La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Gómez Pereira

Teófilo González Vila
La Antropología de Gómez Pereira

Introducción


1. Sentido y límites de este estudio

El nombre de Gómez Pereira («Pereira», en adelante){1} figura entre los que puede ignorar un español, aun relacionado con el cultivo de la filosofía, sin sentar plaza de inculto. Es muy probable que quienes tengan de él alguna noticia la hayan recogido de los autores que protagonizaron la polémica sobre la ciencia española, y, especialmente, de Menéndez Pelayo, cuya versión del pensamiento pereirano resulta tópica en los manuales que hacen cabida a nuestro autor. En tal caso tendrán el nombre de Pereira asociado de modo casi exclusivo a la «extravagante» tesis que niega a los brutos{2} cualquier conocimiento, y pensarán asimismo que un nuevo estudio sobre Pereira sólo puede hallar justificación en tanto venga a resolver la cuestión de su presunta influencia en Descartes. El nuestro, sin embargo, pone de manifiesto que aún podía decirse mucho nuevo sobre un autor para quien la teoría «mecanicista» es sólo el «negativo» de toda una antropología sistemática construida. En la medida en que con nuestro trabajo queda al descubierto por vez primera el todo Pereira –y el sentido último de su sistema– podrá luego ser afrontada la «cuestión cartesiana» (cuya solución hemos dejado expresamente al margen de nuestro propósito investigador) sin el riesgo de incurrir en apreciaciones que habrían de ser, por defecto de este estudio previo, necesariamente superficiales. Con más razón queda aquí aún pendiente el problema suscitado por Menéndez Pelayo, en su polémica con el P. Fonseca, cuando se empeña en hacer a Pereira precursor también de la llamada «escuela escocesa»{3}.

A pesar de la actualidad que llegó a tener en el contexto de la polémica sobre la filosofía española, sigue siendo Pereira un ilustre desconocido. Sólo se le ha prestado atención hasta ahora como a pionero del mecanicismo y en relación con su presunta influencia en Descartes, que el chauvinismo de algunos considera indiscutible en tanto otros la niegan en absoluto. Lo cierto es que cuantos se han acercado a su obra le tributan (con alguna [12] excepción despreciable) grandes elogios, pero ni siquiera los que llegan a considerarlo una auténtica gloria nacional lo han estudiado con seriedad proporcionada a tal entusiasmo. De entre los trabajos realizados sobre Pereira con anterioridad al nuestro son dignos de mención especial el que Menéndez Pelayo le dedica (en 1878) y tras éste los de Guardia (1889), Bullón y Fernández (1897 y 1905), Solana (1941) y el más reciente de Sánchez Vega (1954){4}. En todos ellos apenas se tienen ojos sino para la tesis «mecanicista». Menéndez Pelayo, que llega incluso a referirse a la obra de Pereira con el término «sistema», renuncia expresamente a entrar en él. Ni siquiera Sánchez Vega, que se propone la búsqueda de los «fundamentos» de la «concepción mecánica del animal» y que, por lo mismo, acepta desde el primer momento la reducción mecanicista de la obra pereirana, supera la estrechez de la perspectiva marcada por la cuestión de su posible influencia en Descartes. Los restantes no intentan siquiera la reconstrucción de tales fundamentos, ni, por supuesto, han vislumbrado el «sistema»: se limitan a exposiciones, más o menos amplias y acertadas, del material que la obra de Pereira encierra, hechas al hilo del «desorden» que tan unánimemente le reprochan.

Los estudios de Menéndez Pelayo y Guardia tienen amplitud suficiente para que puedan ser considerados como verdaderas monografías y no simples artículos de circunstancias, aunque hayan sido precisamente especiales circunstancias polémicas las que llevaron a ambos a realizarlos. Diametralmente opuesta es, por cierto, la interpretación que uno y otro hacen de la obra de Pereira en relación con los temas de la polémica a cuyo calor se ocuparon con nuestro autor: mientras para Menéndez Pelayo es Pereira prueba notable de la libertad de pensamiento en la España del XVI, para Guardia lo es contundente de la altura a que hubieran llegado la ciencia y la filosofía españolas si en su nacimiento mismo no las hubiera cegado la censura inquisitorial. Tanto Bullón y Fernández como Solana trabajan, parece, con las obras de Pereira a la vista, pero en su enfoque y valoración siguen pedísecuamente los criterios menendezpelayistas. El estudio de Solana, digno de tenerse en cuenta por su extensión, adolece de errores notables aun en el plano meramente expositivo, derivados de una lectura de Pereira en ocasiones harto deficiente. En elogios a nuestro autor ninguno de los citados se muestra parco, aun cuando haya una gran distancia entre el chauvinismo de Bullón y Fernández y el sentido con el que Guardia lo proclama «el primero» de los filósofos verdaderamente españoles. Mas con la atención que éstos le prestan no hubiera quedado satisfecho el afán de notoriedad y gloria con que Pereira se sentía movido al escribir sus singulares obras. Tal vez no considerara Pereira a tales estudios como desagravio suficiente por el silencio abrumador que tuvo sepultado su nombre largo tiempo hasta que Bayle, en su famoso Diccionario, lo sacara a relucir como el primero entre los defensores del mecanicismo.{5} [13]

