La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo LV
En el qual Marco Aurelio prosigue su plática y persuade a su hijo que para los negocios arduos tenga cabe sí a hombres sabios que le den buenos consejos, y qué cosas ha de hazer para su passatiempo, y cómo se ha de aver en su secreto consejo.


Hasta agora te he hablado, hijo, en general. Quiérote agora hablar en particular, y por los immortales dioses te conjuro estés muy atento a lo que te digo; porque, hablándote yo como padre viejo, razón es que tú me oyas como hijo bien disciplinado. Si quieres ver buen gozo de tu vida, ten en mucho mi doctrina; porque no condecenderán los dioses a tus sanos desseos si tú no admites mis consejos sanos. La desobediencia y incredulidad que se tiene a los padres, todo es en daño de los hijos; porque muchas vezes perdonan los dioses las ofensas que hazen a ellos y no perdonan el desacato que tienen con nosotros. No te pido, hijo, que me des dineros, pues eres pobre; no te pido que trabajes, pues eres delicado; no te pido vengança de los enemigos, pues no los tengo; no te pido que me sirvas, pues me muero; ni te pido el Imperio, pues te lo dexo; solamente te pido te ayas bien con la república y que no se pierda en ti la memoria de mi casa.

Si tienes en mucho dexarte tantos reynos, ten en más dexarte tan buenos consejos con que puedas sustentarlos; porque si tuvieres presunción de no aprovecharte de mi consejo, sino fiarte de tu seso proprio, antes que mis carnes sean roydas de los gusanos serás tú vencido de tus enemigos. Yo, hijo, fui moço, fuy liviano, fui atrevido, fui [928] imprudente, fui superbo, fui imbidioso, fui cobdicioso, fui adúltero, fui furioso, fui avaro, fui goloso, y fui perezoso, y fui ambicioso. Y por yo aver caýdo en tantos y tan graves excessos, por esso te doy tales y tan buenos avisos; porque del hombre que en la mocedad fue muy mundano, de aquél en la vejez procede el maduro consejo. Lo que te he aconsejado hasta agora y lo que te aconsejare hasta que muera, una vez a lo menos pruévalo; y, si te hallares mal dello, déxalo; pero si te saliere a bien, continúalo, porque no ay medicina tan amarga que la dexe el enfermo de tomar si piensa con ella convalescer. Ruégote, exórtote, hijo, que tu juventud crea a mi ancianidad, tu innocencia crea a mi sabiduría, tu sueño crea a mi vigilia, tus cataratas crean a mi clara vista, tu imaginación crea a mi virtud, tu sospecha crea a mi experiencia; porque de otra manera verte has algún día en algún aprieto, do tengas poco tiempo para te arrepentir y ninguno para te remediar.

Podrásme tú dezir, hijo, que, pues yo fui moço, que te dexe ser moço, y que, andando los tiempos, tú serás también viejo. A esto te respondo que, si quisieres vivir como moço, a lo menos que goviernes como viejo; porque el príncipe que govierna bien su república muchas miserias se dissimulan de su persona. Assí como para los arduos negocios son necessarios maduros consejos, no menos para llevar la carga de la vida tiene necessidad de alguna recreación la persona; porque la flecha que está siempre flechada, o se quebranta, o se afloxa. Hora sean los príncipes moços, hora sean ya viejos, los quales ocupan el tiempo en governar sus pueblos, no puede ser cosa más justa que buscar para sí algunos honestos passatiempos; y no sin causa digo que sean honestos, porque algunas vezes los buscan tan desonestos y tan pesados, que gastan la hazienda, pierden la honra y cansan más su persona que si entendiessen en negocios de la república.

Para tu mocedad déxote hijos de grandes señores con los quales tengas tus passatiempos, y no sin causa proveý que todos ellos se criassen contigo desde que eras niño; porque después que creciesses y eredasses, si por caso te [929] quisieres aconpañar de moços, los hallasses bien doctrinados. Déxote para tus guerras capitanes muy esforçados, aunque a la verdad las cosas de las guerras, aunque se comiencen con cordura, al fin su fin dellas es ventura. Déxote hombres muy fieles que sean mayordomos de tus thesoros; y no sin causa digo que sean fieles, porque muchas vezes es más lo que los cogedores a los príncipes roban, que no lo que en sus casas los príncipes gastan. Déxote, hijo, hombres expertos y ancianos para que con ellos tomes consejos y comuniques tus trabajos; ca no puede cabe un príncipe parecer cosa más honesta que traer viejos en su compañía, porque los tales dan a su persona gravedad y a su casa autoridad.

