Abolición de la esclavitud
Entre los innumerables beneficios debidos al Catolicismo, ocupa un lugar preferente la abolición de la esclavitud. En la palabra, Esclavitud, investigaremos el origen de este negro borrón de la humanidad, la triste condición de los esclavos, y la opinión de los principales filósofos acerca de ellos.
El Evangelio brilló para estos infelices, como un astro luminoso que alumbraba la era suspirada de su libertad; y esto lo reconocen todas las personas ilustradas e imparciales. Como confiesa Mr. Guizot, «ya no se encuentra quien ponga en duda que la Iglesia católica ha tenido una poderosa influencia en la abolición de la esclavitud; es una verdad demasiado clara; salta a los ojos con sobrada evidencia para que sea posible combatirla».
El Cristianismo, por su misma naturaleza, debía destruir la esclavitud: su constitución, su existencia y sus doctrinas, son incompatibles con aquel estado. En primer lugar, atribuye la esclavitud en su origen al desorden introducido en el mundo por el pecado original; y como el Cristianismo, institución reparadora del género humano, tiene por objeto aniquilar y destruir las consecuencias morales y sociales de aquel pecado, así como también del pecado actual, claro es que el hecho mismo de su existencia había de contribuir naturalmente a la abolición de la esclavitud.
El Cristianismo, religión universal y perpetua, se ofrecía indistintamente a todos los hombres como una redención total; se predicaba a todas las naciones como un principio salvador; se anunciaba a todos los pueblos como una revelación divina, y traía escrito en su bandera el lema consolador y nunca oído de fraternidad universal. Enseñaba, pues, el principio de la igualdad de naturaleza en todos los hombres; la igualdad de condición entre todos los pueblos; la igualdad de redención por Jesucristo, y la igualdad de destino glorioso después de la muerte. San Pablo escribía a los Colosenses, que el Cristianismo es una renovación de la humanidad, en donde no hay gentil y judío, circunciso é incircunciso, bárbaro y scitha, esclavo y libre, sino todo y en todos Cristo.{1} Y escribiendo a los de Corinto les dice sin distinción de clases o de personas: ¿Fuiste llamado siendo siervo? No te dé cuidado... Porgue el siervo que fue llamado en el Señor, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, siervo es de Cristo.{2} Y por último, ruega a Filemon, que considere a su esclavo, no ya como esclavo, sino como hermano muy amado; innovación importantísima que el Apóstol no cesa de predicar con infatigable celo. Y es que para realizar su fin y perfeccionar al hombre, el Cristianismo debía procurar que desapareciesen todas las trabas y fuesen destruidas todas las tiranías, y la peor de todas, como la más universal, la esclavitud.
Ciertamente que tal estado subsistió mucho tiempo en la sociedad cristiana; mas esto fue no por culpa del Cristianismo, sino por culpa de los tiempos y de sus enemigos. Como observa muy bien Cantú, «romper de pronto las cadenas, decir a los siervos: Sois libres; sed iguales a vuestros amos, hubiera sido una obra inconsiderada, como sería la que rompiese de pronto los diques de un lago que quisiera desocupar, porque infestase la ciudad; y la filantropía de nuestro siglo ha visto y ve a qué conducen estas conmociones instantáneas. Cristo hace reformas, no revoluciones, y arroja entre los esclavos el germen que producirá al cabo de los siglos un fruto que jamás hubiera producido ninguna doctrina de los sabios antiguos, la libertad».
Por otra parte, el número de los esclavos era inmenso, y no pocas veces llegó a peligrar por causa suya la tranquilidad pública; por lo cual era de todo punto imposible proporcionarles de repente la libertad, no teniendo la Iglesia medios materiales para rescatarlos, ni autoridad para obligar a sus dueños a que les dieran libertad, ni otro modo de aliviar su suerte que las consideraciones que les daba y las predicaciones en su favor. Si la Iglesia hubiera intentado de repente una reforma tan transcendental, además de no conseguir nada, hubiera excitado contra ella el odio de los dueños y de los hombres libres; y la misma sociedad, amenazada de tan graves peligros como de ello hubieran resultado, se hubiera levantado en masa contra el Cristianismo, y no le hubiera permitido establecerse en su seno.