No es una exposición más del abundante material contenido en la obra de Pereira lo que ahora ofrecemos, sino la reconstrucción de un sistema cuya estructura perfilamos nítida allí donde sólo se ha visto poco menos que un caos. Y cuyo desconocimiento por más tiempo sería tan lamentable como importante haya de estimarse para una historia del pensamiento español.

Nuestra tarea –la de ir a Pereira por Pereira– aun cuando en este trabajo haya, es inevitable, momentos preferentemente expositivos, ha sido una tarea verdaderamente «constructiva» hasta el punto de haber alcanzado, creemos, al desarrollar y explicitar supuestos implícitos o sólo esbozados, una clarividencia mayor que aquella con que Pereira mismo haya podido poseerlos. No hemos olvidado, sin embargo, en ningún momento el peligro de proyectar sobre el pensamiento de nuestro autor categorías que sólo más tarde alcanzarán su madurez y de hacerle decir lo que jamás podría haber dicho. Si una intención «constructiva» conlleva el riesgo de reducir el pensamiento historiado a mero punto de arranque para el libre vuelo del pensamiento del «constructor», hemos querido hacer en contra un verdadero esfuerzo de fidelidad (que se traducirá incluso en nuestro lenguaje, pegado al de Pereira y deslucidamente rancio, por eso, en algunos momentos). No hemos escrito una nueva partitura –la nuestra– distinta de la pereirana; sí, en cambio, nos ha tocado descubrir la clave bastante borrosa sin cuyo conocimiento se explica que hayan carecido de sentido las notas del texto pereirano y se le haya hecho sonar con una música muy distinta de la allí escrita. Ofrecemos el auténtico Pereira, aunque sea justamente el hasta ahora desapercibido, pues se trata de un Pereira en gran medida implícito que sólo puede quedar iluminado desde la perspectiva en la que aquí nos situamos. Si la estructura del sistema apenas asoma sobre el farragoso texto de la obra de Pereira, nuestra tarea ha sido la de hacerla emerger completa y limpia. Para llevarla a cabo era necesario, más que en cualquier otro caso, una fase de «tanteo» mediante el cual se nos fueran dando, a medida que se nos descubriera el pensamiento estudiado, los criterios que sólo ahora pueden quedar perfectamente definidos como resultado de esa reflexión sobre el método que en toda investigación es simultánea con el uso que de él se va haciendo.

Ha sido la clave antropológica, esto es, el considerar la obra de Pereira como antropología fundamentalmente (contra quienes en ella sólo han visto la «extravagancia» de la tesis mecanicista o una amalgama arbitraria «de omni re scibili»), la que se nos ha revelado verdaderamente eficaz: nos ha permitido abrir la puerta a cuyo través podemos penetrar en el espacio sistemático del pensamiento pereirano, recorrerlo por completo y trazar con claridad el plano de un edificio que en la consideración de muchos podría parecer únicamente torpe laberinto. Por otra parte, la adopción de este criterio hermenéutico general no ha sido, en nuestro caso, hallazgo fortuito sino que estuvo determinada por la intuición sospecha que ya un [14] primer contacto con la obra de Pereira suscitó en nosotros, sospecha sustentada en manifestaciones escasas, por eso fácilmente inadvertidas, que dejaban traslucir la finalidad inmortalista como orientadora de todo el discurso. Sólo así la teoría del conocimiento, la temática inmortalista y el mecanicismo se nos revelaban en sus implicaciones profundas (pese a la desconexión expositiva con que se presentan) y adquirían su justo relieve. Hemos evitado, en suma, cualquier «circulatio hermenéutica» al ir de lo implícito intuido a lo explícito-desarrollado, de lo sospechado a lo confirmado, de lo simplemente detectado a lo sistemáticamente explotado. Aparte este criterio general antropológico que abría y marcaba el camino, hemos adoptado para recorrerlo en toda su longitud aquellos otros criterios hermenéuticos particulares exigidos por las peculiaridades de la obra de Pereira y a alguno de los cuales nos referiremos más adelante.

