La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro III

Capítulo III
De una plática que hizo un villano de las riberas del Danubio a los senadores de Roma, el qual vino a quexarse de las tyranías que los romanos hazían en su tierra. Divídela el auctor en tres capítulos, y es una de las más notables cosas que ay en este libro, assí para avisar a los que juzgan como para consolar a los que son juzgados.


En el año décimo que imperava el buen Emperador Marco Aurelio sobrevino en Roma una general pestilencia; y, como fuesse pestilencia inguinaria, el Emperador retrúxose a Campania, que a la sazón estava sana, aunque junto con esto estava muy seca y de lo necessario muy falta; pero, esto no obstante, se estuvo allí el Emperador con todos los principales senadores de Roma; porque en los tiempos de pestilencia no buscan los hombres do regalen las personas, sino do salven las vidas. Estando allí en Campania Marco Aurelio, fue de unas calenturas muy maltratado; y, como de su condición era tener siempre consigo sabios y la enfermedad requería ser visitado de médicos, era muy grande el exército que en su palacio avía, assí de los philósophos en enseñar, como de los médicos en disputar; porque este buen príncipe de tal manera ordenava su vida, que en su ausencia estavan muy bien proveýdas las cosas de la guerra y en su presencia no se platicava sino cosa de sciencia. Fue, pues, el caso que, como un día estuviesse Marco Aurelio rodeado de senadores, de philósophos, de médicos y de otros hombres cuerdos, movióse entre ellos plática de hablar quán mudada estava ya Roma, no sólo en los edificios, que estavan todos ruynados, mas aun en [634] las costumbres, que estavan todas perdidas; y que la causa de todo este mal era por estar Roma llena de lisongeros y faltarle quien osasse dezir las verdades. Oýdas estas y otras semejantes palabras, el Emperador Marco Aurelio tomó la mano y contóles un muy notable exemplo, diziendo:

En el año primero que fui cónsul, vino a Roma un pobre villano de la ribera del Danubio a pedir justicia al Senado contra un censor que hazía muchos desafueros en su pueblo; y de verdad él supo tan bien proponer su querella y exagerar las demasías que los juezes hazían en su patria, que dudo yo las supiera Tullio mejor dezir, ni el muy nombrado Homero escrevir. Tenía este villano la cara pequeña, los labrios grandes y los ojos hundidos; el color adusto, el cabello erizado, la cabeça sin cobertura, los çapatos de cuero de puerco espín, el sayo de pelos de cabra, la cinta de juncos marinos y la barba larga y espessa; las cejas que le cubrían los ojos, los pechos y el cuello cubierto de vello como osso, y un azebuche en la mano.

Por cierto quando yo le vi entrar en el Senado, imaginé que era algún animal en figura de hombre, y después que le oý lo que dixo juzgué ser uno de los dioses, si ay dioses entre los hombres; porque si fue cosa de espanto ver su persona, no menos fue cosa monstruosa oýr su plática. Estavan a la sazón esperando a la puerta del Senado muchas y muy diversas personas para negociar negocios de sus provincias, pero primero habló este villano que todas ellas, lo uno por ver lo que diría hombre tan monstruoso, y aun porque tenían en costumbre los senadores que en su Senado primero fuessen oýdas las querellas de los pobres que no las demandas de los ricos. Puesto, pues, en el medio del Senado aquel rústico, començó a proponer su propósito y muy por estenso dezir a lo que allí avía venido, en el qual razonamiento él se mostró tan osado como en las vestiduras estremado, y díxoles assí:

¡O!, Padres Conscriptos, ¡o!, pueblo venturoso; yo, el rústico Mileno, vezino que soy de las riparias ciudades del [635] Danubio, saludo a vosotros, los senadores romanos, que en este Senado estáys juntos, y ruego a los immortales dioses que rijan oy mi lengua para que diga lo que conviene a mi patria y a vosotros ayuden a governar bien la república; porque sin voluntad y parecer de los dioses ni podemos emprender lo bueno ni aun apartarnos de lo malo.

