Blas Pascal

Biografía. Célebre filósofo, literato y geómetra francés. Nace en Clermont-Ferrand a 19 de junio de 1623. Muere en París a 19 de agosto de 1662. Su padre, Esteban Pascal, era presidente del Tribunal de Subsidios de Clermont y conocía a fondo las Matemáticas. Observando la precocidad del talento de su hijo Blas, determinó consagrarse por completo a su educación, y al efecto dejó el cargo que desempeñaba y se trasladó a París con toda su familia. Procuró desarrollar la inteligencia más bien que la memoria de su hijo, el cual demostró tal claridad de espíritu que asombraba a su mismo maestro. A los doce años hizo ver su afición a la Geometría; pero deseoso el padre de que dedicara su actividad al estudio de las lenguas, procuró esconderle todos los libros de Matemáticas. Esto sólo sirvió para excitar la curiosidad del joven Pascal, quien preguntando un día lo que era la Geometría, y habiéndole contestado que era el medio de hacer figuras exactas y de encontrar las relaciones que tenían entre sí, se puso a meditar sobre esta idea y llegó a descubrir por sí solo 32 proposiciones de Euclides. Sorprendido el padre de semejante descubrimiento, le entregó para su lectura los Elementos de Euclides; y fueron tales sus adelantos, que se captó las simpatías del padre Mersenne, de Roverbal, de Carcavi y de otros sabios, los cuales le admitieron a las conferencias semanales que daba esta especie de sociedad, y que en 1666 fueron el origen de la Real Academia de Ciencias. A los dieciocho años escribió Blas un Tratado de los Cónicos, que admiró al mismo Descartes hasta el punto de creer que dicha obra no era de Pascal, sino de sus maestros. Dos años después inventó La máquina aritmética con objeto de facilitar los cálculos de su padre, que había sido nombrado intendente de Ruán. Tan continuados trabajos quebrantaron notablemente su salud, a pesar de lo cual se dedicó con entusiasmo a las cuestiones más arduas del análisis geométrico y de los efectos de la gravedad. Los experimentos de Torricelli, dados a conocer en Francia en 1644, le sugirieron la idea de que el vacío no era imposible, y que la naturaleza no le huía con horror como muchos habían asegurado. Esto dio motivo a una viva discusión con el Jesuita padre Mersenne, discusión en la que Pascal llevó la mejor parte. Con este mismo fin emprendió una serie de experimentos de gran importancia acerca del equilibrio de los líquidos y del peso del aire, llegando a comprobar que la diferencia de altura del mercurio contenido en un tubo era debida a la diferencia de presión ejercida por el aire. Estos experimentos le suministraron la idea de aplicar el barómetro como instrumento de nivelación, y después a otros estudios para determinar la presión de los fluidos y fijar las leyes del equilibrio. Dio a conocer sus experiencias sobre el vacío en 1647, cuando apenas tenía veinticuatro años, y fueron atacadas por el Padre Noel, Jesuita erigido en defensor de la antigua ciencia, a cuyos ataques contestó Pascal con gran facilidad de concepto y con severa crítica. En 1654 aumentó sus descubrimientos con el del triángulo aritmético, para obtener la formación de los coeficientes de las potencias, que fue un gran paso para encontrar la célebre fórmula del binomio de Newton. Con objeto de distraerse de los grandes padecimientos físicos que le aquejaban, se dedicó al estudio de las propiedades de las curvas, especialmente del cicloide, de que ya se habían ocupado Fermat, Galileo, Descartes y otros sabios. Sus investigaciones fueron más completas, y dio a conocer el resultado de su trabajo en el Tratado general del cicloides, que le valió ser contado entre los ilustres inventores de la geometría del espacio. El talento de Pascal no se satisfacía con las cuestiones geométricas, y aspiraba a las controversias teológicas y filosóficas. Las acaloradas disputas entre jansenistas y molinistas le atrajeron irresistiblemente, y no tardó en hallar manera de ilustrar aquellas cuestiones con su severa lógica. Ya desde 1646 se había afiliado al partido o secta de Jansenio, con su padre y sus hermanas; y aunque no poseía grandes conocimientos teológicos, estaba, sin embargo, dotado de tal