2. La obra de Gómez Pereira. Noticia bibliográfica

La única obra filosófica conocida de Pereira aparece en Medina del Campo el año 1554. Título completo, nombre del autor y lugar y fecha de esta edición –primera y princeps– aparecen así en la portada: «ANTONIANA MAR-/GARITA, OPUS NEMPE PHY-/SICIS, MEDICIS AC THEOLOGIS/NON MINUS UTILE, NECESSA-/RIUM. PER GOMETIUM PereiraM, ME-/DICUM METHINAE DUELLI, QUAE/Hispanorum lingua Medina de el cam-/po appellatur, nunc primum/in lucem aeditum/Anno M. D. LIIII, decima quarta/die Mensis Augusti». El colofón reza: «METHYMNAE CAM-/pi ex-cussum est hoc opus in/officina Chalcografica/Guillieilmi de Millis/1554»{6}. De entre las advertencias al lector, una viene a satisfacer la curiosidad que inevitablemente despierta el extraño título. Está formado, según nos explica, a partir de los nombres de sus padres, Antonio y Margarita. Esta es la «etimología». ¿Cuál la motivación? Sin negar que sea la piedad filial, conviene tener en cuenta que, según nos confiesa Pereira mismo, el sorprendente título viene a resolver el problema que le planteaba la «originalidad» de su obra. Con lo cual queda claro que la extraña «inscriptio» es también, y quizá ante todo, una llamada de atención al hecho de que su libro es algo «especial», sencillamente extraordinario. Junto a esta finalidad autolaudatoria y «publicitaria» del título, todavía nos encontramos, en las breves líneas con que nos lo explica, la honda preocupación, que sabemos constante, por el porvenir de su obra y su futuro renombre: del honor que hace a sus padres espera como recompensa la buena suerte que haya de correr el fruto de sus desvelos.

De contenido exclusivamente médico es la obra que Pereira publica, también en Medina del Campo, el año 1558: «NOVAE VERAEQUE MEDICINAE, EXPERIMENTIS, ET EVI-/DENTIBUS RATIONIBUS COMPROBATAE./Prima pars: Per Gometium Pereiram, medicum [15] Methymnae Duelli (quae Hispanorum nomi-/ne, Medina del Campo nominatur)/Nunc primun in lu-/cem edita/QUAE IN HOC VOLUMINE TRA-(ctantur, Elenchus versae paginae docebit/((escudo))-METHYMNAE DUELLI./Excudebat Franciscus a Canto./ANNO, 1558. Mense Octobris».{7}

La segunda{8} y hasta ahora última edición de estas obras es la que aparece en Madrid el año 1749. Nada tiene de extraño que en plena «ilustración», cuando tan favorables vientos corren para la idea «mecanicista», haya quienes se interesen por Pereira, cuyo nombre aparecía vinculado de modo casi exclusivo a ella. Imprime Antonio Marín. La NVM se edita conjuntamente con la AM hasta el punto de figurar como «tomus secundus» de una única obra. Se nos presenta la obra «ex integro correctum», pero más que de verdaderas «correcciones», se trata de una simple revisión en la que se suprimen erratas y se moderniza la ortografía: se respeta íntegramente el texto de la primera. Las referidas son las dos únicas obras de Pereira y las dos únicas ediciones de que tenemos noticia, aparte la Apología a la que nos referiremos enseguida. En su primera edición la NVM se nos presenta como «prima pars»: clara referencia a otras que nuestro autor tenía, al menos, en proyecto. Según nos confiesa en más de una ocasión{9} abrigaba el propósito de publicar no ya un complemento de la NVM sino otras obras independientes sobre las más variadas cuestiones físico-filosóficas y médicas. Esperaba incluso poder darlas a la luz «en breve, si Dios me da vida».{10} Sobre la rareza de ejemplares de las que conocemos es unánime el testimonio de quienes han querido tener un contacto directo con nuestro autor: no sólo es difícil localizar ejemplares de la edición de Medina del Campo-1554, sino que apenas los hay de la madrileña-1749{11}. Esto explica sin duda que además de ser pocos los que hasta ahora se han ocupado con Pereira, hayan sido aún menos los que han leído sus obras.

