La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo VII
De una carta que escrivió Marco Aurelio Emperador a Antígono, su amigo, en respuesta de otra que él desde Sicilia le avía embiado, dándole aviso que los juezes romanos eran muy rigurosos. Divídela el auctor en cinco capítulos, y es letra muy notable contra los juezes crueles.


Marco Aurelio, colega en el Imperio, tribuno del pueblo y que agora está enfermo; a ti, Antígono, el desterrado, dessea salud para sí, y descanso para ti, y consolación en los dioses consoladores.

Por huyr los enojosos calores de Roma y por leer unos libros que me traxeron del reyno de Palestina, me vine aquí a Capua. Y, por mucha priessa que me di en las jornadas, todavía me alcançaron unas calenturas, las quales son más enojosas que peligrosas, porque me toman con frío y no se me quitan del todo. A veynte días andados del mes de Jano recebí la segunda letra tuya, y fue el caso que tu carta y mi calentura todo vino a una hora, pero fue tanto el enojo que tomé con la calentura, que no pude luego leer tu carta. No me paresce que tenemos buena mano, tú en ser corto ni yo en ser prolixo; porque ni mi letra larga quitó a ti las congoxas, ni tu carta corta quitó a mí las calenturas. Agora que se va entibiando el sentimiento que uve de tu trabajo y arde más el desseo que tengo de tu remedio, querríate dezir algo y socorrerte con algún consejo, pero hallo que la consolación que tú has menester yo no la puedo dar, y la que yo te puedo dar tú no la has menester. En esta carta no será lo que en la otra primera, sino que trabajaré lo menos mal que pudiere [662] de responderte y no me ocuparé en consolarte; porque estoy con esta enfermedad tan dessabrido, que ni tengo inclinación de querer escrivir, ni tampoco tomo gusto en cosas de plazer. Si acaso esta carta no fuere tan sabrosa, no tan compendiosa, no tan consolativa como las que yo te solía embiar, echarás la culpa no a la voluntad, que te dessea servir, sino a la enfermedad, que no le da lugar; porque los enfermos harto tienen que contentar a los médicos sin complir con los amigos. Si tu consolación estuviesse no en más de escrivirte muchas cartas y en ofrecerte muchas palabras, por cierto para hazer esto yo pelearía con mis calenturas; pero ¿qué aprovecha a ti, ni qué me satisfaze a mí, teniendo poco hazer ofrescimientos de mucho? Hablando a este propósito, acuérdome que en las antiguas leyes de los rodos estavan estas palabras: «Rogamos y amonestamos que visiten y consuelen a todos los captivos, y a todos los peregrinos, y que están desconsolados; pero junto con esto ordenamos y mandamos que ninguno en la república sea osado a dar consejo sin que con el consejo no dé el remedio; porque al coraçón aflicto las palabras consuélanle poco quando no vienen embueltas en algún remedio.» Por cierto la ley de los rodos es buena, y el romano que la guardare será muy mejor. Sey cierto que te desseo ver, y aun yo sé que tú me querrías hablar y todas tus quexas me dezir. Y no me maravillo; porque el coraçón lastimado más descansa contando sus males proprios que no oyendo consolaciones ajenas.

Muchas cosas me escrives por tu letra, las más de las quales nunca avían venido a mi noticia, y la más essencial dellas es que me das aviso los oficiales y justicias ser muy rigurosos en esse reyno, y que por esso están éssos de Sicilia muy mal con el Senado. Hasta oy nunca de tu boca te oý mentira, y esto me mueve a creer todo lo que dizes por tu carta, que en lo demás bien tengo que, según los de essa ysla son bulliciosos, ellos dan ocasión a los juezes que sean bravos; porque regla general es que, do los hombres son descomedidos, los ministros de justicia han de ser rigurosos. Ya que en otros reynos no acontesciesse, es de creer que acontescería aý en essa ysla, de la qual dize el proverbio antiguo: «Todos los insulanos son [663] malos, pero los sículos son peores que todos.» Están oy tan apoderados los malos en sus maldades, y están tan amedrentados los buenos con todas sus virtudes, que, si no uviesse un poco de brío en la justicia, los malos acocearían al mundo y los buenos se acabarían muy presto. Dexado esto y veniendo al propósito, digo que, considerando de quántos males estamos cercados y a quántas miserias somos subjectos, no me maravillo de las humanidades que cometen los humanos, pero escandalízome de las crudas justicias que hazen nuestros juezes; por manera que con más razón los podemos llamar tyranos que matan por fuerça, que no censores que administran justicia. De una cosa estoy muy espantado y quasi ajeno de mi juyzio: en que, siendo derecho la justicia de los dioses y siendo ellos los ofendidos, se quieren llamar piadosos; y nosotros, teniendo la justicia emprestada y no siendo ofendidos, nos gloriamos de ser crueles. No sé yo quál es el hombre que osa lastimar a otro hombre, pues vemos que los dioses perdonando sus proprias injurias alcançaron nombres de clementes, y nosotros castigando injurias ajenas nos quedamos con nombres de tyranos. Con mal estarían los hombres, y donosos dioses serían los dioses, si fuessen tan severos sus castigos como son feos nuestros pecados; porque, si nos midiessen con esta medida, sólo un demérito de una culpa abastaría para quitarnos la vida.

No puede con razón llamarse hombre entre los hombres, sino salvaje entre los salvajes, el que, olvidándose que es de carne flaca, sin piedad las carnes de otro hombre atormenta. Si se mira un hombre de pies a cabeça, no hallará en sí cosa que le mueva a crueldad, y verá en sí muchos instrumentos para exercitar la piedad, ca él tiene ojos con que mire a los necessitados, tiene pies con que vaya a los templos, tiene manos para ayudar a todos, tiene lengua para favorescer a los huérfanos, tiene coraçón para amar a los dioses; finalmente tiene juyzio para conocer lo malo y tiene discreción para seguir lo bueno. Si los hombres deven mucho a los dioses por darles tales instrumentos para ser piadosos, no menos les deven por quitarles las ocasiones de ser crueles, ca no les dieron cuernos como a toro, no les dieron cola como a culebra, [664] no les dieron uñas como a gato, no les dieron ponçoña como a serpiente; finalmente no les dieron tan peligrosos pies como a cavallo para acocear, ni les dieron tan fieros dientes como a león para morder. Pues los dioses son piadosos, y nos criaron piadosos, y nos mandaron ser piadosos, ¿por qué los nuestros juezes quieren ser crueles? ¡O!, quántos juezes que son indómitos, crueles y severos ay oy en el Imperio Romano los quales, so color de zelar la justicia, echan a perder la república; porque no con zelo de justicia sino con desseo de alcançar fama, se dexaron vencer de la malicia y negaron su propria naturaleza. Yo no me maravillo que un censor o juez romano tenga embidia de mi casa, quiera mal a mis amigos, dé favor a mis enemigos, menosprecie a mis fijos, ponga los ojos en mis fijas, se acobdicie de mi hazienda y ponga la lengua en mi persona; pero de lo que me escandalizo es que muchos juezes assí son golosos de despedaçar carnes umanas, como si ellos fuessen ossos y las carnes umanas colmenas. [665]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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