Filosofía en español 
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Espíritus fuertes

Con este nombre han querido apellidarse los que negándolo todo y sometiéndose a una vida puramente de sensación, renunciaron a la reflexión, al juicio y a los grandes y elevados sentimientos de amor, de generosidad y de sacrificio.

Indudablemente eligieron un calificativo antifrástico para engañarse a sí mismos o para burlarse de los demás que fácilmente les creyeran. [283] El nombre de espíritu fuerte, dada la aplicación que tiene, no es más que una nota de orgullo, discrepante de toda armonía racional; es la presunción más irreflexiva y la estupidez más insensible a la idea.

Aquellos que todo lo niegan, en el orden moral, en el orden filosófico y en el orden social, han dado en llamarse espíritus fuertes, cuando rechazan toda virtud, aborrecen toda ciencia y desprecian a sus semejantes. El sistema que dicen profesar los espíritus fuertes, es un conjunto de negaciones; es una mezcla de todos los errores, con exclusión de verdades; es la contradicción en escuela. Nada tiene de original, solo sabe copiar: nada puede adelantar, porque es la eterna repetición de los extravíos de la razón; nada define, porque su principio fundamental es negar lo positivo, dudar de lo hipotético y proclamar lo absurdo. Como más bien es la perversidad del corazón que una función de la inteligencia; una aberración de la voluntad y no una operación del entendimiento; es muy difícil concretar para rebatir las disparatadas pretensiones del jactancioso espíritu fuerte. Una vez conocido no queda más remedio que prescindir de él por completo: 1.º Porque todo lo que digan los espíritus fuertes está dicho, rebatido, y pulverizado por la ciencia, y barrido y aventado este polvo por el sentido común de la gente sensata. 2.º Porque sería imposible contestar a todas las variantes, secuelas, pretextos, evasivas, simulaciones, &c., de los que en nada tienen ni pueden tener fijeza, dadas sus condiciones y modo de ser. 3.º Porque sería preciso emplear gran parte del tiempo en seguir a estos andarines extraviados, y ni tenemos tiempo para ello, ni el asunto merece tanto afán.

Veamos el retrato de los espíritus fuertes. «Muchas gentes renuncian a las preocupaciones por vanidad y por los que oyen. Estos pretendidos espíritus fuertes nada examinaron por sí mismos, sólo se refieren a otros que suponen haber pensado las cosas con más madurez... Un voluptuoso, un relajado sumido en la crápula, un ambicioso, un intrigante, un hombre frívolo y disipado, una mujer desarreglada, un bello espíritu a la moda, ¿son acaso sujetos muy capaces de formar juicio sobre una religión que no han sondeado, de conocer la fuerza de un argumento, ni de comprender la combinación de un sistema?... Los hombres corrompidos no atacan a los dioses, sino cuando los creen enemigos de sus pasiones... Es preciso ser desinteresado para formar juicio sano de las cosas, y se necesitan luces y encadenamiento en las ideas para emprender un gran sistema... El hombre honrado y virtuoso es el único juez competente.» (Sist. de la Natur.)

Oigamos a un espíritu fuerte: «Yo quiero más, dice, aniquilarme de una vez, que arder siempre: me parece más apreciable la suerte de los brutos que la de los condenados. La opinión que me desembarace de los temores importunos en este mundo, me parece más risueña y agradable que la incertidumbre en que me deja la opinión de un Dios sobre mi suerte eterna... No puede ser feliz el que vive siempre temblando.» (Le bon sens).

En el espíritu fuerte no hay más que sensualismo, materialismo puro sin mezcla alguna de espiritualismo; y esto se confirma más cuando se leen los escritos que ellos presentan como obras de autoridad, que merecen respeto y veneración. Allí se ve consignada una afirmación, después de la cual no hay por qué tomar en serio las ridiculeces de estos hombres; se confiesa paladinamente que entre la religión y el ateísmo no es el entendimiento quien decide la elección, sino el temperamento y el corazón. ¿Qué funciones reservan al entendimiento, potencia primera que informa para mover la voluntad? ¿Qué quieren dar a entender con la palabra temperamento, contrapuesta al corazón? Visto está que es la profesión del materialismo, que reconocen como principio quod del hombre el organismo... ¿merece esto refutarse?