Las OBIECTIONES propuestas a Pereira por el catedrático salmantino Miguel de Palacios y la APOLOGÍA que, frente a éstas, hizo de su doctrina fueron publicadas por nuestro autor en marzo de 1555. Y forman una estrecha unidad con la Antoniana Margarita. Aunque no añaden nada substancial al contenido de ésta, constituyen pieza fundamental para la plena comprensión del pensamiento pereirano, por cuanto nuestro autor consigue con frecuencia en la Apología formulaciones que, por su concisión y contundencia, resultan especialmente clarificadoras, aparte la atención que merecen –Obiectiones y Apología– por los valiosos datos que aportan a nuestro conocimiento del hombre Pereira.

3. Aspectos formales «externos» de la Antoniana Margarita

La [16] primera sorpresa que depara la AM, aparte la que haya podido proporcionar el título mismo, es la ausencia de las divisiones usuales, expresión de una clara estructura expositiva, con las que el lector pudiera hacerse cargo, sumariamente, del contenido de la obra. Resultan fatigosos la densidad y desorden del texto pereirano. Sólo unas ligeras notas marginales impiden el total extravío. Desde la columna primera el texto fluye sin solución de continuidad hasta la 497; desde ésta a la 574 se desarrolla una interesante PERIPHRASIS del libro tercero del De anima aristotélico; y continúa de nuevo el discurso hasta que en la columna 606 se da comienzo al tratadito De immortalitate con el que finaliza la AM. La distinción de esta última parte con respecto a cuanto la antecede se hace con bastante solemnidad y, aunque es evidente que su autor la considera integrada con el resto de la obra, a muchos ha parecido un apéndice inconexo. Nuestra tesis pondrá en evidencia que justamente estas páginas últimas son las que confieren sentido a todo el discurso pereirano. En las columnas que contienen la formulación de «su» prueba inmortalista suprime Pereira incluso las ligeras notas marginales, con el confesado propósito de obligar a la lectura completa de su «inestimable» aportación. Este constante y angustioso interés porque se le lea, explicaría asimismo que sean tan escasas las notas marginales en todo el resto de la obra. Y las hubiera eliminado por completo, pensamos, si no hubiera tenido el justificado temor de que tal medida provocara la reacción contraria y llevara al abandono definitivo de tan denso texto. La AM no es obra que se preste a una lectura «ligera», cuando, desgraciadamente, éste parece haber sido su sino: el de haber sido siempre examinada con harta premura. Las evidentes «deficiencias» que señalamos han contribuido a crear la opinión, unánime en cuantos se han acercado a la AM, de que estamos ante una obra gravemente desordenada. Esto es cierto por lo que hace al plano expositivo. El error de los hasta ahora escasos lectores ha estado en considerar igualmente caótico el contenido, como si se tratara de un «totum revolutum» donde simplemente se hacinan las cuestiones más varias. Nuestra tesis deja bien probada, creemos, la existencia de una estructura «interna» que vertebra y da carácter sistemático a este abundante contenido.

Por otra parte la ausencia de un plan expositivo, que se traduce en esa falta tan llamativa de indicadores, no es una simple «técnica» expresamente empleada frente a un presunto lector «rápido», sino que responde a la dinámica misma del discurso. Si las disquisiciones pereiranas dan como resultado un cuerpo de doctrina que se sostiene sistemáticamente, también es cierto que no resulta fácil descubrir sus articulaciones lógicas. No se ha preocupado Pereira por reflejar en su exposición la estructura lógica de su [17] pensamiento, el verdadero «ordo rationum» en que se sustenta. No se nos ofrecen unos resultados; sino que se nos obliga a seguir el laborioso camino discursivo que nos lleva a ellos. Pereira, digamos, va «pensando en voz alta». Escribe como un torrente y ni siquiera, sospechamos, relee lo que ha salido de su pluma. No estamos ciertamente ante un tratado sino más bien ante la radiografía de un pensamiento «in vivo» que se nos convierte fácilmente en agónico espectáculo. No contemplamos un muestrario de ideas acicaladas y frías, sino que asistimos a la angustiosa búsqueda de «su» prueba inmortalista. Pereira no se detiene a «adecentar» su pensamiento, ni muestra especial interés en corregir la trayectoria espontánea de sus extrañas implicaciones; ni lo desembaraza de cuantas cuestiones marginales le salen al paso. Nos lo ofrece con todos sus meandros, todos sus «excursus»; con todas esas complejas asociaciones, tan fáciles a un psicoanálisis y tan «lógicas» en su inoportunidad; con todas las perturbaciones provenientes del calor con que polemiza y el entusiasmo con que quiere transmitir sus evidencias, entusiasmo que le lleva a frecuentes elipsis discursivas; con las deficiencias lingüísticas y la falta de rigor que todo esto acarrea. Detrás de cada línea está el autor con toda su pasión y sin ningún interés en ocultarse: le «vemos» casi gesticular ante nosotros con la riqueza mímica de quienes quieren robustecer su argumentación con toda clase de recursos, incluso «sentimentales», por forzamos al más rendido y «simpático» asentimiento. Todo esto hemos de tenerlo en cuenta si no queremos privamos de preciosos instrumentos hermenéuticos que nos permitirán en ocasiones simplemente entenderle, cuando no salvarle de algún «círculo» en que sus supuestos elípticos nos lo dejarían irremediablemente incurso.

