La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo XXXI
En el qual Marco Aurelio prosigue y concluye su carta, do reprehende mucho a su amigo Mercurio porque estava triste, y dízele qué cosa es fortuna; y pone en el fin las condiciones de los avaros.


Dízeme este tu tabelario que estás muy triste, que das bozes de noche, que apellidas a los dioses, que despiertas a los vezinos y, sobre todo, que tienes sobrada quexa de averte assí tratado fortuna. Pésame de tu tristeza, porque la tristeza es amiga de soledad, enemiga de conpañía, desseosa de tinieblas, estraña de conversación y eredera de desesperación. Pésame que das bozes de noche, ca es indicio de locura, señal de poca paciencia, prueva de no aver cordura, clara esperiencia de locura; porque a la hora que todo el mundo se cubre con tinieblas, tú sólo descubres el coraçón a bozes. Pésame que te tomas con los dioses, diziendo que son crueles, en que si algo te quitaron por tu sobervia, te lo tornassen por tu umildad; porque quanto ofendemos a los dioses con la culpa, tanto los aplacamos con la paciencia. ¡O!, Mercurio, amigo mío, ¿y tú no sabes que es mayor la paciencia que tienen los dioses en dissimular nuestras culpas, que no la que tienen los hombres en sufrir sus castigos?; porque nosotros injustamente los ofendemos y ellos muy justamente nos castigan. Pésame que tú con bozes y quexas escandalizas a los vezinos, que (como tú sabes) siempre unos vezinos tienen embidia de otros vezinos, en especial los pobres de los ricos; y de mi voto y parescer tú dissimularías la pena y tomarías con todo plazer y alegría; porque si acaso tu riqueza les causó embidia, tu sufrimiento los mueva a conpassión. Pésame que te quexas de la fortuna, ca la [790] fortuna, como es conoscida por tantos, no se sufre ser infamada por uno, y con la fortuna más vale pensar cómo te has de remediar que no cómo te has de quexar; porque ay muchos hombres que en pregonar sus trabajos son muy solícitos y en buscar su remedio son muy perezosos.

¡O!, innocente de ti, Mercurio, después de estar tan desacordado, ¿acuerdas agora quexarte de la fortuna de nuevo? ¿Con la fortuna, que todos hazen tregua, osas tú desafiarla? ¿Nosotros desarmamos las vallestas y descuelgas tú las lanças? ¿Aún no sabes qué cosa es guerra y quieres gozar de la victoria? ¿Están todos entrampados y quieres passar tú seguro? ¿Qué más quieres que te diga, pues te veo tomar con la fortuna? ¿Y tú no sabes que ésta es la que los muros altos combate y los carcomidos defiende? ¿E tú no sabes que ésta es la que puebla los inabitables desiertos y despuebla los pueblos poblados? ¿Y tú no sabes que ésta es la que de los enemigos haze amigos y de los amigos torna enemigos? ¿Y tú no sabes que ésta es la que a los vencedores vence y a los vencidos da la victoria? ¿Y tú no sabes que ésta es la que de traydores haze fieles y de fieles sospechosos? Finalmente quiero que sepas que la fortuna es la que rebuelve a los reynos, desbarata los exércitos, abate a los reyes, sublima a los tyranos, da vida a los muertos, entierra a los vivos. ¿No te acuerdas del mote que tenía el segundo rey de los lacedemonios encima de sus puertas, que dezía estas palabras: «Ésta es la casa do el hombre haze lo que puede y la fortuna lo que quiere»? Por cierto ellas eran altas palabras y como de alto ingenio compuestas; y si yo en este caso soy creýdo, de todos los cuerdos hombres deven ser muy bien notadas, porque no encima de las puertas, sino dentro de las entrañas las deven tener escriptas. Mejor conoscía éste a la fortuna que tú, pues se tenía por depositario y no por eredero, y quando algo perdía como tú, pensava que tornava lo que en él fue depositado, y no que le tomavan lo suyo. No viven los hombres por cosa tanto descontentos en esta vida como por tomar impressión que los bienes temporales (que por cierto tiempo deposita en ellos fortuna) los han de tener y posseer por toda su vida. Hora que los dioses lo permitan, hora que nuestros tristes hados lo merescen, veo que a los [791] que más estados y riquezas tienen en esta vida, más crudas coces les da fortuna, por manera que con verdad osaremos dezir que sólo el que está encastillado en la sepultura está seguro de los baybenes de la fortuna.