vigor de argumentación y de una elocuencia tan impetuosa, que al poco tiempo fue uno de los principales personajes del partido. Cuando las discusiones sobre la Gracia y sobre el Libro de Jansenio llegaron a su apogeo, Arnauld fue condenado por la Sorbona y separado de aquella escuela, el cual hecho se atribuyó a la influencia de los Jesuitas. Entonces se propuso Pascal defenderle, y al efecto escribió sus famosas Cartas provinciales. Estas cartas, en número de 18, fueron publicadas desde enero de 1656 hasta marzo de 1657. Las cuatro primeras tratan de las disputas sobre la Gracia y las censuras lanzadas contra Arnauld; poro en las restantes ataca directamente a los Jesuitas; expone los errores do su doctrina acerca del probabilismo; los defectos de su casuística, de su política y de su moral; los combate, en fin, por medio del ridículo y de la invectiva con una elevación de pensamiento, una delicadeza de expresión, una crítica amarga, sutil, profunda, desconocida por completo hasta entonces. Hasta tal punto es considerado este trabajo como un modelo de literatura, que a Voltaire le mereció el siguiente juicio: «El primer libro de genio que apareció en prosa fue la colección de las Cartas provinciales. Todo género de elocuencia está allí contenido: no hay una sola palabra que después de cien años no haya participado de la modificación que altera con frecuencia las lenguas vivas. Es necesario remontar a esta obra la época de la fijeza del lenguaje.» Al empezar su campaña contra los Jesuitas, Pascal vivía en París cerca del Luxemburgo, en una casa que le había cedido el poeta Patrix, oficial del duque de Orleans; pero para mayor seguridad dejó esta casa, y con un nombre supuesto fue a ocultarse en una pequeña posada detrás de la Sorbona, frente al Colegio de los Jesuitas. Es preciso leer detenidamente dichas cartas para persuadirse de que, más bien que de una controversia teológica, se trataba para Pascal de la misión de un verdadero cristiano, erigiéndose en defensor de la Religión y de la Moral ultrajadas. Tratando en forma jocosa y burlesca el asunto más delicado, atraía a su causa a los indiferentes, partido numeroso y sabio que desempeña importante papel en el gobierno de las cosas humanas, y que acaba siempre por tener razón contra las agitaciones del momento promovidas por los partidos extremos. Pascal emprendió una Apología de la religión cristiana. De esta obra, que desgraciadamente no pudo terminar, sólo quedan fragmentos diseminados, chispas luminosas y sublimes, que se publicaron después de su muerte con el nombre de Pensamientos. El motivo de semejante publicación parece que fue el milagro de la Santa Espina, que reprodujo las disputas entre los Jesuitas y los jansenistas. Al efecto escribió una serie de cartas llenas de pensamientos acerca de los milagros. Aquellas cartas fueron causa de que algunos escritores que no observan las cosas tan de cerca le consideraran como un alucinado. «A pesar de sus padecimientos nerviosos, dice con razón M. de Saint-Beuve, Pascal estuvo hasta lo último en la integridad de su conciencia moral y de su inteligencia.» Si los Pensamientos de Pascal, que siempre serán admirados por todo espíritu atento y reflexivo, si tales pensamientos, que en su mayor parte sobrecogen por su grandeza y sublimidad, salieron de la cabeza de un alucinado, es preciso rogar a Dios que nos envíe el mayor número posible de estos locos en lugar de esas medianías inquietas y ambiciosas que tanto daño causan al género humano. El carácter escéptico y dogmático que se observa en cada página de los Pensamientos hace que dicha obra sea casi indefinible, llegando algunos a considerarla como una tentativa de reducir el cristianismo al jansenismo. Parece que Pascal leyó pocos libros; la antigüedad clásica no le era muy conocida, y sólo dos obras fueron sus predilectas: la Biblia y los Ensayos de Montaigne, ejerciendo esta última una poderosa influencia en la dirección de sus facultades intelectuales. Sus padecimientos físicos aumentaban a medida que avanzaba en edad. Dedicaba el tiempo de descanso a la oración y a la lectura de la Santa Escritura, que sólo era inteligible, decía, para aquellos que