4. El contenido de la Antoniana Margarita

Si por su estructura expositiva está la Antoniana Margarita lo más lejos de un tratado que pensarse pueda, constituye, por su amplitud temática, una verdadera enciclopedia. No se siente Pereira circunscrito a ninguna particular provincia del saber. La amplitud temática, que decimos, no constituye, sin embargo, un mero alarde de erudición. Las cuestiones marginales que tan fastidiosamente enmarañan el discurso son al mismo tiempo ramificaciones que nos proporcionan pistas valiosas para descubrir la conexión de la temática fundamental con sus supuestos metafísicos y científicos. Hemos de reconocer, con todo, que Pereira se hace moroso muchas veces en la discusión de «objeciones» sólo sospechadas, en extremo improbables o tan fútiles que no podemos encontrar en la atención que les presta otra finalidad que la ingenua satisfacción de obtener un fácil triunfo sobre ellas. El espeso ramaje de «cuestiúnculas» secundarias no hace sino obstaculizar la percepción de la estructura interna del sistema. Más lamentable aún que esta amplitud temática, resulta la promiscuidad con que se presentan las diversas cuestiones y respecto de cada una, a veces, diversos niveles de consideración. [18]

La interdependencia temática, consubstancial a cualquier saber, y particularmente al filosófico, no impide, sino que más bien exige un cuidadoso aislamiento expositivo aun de cuestiones las más íntimamente solidarias. En Pereira esta interdependencia de fondo emerge sin atenuantes y se convierte en molesta promiscuidad expositiva. A veces puede asaltarnos la sospecha de que busca expresamente una confusión de niveles como abonado campo de donde extraer el sofisma de urgencia en momentos particularmente embarazosos de la polémica. Y los valores que sin duda hay en esa desnuda presencia de un complicado pensamiento «in vivo» no llegan a contrapesar las graves dificultades que entrañan la torrentera dialéctica, los sorprendentes zig-zag regresivos de repeticiones reconocidas y la promiscuidad dicha, en suma.

El único orden expositivo es el facilitado por algunos, digamos, «textos-enlaces» que vienen a ser como programas volantes de lo que pretende tratar inmediatamente después. Aunque Pereira se aleja a veces notablemente del tema principal y hayamos de reconocer la presencia de verdaderos «islotes» de muy tenue relación con el continente de sus preocupaciones decisivas, no llega a perderse el hilo de la argumentación inmortalista en ningún momento: la fluidez queda entorpecida con frecuencia, mas nunca seriamente dañada la unidad de la obra. La jerarquía expositiva con que se presentan las diversas cuestiones no es en absoluto la jerarquía sistemática que les corresponde. Desde la perspectiva abierta por nuestra investigación, en el texto de la AM habría que discernir y jerarquizar así las diversas cuestiones: a) cuestiones principales: las antropológico-inmortalistas, incluida en este apartado, si se quiere, la del «mecanicismo» como «negativo» de aquellas (podríamos también considerarla cuestión consecuencial); -b) cuestiones fundamentales: las ontológicas, generalmente tratadas «in obliquo», entre las que cabe destacar la teoría de los modos, la del universal, la crítica del ultrarrealismo y algunas cosmológicas ;-c) cuestiones marginales: las lógico-formales y las propiamente científicas o de filosofía natural; -d) cuestiones ornamentales: científicas de muy escasa conexión con el resto de la temática, p. e., la que se plantea sobre el continuo; las meramente eruditas, históricas, bibliográficas o incluso literarias.

