Monita secreta
Una prueba de que para ciertas gentes todas las armas son buenas en tratándose de atacar a los jesuítas, la tenemos en la boga de los Monita secreta. ¿Quién no ha oído hablar de la tal colección de reglas secretas de la política ambiciosa, astuta y sin conciencia que los adversarios de la célebre Compañía le atribuyen? Demostrada cien veces la falsedad y calumnia del famoso libelo, se le ve, sin embargo, reaparecer en los días críticos de guerra contra los jesuítas; y toda vez que encuentra siempre editores sin escrúpulo y compradores simples, fuerza será volver a la discusión sobre los tales Monita secreta para darlos a conocer, mostrando cuál es su verdadero origen y qué crédito se merecen.
Los Monita secreta salieron a luz en Cracovia, en Polonia. Parecieron la primera vez el año 1612, y circularon por de pronto a hurtadillas y en manuscrito. Impresos poco después bajo el título de Monita privata Societatis Jesu, sin nombre de editor, merecieron que el Obispo de Cracovia los reprobase ya en 1615 como un «libelo difamatorio», cuyo autor merecía los más severos castigos. Una información que ordenaron dicho Prelado y el Nuncio de la Santa Sede en Polonia para averiguar el autor del libelo, no dio resultado alguno. La voz pública designaba, no obstante, a un desdichado sacerdote, Jerónimo Zaorowski, que se había hecho despedir de la Compañía de Jesús en 1611. Es, en efecto, muy verosímil que los Monita sean fruto de los rencores de un apóstata.
En 10 de Mayo de 1616 la Congregación cardenalicia del Index, en Roma, condenó los Monita privata «como falsamente atribuidos a la Compañía de Jesús, y llenos de inculpaciones calumniosas y difamatorias». En Marzo de 1621, un decreto de la misma Congregación insertó el libelo en el catálogo de libros prohibidos.
Bastaban ya tan elevados testimonios para dejar justificada a la Compañía de Jesús. Pero su Superior general, el Padre Muzio Vitelleschi, juzgó que además debía hablar también a su vez la Compañía para que ni aun la más ligera sombra pudiese empañar el brillo de la verdad. Así que el sabio jesuíta Gretser compuso por orden suya, en 1617, una sólida refutación, donde, examinando punto por punto los Monita, muestra que no son más que un tejido de calumnias y de documentos apócrifos (Jacobi Gretseri, S. J., theologi contra famosum libellum cujus inscriptio est: Monita privata Societatis Jesu, &c., libri tres apologetici. Opp. omn., tomo XI).
A esta ejecución en regla no halló nada que replicar el compilador anónimo. Durmió, pues, su obra en el olvido durante medio siglo, y más adelante vuelve a aparecer sin hacer mucho ruido en 1662, en 1669 y en 1702. El siglo XVII era demasiado delicado para dejarse coger en una invención de tan burda trama. En aquella época el monje apóstata Fr. Pablo Sarpi, apasionado enemigo de los jesuítas, al hojear los Monita en una traducción francesa, hallaba en ellos «cosas tan exorbitantes que no podía resolverse a creerlas verdaderas». «Lo que hay de cierto, escribía a sus amigos de Francia, es que en Italia no hemos tenido hombres así» (como los jesuitas de los Monita).
Pascal, tan poco escrupuloso a menudo en la elección de los textos que explotó contra los jesuítas, ni siquiera hizo al libelo de los Monita la honra de mencionarlo.
Otro jansenista más atrevido, a comienzos del siglo XVIII, el carmelita flamenco Enrique de San Ignacio, tan celoso enemigo de los jesuítas como acalorado partidario de Arnaud y de Quesnel, reprodujo los Monita secreta en un folleto que publicó contra la Compañía de Jesús bajo el lúgubre título: Tuba magna mirum clangens sonum. Deseoso de enterar a sus lectores respecto a la procedencia del tal documento, lo hace preceder de una historieta, según la cual los Monita habían sido descubiertos entre los papeles secretos de los jesuitas cuando el saqueo del Colegio de Paderborn, en 1622; y es el caso que años antes del descubrimiento habían sido ya, según hemos visto, condenados por el Obispo de Cracovia y por la Congregación del Index, y refutados por Gretser. Cierto es que el referido Enrique de San Ignacio añade que «se han encontrado también en los Colegios de Praga y de Lieja», pero sin decir cómo ni cuándo. Tales asertos, destituidos absolutamente de pruebas, han pasado de la Tuba magna a todas las posteriores ediciones de los Monita, sin que ninguno de los honrados editores se haya tomado la molestia de comprobar los informes de Enrique de San Ignacio o de añadirles un poco de verosimilitud.
