Filosofía en español 
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Cólera-morbo

En estos desgraciados tiempos en que estamos presenciando los estragos de la terrible epidemia conocida con el nombre de cólera-morbo, será oportuno recordar que, según el continuador del Diccionario de la Biblia de Calmet, esta maléfica enfermedad se halla tal vez indicada en algunos lugares de la Sagrada Escritura. “Las observaciones de los médicos, dice, han demostrado la exactitud de aquella sentencia de la Sabiduría, que el exceso de comer y beber ha hecho perecer más hombres que la espada; y con ocasión del cólera-morbo han recomendado una vez más la sobriedad y la templanza, citando unos lugares del Eclesiástico, en donde se lee la palabra cólera, como en el cap. XXXI, 22, 23: al hombre arreglado le basta poco vino, y no tendrá desasosiego en el sueño, ni sentirá dolor, desvelo, cólera, ni retortijones de tripas como el hombre intemperante. Y en el cap. XXXVII, 33, añade: que de mucho comer se seguirán enfermedades y la glotonería causará la cólera. Aunque aquí no se trate precisamente de la epidemia que nos aflige, es cierto, sin embargo, que el nombre de este azote es hebreo, choli-ra, que significa enfermedad maligna. Se compone de dos palabras, que sea juntas o separadas, designan con toda propiedad las enfermedades más peligrosas del vientre, y en sentido figurado las afecciones más vivas del alma. He aquí las observaciones de algunos hebraizantes acerca de estas palabras: Choli significa padecimiento, enfermedad, y en sentido figurado, aflicción de espíritu. Se deriva del verbo chala, sufrir, caer enfermo, que proviene de choul, tener dolores de parto, sufrir ansias espasmódicas, temblar, &c. Ra significa muy malo, maléfico, destructivo, y como sustantivo mal, calamidad, castigo enviado por Dios. Proviene de Raá destrozar, moler, que se deriva de Ronah, inficionar, hacer mal, destruir. Moisés predijo a los judíos que si no eran obedientes a las leyes del Señor, padecerían grandes calamidades. (Deut. XXVIII 59). El Señor agravará tus plagas y las de tu descendencia, plagas grandes y durables, enfermedades malísimas [Cholaim raim plural de Choli-ra.) Salomón, hablando del rico que no puede gozar de sus riquezas, dice (Eccles, VI, 2) que esto es vanidad y grande miseria. (Choli-ra) expresión que se toma por una enfermedad muy aflictiva; y en el capítulo anterior (Eccles V, 15), dice que el hombre se ve obligado a dejar la tierra desnudo como ha venido a ella, lo cual es un achaque del todo miserable (Raa-chola). Para poder juzgar el valor de cada una de las palabras que componen el nombre cólera, se pueden estudiar los pasajes en que se emplean separadamente. En el II Paral. XXI, 15, la palabra Choli significa particularmente una disentería mortal: “Tendrás una enfermedad muy maligna (cholaim) en tu vientre, una pestilencia en las entrañas (choli), hasta que te salgan, &c.” También la palabra ra, sílaba final de cólera, ofrece el mismo significado de cosa perniciosa. El terrible azote que hizo perecer en una sola noche a todos los primogénitos de Egipto, es atribuido por el escritor sagrado a los ángeles exterminadores, ángeles malos (Raim plural de ra), y este funesto acontecimiento es llamado una peste en el versículo 50. (Psal. LXXVII, 49). El epíteto Ra se aplica a una bestia feroz que devora a un hombre. (Gen. XXXVII, 20): a las vacas excesivamente flacas y feas que vio Faraón en su sueño como anuncio de la esterilidad (Ibi. IXL, 19), a un corazón en extremo afligido y turbado, y en general a todo lo que es malo y dañoso en grado superlativo.”

Sin dar más valor a esta interpretación que la coincidencia etimológica del nombre, cosa de poco valor en sí misma, por más que los racionalistas abusen de las etimologías hebreas, dándoles muchas veces un valor exagerado según sus planes, nos ha parecido oportuno dar estas noticias, por si alguno quiere hacer estudios más profundos sobre la materia, y que en último caso en nada perjudican a la piedad, sino que al contrario, pueden contribuir a fomentarla, así como el arrepentimiento por los pecados si se considera al cólera como un castigo divino justamente merecido por nuestras culpas.

En este sentido se ha dicho que el mejor preservativo del cólera y la mejor medicina de tan terrible epidemia es convertirse a Dios. Los preservativos religiosos, escribía el continuador de Bergier, son los más útiles, pues producen los efectos admirables que se desean, sin impedir por eso la virtud de las medicinas corporales, que, al contrario, le son muy provechosas: tales son, según la Iglesia católica, aquellos remedios que ejercen en el espíritu su misterioso influjo en las afecciones del corazón y en las disposiciones del organismo, o sea sobre el alma y sobre el cuerpo.

La penitencia, el arrepentimiento, la conversión sincera a Dios, es el único refugio, el único preservativo de la cólera divina. Oíd, en prueba de esto, las palabras del mismo Dios, justo y benéfico, pero recto y justiciero, repetidas por el profeta Jeremías a su pueblo: Yo pronunciaré mi sentencia contra una nación y contra un reino para arrancarle, destruirle y aniquilarle; pero si la tal nación hiciere penitencia de sus pecados... me arrepentiré yo también del mal que pensé hacer contra ella: es decir, que si sus pueblos se presentan contritos y humillados pidiendo misericordia en público y en secreto, desde el pequeño al mayor amenazado, y desde el infeliz al poderoso, ya no descargará sobre el tal pueblo o nación arrepentida el castigo que tiene sobre sí, permaneciendo impenitente. Un ejemplo igual sucedió a Nínive, ciudad corrupta, la mayor del mundo, cuando condenada, según la Escritura, por Dios, al exterminio, y avisada por su profeta del riesgo que corría, se salvó de él por el pronto arrepentimiento de su Rey y vasallos, que en sacos y con ceniza por calles y plazas imploraron el perdón. Convertíos a mí, nos dice en otro lugar el mismo Dios, de todo vuestro corazón, con ayunos, con lágrimas y con gemidos, y rasgad vuestros corazones y no vuestros vestidos. —Convertíos, sí, al Señor Dios vuestro, dice también el profeta, puesto que es benigno y misericordioso, paciente y de mucha clemencia, e inclinado a suspender el castigo. Pero, ¡ay del que se haga sordo a la voz del Amoroso Padre, que sin duda lo tendrá que experimentar severo juez!

G. M. G.