Krause
Carlos Cristóbal Federico Krause, nació por los años de 1787, en Essemberg, condado de Altembourg, y fue discípulo de Fichte; habiéndose empapado, no obstante, en las doctrinas todas del racionalismo germánico, y de una manera especialísima en las obras de su maestro, de Kant, Schelling y Hegel, cuyas filosofías se propuso completar en lo que tienen de defectuoso, fortalecer en lo que encierran de flaco y ensanchar en lo que entrañan de estrecho, ideando al efecto una hipótesis más que lleva su nombre, y no ha admirado al mundo ni por lo nueva, ni por lo profunda, ni aún por lo ingeniosa.
Comenzó su carrera de publicista filósofo, dando a luz un Bosquejo del sistema de filosofía, al que siguieron otras varias obras más o menos importantes, que se titulan: Sistema de moral; –El ideal de la humanidad; –Lecciones sobre el sistema de filosofía; –Sistema de la filosofía del Derecho; –Lecciones sobre las verdades fundamentales de la ciencia, y Filosofía de la religión; obra póstuma que publicaron después de la muerte del maestro sus discípulos Leonhardi, Lindemann y Roeder. Sectario por temperamento, como casi todos los que le siguen, no se contentó con afiliarse en las logias, sino que escribió una obra, titulada: Los tres más antiguos títulos de la francmasonería (Dresden 1810 y 1819), y hasta se propuso reformar dicho instituto. Sin haber adquirido apenas celebridad alguna, Krause murió en 1832, legando a sus pocos discípulos el encargo de que difundiesen sus doctrinas e inmortalizasen su nombre.
No quiero hablar por cuenta propia de la originalidad del sistema Krausista, ni de la importancia que se le ha concedido siempre en Alemania. «En la admisión, dice Krause, del principio fundamental, estoy de acuerdo con Schelling y Hegel. Lo que en los sistemas de estos se llama, no con exactitud intuición intelectual, yo lo llamo conocimiento de Dios, intuición de Dios o visión del Ser» {(1). Lecciones sobre el sistema de filosofía panteística del alemán Krause, Madrid, 1865, pág. 18.}
Muchos encuentran extraordinario parecido entre las doctrinas krausistas y las de los neoplatónicos Jamblico, Proclo, y especialmente Plotino, cuyas opiniones sirvieron también de fundamento al sistema hegeliano. «Krause (dice un español cofrade suyo en racionalismo), animado de nobilísimo entusiasmo por sus ideas, empleó tal actividad en propagarlas, que sacrificó a ello cuantos bienes poseía, y además perdió la salud por completo; pero ni aún de ese modo logró nunca que alcanzaran, ni la general aceptación, ni el feliz éxito, ni la extensa popularidad que tuvieron sus coetáneos Schelling, Hegel y Bauder. Krause y sus discípulos atribuyen semejante hecho a envidia de los filósofos de otras escuelas; mas la causa de eso está en el mismo sistema, donde la forma prevalece sobre el contenido, que resulta establecido, definido y fijado por la misma forma, y no ésta por aquel. Tal aserto indubitable sirve para clasificar la fuerza de la inteligencia de Krause, y con él puede declararse si correspondió a lo que se designa con la palabra talento, o a lo que se conoce por la de genio. Schelling dijo, según cuenta el profesor Hoffman, que Krause solo tenía tres cuartas partes de cabeza; y, confirmando esto varios críticos alemanes, aseguran que de ningún modo puede, con verdad, llamarse espíritu creador al referido filósofo. Exponen que los escritos de este son repeticiones perpetuas, y que lo nuevo que contienen solo [247] consiste en la coordinación y en los esquemas.» {(1). E. Huelin, Congresos filosóficos en Alemania, Madrid 1870.}
«En cuanto a Krause, dice el Dr. Hosaens, jamás ha gozado de autoridad filosófica en Alemania, como la joven España quiere hacer creer a sus adeptos. Krause era socialista pur sang, y socialista que miraba a la práctica de su doctrina; por cuya razón los representantes de la alta ciencia nunca hicieron caso de él. Era optimista, y tenía por su ideal a la humanidad, y se figuraba ver en la francmasonería el germen de la regeneración social del globo.» {(2) Lecciones, &c., por Ortí y Lara, pág. 320.}
Es lo cierto, que 50 años después de publicadas las obras de Krause, nadie se acordaba, ni en Alemania ni en parte alguna de semejante filósofo. Ahrens era el único que afiliado en la escuela krausista difundía este sistema en la Universidad libre de Bruselas, cuando Luis Felipe tuvo la malhadada ocurrencia de llamarle para que diera en París unas lecciones de filosofía. Entonces publicó su obra, titulada: Curso de filosofía, dado en París bajo los auspicios del gobierno de 1838, y, en rigor, de aquí data la propaganda krausista, hecha por Tiberghien en Bélgica, Ahrens en Austria y Francia, Leonardi en Italia, y Sanz del Río en España.
