La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo LVII
En el qual el buen Marco Aurelio da fin a su plática, y aun a su vida, y de las postreras palabras que dixo, y de la tabla de los consejos que dio a su hijo Cómodo.


Acabadas las encomiendas que el Emperador a su hijo Cómodo encomendó, ya que quería quebrar el alva del día, començáronsele a quebrar los ojos y a turbar la lengua, y aun a temblarle las manos, según que suele acontescer a los que a la muerte están muy propinquos. Sintiendo, pues, el buen príncipe que desta vida le quedava muy poca vida, mandó a su secretario Panucio que fuesse a las arcas de sus libros y le truxesse una arca grande en su presencia, la qual traýda, sacó una tabla pequeña que tenía tres pies en ancho y dos en largo, y la tabla era de líbano y alrededor guarnecida de unicornio. Cerrávase con dos puertas muy sotiles de una madera colorada, que se llamava rasín, que dizen ser del árbol donde cría el ave fénix; y que, assí como no ay más de un ave fénix que se cría en Arabia felix, assí no ay otro árbol en el mundo de aquella manera. De parte de fuera en una de las tablas estava esculpido el dios Júpiter, y en la otra la diosa Venus, y en la otra estava pintado el dios Mars y la diosa Diana. En lo más alto de la tabla estava un toro de talla entretallado, y en lo más baxo estava pintado un rey, obra que dezían ser de Apeles, aquel pintor que fue muy famoso.

Tomando, pues, el Emperador la tabla en sus manos, bolviendo a su hijo los ojos y dirigiendo a él las palabras, dixo: [940]

«Ya vees, hijo, cómo de los baybenes de la fortuna escapo y en los tristes hados de la muerte entro, do sabré por experiencia qué es lo que ay después desta vida. No estoy en tiempo de blasfemar, sino de las blasfemias me arrepentir; pero diría yo: ¿para qué los dioses nos criaron, pues ay en la vida tanto enojo y en la muerte tanto trabajo? Yo no entiendo a los dioses de ver quánta crueldad usaron con las criaturas, y véolo agora en que después de sessenta y dos años que he navegado por el piélago desta vida, agora me mandan desembarcar y tomar tierra en la sepultura. Ya se allega la ora en que se desata el argadillo, se destexe el urdiembre, se corta la tela, se cierra la clave, despierto del sueño, se me acaba la vida y salga desta tan penosa pena. Acordándome de lo que he passado en la vida, no he más gana de vida; pero, como no sé a dó nos lleva la muerte, temo y rehúso la muerte. ¿Qué haré, pues los dioses no me dizen qué haga? ¿Qué consejo tomaré, pues no ay amigo que me acompañe en esta jornada? ¡O, qué engaño tan grande!, ¡o, qué ceguedad tan manifiesta amar alguna cosa en la vida, pues ninguna cosa dexa llevar con nosotros la muerte! ¿Para qué quiero vivir rico, pues tengo de morir pobre? ¿Para qué quiero vivir acompañado, pues me dexan morir solo? Para tanta brevedad de vida, no sé quién es el que quiere casa, pues nuestra casa verdadera es la estrecha sepultura.

Créeme, hijo, que muchas cosas de las cosas passadas me dan pena, pero de ninguna tengo tanta pena como es venir tan tarde en conocimiento desta vida; porque si esto yo perfetamente acabara de creer, ni los hombres tuvieran tantas cosas de qué me reprehender, ni tampoco tuviera yo agora tanto que llorar. Quán cierto es los hombres que llegan al punto de morir prometer a los dioses que, si los dioses les dan vida que se han de emendar; pero ¡ay, dolor! que los vemos después escapar con la vida, mas no los vemos hazer alguna emienda. Los que alcançaron de los dioses lo que pidieron y ellos no cumplieron con los dioses lo que les prometieron, ténganse por dicho que al tiempo que estuvieren en lo más sabroso del vivir, entonces los han de [941] constreñir a morir; porque a los hombres ingratos, aunque el castigo se les dilata, no por esso se les perdona la culpa. Sey cierto, hijo, que yo estoy harto de ver, de oýr, de oler, de gustar, de dessear, de posseer, de comer, de dormir, de hablar y aun de vivir; porque tan gran hastío ponen los vicios a los que mucho los siguen, como desseo a los que nunca los pruevan. Confiesso a los inmortales dioses que yo no he gana de vivir, pero tampoco me querría morir; porque la vida es tan enojosa, que cansa, y la muerte es tan sospechosa, que espanta. Ya que los dioses me diessen más vida, estoy en duda si avrá en mí alguna emienda, pues si no me tengo de emendar, ni mejor a los dioses tengo de servir, ni más a la república tengo de aprovechar, y cada vez que enfermare se me ha de hazer mal de morir; digo que acepto la muerte y désse por despedida de mí la vida. Vida tan enojosa, vida tan coxquillosa, vida tan sospechosa, vida tan incierta, vida tan importuna; finalmente una vida tan sin vida, obstinado loco es el que la dessea.