La Iglesia, desde el primer momento, hizo cuanto pudo en favor de los esclavos. Primero los trató como a los hombres libres, dándoles los mismos derechos y prerrogativas, los mismos sacramentos, las mismas doctrinas y los mismos honores, especialmente después de su muerte. Manifestó especial solicitud por los esclavos, tanto, que según Orígenes, los paganos reprochaban a los cristianos que hacían causa común con los esclavos, y que por medio de ellos ejercían una influencia directa en las familias, atrayéndolas al Evangelio. Lactancio dice que solo había una diferencia exterior entre los dueños y los esclavos, y que los cristianos que poseían algunos, los trataban en adelante como a miembros de la misma familia.
No olvidemos tampoco que en los primeros siglos del Cristianismo, la Iglesia, combatida por diez atroces persecuciones, debía luchar por su existencia, y no pudo desarrollar libremente toda su influencia salvadora. No olvidemos que tuvo que luchar con el egoísmo de pueblos voluptuosos, acostumbrados a ser servidos por esclavos, en los cuales consistía muchas veces su riqueza; y no olvidemos, por último, que debió luchar en diversos lugares con las varias herejías y errores que a cada paso brotaban de su seno.
A pesar de tantas dificultades, la Iglesia fue avanzando paso a paso en el camino de la reparación de la humanidad y la redención del esclavo. Lo primero que hizo la Iglesia fue desvanecer las preocupaciones que había respecto de los esclavos, creyendo muchos que eran de distinta condición que los libres; contra lo cual enseñaba que todos los hombres son iguales. Después apenas logró adquirir existencia legal por la conversión de Constantino, no cesó un instante de favorecer de algún modo a los infelices esclavos, y mejorar su condición. Sabido es que los esclavos eran castigados con la mayor crueldad, y que el amo tenía sobre ellos derecho de vida y muerte. La Iglesia, en el Concilio de Iliberis, celebrado el año 305, prohibió maltratar a los esclavos, imponiendo penitencias a quien lo hiciere. Si algún amo mataba a su esclavo, la Iglesia le condenaba como homicida, imponiéndole excomunión mayor. Como sucedía con frecuencia que el esclavo, habiendo cometido alguna falta, huyere de casa del amo, el Concilio de Orleans, en 549, mandó que si se refugiare en la Iglesia, fuese acogido, y que al devolverlo a su amo, se le exigiese juramento de que no le haría daño alguno; y los Concilios de Mérida, en 666, de Toledo XI en 675, y el XVII en 694, ordenan que si el esclavo hubiera cometido algún delito grave fuese entregado a los Tribunales ordinarios, en lugar de ser castigado por la autoridad privada del amo: que los Obispos no juzguen las causas de los esclavos, ni los condenen a mutilación o a muerte, y que interpongan su valimiento con los jueces, para que se modere la pena a que los esclavos sean condenados; y por último, entre otras cosas, dispuso que los esclavos no pudieran ser obligados al trabajo en días de fiesta, y si lo eran, por el mismo hecho quedasen libres.
Además, la Iglesia introdujo su espíritu en la legislación civil. Constantino mandó que hubiera un juez especial para entender en las causas de los esclavos; castigó con penas graves las crueldades cometidas con ellos; prohibió crucificarlos; introdujo un nuevo modo de emancipación más fácil y sencillo, manumissio in Ecclesia; favoreció en general la emancipación; negó a los judíos la facultad de tener esclavos cristianos, y prohibió marcar la frente de los esclavos fugitivos con las letras F. H. E. (Fugitivus hic est). Sus sucesores imitaron su conducta, especialmente Justiniano en el siglo VI, el cual abolió muchas leyes que Constantino había conservado en vigor.
Al mismo tiempo los Concilios, los Obispos, las Ordenes monásticas y el clero secular, iban multiplicando sus consideraciones hacia los esclavos, no solo mejorando su condición material, sino concediéndoles derechos y privilegios. Primero se desplegó el celo de la Iglesia en darles una sólida instrucción; después los admitió a la vida monástica, y mandó que se diese libertad a los esclavos que abrazasen el estado religioso, previas las pruebas necesarias para acreditar la verdad de su vocación. Dado este paso, la Iglesia los realzó todavía más, admitiéndolos a las sagradas Ordenes y escogiendo de entre ellos sus ministros. Ocurrió con frecuencia que muchos que habían nacido en la esclavitud, llegaron a obtener las más altas dignidades eclesiásticas, y por consecuencia los más distinguidos honores y cargos públicos.