Los tristes hados lo permitiendo y nuestros sañudos dioses nos desamparando, fue tal nuestra desdicha y mostróse a vosotros tan favorable ventura, que los superbos capitanes de Roma tomaron por fuerça de armas a nuestra tierra de Germania. Y no sin causa digo que a la sazón estavan de nosotros nuestros dioses sañudos; porque si nosotros tuviéramos a los dioses aplacados, escusado era pensar vosotros vencernos. Grande es vuestra gloria, ¡o! romanos, por las victorias que avéys avido y por los triumphos que de muchos reynos avéys triumphado, pero mayor será vuestra infamia en los siglos advenideros por las crueldades que avéys hecho; porque os hago saber, si no lo sabéys, que al tiempo que los truhanes van delante los carros triumphales diziendo: «¡Viva!, ¡Viva la invencible Roma!», por otra parte los pobres captivos van en sus coraçones diziendo a los dioses: «¡Justicia!, ¡Justicia!»

Mis antepassados poblaron cabe el Danubio a causa que, haziéndoles mal la tierra seca, se acogiessen y se recreassen en el agua húmida; y, si por caso les enojasse el agua inconstante, se tornassen seguros a la tierra firme. Que como son varios los apetitos y condiciones de los hombres, ay tiempo que, huyendo de la tierra, nos refrescamos en el agua; y ay otro tiempo que, espantados del agua, nos acojemos a la tierra. Pero como dixe, ¡o! romanos, esto que quiero dezir, ha sido tan grande vuestra codicia de tomar bienes ajenos, y fue tan desordenada vuestra sobervia de mandar en tierras estrañas, que ni la mar vos pudo valer en sus abismos, ni la tierra vos pudo assegurar en sus campos. ¡O, qué gran consolación es para los hombres atribulados pensar y tener por cierto que ay dioses justos, los quales les harán justicia de los hombres injustos!; porque de otra manera, si los atribulados no tuviessen por cierto que de sus [636] enemigos los dioses no tomassen vengança, ellos mismos a sí mismos quitarían la vida. Es mi fin de dezir esto porque yo espero en los justos dioses que, como vosotros a sinrazón fuistes a echarnos de nuestras casas y tierra, otros vernán que con razón os echen a vosotros de Italia y Roma. Allá en mi tierra de Germania tenemos por infalible regla que el hombre que toma por fuerça lo ajeno pierda el derecho que tiene a lo suyo proprio, y espero yo en los dioses que esto que tenemos por proverbio en aquella patria, ternéys por experiencia acá en Roma.

En las palabras grosseras que digo y en las vestiduras monstruosas que traygo podréys bien adevinar que soy un muy rústico villano, pero con todo esso no dexo de conocer quién es en lo que tiene justo y quién es en lo que possee tyrano; porque los rústicos de mi professión, aunque no sabemos dezir lo que queremos por buen estilo, no por esso dexamos de conocer quál se ha de aprovar por bueno y quál se ha de condenar por malo. Diría, pues, yo en este caso que todo lo que los malos allegaron con su tyranía en muchos días, todo se lo quitarán los dioses en un día, y por contrario, todo lo que los buenos perdieron en muchos años, se lo tornarán los dioses en una hora; porque (hablando la verdad) ser los malos ricos y estar prosperados no es porque los dioses lo quieren, sino porque lo permiten; y si nos quexamos que agora dissimulan mucho, suframos, que tiempo verná que lo castigarán todo. Creedme una cosa, ¡o! romanos, y no dudéys en ella, y es que de la injusta ganancia de los padres viene después la justa pérdida en los hijos. Muchos muchas vezes se maravillan allá en mi tierra qué sea la causa que los dioses no quitan a los malos lo que ganan luego como lo ganan, y para mí la razón desto es porque dissimulando con ellos ayunten poco a poco muchas cosas, y después quando estén muy descuydados se las quiten todas juntas; porque justo juyzio de los dioses es que, pues ellos hizieron a sinrazón mal a muchos, vengan algunos que con razón les hagan mal a ellos. Por cierto el hombre cuerdo, y que de hecho presume de cuerdo, es impossible que en lo que tiene ajeno él tome gusto; [637] porque de otra manera de ninguna cosa terná contentamiento, acordándose que lo que tiene lo tiene mal ganado. No sé, romanos, si me entendéys, pero porque mejor me entendáys digo que estoy espantado, y aun aýna diría escandalizado, cómo el hombre que tiene cosa agena puede assossegar ni dormir sola una hora, pues vee que a los dioses tiene injuriados, a los vezinos escandalizados, a los enemigos contentos, a los amigos perdidos, a los que robó agraviados, y (lo que es peor de todo) tiene a su persona puesta en peligro. Y digo que la tiene puesta en peligro, porque el día que se determina uno de quitarme a mí la hazienda, aquel día me determino yo de quitarle a él la vida. Reo es a los dioses y muy infame entre los hombres el hombre que tiene tan caninos los desseos de su coraçón y tan sueltas las riendas de sus obras, que la miseria agena le parezca riqueza y la riqueza propria le parezca pobreza. Ni me da más que sea griego, que sea bárbaro, que sea romano; que esté absente, que esté presente; digo y afirmo que es y será maldito de los dioses y aborrecido de los hombres el que sin más consideración quiere trocar la fama con la infamia, la justicia con la injusticia, la rectitud con la tiranía, la verdad por la mentira, lo cierto por lo dudoso, teniendo aborrecimiento de lo suyo proprio y estando sospirando por lo que es ajeno.