Quien atienda sólo a la jerarquía expositiva se verá irremediablemente extraviado. Baste decir que la teoría del conocimiento, literalmente central en el sistema, aparece incidentalmente introducida en un contexto «mecanicista», mientras el mecanicismo, que invade expositivamente [19] toda la AM hasta el punto de que a muchos ha parecido no ya la principal sino casi la única cuestión contenida en ella, no es más en nuestra tesis que un corolario de la antropología inmortalista de Pereira No entenderemos en absoluto a Pereira si no nos lo «imaginamos» poseído desde el primer momento por el empeño en probar racionalmente y de manera incontrovertible la inmortalidad del alma humana; y, para esto, dispuesto a la defensa de la más completa independencia de ésta respecto del cuerpo. Pertrechado con estas dos tesis-guías, se lanza, diríamos, a fundamentarlas y sostenerlas frente a cualquier posible adversario. Todas las demás tesis contenidas en la AM se presentarán luego en su momento, según lo exija la marcha del discurso, o cuando se le «ocurran» por cualquier motivo, como fundamento, iluminación o consecuencia de las primeras. Hasta ahora se ha tenido alguna atención para la temática que consideramos central, la del conocimiento, pero no justamente en cuanto central; se ha visto en ella el fundamento del mecanicismo, pero no se ha advertido que el mecanicismo se funda en ella como cualquier corolario en la tesis de que lo es; o dicho de otro modo: Pereira no elabora una teoría del conocimiento para fundar el mecanicismo, sino que éste se presenta como derivado, sistemáticamente secundario, de una teoría montada con vistas a la construcción de la prueba inmortalista. La inmortalidad tiene en Pereira la importancia que tiene el fin y meta de todos sus desvelos y de todo su discurso filosófico; la teoría del conocimiento la que ha de concederse al camino que se presenta como único para llegar a tal fin; el mecanicismo, por proseguir con la imagen vial, la que corresponde al «acabado» del camino. [20]


Notas

Advertencia: Dada la frecuencia con que se cita la AM, omitimos esta sigla, salvo en los casos –poco frecuentes– en que pudiera producirse alguna confusión. Siempre, pues, que hagamos una referencia numérica, sin otra indicación, nos remitimos a la AM. Así, p. e., «249,15» debe leerse «AM, columna 249, línea 15»; «588,1-590,3» debe leerse «AM, de la columna 588, línea 1 a la columna 590, línea 3». Para OMP y Apol.: se indica número del folio y de la/s línea/s. El número romano que figura en las referencias de Apol indica que se trata de la respuesta de Pereira («defensio») a la I, II, etc. «objeción» (de OMP). La abreviatura «o.c.» remite siempre a la del autor respectivo que figura en la bibliografía; y, si de un mismo autor se recogen varias, a la que aparece en primer lugar.