Cuando la Iglesia llegó a poseer bienes, empleó una gran parte de ellos en la redención de los esclavos, sin compensación. Los Obispos tenían el derecho de dar libertad a los esclavos de las tierras de la Iglesia sin el consentimiento del clero, de cuyo derecho hacían uso con frecuencia, como lo prueban las actas de muchos Concilios.{3} Entre tanto, y merced a la protección de la Iglesia, los esclavos destinados al cultivo de los campos tenían el derecho de reservar una parte del producto de su trabajo, con lo cual formaban un peculioparticular, que les servía para redimirse, si querían, y del cual podían disponer libremente. Por último, la Iglesia tomó especialmente la protección y defensa de los manumitidos, para impedir que por su pobreza o por la codicia de otros volviesen a perder su libertad.{4} Finalmente, el Papa Alejandro III, en el Concilio de Letran, decretó que todos los cristianos fuesen exentos de la esclavitud hasta por parte de los sarracenos y judíos. «Esta sola ley, dice Voltaire, basta para hacer bendecir el nombre de este Papa por todos los pueblos de la tierra. Tal vez el hombre que en la Edad media mereció mejor del género humano, fue el Papa Alejandro III».
Por otra parte, dice Balmes, en la grande obra de la abolición de la esclavitud, ha tenido no escasa parte el celo que en todos tiempos y lugares ha desplegado la Iglesia por la redención de los cautivos. Era la redención de los cautivos un objeto tan privilegiado, que estaba prevenido por antiquísimos cánones, que si esta atención lo exigía, se vendiesen las alhajas de las iglesias, hasta sus vasos sagrados: en tratándose de los infelices cautivos, no tenía límites la caridad; el celo saltaba todas las barreras, hasta llegar al caso de mandarse que por mal parados que se hallasen los negocios de una iglesia, primero que a su reparación, debía atenderse a la redención de los cautivos (Caus. 12, qu. 2). Al través de los trastornos que consigo trajo la irrupción de los bárbaros, vemos que la Iglesia, siempre constante en su propósito, no desmiente la generosa conducta con que había principiado. No cayeron en olvido ni en desuso las disposiciones benéficas de los antiguos cánones, y las generosas palabras del Santo Obispo de Milán en favor de los cautivos, encontraron un eco que nunca se interrumpió a pesar del caos de los tiempos. (V. San Ambros. De off., lib. 2.º, c. XV.) Por el canon 5 del concilio de Macón, celebrado en 585, vemos que los sacerdotes se ocupaban en el rescate de los cautivos, empleando para ello los bienes eclesiásticos; el de Reims, celebrado en el año 625, impone la pena de suspensión de sus funciones al Obispo que deshaga los vasos sagrados, añadiendo, empero, generosamente: por cualquier otro motivo que no sea el de redimir cautivos; y mucho tiempo después hallamos en el canon 12 del de Verneuil, celebrado en el año 844, que los bienes de la Iglesia servían para la redención de cautivos. Es también muy loable el desprendimiento de la Iglesia en este punto: una vez invertidos sus bienes en la redención de un cautivo, no quería que se la recompensase en nada, aun cuando alcanzasen a hacerlo las facultades del redimido. De esto tenemos un claro testimonio en las cartas del Papa San Gregorio, donde vemos que estando recelosas algunas personas libradas del cautiverio con la plata de la Iglesia, de si con el tiempo podría venir caso en que se les pidiera la cantidad expendida, les asegura el Papa que no, manda que nadie se atreva a molestarles ni a ellos ni a sus herederos, en ningún tiempo, atendido que los sagrados cánones permiten invertir los bienes eclesiásticos en la redención de los cautivos.