son rectos de corazón; los otros, agregaba, no encuentran más que obscuridad. Llegó su ascetismo hasta la mortificación de la carne, y al efecto llevaba siempre ceñido a su cuerpo un cinturón de hierro con puntas; y «si alguna vez, dice su hermana, tenía algún pensamiento de vanidad o experimentaba alguna satisfacción, se golpeaba con el brazo para que entraran más las puntas y recordar de este modo su deber. Consideró tan útil semejante práctica que la conservó hasta su muerte ejerciéndola en los últimos tiempos de su vida, en que los continuos dolores le impedían leer y escribir.» Al mismo tiempo que renunciaba a toda suerte de placeres, cercenaba de su modo de vivir todo aquello que consideraba como superfluo, y así pasó su vida desde los treinta a los treinta y cinco años «trabajando sin cesar por Dios, por el prójimo y por sí mismo, procurando perfeccionarse más y más.» Los cuatro últimos años de su vida fueron de continuos padecimientos; pues exacerbándose en gran manera las dolencias de que era víctima desde su niñez llegó al extremo de no poder conciliar el sueño. Durante sus ratos de insomnio concibió una luminosa idea referente a la solución del famoso problema del cicloide, redactando en pocos días su trabajo y dándolo a conocer bajo un seudónimo. Agravándose de cada día sus dolores, se vio reducido a no poder hacer nada alimentándose con lo estrictamente necesario para penetrarse bien de lo que él llamaba espíritu de pobreza. Su amor para con los indigentes no se limitaba a sentidas palabras, sino que se traducía por numerosos actos de beneficencia, porque creía que el modo de agradar a Dios era servir a los pobres pobremente, esto es, cada uno según sus alcances. Era tan amigo de la paz, que consideraba la guerra civil que se promovió en su tiempo para variar la forma de gobierno como el mayor pecado que se puede cometer contra la caridad del prójimo. A pesar de su extrema vivacidad, que algunas veces le hacía impaciente, admitía con docilidad los consejos que se le daban, hasta el punto de que el P. Beurrier, que le visitó con frecuencia durante su última enfermedad, decía muchas veces: «Es un niño; es humilde y sumiso como un niño.» Poco antes de morir se trasladó a casa de su hermana, porque, habiendo admitido en su casa una familia pobre, uno de cuyos individuos cayó enfermo de la viruela, tuvo miedo de que su hermana, que iba a verle todos los días, pudiera llevar el contagio a sus hijos. Experimentó un violentó cólico que le privó del sueño; pero como no ofrecía ninguna alteración, ni presentaba síntomas de fiebre, los médicos le creían menos enfermo de lo que estaba. Finalmente expuso su deseo de que le trasladaran a los Incurables para morir en compañía de los pobres, lo cual no pudo realizarse; y habiendo recibido el Viático, expiró a los treinta y nueve años y dos meses. Fue sepultado en la iglesia de San Esteban del Monte, donde se lee todavía su epitafio. París le erigió una estatua en la torre de Saint-Jacques-la-Boucherie, en la que hizo sus primeros experimentos acerca del peso del aire. Las Obras completas de Pascal fueron publicadas por Bossuet (París, 1779, 5 vol. en 8.; 1819, 6 vol. en 12.º) y por La Hure (París, 1861, 2 volúmenes en 12.º), en cuyas ediciones se hallan importantes escritos de Pascal sobre la Física y las Matemáticas, tales como el Tratado del triángulo aritmético, los Tratados sobre los números, el Tratado de los sólidos circulares y el hermoso fragmento Del espíritu geométrico. He aquí ahora los títulos de las versiones españolas de algunas obras de Pascal: Las célebres cartas provinciales sobre la moral y la política de los Jesuitas (Madrid 1846, en 8.º mayor); Cartas provinciales, traducción y prólogo de Francisco Cañamaque (íd., 1879, en 8.º mayor); Pensamientos, precedidos de su vida, traducción de Ramón Ortega y Frías (íd., íd., en 8.º); Pensamientos (un vol.), versión que forma parte de la Biblioteca económica filosófica. Esta última obra había sido ya traducida en el siglo pasado con este título: Pensamientos sobre religión, traducidos al español por D. Andrés Boggiero, oficial del regimiento de infantería de la Princesa (Zaragoza, 1790, en 8º mayor).