Prostitución
No es ciertamente culpa nuestra que semejante palabra haya de figurar en este Diccionario, sino que las exigencias de la defensa apologética nos imponen esa triste necesidad. He aquí, en efecto, lo que ha llegado a estampar en sus Estudios históricos Mr. J. Soury: “Después de los sacrificios humanos, la prostitución sagrada es lo que caracteriza esencialmente la religión primitiva de los Beni-Israel… Las prostitutas… llevaban al tesoro del templo de Jahveh el producto de su prostitución. He ahí lo que pagaba en parte los gastos del culto.” ¿En qué ha podido fundarse el crítico racionalista para creerse autorizado a lanzar acusación tal contra una religión cuyo carácter divino se había reconocido hasta ahora? En tres argumentos, cuyo meollo vamos a poner brevemente en evidencia.
1.º “No habrá ramera, dice el Deutoronomio (XXIII, 17), entre las hijas de Israel… No ofrecerás la paga de la prostitución en la casa del Señor Dios tuyo.” ¿Qué se deduce de este pasaje? Que Dios, para precaver a los israelitas de las monstruosas prácticas de los pueblos vecinos, les había prohibido expresamente imitarlas; eso es lo que nos hace ver el texto. Pero lo que Mr. Soury quiere sacar es precisamente lo contrario; es, a saber, que los hebreos se daban a tales prácticas, pues que Dios atendía a vedárselas. ¡Vaya! Y entonces, ¿qué diremos de la ley que, en Francia verbigracia, veda el asesinato, el robo, &c.? A discurrir como Mr. Soury, vendría a deducirse de esa disposición que los franceses son un hato de asesinos y ladrones; pues que la ley atiende a vedarles esos delitos. Sin duda que entre los judíos ha habido, como en todos los pueblos, excesos de inmoralidad; pero a la humana flaqueza hay que achacarlo, y no, en modo alguno, a la ley religiosa. “Una religión, dice el señor Vigouroux, sólo es responsable de lo que ella autoriza.”
2.º Dicho Mr. J. Soury remite al lector a varios textos de la Biblia (Isaías, LVII, 7 y sig.; II Reg., XVII, 30; XXIII, 7, &c.), de donde pretende sacar que las tiendas de las prostitutas sagradas se levantaban en las eminencias, a la par de la cabeza de Baal o de Jehová y es el caso que ni en los pasajes que nuestro adversario indica, ni en otro ningún lugar de la Biblia, se halla traza ninguna de tráfico ejercido por las prostitutas junto a la cabeza de Jehová o en honor suyo, sino que al contrario, todos los textos condenan formalmente tal infamia y ven en ella un honor tributado a los falsos dioses y no a Jehová.
3.º A más llegó el tal Mr. Soury; pretende, en la Revista de Ambos Mundos (Febrero 1872), que existía una fiesta de las prostituciones sagradas, y que era, sin duda, la que hoy llamamos la fiesta de los Tabernáculos, es decir, de las Tiendas, para lo cual pretende apoyarse en la autoridad de Movers y de F. Lenormant y, por fin, en la existencia de una ciudad de Palestina llamada Soucoth, “tiendas”.
Todo es falso en esas afirmaciones del crítico:
a) La fiesta de las prostituciones sagradas (Soucoth Benoth), que menciona la Biblia, la designa como una fiesta babilónica y no judía: Viri Babylonii fecerunt, Souchoth Benoth.
b) Siendo esa una fiesta babilónica, no puede ser la misma que la fiesta judía de las Tiendas; y Movers, cuya autoridad se invoca, coteja ambas fiestas solamente por razón del nombre, mas no de la institución.
c) Por lo que hace a F. Lenormant, parécenos que Mr. Soury ha abusado ahí algún tanto de la autoridad que invoca; porque remite, en efecto, al lector a las Cartas asiriológicas, I, 80, donde Lenormant habla únicamente de los scitas; pero no para en esto la cosa, sino que Mr. Soury copia textualmente del Comentario de Beroso, del mismo Lenormant, la siguiente frase: “La Biblia designa la fiesta de las prostituciones sagradas con el nombre de Souchoth Benoth”; pero suprime en la frase citada un inciso tan importante que, truncada así, parece decir lo contrario de lo que antes expresaba; pues lo que Lenormant había dicho es: “La Biblia designa la fiesta de las prostituciones sagradas, traídas de Babilonia a Samaria por los colonos que reemplazaron a los israelitas, con el nombre de Souchoth Benoth”. Vése, por ende, con qué fundamento ha podido Mr. Soury invocar a Lenormant en favor de su tesis, y que Lenormant habla como Soury… con tal que se le haga decir lo contrario de lo que en realidad ha dicho.
Baste, pues, con esto: que, aparte de quedar disipadas tales acusaciones, no sin repugnancia nos hemos visto obligados a examinarlas y perseguir a los enemigos de la Religión en semejante terreno.
Véase Vigouroux: La Biblia y los descubrimientos, tomo III. Los Quedeschim.