El que tiene por principal intento allegar hazienda para los fijos y no de ser famoso entre los famosos, justa cosa es que el tal no sólo pierda los bienes allegados, mas aun que sin fama quede infame entre los malos. Como vosotros los romanos naturalmente soys sobervios y os ciega la sobervia, tenéysos por dicho que por tener como tenéys más que todos, por esso soys más honrados que todos, lo qual no es por cierto assí; porque si de hecho queréys abrir los ojos y conocer vuestros proprios yerros, veréys que, si os preciáys ser señores de provincias estrañas, fallaros eys hechos esclavos de vuestras riquezas proprias. Allegad quanto quisiéredes y hazed lo que mandáredes, que a mi parecer muy poco aprovecha tener las casas llenas de hazienda y por otra parte estar los coraçones posseýdos de codicia; porque [638] las riquezas que se allegan por cobdicia y se guardan con avaricia quitan al posseedor la fama y no le aprovechan para sustentar la vida. No se podrá sufrir muchos días, ni menos encubrirse muchos años, ser el hombre tenido por rico entre los ricos y por honrado entre los honrados; porque el hombre que es muy amigo de su hazienda es impossible sino que sea enemigo de su fama. ¡O!, si los cobdiciosos tuviessen tanta codicia de su honra propria como tienen de la hazienda ajena, yo os juro por los immortales dioses que ni la polilla de la cobdicia les royesse el reposo de la vida, ni el cáncer de la infamia les destruyesse su buena fama.

Oýd, romanos, oýd esto que os quiero dezir, y plega a los dioses que lo sepáys entender; porque de otra manera yo perdería mi trabajo y vosotros no sacaríades de mi plática algún fructo. Yo veo que todos aborrecen la sobervia y ninguno sigue la mansedumbre; todos condenan el adulterio y a ninguno veo continente; todos maldizen la intemperança y a ninguno veo templado; todos loan la paciencia y a ninguno veo sufrido; todos reniegan de la pereza y a todos veo que huelgan; todos blasfeman de la avaricia y a todos veo que roban. Una cosa digo, y no sin lágrimas la digo públicamente en este Senado, y es que con la lengua todos los más blasonan de las virtudes, y después con todos sus miembros sirven a los vicios. No penséys que digo esto por los romanos que están en el Illírico, sino por los senadores que veo en este Senado. Vosotros, los romanos, en vuestras vanderas traéys por mote estas palabras: «Romanorum est debellare superbos et parcere subiectis.» Por cierto que dixérades mejor: «Romanorum est expoliare innocentes et inquietare quietos»; porque vosotros los romanos no soys sino mollidores de gentes quietas y robadores de sudores ajenos. [639]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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