Espinosismo
Con este nombre se designa un sistema de ateísmo, de que es autor Benito Espinosa, judío portugués que falleció en Holanda [981] el año, de 1677 a la edad de 44 años. Conócese también este sistema con el nombre de panteísmo, porque consiste en suponer que el universo, to pan, es el mismo Dios, o lo que es igual, que no hay más Dios sino el conjunto o la universalidad de los seres de la creación. De este sistema se deduce que los seres externos e inmutables de la naturaleza son los que producen todos los efectos que vernos cada día, considerando este conjunto como un ser infinito y universal que existe y obra necesariamente.
No se necesita grande esfuerzo para demostrar lo absurdo he impío de semejante sistema. Vese en él por lo pronto, que su base, fundamental consiste en dar realidad a las abstracciones, tomando todos los términos en un sentido falso y abusivo. Porque es necesario no perder de vista que el ser en común, la sustancia en general, no existen, ni hay en realidad otra cosa que individuos y naturalezas individuales. Todo ser, toda sustancia y toda naturaleza, son cuerpo, o espíritu, y no puede confundirse una cosa con otra. Espinosa, sin embargo, tergiversó lastimosamente todas estas ideas, empeñándose en sostener que no hay sino una sola sustancia, la cual, modificada se presenta con los caracteres de pensamiento, extensión o espíritu: de suerte, que todos los seres particulares no son otra cosa que modificaciones del ser general, o sea del universo.
El sentimiento de nuestra conciencia basta sin auxilio de otros medios, ni los grandes esfuerzos del razonamiento, para convencernos de que es errónea y absurda esta teoría. Cada uno de nosotros conoce y percibe fácilmente que existe con absoluta separación e independencia de todos los demás individuos, y que no es una simple modificación de la manera de ser común general: conoce que sus afectos, sentimientos, sensaciones y deseos son suyos propios y peculiares, y no participa en nada de los que son peculiares y propios de otro individuo. La relación de semejanza que existe entre algunos seres, y que los clasifica entre los de una misma especie, no establece de ningún modo la idea de idea de unidad entre ellos, ni les convierte en un todo, de que cada uno viene una parte, como se deduce del sistema de Espinosa.
Es muy grosero e insostenible de todo punto el sofisma de Espinosa, encaminado a probar lo contrario. No puede haber, dice muchas sustancias, ni de un mismo atributo, ni de distintos atributos: en el primer caso, no seríandiferentes, que es lo que yo pretendo: en el segundo, estos atributos o serían esenciales o accidentales: si aquellas sustancias tuviesen atributos esencialmente distintos, ya no serían sustancias: si tuviesen atributos accidentalmente distintos, esto no impediría, sin embargo, que la sustancia fuese una e indivisible.
Vese desde luego que este filósofo juega [982] con la palabra equívoca mismo y diferente, y que todo su sistema está fundado en esta sola equivocación. Nosotros no vacilamos en afirmar y sostener que hay muchas sustancias de un mismo atributo y muchas también de diferentes atributos, o sea muchas sustancias que se distinguen esencialmente, y otras que se distinguen accidentalmente. Dos hombres, por ejemplo, son dos sustancias de un mismo atributo: tienen la misma naturaleza y la misma ciencia, y son dos individuos de una misma especie; pero no son uno mismo en número, sino que son distintos y absolutamente independientes y extraños el uno al otro. Espinosa confunde la identidad de naturaleza o especie, que en realidad no es más que una semejanza con la identidad individual o numérica, que es la unidad: además confunde la distinción que debe mediar entre los individuos, con la diferencia que separa las especies. Y de esta equivocación en el modo de juzgar, parten todos los errores de su sistema. Un hombre y una piedra son dos sustancias de atributos en un todo diferentes, cuya naturaleza, esencia y especie no son las mismas, ni se asemejan absolutamente nada la una a la otra; pero esto no quita que tengan el atributo común de sustancia, porque ambos subsisten con separación de todos los demás seres: ninguno de ellos necesitan de supuesto, porque no son accidentes ni modos: y nada serían en la naturaleza, si dejasen de ser sustancias.