A nuestros eminentes hombres de estado progresistas, debemos este favor insigne, y puesto que el DICCIONARIO para el cual se escribe este artículo, es español de pura raza y en castellano se publica, séanos permitido dedicar algunas líneas a los krausistas españoles, y a la manera cómo se ha desarrollado esta planta perniciosa en España.
Por los años de 1843, poco tiempo después de terminada la primera guerra civil, se le ocurrió a D. Pedro Gómez de la Serna, ministro de la Gobernación con Espartero, reorganizar la instrucción pública, y al efecto comisionó para que estudiase la filosofía y literatura alemana, a D. Julián Sanz del Río, natural de un pueblecillo próximo a Arévalo, antiguo colegial del Sacro-Monte de Granada, en donde dejó fama de raro y casi rústico, joven aficionado a los estudios especulativos, y nada sospechoso en materias religiosas. A su paso por París, visitó la Sorbona y oyó a Víctor Cousin; pero la ciencia del fundador del Eclecticismo le pareció de embrollo y de pura apariencia. Marchó a Bruselas, en donde trabó relaciones con Tiberghien y Ahrens, el cual le aconsejó que estudiase a Krause, y prescindiendo de la malsana, pero grande cultura filosófica imperante a la sazón en Alemania, Leonardi y Roeder concluyeron por afiliarle en la filosofía krausista, que cursó en la Universidad de Heildelberg. Dos veces estuvo Sanz del Río en Alemania, en 1844 y 1847. Pasó el tiempo intermedio en Illescas, pueblo de su mujer, en donde sus extravagancias le conquistaron fama de loco, y de donde le sacaron sus protectores burocráticos para que ocupase la cátedra de Ampliación de la Filosofía y su Historia, creada para Sanz del Río en el doctorado de la Facultad de letras de la Central.
Y véase cómo el dinero de los católicos españoles sirvió para que un sectario fanático aprendiese en Alemania y profesase después en España , sin más oposiciones, ni más pruebas científicas que la voluntad de un ministro, cierta doctrina filosófica desacreditada en su propio país natal y, lo que es peor, heterodoxa.
Muchos incautos se burlaron, por de pronto, de las excentricidades, algarabía y jerigonza germanescas del nuevo catedrático, sin tener en cuenta que las más abstrusas lucubraciones metafísicas, los sistemas filosóficos más oscuros de los llamados, con imprudente desprecio, ideólogos por el Capitán del siglo, tarde o temprano, pero al fin siempre, ejercen poderosa influencia en la conducta de las naciones y de los individuos. Desde el gabinete del filósofo a la calle no hay más que un paso. Darlo cuesta a veces muchos años, quizás algún siglo; pero, pensamiento importante que brota en la mente del ideólogo y que, en alas de la publicidad, arroja su autor al mundo, siempre encuentra tierra preparada para recibirle. Lo demás es obra del tiempo: sembrada la semilla, arraiga en uno u otro terreno, nace la planta, crece paulatinamente y, en su día, se recoge el necesario fruto.