Venga lo que viniere, que al fin (no obstante todo lo que tengo dicho) póngome en manos de los dioses, y esto de mi propria voluntad, pues ha de ser de necessidad; porque no procede de pequeña prudencia hazer que le resciban en servicio lo que el hombre haze forçado. No quiero encomendarme a los sacerdotes, ni quiero hazer visitar los oráculos, ni quiero prometer alguna cosa a los templos, ni quiero ofrecer a los dioses sacrificios para que me escusen de la muerte y me restituyan la vida sino para pedirles y suplicarles que, si me criaron para alguna cosa buena, no la pierda yo por mi incorregida vida. Son los dioses tan ciertos en lo que dizen y tan verdaderos en lo que prometen, que si no dan lo que nosotros querríamos que nos diessen, no es porque no lo querrían dar, sino por nosotros lo desmerecer. No sin causa dixe que lo que perdemos, por desmerescer lo perdemos, y es la razón desto que somos tan poco, y valemos tan poco, y podemos tan poco, que con muchas obras buenas no merecemos merescer y abasta una mala obra para todas las desmerescer. Pues en las manos de los dioses me he puesto, hagan ellos lo que más fuere su servicio, [942] que al fin por mal que lo hagan comigo, lo harán mejor que lo hizo el mundo; porque todo lo que el mundo me ha dado ha sido burla, pero lo que los dioses me dieren posseerlo he sin sospecha.

Para esta postrera hora te tengo, hijo, guardada la mejor y más rica joya que yo he posseýdo en mi vida; y a los inmortales dioses protesto que si, como me mandan morir, me dieran licencia para leer, comigo en la sepultura la mandara enterrar. Sabrás, hijo, que en el año décimo de mi Imperio se me levantó una guerra contra los indómitos partos, y fue de tan mala manera, que fue necessario yr con mi propria persona a darles la batalla. Vencida, pues, la batalla, y asossegada la tierra, víneme por la antigua Thebas de Egypto por ver si hallaría alguna antigüedad de las del tiempo passado. En casa de un sacerdote egypcio hallé una tabla pequeña, la qual colgavan a la puerta de la casa del rey el día que le alçavan por rey, y dezíame aquel pobre sacerdote aver escripto lo que estava en aquella tabla un rey de Egypto llamado Tholomeo Arsácides. Yo ruego, hijo, a los inmortales dioses que tales sean tus obras, quales hallarás en ella las palabras. Como Emperador te dexo eredero de tantos reynos, y como padre te doy esta tabla de los consejos. Las palabras que los padres dizen a sus hijos en la hora postrera siempre las han de tener en la memoria. Sea, pues, ésta la última palabra: que con el imperio serás temido y con los consejos desta tabla serás amado.»

Esto dicho y la tabla entregada, bolvió el Emperador los ojos y perdió el sentido, y por espacio de un quarto de hora estuvo assí penando, y dende a poco dio el espíritu. Estavan en aquella tabla unas letras griegas, casi por modo de verso heroyco, que en nuestro vulgar querían dezir:

Nunca sublimé al rico tyrano, ni aborrescí al pobre justo.

Nunca negué la justicia al pobre por ser pobre, ni perdoné al rico por ser rico.

Nunca hize merced por sola afición, ni di castigo por sola passión. [943]

Nunca dexé mal sin castigo, ni bien sin galardón.

Nunca clara justicia cometí a que la viesse otro, ni la obscura determiné por mí mismo.

Nunca negué justicia a quien me la pidiesse, ni misericordia a quien la mereciesse.

Nunca hize castigo estando enojado, ni prometí mercedes estando muy contento.

Nunca me descuydé en la prosperidad, ni desesperé en la adversidad.

Nunca hize mal por malicia, ni cometí vileza por avaricia.

Nunca di la puerta a lisongeros, ni las orejas a murmuradores.

Siempre trabajé ser amado de buenos, y nunca tuve pena por ser aborrecido de malos.

Por favorescer a los pobres que podían poco, fui favorescido de los dioses contra los que podían mucho.

* * *

A gloria de Jesuchristo y de su gloriosa Madre haze fin el presente libro del Relox de príncipes. Es obra de maravillosa doctrina, copiosíssima en muy graves y altas sentencias, y de muy dulce y nuevo estilo.

Fin.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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