Inventar theatros, pescar paludes, caçar fieras, correr los campos, bolar las aves, exercitar las armas: todas estas cosas como a moço no te las podemos negar, y tú como moço con otros moços las has de cumplir. Junto con esto has de mirar que ordenar exércitos, intentar guerras, proseguir victorias, aceptar treguas, confirmar pazes, echar tributos, hazer leyes, promover a unos, descomponer a otros, castigar los malos y premiar a los buenos; el consejo destas cosas de juyzios muy claros, de cuerpos muy cansados y de cabeças muy blancas se ha de tomar. No pienses que es impossible y trabajo intolerable tomar passatiempo con los moços y estar en consejo con los viejos; porque los príncipes que son recogidos y no derramados para todo tienen tiempo si saben medir el tiempo. Guárdate mucho, hijo, en que no te noten de estremado; y es mi fin de dezir esto para que sepas, si no lo sabes, que tan feo es en un príncipe so color de gravedad regirse del todo por viejos, como so especie de passatiempo acompañarse siempre de moços. No es regla general que todos los moços sean livianos, ni todos los viejos sean cuerdos, y será mi parescer en tal caso que, si algún viejo ya declinare de viejo, que le des de mano; y, si algún moço hallares cuerdo, que no menosprecies su consejo; porque las abejas más miel sacan de las flores tiernas que no de las hojas duras. Ni condeno a los viejos, ni alabo a los moços, sino que de los unos y de los otros es bien que tomes siempre [930] los más virtuosos; porque a la verdad no ay compañía en el mundo tan disciplinada, que aya razón de vivir con ella sin sospecha; pues vemos que si los moços nacen con locura, también los viejos viven con cobdicia.

Tórnote otra vez a avisar, hijo, a que no seas en algún estremo estremado; porque si no crees más de a los moços, corromperán tus costumbres con sus liviandades; y, si no crees más de a los viejos, depravarán tu justicia con sus cobdicias. ¿Qué cosa puede ser más monstruosa que el príncipe que manda a todos se dexe mandar de uno solo? Créeme en este caso, hijo, que la governación de muchos tarde se govierna bien por el parecer de solo un privado. El príncipe que a muchos ha de regir, el intento y parecer de muchos ha de tomar. Muy gran inconveniente es que, siendo tú señor de muchos reynos, no aya más de una puerta por do han de entrar a negociar contigo todos; porque, caso que el que fuere tu privado sea de su natural bueno y no sea mi enemigo, témome dél, porque es amigo de mis enemigos. E si por odio a mí no me hará mal, estoy sospechoso si por amor de los otros dexará de me hazer bien. Acuérdome que en los Annales Pompeyanos hallé un libro de memorias pequeño que traýa consigo el gran Pompeyo, en el qual estavan muchas cosas que él por sí avía leýdo y otros buenos consejos que por diversas partes del mundo le avían dado, y entre las otras estavan allí estas palabras: «El governador de la república que comete toda la governación a viejos es para poco; el que la fía de los moços es liviano; el que la rige por sí solo es atrevido; y el que por sí y por otros el tal es príncipe cuerdo.» Estas sentencias no sabré dezir si eran del mismo Pompeyo, o si las sacó de algún libro, o si se las dixo algún philósofo, o si se las dio por consejo algún amigo. Quiero dezir que las leý escriptas de su mano, y por cierto ellas merecían escrevirse con caratheres de oro.

Quando el negocio fuere muy arduo, huelga siempre de despacharle por consejo; porque si acaso no se acertare el negocio, como el consejo es de muchos, repartirse ha la culpa por todos. Hallarás, hijo, por verdad que si tomas consejo con muchos, uno te dirá el inconveniente; otro, el [931] peligro; otro, el miedo; otro, el daño; otro, el provecho; y otro, el remedio; finalmente dificultarte han tanto el negocio, en que claramente conozcas quál es lo malo o lo bueno. Avísote mucho, hijo, que, quando tomares consejo, tanto pongas los ojos en los inconvenientes que te ponen, como en el remedio que te ofrecen, porque el verdadero consejo no consiste en dezir lo que se ha de hazer, sino en declarar qué es lo que de allí ha de suceder.