La protección oficial colocó a Sanz del Río en condiciones que nunca hubiese adquirido por sí mismo, abandonado a sus propias fuerzas y recursos; le facilitó numeroso y obligado auditorio; con la cátedra le dio la autoridad y reputación de que carecía, y de esta manera pudo difundir el krausismo, e ir poco a poco, y en virtud de procedimientos más o menos hábiles y secretos, formando escuela, de la cual se nombró a sí mismo pontífice y santón.
No es fácil presumir qué hubiera sido y a qué altura hubiesen llegado los estudios filosóficos en España, si al frente de la cátedra de Ampliación de Filosofía y su Historia, el gobierno hubiese puesto, en vez del oscuro castellano, Sanz del Río, al eximio catalán D. Jaime Balmes, cuyo solo nombre ha proporcionado a España más gloria, en ciencias metafísicas, que todos los krausistas habidos y por haber juntos.
Sanz del Río gustaba más de la iniciación [248] oral en la cátedra, y sobre todo en el cenáculo de sus discípulos predilectos, que de la propaganda por medio de la prensa; así es que sus publicaciones filosóficas, en rigor, se reducen a la Analítica, primera parte del Sistema de la Filosofía, es decir, de la filosofía krausista, que publicó el año de 1860, pues la segunda, o sea la Sintética, se la llevó consigo al otro mundo. Sus discípulos y testamentarios publicaron después de su muerte otros trabajos del maestro, tales como el Análisis del Pensamiento Racional y la Filosofía de la Muerte.
Nula hubiera sido la influencia propagandista de estos libros enigmáticos y laberínticos, si el maestro no hubiese tenido la habilidad de formar en torno suyo una verdadera secta de iniciados o discípulos predilectos, sociedad semi-secreta que, merced a la revolución de Setiembre, alcanzó cierta importancia, y asaltó no pocos puestos oficiales. No hay para qué nombrar a tales discípulos, la mayor parte de los cuales viven todavía y pertenecen a la enseñanza oficial.
En corroboración de lo dicho, léase lo que a este propósito escribe el prodigioso joven Menéndez Pelayo, en la Historia de los Heterodoxos españoles, la más extensa y erudita de sus obras: «Afortunada o desgraciadamente, los positivistas han venido a despoblar de tal manera la región de los ensueños y de las quimeras, que ya nadie en Europa, a no ser los externos de algún manicomio, puede tomar por cosa grave y digna de estudio una doctrina que tiene la candidez de prometer a sus afiliados que verán cara a cara, en esta vida, el ser de toda realidad, por virtud de su propia evidencia. Es mala vergüenza para España, que cuando ya todo el mundo culto, sin distinción de impíos y creyentes, se mofaba con homérica risa de tales visiones, dignas de la cueva de Montesinos, una horda de sectarios fanáticos, a quienes solo da cierta fuerza el barbarismo (en parte calculado, en parte espontáneo) de su lenguaje, hayan conseguido atrofiar el entendimiento de una generación entera; cargarla de serviles ligaduras, incomunicarla con el resto del mundo y derramar sobre nuestras cátedras una tiniebla más espesa que la de los campos Cimmerios. Bien puede decirse de los krausistas lo que de los averroístas dijo Luis Vives: –"Llenó Dios el mundo de luz y de flores y de hermosura, y estos bárbaros lo han llenado de cruces y de potros, para descoyuntar el entendimiento humano."
