acabó con sus días. «Su fe religiosa, dice Gómez Restrepo, su integridad moral, la sencillez e ingenuidad de su alma, la alianza que él realizó entre el literato y el hombre de ciencia, su amor a la patria y al progreso, sus grandes facultades de polígrafo, hacen de él la figura más esclarecida del siglo XVIII de España», y Cejador dice que se salió «de la raya ordinaria y se levantó adonde nadie en su época».

Obras y ediciones: Pelayo (Sevilla 1769, Madrid 1814); El delincuente honrado (Madrid 1787 y 1803, Barcelona 1806); Elogio de Carlos III (Barcelona 1789); Elogios... en la Sociedad Económica de Madrid (1788; Barcelona 1790); Informe de la Sociedad Económica de Madrid al Real Supremo Consejo de Castilla en el expediente de Ley Agraria (Barcelona 1795; Palma 1814; Lérida 1815; Madrid 1820; Burdeos 1820 y Madrid 1834); Artículo al Diario de Cádiz (Madrid 1810); Bases para la formación de un plan general de Instrucción pública (Sevilla 1809); Carta... sobre la Lonja de Mallorca (Palma 1812-35); Memorias... sobre el castillo de Bellver (Palma 1813); Carta... sobre la catedral de Palma (Palma 1832); Ojeada sobre... la isla de Mallorca... desde el castillo de Bellver (Palma 1846); Colección de varias obras en prosa y en verso (7 vol., Madrid 1830-32, por Ramón María Cañedo); Obras (8 vol., Barcelona 1839-40, por V. de Linares); Obras (5 vol., Madrid 1845-46, por Francisco de Paula Mellado); Obras (8 vol., Logroño y Zaragoza 1846-47); Obras publicadas e inéditas, por la Biblioteca de Autores Españoles (2 vol., Madrid 1858-59, por Cándido Nocedal); Obras completas (8 vol., Barcelona 1865-66, es la de Linares, mudada la portada); Oraciones y discursos (Madrid 1880); Colección de obras (Barcelona 1884); Obras escogidas, en la Biblioteca Clásica (4 vol., Barcelona 1884).

Bibliografía: Julio Somoza de Montsoruí, Inventario de un jovellanista, con varia y copiosa noticia de impresos y manuscritos, publicaciones periódicas, traducciones, dedicatorias, epigrafía, grabado, escultura, &c. (Madrid 1901); La satire de Jovellanos contre la mauvaise éducation de la noblesse, edición de A. Morel-Fatio (Bibliothèque des Universités du Midi, fasc. III, Burdeos 1899); E. Merimée, Jovellanos, en Revue Hispanique, t. I, págs. 34-68, 1894); Baumgarten, G. M. de Jovellanos, en Rev. Contemp. (1877); F. Canclia, en Rev. de España (1886); J. Somoza García Sala, Documentos para escribir la biografía de Jovellanos (2 vol., Madrid 1911) y Jovellanos, manuscritos inéditos, raros o dispersos (Madrid 1913); C. Nocedal, Vida de Jovellanos (Madrid 1865); E. González Blanco, Jovellanos: su vida y su obra (Madrid 1911); Felipe Bareño, Ideas pedagógicas de Jovellanos (Gijón 1910); Gervasio Artiñano y de Galdácano, Jovellanos y su España (Madrid 1913); J. Juderías, D. G. M. de Jovellanos (Madrid 1913).