Como consecuencia de esta solicitud nacieron en el seno de la Iglesia dos Órdenes religiosas dedicadas a la redención de los cautivos, no solo allegando para ello recursos materiales, sino también consagrando sus propios bienes, su libertad y su vida a esta gran obra, y aun entregándose ellos mismos al cautiverio para redimir a otros. Todos los sacrificios que cualquiera institución pueda hacer en favor de los cautivos, nada valen en comparación de éste. Tales fueron la Orden de los Trinitarios o Maturinos, fundada por San Juan de Mata y San Félix de Valois hacia el año 1200, y la de Nuestra Señora de la Merced, fundada por San Pedro Nolasco en 1223. Este es uno de los argumentos más gloriosos para probar que el Catolicismo es la religión que más aprecia y favorece la libertad del hombre. Solo el Catolicismo sabe formar semejantes héroes e inspirar tales sacrificios. El mismo Voltaire, tan poco favorable a todo cuanto se refiere a la religión, los llama héroes. Hasta los mayores enemigos de la Iglesia no han podido rehusarles sus elogios, ni disimular su admiración.
Sin necesidad de acumular más pruebas del celo de la Iglesia en favor de los esclavos, las cuales se encuentran en casi todas las páginas de las Colecciones de los Cánones,creemos haber dejado bien demostrado que la abolición de la esclavitud es uno de los beneficios más señalados que la humanidad debe al Catolicismo. Así lo reconocen los mismos protestantes. Véase lo que dice Robertson: «No el respeto inspirado por algún precepto particular del Evangelio, sino el espíritu general de la religión cristiana, más poderoso que cualquier ley escrita, desterró la esclavitud de la tierra».
Resta todavía un borrón de la humanidad, más ignominioso si cabe que la misma esclavitud antigua: el tráfico de negros. Inútiles han sido hasta ahora todas las tentativas de las naciones civilizadas y de las Sociedades abolicionistaspara impedirlo. Pero es preciso que conste que la Iglesia fue la primera en levantar la voz contra esta iniquidad. Ya en el siglo XI había prohibido severamente el negocio abominable que se hacía en Inglaterra de vender a los hombres como brutos animales.Enérgicamente clamaron contra la esclavitud y el tráfico de indios y negros, Pío II en sus letras de 7 de Octubre de 1482; Paulo III en otras el 29 de Mayo de 1537; Urbano VIII en otras el 22 de Abril de 1639; Benedicto XIV en 1741; Gregorio XVI en 3 de Noviembre de 1839, y por último Pío IX en 21 de Marzo de 1855. Pero de esto trataremos más extensamente en su lugar propio.{5}
Tal ha sido siempre la conducta del Catolicismo, tal el espíritu de la Iglesia en todos los siglos; y de esta manera y de otras muchas ha demostrado que es el agente más poderoso de la verdadera civilización.
Perujo.
——
{1} Colossen., III, 11. –Galat., III, 28.
{2} I Cor., VII, 21.
{3} Harduino, Collect. Concil., t. II, p. 988; t. III, p. 1780; t. V, p. 56.
{4} Conc. Aurelian I, cán. 7, anno 441; Aurelian V, cán.7, anno 549; Toletanum III, cán. 6, anno 589; Tolet. IV, cán. 72, anno 633; Paris V, cán. 5, anno 614, y otros muchos.
{5} Lo que decimos en este artículo es suficiente para el objeto, pero ampliaremos todavía esta materia en otros muchos lugares de este DICCIONARIO. Véanse los artículos Cautivos, Esclavitud, Mercenarios, Negros, Redentoristas, Siervos, Trinitarios y otros; con todos ellos se formará un estudio completo acerca de este punto.
Entre los autores que con más profundidad y copia de datos han tratado esta materia, merecen citarse en primer lugar, Balmes, El protestantismo comparado con el Catolicismo, tomo 1, capítulos XV al XIX, y sus notas al fin del tomo. –Biot, Memoria sobre la abolición de la esclavitud, premiada en 1838 por la Academia de Ciencias morales de París. –Mohler, Fragmentos de la Historia de la abolición de la esclavitud por el Cristianismo en los quince primeros siglos. –Haas, Disertación sobre la esclavitud y su abolición por la Iglesia. –Wallon, Historia de la esclavitud en la antigüedad, 1845.