»Porque los krausistas han sido más que una escuela, han sido una logia, una sociedad de socorros mutuos, una tribu, un círculo de alumbrados, una fratia, lo que la pragmática de D. Juan II llama cofradía y monipodio, algo, en suma, tenebroso y repugnante a toda alma independiente y aborrecedora de trampantojos. Se ayudaban y se protegían unos a otros; cuando mandaban se repartían las cátedras como botín conquistado; todos hablaban igual, todos vestían igual, todos se parecían en su aspecto exterior, aunque no se pareciesen antes, porque el krausismo es cosa que imprime carácter y modifica hasta sus fisonomías, asimilándolos al perfil de don Julián o D. Nicolás. Todos eran tétricos, cejijuntos, sombríos; todos respondían por fórmulas hasta en las insulseces de la vida práctica y diaria; siempre en su papel, siempre sabios, siempre absortos en la vista real de lo absoluto. Solo así podían hacerse merecedores de que el hierofante les confiase el tirso en la sagrada iniciación arcana.» {(1). Los Heterodoxos españoles, tom. III, págs. 731 y 732.}
Cuando una escuela filosófica expresa con claridad y franqueza sus principios y los defiende a capa y espada, por erróneos y absurdos que sean, fácil es impugnarla y rebatirla; todo queda reducido a demostrar la falsedad y absurdo que encierran. Pero cuando la escuela en cuestión, no solo es errónea y absurda, sino también solapadamente hipócrita, la dificultad sube de punto, y entonces lo primero es arrojarse sobre ella y arrancarle la máscara. Tal acontece en nuestro país con la secta krausista. Prefiero este nombre al de escuela o sistema, porque al menos, en nuestra infortunada nación, más que a demostrar verdades o principios filosóficos, se dedica con empeño a desprestigiar y destruir verdades, personas y cosas religiosas.
La hipocresía krausista brilla principalmente en las cuestiones teológicas, religiosas y morales. Desde la más remota antigüedad, innumerables escuelas y sectas vienen profesando doctrinas, tanto o más erróneas y absurdas que las del krausismo; pero tienen la franqueza de proclamarlas en alta voz sin enigmas, mistificaciones, ambages, ni rodeos. «Soy ateo, dice el uno: Dios no existe, ni ha existido, ni existirá nunca más que como idea en la mente y como palabra en los labios.» Afirma el otro: «yo soy panteísta y no encuentro, por lo tanto, diferencia sustancial entre Dios y el mundo, agregado a determinaciones del ser indeterminado.» Niega este la divinidad del cristianismo, considera aquel el catolicismo como una de tantas religiones positivas, contra todas las cuales hay que esgrimir las aceradas hojas de la demoledora crítica racionalista; y se empeña el de más allá en oponer la supuesta ciencia a los textos bíblicos, a fin de socavar en sus cimientos el grandioso edificio de la revelación, para que con todo el orden sobrenatural se venga abajo. Blasfemias horribles salen [249] continuamente de los labios del ateo, panteísta, racionalista, materialista y positivista; pero nada tan insidioso y perjudicial para los timoratos e incautos como las mistificaciones filosófico-teológicas del krausismo, en las que tropezamos a cada paso con el nombre sacrosanto de Dios, como si tan augusta palabra tuviese para ellos sentido o significación alguna.
No, en labios krausistas nada significa este sacratísimo nombre. Su sistema filosófico (digan lo que quieran y como quieran en contrario), por lo que a Dios respecta, no es más que panteísmo en la forma y ateísmo en el fondo.
Cuando de lo primero se les acusa, consecuentes con su método de propaganda científico-antireligiosa, rechazan con indignación el calificativo de panteístas, hacen alarde de creencias y hasta de piedad, y hablan de los deberes del hombre, como pudiera hacerlo un Santo Padre. Pero se rehacen luego, cambian su cólera en sonrisa de conmiseración, respecto a los no iniciados en los nuevos misterios eleusinos, y se llaman a sí mismos a boca llena, panenteístas, teniendo enseguida la amabilidad de enseñarnos, que una cosa es decir con Espinosa Todo-Dios, y otra muy distinta sostener con Krause Dios-uno y todo, y aún si les parece necesario, le dan al asunto un barniz místico y sostienen con el apóstol: In ipso movemur, vivimus et sumus o Ex ipso, el per ipsum et in ipso sunt omnia; y nos recuerdan ciertos textos de la Sagrada Escritura, de San Agustín, San Anselmo y otros Santos Padres.