Dízeme tu tabellario que este verano adereçavas para venir a Roma, y agora en invierno quieres navegar para Alexandría. ¡O!, infelice de ti, Mercurio; dime, yo te ruego: ¿de quándo acá has perdido el seso, en que quando se acaba tu vida de nuevo comiença tu avaricia? ¿Hallavas dos ciudades más estremadas para tractar tus mercaderías, conviene a saber: a Roma, que es verdugo de virtuosos, y a Alexandría, que es cabeça de viciosos? Y, si amas mucho a estas dos ciudades, oye, pues, las mercaderías que se venden en ellas. En Roma cargarás tu cuerpo de vicios y en Alexandría hinchirás tu coraçón de cuydados, y a ley de bueno te juro que, si acaso comprares algo de lo que ay allá, o vendieres algo de lo que llevas de acá, tú traygas más hambre de lo que dexares que no contentamiento de lo que truxeres. ¿Tú no te acuerdas que agora es invierno y que has de passar la mar, en la qual (si pilotos no me engañan) la calma más segura es vigilia de mayor tormenta? Podrásme dezir que tus naos yrán vazías y que por esso navegarán seguras. A esto respondo que tú las embiarás más cargadas de avaricia que no vernán cargadas de seda. ¡O!, qué buen troque sería si la avaricia de Italia se comutasse por seda de Alexandría; yo te juro que en tal caso su seda fletasse una nao y nuestra avaricia armaría a toda una flota. Grande es la cobdicia a la qual la vergüença del mundo no reprime, ni el temor de la muerte no ataja; y esto digo por ti, que pues en tal tiempo te atreves a navegar, o te sobra cobdicia, o te falta cordura.

Para satisfazer a mí y para escusar a ti con los que por ti me preguntan no sé qué les dezir, sino que te desconoscen los dioses y te conoscen las mares, y que las inquietas aguas conoscen al inquieto coraçón, y que las rocas duras conoscen al coraçón duro; finalmente un viento conosce a otro viento. Dime, yo te ruego: ¿qué vas a buscar, pues en tal tiempo dexas el reposo de tu casa y navegas a Alexandría? ¿Por ventura vas al golfo Arpino, donde los marineros echaron tu plomo? Cata, Mercurio, que mires bien lo que hazes, en que [792] pensando de tomar a los peces el plomo duro, no les dexes allá tus carnes blandas; porque a muchos conoscí yo en Roma, los quales por cobrar algo de lo que avían perdido, perdieron todo lo que les avía quedado. ¡O!, Mercurio, amigo mío, nota, nota, nota para siempre esta última palabra, en la qual conoscerás qué es lo que andáys los avaros a buscar en esta vida. Tú buscas cuydado para ti, embidia para tus vezinos, espuelas para los estraños, despertador para los ladrones, peligro para tu cuerpo, damnación para tu fama, remate de tu vida, oxeo para tus amigos, ocasión para tus enemigos; finalmente buscas maldiciones para tus erederos y crudos pleytos para tus hijos.

No puedo alargar más esta letra por ocasión que ya me retienta la calentura. Ruégote que ruegues por mí allá a los dioses de Samnia, que al fin en nuestras enfermedades poco nos aprovechan los médicos si contra nosotros están los dioses indignados. Mi Faustina te saluda y dize que le pesa mucho de tu pérdida; aý te embía una rica joya para Fabila, tu hija. Aý te embío una provisión para que te den una nao en recompensa del plomo; si navegares con ella no te vengas por Rodas, porque se la tomamos a sus pyratas. Los dioses sean en tu guarda, y a ti, y a mí, y a mi Faustina nos den buena vida con los nuestros y buena fama con los estraños. No te escrivo de mi mano porque no tengo salud para hazello. [793]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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