{1} En la edición madrileña de 1749 (segunda y última, cf. infra nota 8) se reproduce fielmente el título de la primera, pero se introduce en el nombre del autor una variante: la de «y» por «i». Podemos dar al menos por muy probable que quienes escriban «Pereyra» han manejado sólo la segunda edición. En la documentación investigada por N. Alonso Cortés encontramos unas veces «pereyra», otras «perea» cuando otras personas se refieren a nuestro autor; él por el contrario parece escribir siempre «pe-reira». Creemos, pues, que debe escribirse «Pereira» (N. Alonso Cortés, o.c., pp. 7. 8. 12. 14. 15. 16. 17. 18. 23 (particularmente la nota (1) de esta última página» etc.). La biografía «documental» de Pereira ocupa muy escasas páginas; y no ha entrado en nuestro propósito investigador añadirle muchas más. Los datos fundamentales y más seguros hasta ahora conocidos son los que aporta Alonso Cortés (cf. bibliografía). En la AM y más en la NVM nos ofrece Pereira esporádicos apuntes autobiográficos de indistutible interés y hasta el momento apenas tenidos en cuenta. Lamentamos no poder recoger aquí algunas aportaciones que en este sentido hace nuestra tesis; ni el perfil psicológico que del autor nos ha permitido trazar el trato íntimo y continuado con sus obras. Basten algunas fechas. Nace con toda seguridad en Medina del Campo al par que el siglo XVI. A partir probablemente de 1515 ó 1516 estudia en Salamanca. Allí tiene entre sus maestros a Martínez Guijarro (o Siliceo) y –dato clave– se forma seriamente en la lógica y espíritu nominalista que por aquellos años conocieron su «accidentado y efímero» esplendor en la Ciudad del Tormes (V. Beltrán de Heredia, Accidentada y efímera aparición del nominalismo en Salamanca: Ciencia Tomista (1942) 68-101; V. Muñoz Delgado, La lógica nominalista en la Universidad de Salamanca (1510-1530) (Madrid 1954) pp. 77-88). ¿Pudo influir en el interés de Pereira por la inmortalidad el breve Tractatus que sobre el tema publica Juan de Oria en Salamanca el año 1518? Adquirió Pereira una formación vasta y sólida expresión tanto de su capacidad natural como de su ambición y laboriosidad. En Salamanca debió de permanecer hasta 1522 o 1523 por lo menos. Su competencia científico-profesional como médico le granjearía justa fama. Ejercía la medicina ya en 1528 con toda seguridad (NVM 595); y tal vez desde hacía varios años. Si la NVM no es obra póstuma –y todo hace pensar que no lo es– vivía aún por el año 1558. Ignoramos por completo hasta el momento la fecha y circunstancias de su muerte; ni hay base segura para relacionar [55] esta carencia de datos con la hipótesis guardista de un final trágico (J.M. Guardia, o.c., p. 290). {volver}

{2} Por lo que hace al término «bruto» es toda nuestra tesis la que justifica su uso con preferencia sobre el de «animal». Aunque en el castellano ordinario actual «animal», genérico, ha venido a designar, cuando se emplea sin adjetivación expresiva de diferencia alguna, la especie «bruto», esta misma ambigüedad de uso aconseja el empleo por nuestra parte del término «bruto» para referimos a los que hoy llamamos simplemente «animales» o, en ocasiones, «irracionales». Pero además–y ésta es la razón más fuerte– el empleo del término «bruto» se nos impone por elemental exigencia de rigor cuando tratamos de exponer un pensamiento en el que la determinación de la diferencia antropológica constituye un objetivo primordial; y cuando son precisamente los términos «animal», «racional», «bruto», «hombre» los que de modo más directo han de sufrir las inflexiones de sentido en que se traduce el modo especial como tal diferencia se concibe. Dadas estas fuertes razones, no podía impedirnos el uso de «bruto» como sustantivo –respaldado por nuestros clásicos– las connotaciones que se derivan de su actual frecuente uso como adjetivo. {volver}

{3} CE II 325ss.; 152 ss. {volver}

{4} Cf. bibliografía. {volver}

{5} Cf. bibliografía. {volver}

{6} En la parte superior del frontis (grabado en madera), que adorna la portada, figura, como hace notar el erudito Pérez Pastor (Cf. o.c. bibliografía, p. 127) el escudo de armas del Cardenal Siliceo. La obra comprende en esta edición 416 páginas de texto, a dos columnas; y la numeración, con algunos errores, corresponde a éstas (832). Antes del texto de la AM encontramos 16 hojas sin foliar (32 páginas); y en ellas: ofrecimiento o dedicación principal a IESUS (de notable interés en relación con el problema de la ortodoxia de nuestro autor); la dedicatoria «secundaria» al entonces Cardenal Arzobispo de Toledo, su antiguo maestro Martínez Siliceo, –diversas advertencias al lector y –un índice de materias, abundante, un tanto arbitrario y que puede prestar una orientación inicial al lector. {volver}