Este sistema, bien estudiado y examinado, no ofrece sino un tejido de contradicciones y de equivocaciones imposibles de deshacer. El conde Boulainvilliers, después de haber hecho los mayores esfuerzos por explicarlo, no pudo menos de reconocer y de confesar que le lleva muchas ventajas la doctrina común que considera a Dios como la causa primordial de todas las cosas, y como ser infinito y distinto de todos los demás seres. Con ella se cortan las dificultades del infinito, que por el espinosismo aparece dividido y divisible: ella explica la naturaleza de los seres y su creación, no por necesidad, por acaso o por la fuerza de las cosas, sino por la voluntad de Dios: ofrece a la religión un aspecto interesante, persuadiéndonos que Dios admite nuestros homenajes: con ella se explica asimismo el orden del universo, atribuyéndolo a una causa inteligente, de donde emana ese admirable concierto y esa gran sabiduría con que todas las cosas del mundo están dispuestas y ordenadas: nos presenta unida aeste principio una regla de moral, que es la ley divina, reguladora de los castigos y de las recompensas, y nos hace concebir que puede haber verdaderos milagros, porque Dios, que ha establecido libremente y a su arbitrio el orden del universo, es superior a todas las leyes y a todas y a todas las fuerzas de la naturaleza. El espinosismo, por el contrario, es incapaz de satisfacer a todos estos puntos, y esto bastaría para demostrar su insuficiencia y su error. [983]
El sistema de Espinosa ha sido, como no podía menos de ser, fuertemente combatido, aunque de diferente manera y bajo distintos aspectos. Entre sus impugnadores, unos se propusieron principalmente desenvolver y dar a conocer sus absurdas consecuencias. Bayle ha demostrado perfectamente, que según Espinosa, Dios y la extensión son una misma cosa: y además, que siendo esta un compuesto de partes de las que cada una constituye una sustancia particular, la pretendida unidad de la sustancia universal, es enteramente ideal y quimérica. Demostró e hizo ver asimismo, que los modos que se excluyen uno a otro, como la extensión y el pensamiento, no pueden subsistir a la vez en un mismo sujeto: que no es compatible de modo alguno la inmutabilidad de Dios con la división de las partes de la materia, y con la sucesión de ideas de la sustancia pensadora: que como los pensamientos del hombre son muchas veces contrarios los unos a los otros, es absurdo e inconcebible que sea Dios el sujeto o supuesto de ellos, y más aún, que lo sea de los pensamientos criminales y de los vicios y pasiones de la humanidad, fuera de que en este sistema, las palabras vicio y virtud están completamente vacías de sentido.
No teniendo nada que oponer a estos argumentos, los espinosistas se contentaron con decir que Bayle no entendió la doctrina de su maestro, ni supo explicarla. Pero este crítico, aguerrido, en la disputa, no se desanimó por esta respuesta que es la de todos los materialistas, sino que examinando una por una todas las proposiciones fundamentales de este sistema, desafió a sus adversarios a que le presentasen una sola que no hubiese expuesto en su verdadero sentido; y particularmente en el artículo de la inmutabilidad y variación de la sustancia les demostró que los espinosistas eran los que no se entendían a sí mismos, y que en su sistema estaba Dios sujeto a todas las revoluciones y transformaciones, a que en opinión de los peripatéticos está sujeta la materia.
Otros impugnadores, como el P. Fenelon y el P. Sauri, benedictino, formaron una cadena de proposiciones evidentes e incontestables, en que se demuestran verdades contrarias a las paradojas de Espinosa. Por último, otros atacaron este sistema en su misma trinchera, es decir, bajo la misma forma geométrica en que él presentó sus errores; y examinando sus definiciones, sus proposiciones, sus axiomas y sus consecuencias, deshicieron sus errores, y el lastimoso abuso que hace de las palabras, demostrando que de tan confusos y mal zurcidos materiales no pudo resultar sino un sistema hipotético, absurdo y repugnante.
