Filosofía en español 
Filosofía en español


Patria

Lugar en que hemos nacido o en que hemos sido criados. Dios en algún modo, ha consagrado en la antigua ley el amor de la patria; sin cesar exhorta Moisés a los judíos a que aprecien sus leyes, quieran a su nación, y se aficionen al suelo de la tierra prometida, y sabemos hasta qué punto llevó aquel pueblo después el patriotismo. El autor del libro del Eclesiástico, cap. XLIV y siguientes, elogió a todos los personajes que contribuyeron al aumento y prosperidad de la nación judía. Si Jesucristo no mandó el amor de la patria en el Evangelio, es porque había venido a formar entre los pueblos una sociedad religiosa universal, por consiguiente, para inspirar a todos los hombres una caridad general; sabía por otro lado que el patriotismo mal dirigido de los paganos los había hecho enemigos, injustos, y muchas veces crueles para con los demás. Mas el mismo Salvador derramó lágrimas, anunciando las desgracias que iban bien pronto a caer sobre su nación. En Jesucristo, dice San Pablo, no hay ya ni judío, ni gentil, ni escita, ni bárbaro: todos son un mismo pueblo y una misma familia. (Colos. III, 11, Galat, III, 28).

El patriotismo de los griegos les hacía considerar como bárbaro y como enemigo a todo el que no lo era; el orgullo nacional de los romanos les persuadió que su capital debía ser la del mundo entero; fueron los opresores y tiranos del universo. Mas una prueba de que en la gloria de su patria no consideraban más que su interés personal, es que luego que dejaron de ser los señores y que fue necesario obedecer a un dictador perpetuo, no pudieron soportar más la vida. El amor de la patria, cuando no va dirigido por la justicia, puede llegar a ser un gran defecto: mas también lo es el no tener por ella ninguna clase de afición, el desacreditar el gobierno y las leyes, el despreciar las costumbres, el alabar sin cesar a las demás naciones, y pintar el patriotismo como una ciega preocupación: no obstante, esto es lo que han hecho la mayor parte de nuestros filósofos atrabiliarios. Pretenden que, lejos de deber algo a su patria, ella es la que les es algo deudora. Pagan, dicen, al gobierno que muchas veces los oprime, a los grandes que los arruinan, al militar que los atropella, al magistrado que los juzga, al asentista que los devora; cuando todas estas gentes se hacen pagar para mandar, el pueblo paga para obedecer y sufrir; no hay una sola de nuestras acciones que no sea oprimida con una ley, un solo beneficio de la naturaleza que no sea absorbido o disminuido con un impuesto, &c., &c.

Para demostrar lo absurdo de todas estas quejas, basta preguntar a los que las hacen, si querrían mejor vivir en una anarquía absoluta, en un estado en que cada individuo estuviese exento de toda ley, y fuese dueño absoluto de sus acciones; es claro que el más fuerte no dejaría de oprimir al más débil, y que en este estado sería imposible la sociedad. Está reducida toda la cuestión a saber si el estado salvaje sería preferible al estado social con todas sus trabas e inconvenientes; si nuestros filósofos creen preferirlo, ¿quién les impide ir a gustar sus dulzuras? A pesar de sus declamaciones, a las leyes, a la policía y al gobierno de su patria es a quien son deudores de la conservación de su vida, de los derechos que tienen desde su nacimiento, de su educación, de su seguridad y de su descanso, de la estabilidad de su fortuna, de los conocimientos de que se precian, y aún de la indulgencia con que se han tolerado sus extravíos; todo esto merecía un poco de reconocimiento.

Por lo demás, la patria podría reconciliarse fácilmente con sus hijos ingratos; no tiene más que elevarlos a las dignidades, a los honores, dividir con ellos el poder y la opulencia; entonces juzgarán que todas estas ventajas y preeminencias de que se quejan en el día, son la cosa más justa del mundo, la más razonable y natural. ¡Tal es la historia de las sociedades modernas!...

Algunos han dicho que la religión cristiana, representándonos el cielo como nuestra verdadera patria, nos desprende absolutamente de lo que tenemos en la tierra, y nos hace descuidar los deberes de la sociedad civil. Este cargo es absolutamente falso, puesto que nuestra religión nos enseña al mismo tiempo que no podemos ganar el cielo sino cumpliendo todos nuestros deberes con respecto a nuestra patria y a la sociedad. La experiencia nos enseña suficientemente cuáles son los mejores patriotas, aquellos que creen en Dios y en la otra vida, o los materialistas que no creen en el cielo y en el infierno.

El amor a la patria es una parte importante de la virtud de la piedad, como se verá en aquel artículo. La religión es una garantía para dirigir bien el patriotismo, que es un sentimiento de los más nobles y laudables que puede abrigar el corazón de un ciudadano, y por ley natural amamos a la patria y aceptamos nuestros deberes para con ella, aunque muchas veces son penosos.

Es, pues, anárquica la doctrina de los modernos revolucionarios que defienden que es lícita por amor de la patria la violación de los juramentos y cualquiera acción criminal. Principio impío y pernicioso, según decía Pío IX en la Alocución Quibus quantisque, de 20 de Abril de 1849, el cual echa por tierra el honor, la virtud y la justicia. Condenó, pues, este error en la proposición LXIV del Syllabus, que dice así: Tum cujusque sanctissimi juramenti violatio, tum quælibet scelesta flagitiosaque actio sempiternæ legi repugnans, non solum haud est improbanda, verum etiam omnino licita, summisque laudibus efferenda, quando id pro patriæ amore agatur. Porque el patriotismo es una virtud que no es compatible con vicio alguno y menos con la traición, el crimen y la felonía.

Además, el patriotismo es un sentimiento honesto y justo, capaz de inspirar toda clase de sacrificios y acciones heroicas, menos el sacrificio de la conciencia y el honor. Todos los deberes para con la patria se subordinan a los deberes para con Dios, según el dicho de Cicerón: Prima officia debentur diis immortalibus secunda patriæ.

De aquí se infiere que el amor a la patria tiene sus límites en el cumplimiento de los deberes de cristiano, y no puede ponerse sobre ellos sin dar lugar a muchos y deplorables abusos, como se ve en los motines, conspiraciones y revoluciones que se llevan a cabo con pretexto de patriotismo.

G. M. G.