{7} La motivación más fuerte que tuvo Pereira para publicar la NVM fue, si damos crédito a sus propias manifestaciones, el deseo de hacer el bien «hominum saluti» (Operis prohemium, línea 8); aunque dio preferencia a la publicación de la AM porque «pretiosius existimavimus mentem legentium a mendaciis, quibus erat imbuta, vindicare» (Ad lectorem scopus in conficiendo opere fol. 6, 28 ss.). En la redacción de la NVM se ocipó Pereira durante más de dos años, con graves interrupciones debidas a sus deberes profesionales en diversas pestes (NVM 861): aunque en 1556 escribía ya el c. 40 (NVM 595) hasta octubre del 58 no le da fin. Temía no llegar a verla publicada: «Finem... operi impono, et Christo Salvatori, quas possum gratias ago, quod illud mihi in lucem edere permisserit» (NVM 916). La advertencia «Ad lectorem» de la NVM no puede quedar desatendida por quien pretenda conocer al hombre Pereira que en ella se nos transparenta con toda sinceridad. Proclama su empeño en buscar y, por muchas que [56] sean las dificultades, proclamar la verdad. Enfervorizado y angustiado. Encontramos aquí un interesante enjuiciamiento de Erasmo cuya influencia considera nefasta: las humanidades serían el más fácil vehículo de la herejía luterana («Inmanis bestia» llama a Lutero). No se priva de proponer un esbozo de plan de estudios. Matiza su actitud ante las autoridades tradicionales. Predice muchos sinsabores a quienes quieran seguir sus huellas... Todo esto y mucho más nos ofrece la densa y sabrosa «advertencia». Percibimos la angustia de quien no esperaba ser comprendido y la esperanza de quien se siente seguro de la justicia de la Historia. Cabe decir que la NVM ha sido hasta ahora huerto cerrado. De ella puede decirse, más justamente aún que de la AM, «libro por muchos citado, pero por pocos leídos (en lo cual tiene razón Zeferino González, Historia de la filosofía, t, III (Madrid 1886) p. 55, aunque hayamos de incluirle a él mismo entre quienes si lo leyeron, lo hicieron muy a prisa). No deja de ser significativo que en una reciente Historia de la Medicina se haga referencia no precisamente a las doctrinas médicas de Pereira, sino a su filosofía (P. Laín Entralgo, o.c., pp. 33 s. y otro tanto ocurre en la Comunicación sobre Gómez Pereira presentada por el Dr. Jiménez Jirona al XV Congreso Internacional de Historia de la Medicina (Madrid-Alcalá, 22-29 de septiembre de 1956). Todo hace pensar que la fuente de los más recientes historiadores de la medicina española por lo que respecta a Pereira sigue siendo el socorrido Menéndez Pelayo. Nuestra tesis recoge todos aquellos pasajes de la NVM que resultan de interés para el objeto de nuestra investigación. {volver}

{8} No se conoce un ejemplar siquiera de la edición «Francofurti» de 1620 mencionada por Nicolás Antonio (Bibliotheca Hispana Nova (Madrid, Ibarra, 1783 - 88) t.1, p. 541). Los editores de la obra pereirana en 1749 desconocen asimismo esta edición de Frankfurt y consideran segunda la que ellos hacen. Los errores –alguno grave– en que incurre Nicolás Antonio al transcribir los títulos de las obras de Pereira nos fuerzan a pensar que no tiene de ellas un conocimiento directo. Su testimonio respecto de la edición «Francofurti» pierde con todo esto fiabilidad hasta el punto de que podemos rechazarlo sin muchos reparos.{volver}

{9} De acuerdo con la variedad de sus intereses y la ambiciosa amplitud temática de sus indagaciones (248, 23-28): 47, 6; 71, 12; 778, 19-23; 779, 1-3; Apol V 18, 41-44; NVM 129. 167-195. 300. 425. 599. 823. {volver}

{10} Apol V 18,44. Parece que más tarde sus esperanzas de publicar en breve no eran tan firmes (NVM 599). {volver}

{11} En la Biblioteca Nacional de Madrid se conservan: a) de la AM-1554 tres ejemplares: R 13539 (el manejado para nuestro estudio), R 4779 y R 20190; de la AM-1749, dos: R 23443 y 3-74664; b) de la NVM-1558, dos: R 23458 y R 23459; de la NVM- 1749, sólo uno: R 23444. En nuestra tesis (Introducción XXX s.) se encuentran reseñados todos los ejemplares (no llegan a treinta), tanto de la AM como de la NVM de los que tenemos noticias. No hay duda de que la obra de Pereira merece y debe ser reeditaba con cuidado y seriedad con preferencia a muchas otras de aquella época. No podemos incluir aquí nuestra discusión de las diversas hipótesis «laboradas para explicar esta lamentable escasez de ejemplares. Pero si no está [57] seriamente fundada la de Guardia que sugiere una persecución póstuma decretada por la Inquisición, menos lo está la que responsabiliza a algunos cartesianos temerosos de que Pereira robara al Maestro la gloria de la originalidad... (Guardia J. M-, o.c. pp. 277 s.) {volver}


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Teófilo González Vila, La Antropología de Gómez Pereira (1974)

Gómez Pereira / Sobre Pereira
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