Al menos el autor de la Tuba magna dejaba percibir una duda respecto a la autenticidad de los Monita. El jesuíta Huylembruc se tomó el trabajo de dilucidarla en una obra publicada en Gante en 1713. (Alphonsi Huylembroucq, S. J. Vindicationes alterae adversus famosos libellos quam plurimos, et novam eorum collectionem sub titulo Tuba magna, &c.) Tan decisiva era la respuesta, que convenció al mismo Enrique de San Ignacio; el adversario de los jesuítas les dio una especie de reparación, y suprimió los Monita en una nueva edición de su libro.
En 1719 vióse reaparecer una traducción francesa de los Monita bajo el título de Instructions secrets; publicación que, aunque debida probablemente al jansenismo, fue censurada por la porción más inteligente del mismo partido. El redactor de las Noticias eclesiásticas, papel jansenista siempre en guerra contra los jesuitas, aprovecha la ocasión para dar a conocer la retractación de Enrique de San Ignacio, y recuerda al mismo tiempo la «fuerte reclamación» de los Padres Gretser y Forero. «Esto debe bastar, concluía, para no achacar los Monita a los jesuítas; y si los que han hecho ahora nuevamente esa publicación se hubiesen hallado instruidos de estos hechos, se hubieran, sin duda, abstenido de ello».
Para arrancar semejantes confesiones, menester era que fuese muy perentorio el mentís dado al famoso libelo. Cuarenta años después, aliados los jansenistas con los parlamentarios y los filósofos, echaron mano de todo contra los jesuítas, y se desenterró una vez más el antiguo libelo para cooperar a la guerra contra la Compañía. Publicóse en 1761 en París, bajo la falsa indicación de Paderborn, 1661, una traducción francesa de los Monita con el texto latino al lado. El editor (anónimo como siempre) cuenta también por su parte la invención del precioso documento, no siendo su relato, fechado en 1761, más que una desdichada traducción del de Enrique de San Ignacio, publicado en 1712. Sino que ahora este impudente escribidor suprimió las dudas que el jansenista de 1712 había expresado respecto de la autenticidad de los Avisos secretos. En cuanto a la traducción, hállase plagada de groseros quid pro quo y de absurdos contrasentidos. Y, sin embargo, ésta es la traducción que casi sin variantes han reproducido todos los editores que vinieron después.
Parece que el editor de 1761 hubo de publicar para sí propio. Ni los Parlamentos en sus edictos contra la Compañía de Jesús, ni el autor de los Extractos de los asertos se dignaron hacer siquiera alusión al recién desenterrado libelo. Y, en efecto, esta obra de inepto falsario estaba ya hacía tiempo juzgada.
Pero, en fin, fueron expulsados los jesuítas de sus casas y de su patria, y confiscáronse sus bibliotecas y archivos, quedando así cuanto pudieran tener de secreto entregado a la luz pública. Pues bien, entre tantos libros y escritos tomados entonces de improviso y registrados con pasión, ¿háse hallado, por ventura, cosa alguna parecida a las Instrucciones secretas? Nada, absolutamente nada. Inútil sería después de esto detenernos más. En nuestros días han rechazado la autenticidad de los Monita escritores notoriamente enemigos de los jesuítas, como el famoso doctor protestante Paulus y J. Huber, autor de un libro dirigido contra la Compañía de Jesús. Para los hombres de buena fe basta y sobra con las pruebas aquí sumariamente indicadas, de las cuales podrán concluir con Mr. Mavel que los Monita secreta «son un libelo apócrifo y difamatorio, obra de un cobarde e impudente calumniador» (J. Mavel, Los Monita secreta de los jesuítas en las Cuestiones controvertidas de Historia y Ciencias, primera serie. París, librería de la Sociedad Bibliográfica.)