Estos absurdos, que parecen no caber en la mente humana, favorecen la vida sensual, acallan, o mejor, prescinden del grito íntimo de la conciencia, protegen las inclinaciones a la vida puramente animal, sin cuidarse del estudio, trabajo nobilísimo que eleva al hombre a la altura que necesita, para conocer su origen, su dignidad y su destino; y estos títulos son bastantes y sobrados para que se rechace tan criminal sistema. ¡Y se llaman espíritus fuertes los que niegan toda vida al espíritu!

Para sobreponerse al sentido íntimo, a la voz constante de la conciencia, para escapar del yo, toman el camino de la negación absoluta, así es que vemos en esta secta algo de común con todas las sectas habidas y por haber. Los primeros de este siglo, no atreviéndose a presentarse sin alguna autorización, creyeron encontrarla en la Enciclopedia, y fueron miserables ecos de Bayle y de los protestantes, quienes a su vez fueron copistas de los incrédulos de todos los siglos. Ellos tomaron de los epicúreos, de los pirrónicos, de los cirenáicos, de los cínicos y de los académicos. Ellos copiaron los errores de Celso, Porfirio y Juliano. Desenterraron los desacreditados dicterios de judíos y musulmanes contra el cristianismo; y si es verdad que no hay error ni negación, ni absurdo que no repitiesen, en cambio no tomaron, ni siquiera leyeron las afirmaciones filosóficas de [284] Platón, Sócrates, Cicerón, Plutarco y otros; ni las demostraciones religiosas de los Santos Padres, de Orígenes, Tertuliano y doctores de la Iglesia.

Pero no se crea por esto, que al negar los espíritus fuertes lo que negaron sus predecesores, los sectarios, admitían lo que ellos admitían como afirmación, no; su misión es destruir, es vivir en un mundo negativo, en tales términos, que no son judíos, ni mahometanos, ni gentiles, ni protestantes, ni... cosa alguna que envuelva afirmación, y por consiguiente realidad. Tan solo afirman que son espíritus fuertes, y esto es sin duda, por qué proclamando el materialismo destruyen el mundo espiritual.

De tal manera proceden siempre, que no puede creérseles ni buena fe, ni buen deseo, ni instrucción; no pudiendo esperarse de ellos otra cosa que el trastorno y la ruina en todo, en las relaciones del hombre con Dios, en la idea de sí mismos, y mucho más en la vida de relación social con sus semejantes. Y porque estos desvaríos se infiltran fácilmente en el corazón del hombre, dada la debilidad y corrupción, herencia forzosa del pecado, se nota hoy la influencia de semejantes negaciones en la esfera religiosa, en la científica, en la social y en todo lo que al individuo pertenece.

Nos llaman hombres necios por la fe que profesamos, y mientras que el catolicismo cuenta con poderosos fundamentos, los motivos de credibilidad, en los que se apoya la razón para creer dignamente, ellos admiten sin estudio, sin examen, sin criterio y sin discernimiento cuantas paparruchas, hasta lo inverosímil y el absurdo, propalan los labios de un escéptico.

Quieren echarnos en cara y poner en nuestra frente el sello de fanáticos; y ellos, devorados por la rabiosa sed del sensualismo y de un orgullo, que debe apellidarse orgánico, no atesoran más que odio ciego, furioso encono y demencia, para los que, como ellos, no viven abandonados a la influencia del temperamento.

En fin, los espíritus fuertes, donde han puesto la mano, sembraron la destrucción y la ruina; anularon la fe religiosa; destruyeron los principios seguros y firmes de la ciencia; arruinaron el principio de autoridad; dividieron la familia; dieron al hombre por padre al bruto, y le dan como consuelo en sus desgracias... el suicidio.

Un recuerdo histórico como párrafo final.

Grecia no pudo consentir por más tiempo a los epicúreos, y los arrojó de su seno, desterrándolos. Roma llevó a cabo la misma medida con los célebres acatalépticos; los cínicos tuvieron que salir de las ciudades, que no podían refrenar más tiempo su aborrecimiento. ¿Y dónde se encontraron los cirenáicos? ¡En el patíbulo! ¡No se atenta impunemente contra la humanidad, ni se sacrifica la justicia, ni se destruye la idea de Dios y de la sociedad!

Godofredo Ros y Biosca, Arcediano de la Catedral de Valencia.