Nicola Abbagnano, Diccionario de filosofía [1961]
Fondo de Cultura Económica, México 1963 (2ª 1974)
páginas 445-446

Espiritualismo

(ingl. spiritualism, personalism; franc. spiritualisme; alem. Spiritualismus; ital. spiritualismo). I) Se aplica este término a toda doctrina que practique la filosofía como análisis de la conciencia (véase) o que, en general, pretenda inferir de la conciencia los datos de la investigación filosófica o científica. La palabra fue puesta en boga en el siglo pasado por V. Cousin, que en el prefacio a la edición de 1853 de su obra Du vrai, du beau et du bien escribió: «Nuestra verdadera doctrina, nuestra verdadera bandera es el espiritualismo, esta filosofía tan sólida como generosa, que comenzó con Sócrates y Platón, que el Evangelio difundió en el mundo, que Descartes expuso en las formas rigurosas del genio moderno, que en el siglo XVII fue una de las glorias y una de las fuerzas de la patria, que pereció con la grandeza nacional en el siglo XVIII y que, a principios de este siglo, Royer Collard rehabilitó en la enseñanza pública, mientras Châteaubriand y Madame de Stâel la transportaron a la literatura y al arte... Esta filosofía enseña la espiritualidad del alma, la libertad y la responsabilidad de las acciones humanas, las obligaciones morales, la virtud desinteresada, la dignidad de la justicia, la belleza de la caridad y fuera de los límites de este mundo muestra un Dios, autor y modelo de la humanidad que luego de haberla creado, evidentemente con una excelente finalidad, no la abandonará en el desarrollo misterioso de su destino. Esta filosofía es la aliada natural de todas las buenas causas. Sostiene el sentimiento religioso, secunda al arte verdadero, a la poesía digna de este nombre, a la gran literatura; es también sostén del derecho, rechaza por igual la demagogia y la tiranía, &c.» Este programa del espiritualismo, [446] magistralmente delineado por Cousin, ha perdurado como inherente a todas las formas, muy numerosas, que esta dirección filosófica ha adquirido en la filosofía moderna y contemporánea. El apoyo a las «buenas causa», o sea a los valores morales, políticos, sociales y religiosos de la tradición, ha sido constante preocupación del espiritualismo que, en este aspecto, tiene el desarrollo y la naturaleza de una escolástica (véase). Y el medio mediante el cual el espiritualismo ha intentado realizar su programa sigue siendo el indicado por Cousin: apelar a la conciencia, o sea a la reflexión interior o introspección, para el hallazgo de los datos indispensables a la especulación. El apelar a la conciencia relaciona, como el mismo Cousin lo veía, el espiritualismo con el idealismo romántico, en tanto el espiritualismo no comparte, con tal idealismo, la identificación, que le es propia, de la conciencia finita (humana) con la Conciencia infinita (divina). Como defensor de la teología cristiana tradicional (la principal de sus «buenas causas»), el espiritualismo no acoge esta identificación, sospechosa de panteísmo o ateísmo (véase).

La principal figura del espiritualismo en el siglo pasado fue Maine de Biran (1766-1824), la figura principal de nuestro siglo es H. Bergson (1859-1941). El espiritualismo congenia particularmente con la filosofía francesa, que tomó, de Montaigne y Pascal, la práctica de filosofar como interrogación a la conciencia. Pero encuentra en todos los países numerosas manifestaciones no muy diferentes entre sí. Las grandes figuras de la filosofía del Resurgimiento italiano: Gallupi, Rosmini, Gioberti y Mazzini, se han inspirado en la tradición espiritualista. En Alemania la obra de Hermann Lotze ha inspirado y guiado la vuelta al espiritualismo y se puede decir que el Microcosmos de este autor constituye la suma del espiritualismo en el siglo XIX, defendido de modo inteligente contra el cientificismo positivista. En el mundo contemporáneo la obra de Bergson ha renovado el espiritualismo sacando al encuentro, en lo posible, de las exigencias de la ciencia y volviendo a proponer sus tesis fundamentales en relación con problemas específicos, como el de la libertad, el alma, la vida, la moralidad, la religión, &c. En todas sus formas, el espiritualismo tiene en común algunas tesis fundamentales, que provienen de su concepto de la filosofía como análisis de la conciencia y que pueden ser recapituladas como sigue:

1) la negación de la realidad del mundo externo, o sea el idealismo gnoseológico. Esta negación puede estar más o menos condicionada o ser más o menos indirecta, pero en último análisis es inevitable porque una realidad externa a la conciencia sería, por definición, inaccesible a ésta y estaría en contradicción con el empeño metodológico del espiritualismo. Por lo tanto, directa o indirectamente, esta doctrina reduce toda realidad a objeto inmediato de conciencia;

2) la consiguiente reducción de la ciencia a conocimiento falso, imperfecto o preparatorio. Los espiritualistas más sagaces, como Lotze y Bergson, han reducido, precisamente, la ciencia a conocimiento preparatorio;

3) el encuentro en la conciencia de datos adecuados para construir el mundo de la naturaleza y el mundo de la historia en su carácter finalista o providencial;

4) el encuentro en la conciencia y, por lo tanto, en el mundo de la naturaleza y de la historia, de datos adecuados para llegar a Dios o a un principio divino en aquella de sus especificaciones que concuerde con la tradición teológica del cristianismo;

5) la defensa de la tradición y de las instituciones en las cuales encarna, ya que la tradición es interpretada como la manifestación en el mundo humano del mismo principio divino que se revela en la conciencia. La defensa de las «buenas causas» de que hablara Cousin se traduce en el ámbito de esta corriente, y en la mayoría de las ocasiones, en el conservadurismo político.

II) Lo mismo que espiritismo. Este uso es más común en inglés, pero se puede hallar también en italiano, alemán y español (cf., por ejemplo, la obra de Fichte, Der neue Spiritualismus [«El nuevo espiritualismo»], 1878).


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