Algunos escritores se han empeñado en sostener que el sistema de Espinosa estaba basado en la filosofía de Descartes; pero esta opinión nos parece destituida de fundamento. [984]
Descartes enseña que en la naturaleza no hay en realidad sino dos seres, a saber, el pensamiento y la extensión, y que el pensamiento es la misma esencia o sustancia de la materia. Mas no por esto pensó nunca que estos dos seres podían ser dos atributos de una misma: lejos de ser así, demuestra que una de estas dos cosas excluye necesariamente a la otra; que son dos naturalezas esencialmente distintas, y que es imposible que una misma sustancia sea a la vez espíritu y materia.
No falta tampoco quien diga que la mayor parte de los filósofos antiguos, griegos y latinos, que parece enseñaron la unidad de Dios, entendieron por este nombre el universo o toda la naturaleza: muchos materialistas no vacilaron en afirmarlo y en sostener que todos estos filósofos eran panteístas, o espinosistas, y que los padres de la iglesia se engañaron torpemente, o acaso nos engañaron, cuando citaron a los antiguos filósofos en favor del dogma, de la unidad de Dios, tal como lo profesan los judíos y cristianos. En realidad esta cuestión no es de grande interés para nosotros, teniendo en Cuenta que la oscuridad, inconstancia y contradicciones que se notan en los escritos de los antiguos filósofos han podido muy bien inducir a error a los apreciadores de su sistema; mas no dejaremos de observar que aunque estos filósofos no hayan establecido de una manera explícita y terminante la distinción entre el espíritu y la materia, parece que nunca confundieron una cosa con otra, ni menos pensaron como Espinosa, que la sustancia fuese al mismo tiempo espíritu y materia.
Más avanzado aún que su maestro, el espinosista Tolando se atrevió a sostener que Moisés fue panteísta y que su Dios no era otro que el universo. Todavía puede decirse que adelantó más un médico que tradujo al latín y publicó las obras póstumas de Espinosa, empeñándose en demostrar que las obras de este filósofo no tienen nada de contrario a los dogmas del cristianismo, y que todos los que escribieron contra él, le levantaron embustes y calumnias. Prescindiendo ahora de este último, diremos que todas las pruebas de Tolando se reducen a un pasaje de la geografía de Estrabón, lib. XVI, en que dice que Moisés enseñó a los judíos que Dios es todo lo que nos rodea, la tierra, el mar, el cielo, el mundo, y todo lo que conocemos bajo el nombre genérico de naturaleza. Pero en verdad que de lo que de este argumento pudiera deducirse es que Estrabón no comprendió el verdadero sentido de la doctrina de Moisés. Algo mejor lo comprendió Tácito, cuando dijo: Judaei mente sola, unumque numen intelligunt, summum illud et aeternum, neque mutabili, neque interiturum {(1) Hist. lib V, cap. I}. Y véase, sin necesidad de otras pruebas, la doctrina misma de Moisés. Él nos enseña que Dios crió el mundo; que el [985] mundo tuvo principio; que Dios lo crió por su libre voluntad, y que lo arregló todo según lo creyó más conveniente. Cuando por el contrario los panteístas no pueden admitir ninguna de estas proposiciones, y afirman que el mundo es eterno o que fue creado al acaso. Sabido es, por lo demás, que los judíos creyeron lo mismo que Moisés, y que la propia creencia siguieron los cristianos.
Menos osados otros que los apologistas decididos del espinosismo, han procurado cohonestarlo o disculpar a su autor de algunos de sus errores. Sus argumentos no merecen más consideración que los primeros. El espinosismo no puede ser defendido ni disculpado en todos ni en parte de los errores y contradicciones en que abunda.