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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo IX
En el qual Marco Aurelio Emperador prosigue su carta contra los juezes crueles, y pone unas palabras que dixo el Emperador Nero muy buenas, y pone una instrución que dio el Emperador Augusto a un juez que embiava al reyno de Dacia.


Ni por lo que escrivo en esta carta, ni por lo que el rey de Chipre tenía en su sepultura, no es mi intención de defender a los malos para que por sus males y atrevimientos no sean castigados; ca, desta manera, peor sería yo en favorescerlos, que no ellos en ser malos, porque ellos pecan por flaqueza y yo pecaría por malicia. Mas en este caso parésceme a mí, y aun a todos los que tienen buen parescer, que pues la culpa en los hombres es natural y la pena que nos han de dar no es sino voluntaria, que los ministros de justicia en administrar la justicia deven mostrar que lo hazen por zelo de la república y no con ánimo de vengança, porque los culpados tengan ocasión de emendar la culpa passada y no de vengar la injuria presente. Dezía el divino Platón en los libros de su República que dos cosas han de tener los juezes delante sus ojos, conviene a saber: que en el juzgar cosas de hazienda no muestren cobdicia y en el castigar alguna persona no muestren vengança; porque los juezes tienen licencia para castigar los cuerpos, pero no la tienen para lastimar los coraçones. Nero, el Emperador, fue muy infame en su vida y muy cruel en su justicia, pero con todas sus crueldades acaesció que, como un día le truxessen a firmar una sentencia para degollar a unos homicianos, dando un gran suspiro, dixo estas palabras: «¡O, quién nunca deprendiera a escrevir por me escusar desta [671] sentencia firmar!» Por cierto el Emperador Nero por aver dicho tan gloriosa palabra en tal tiempo y coyuntura él merescía inmortal memoria, pero después de su tan perversa vida estragó tan notable sentencia; porque (hablando la verdad) abasta una mala obra a desauctorizar muchas palabras buenas.

¡O, quántos lugares y reynos han sido perdidos no tanto por los males que los malos en ellos cometieron, quanto por las desaforadas justicias que los ministros de justicia executaron; porque, pensando con su rigor corregir los daños passados, despertaron escándalos nunca oýdos! A todos es notorio quién fue y qué tal fue el Emperador Augusto, el qual en todas las virtudes fue muy estremado de bueno, ca era generoso, esforçado, magnánimo, cuerdo y zeloso, y, sobre todo, muy piadoso; porque, allende que en otras cosas mostró su piedad y clemencia, él fue el que ordenó que ningún príncipe firmasse sentencia de muerte con sus manos, ni viesse justiciar a ninguno con sus ojos. De verdad que la ley fue bien congrua, y para la limpieza de los emperadores assaz necessaria; porque a los príncipes mejor les paresce defender sus tierras con la lança que firmar sentencias de muerte con la péñola. Era este buen Emperador Augusto muy curioso en elegir los ministros de justicia, y muy cuydadoso en enseñarles cómo se avían de aver con la república, avisándolos no sólo lo que avían de hazer, mas aun de lo que se avían de guardar, lo qual no podía ser cosa mejor; porque los ministros de justicia yerran en no hazer lo que deven, pero más yerran en hazer lo que no deven.

Estava en Capua un governador que se llamava Escauro, el qual era juez justo, aunque algo severo, y a este Escauro embió el Emperador Augusto al reyno de Dacia para que tuviesse cargo de aquella provincia, y entre otras cosas diole estas palabras por memoria:

«Amigo Escauro, he acordado de removerte de Capua y cometerte la governación de la provincia de Dacia, do has de representar la majestad de mi persona. Y deves mucho mirar que, pues yo te mejoro en honra y hazienda, que tú deves mejorar la vida y templar la justicia; porque hasta [672] aquí un poco has sido en la justicia riguroso y en la vida inconsiderado. Avísote, y ruégote, y mándote que mudes el estilo en la vida y que mires mucho por mi honra y fama, ca bien sabes tú que los príncipes romanos no tienen más honra, ni más bien en su república, de ser buenos o malos los ministros de su justicia. Si quieres hazer lo que yo querría que hiziesses, hágote saber que yo no te confío mi honra, ni te cometo mi justicia, para que seas émulo de innocentes ni verdugo de pecadores, sino que con la una mano ayudes a los buenos a se tener y con la otra ayudes a los malos a se levantar. E, si quieres saber más en particular mi intención, yo te embío para que seas ayo de huérfanos, abogado de biudas, socrocio de heridos, báculo de ciegos y padre de todos. Sea, pues, la resolución de todo que, a mis enemigos halagando y a mis amigos regalando, a los flacos sobrellevando y a los fuertes favoresciendo, de tal manera seas todo para todos, guárdandote de ser parcial a ninguno, que, a fama de piadoso, los míos huelguen de estar y los estraños desseen de me venir a servir.»

Ésta, pues, fue la instrución que dio el Emperador Augusto al governador Escauro; y, si bien se quieren mirar sus palabras, aunque ellas fueron pocas, fueron assaz compendiosas, y oxalá en los coraçones dessos nuestros juezes estén escriptas.

Dízesme por tu letra que los juezes que embió el Senado a essa ysla no son muy honestos, ni aun están sin sospecha de ser un poco cobdiciosos. ¡O!, triste de república do los juezes en ella son crueles, son desonestos y son cobdiciosos; porque los juezes crueles ¿qué harán sino matar innocentes?; los juezes cobdiciosos ¿qué harán sino robar a los pobres?; los juezes desonestos ¿qué harán sino escandalizar a los buenos? Diría yo que a la tal y tan desdichada república más seguro le sería morar en las montañas con los animales brutos, que no ser governada de juezes tan iniquos; porque los leones, que son los animales más feroces, si en su presencia un caçador se le derrueca por tierra, no le tocará el léon ni aun en la ropa. ¡O!, Antígono, amigo mío, ¿y piensas tú que, si es desdichada la república que tales juezes sufre, que por esso será dichosa [673] Roma que los provee? A ley de bueno te juro que yo tengo por peores a los senadores que los embiaron, que no a los juezes que fueron. Penoso le es a un coraçón generoso yr a pedir justicia al hombre que ni mantiene verdad, ni guarda la justicia, pero muy mayor pena le es ver a un juez el qual con sus tyranías ha tyranizado mucho y a muchos pobres ha hecho muchos agravios, y después no con la vida que haze, sino con la auctoridad que tiene presume corregir a todos. El censor o juez que tiene por oficio de castigar a todos los viciosos, obligación tiene a carescer de todos los vicios; porque de otra manera el que tiene el tal oficio tiraniza la justicia, y el que la sustenta es traydor a su república. Es impossible que ninguno sea buen censor si no tiene la auctoridad de su oficio por acessoria y su limpia vida por principal.

El fin para que se proveen juezes en las provincias es para difinir las causas dudosas, para reparar los muros caýdos, para favorescer a los que pueden poco, para yr a la mano a los que pueden mucho; que, para lo demás, no ay república tan pequeña do no sepan poner a un ladrón en la horca sin que venga un censor de Roma a ordenarles la sentencia. ¡O!, quántos juezes ay oy en Roma que han ahorcado a muchos, no aguardándoles más de al primero hurto, y quédanse ellos libres aviendo robado a todo el pueblo, los quales deven tener por cierto que si se les alarga el castigo, no por esso se les perdona el hurto; porque las culpas que los hombres dissimulan en la vida, los dioses después las castigan en la muerte. Gran bien es para la república y no poca honra para el príncipe que tiene cargo della, quando un juez o censor es tan honesto en su persona y tan escrupuloso en su justicia, que de ningún vicio de los que él en otros castiga no está notada o infamada su persona; porque mucho se pervierte la orden de justicia quando un ladrón pone a otro ladrón en la horca. [674]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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