Quando començares, hijo, cosas arduas, en tanto has de estimar los daños pequeños para luego atajarlos, como los grandes infortunios para después remediarlos; porque muchas vezes por pereza de no quitar una gotera viene a caer después toda la casa. Ni porque te diga que tomes consejo no se entiende que has de ser tan pesado, que para cosas pequeñas luego llames a consejo; porque muchas ay de tal calidad, que quieren luego el hecho y se dañan esperando consejo. Lo que pudieres expedir por tu auctoridad propria y sin daño de la república, no lo remitas a otra persona. Y en esto serás justo y harás conforme a justicia, en que, pues tu servicio depende solamente de los tuyos, el premio que han de aver dependa de ti solo. Acuérdome que, quando el cónsul Mario vino de la guerra de los numidanos, que dividió todas las riquezas que traýa entre los de su exército sin poner ni una joya en el erario, y como de esto fuesse gravemente acusado, a causa que no avía pedido auctoridad ni licencia al Senado, respondióles él: «Los que no tomaron parescer de otros para hazerme servicios, no es justo que yo tome consejo con otros para hazerles mercedes.»

Hallarás, hijo, un género de hombres, los quales son muy escassos de dineros y muy pródigos de consejos, ca son tan bien comedidos, que sin pedirles consejo se te ofrecerán a dar consejo, y con los semejantes ternás este aviso: jamás esperes segundo consejo del hombre que te dio el primero en perjuyzio de otro; porque el tal las palabras ofrece a tu servicio y el negocio encamina a su provecho. Como los dioses me han dado larga vida, tengo ya destas cosas muy larga experiencia, en que te hago saber que fui en espacio [932] de quinze años cónsul, senador, censor, pretor, qüestor, hedil y tribuno; y después de todo esto he sido diez y ocho años Emperador romano, en los quales años todos los más que me hablavan era en provecho suyo o en daño de su vezino, y por maravilla era el que me hablava limpiamente en servicio mío o en provecho de otro.

El principal intento de los que siguen las cortes de los príncipes es procurar de aumentar sus casas; y, si esto no pueden alcançar, trabajan de disminuyr las agenas; y esto no porque a ellos se les sigue desto algún provecho, ni tampoco porque los otros les ayan hecho algún deservicio, sino que es de tal condición la malicia humana, que el provecho ageno toma por daño suyo proprio. Muy gran compassión es de tener a un príncipe, al qual los más de los que le siguen no es por el amor que le tienen, sino por las mercedes que dél esperan. Y parece esto ser verdad porque el día que cessa de les dar, aquel día le comiençan de aborrecer, de manera que a los tales servidores no llamaremos amigos de su persona, sino cobdiciosos de su hazienda.

Que ames tú, hijo, a uno más que a otro bien lo puedes hazer; pero avísote que a ti ni a él no conviene que se lo ayas de mostrar de manera que todos lo ayan de conocer; porque, si assí no lo hazes, de ti murmurarán y a él persiguirán. No tiene poco trabajo y peligro el que del príncipe es entre todos amado y privado, a causa que luego es de todos aborrecido y perseguido, y acontece seguírsele más daño de la enemistad de todos, que no del amor que le tiene uno; porque algunas vezes, los dioses queriéndolo y sus hados mereciéndolo, el príncipe le dexa de amar, pero sus enemigos ni por esso le dexan de aborrecer. Desde que supe qué cosa era governar república, siempre me tuve por presupuesto de jamás tener hombre en mi casa desde el día que sentí ser odioso a la república. En el año de la fundación de Roma de seyscientos y quarenta y nueve, yendo Lúculo Patricio a la guerra de Mitrídates, acaso halló una lámina de cobre en una ciudad llamada Trigania, la qual estava a la puerta del rey de aquella provincia, y tenía en sí esculpidas unas letras caldeas, las quales en sentencia dezían estas palabras: [933]

No es cuerdo el príncipe que quiere poner en peligro su estado no más de por sustentar la privança de uno; porque no vale tanto el servicio de uno como el amor de todos.

No es cuerdo el príncipe que por dar a uno mucho quiere que tengan todos poco; porque intolerable mal es que labren unos los campos y cojan otros los fructos.

No es justo el príncipe que quiere más satisfazer a la cobdicia de uno que no a los servicios de todos; porque los servicios de los buenos ay possibilidad para se pagar, mas a la cobdicia de los malos es impossible satisfazer.

Loco es el príncipe que menospreciando el consejo de todos se fía del parescer de uno solo; porque en una poderosa carraca, aunque es uno el piloto, son muchos los marineros.

Muy atrevido es el príncipe que por amar a uno quiere ser aborrescido de todos; porque los generosos y recatados príncipes en el amar han de ser muy mirados y del aborrescer muy limpios.

Éstas, pues, eran las palabras que estavan en aquella lámina, dignas por cierto de eterna memoria. Pues más te diré en este caso, y es que Lúculo Patricio puso de una parte la lámina do estavan estas palabras, y de la otra parte puso las arcas do traýa sus riquezas, para que escogiessen lo uno y dexassen lo otro; y el Senado menospreció todos los thesoros y eligió para sí la tabla de los consejos. [934]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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