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Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XXXIX
Que los ayos de los príncipes y maestros que tienen discípulos deven tener gran vigilancia en que los mancebos no sean desde niños viciosos. Señaladamente los deven guardar de quatro vicios. Es capítulo notable para que los padres le lean y los hijos le guarden.


Los famosos y muy expertos cirujanos en las bravas y desaforadas heridas y úlceras no sólo aplican medicinas y socrocios que las resuelvan o cierren, pero aun aplican otras que las restriñan o defiendan. Y a la verdad no se muestran menos en lo uno sabios que en lo otro espertos; porque tanta diligencia se ha de poner en conservar la carne flaca que no se corrompa, como en curar la llaga podrida para que sane y se cierre. Assimesmo vemos que los curiosos caminantes muy por menudo se informan del camino antes que anden el camino, conviene a saber: si ay en él algún lodaçal enojoso, algún barranco peligroso, algún passo que sea estrecho, algún monte sospechoso, alguna senda que descamine el camino. Y cierto el que en esto es cuydadoso, digno es de ser tenido por sabio; porque según la muchedumbre de los peligros del mundo, ninguno se ha de tener por seguro si no sabe dó está el peligro.

Declarando lo que quiero dezir por estas comparaciones, digo que los ayos y maestros de príncipes y grandes señores no se deven contentar con saber qué sciencia, qué criança, qué doctrina y qué virtud a sus discípulos han de enseñar, pero aun con muy mayor vigilancia deven saber de qué males o de qué costumbres malas los han de apartar; porque los árboles, quando son pequeños y tiernos, más necessidad tienen [602] de podaderas que corten las ramas superfluas, que no de muchas cestas para cojer sus fructas. Los que imponen en andar a las mulas de precio y los que doman cavallos de buena raça mucho trabajan en que aquellos animales sean andadores, sean ligeros, sean saltadores, sean hazedores; pero mucho más trabajan en que sean mansos, domésticos y fieles, y, sobre todo, que no tengan algunos malos resabios; porque a la verdad al animal que no es manso, sino bravo, sobra de locura es ponerle alguno en precio.

Dicho esto y presupuesto que passa assí de hecho, pregunto agora yo: si los cavallerizos de los grandes señores trabajan por quitar a los animales (siendo animales) los malos resabios, ¿quánto más deven trabajar los ayos, si son buenos ayos, que en los príncipes moços no aya ningunos siniestros de notables vicios? Porque a los moços no les aprovechan tanto todas las virtudes que aprenden como les daña un sólo vicio que les consientan. Caso que de muchas malas costumbres deven los ayos y maestros apartar a sus discípulos, entre todas quatro son las más principales, en cada una de las quales, si el príncipe fuesse notado o infamado, el ayo o maestro que le crió merescía mucho castigo; porque, según las leyes y costumbres humanas, todo el robo o daño que hazen los animales en la viña ha de pagar el viñadero que se obligó a guardarla.

Lo primero, deven los maestros enfrenar y castigar de tal manera las lenguas de sus discípulos, que en burlas ni en veras no les consientan ser mentirosos; porque la mayor falta en un bueno es ser corto en las verdades y la mayor vileza en un vil es ser largo en las mentiras. Merula, en el libro quinto De los Césares, dize que la primera guerra que hizo Ulpio Trajano fue contra Cébalo, rey de los Dacos, el qual se avía rebelado contra los romanos, y aun avía vencido (y no con pequeña victoria) al Emperador Domiciano en una batalla; porque, según dezía Nasica, no era tanto el plazer que tomava Roma en verse muchas vezes vencedora, quanto era el daño y pesar que tomava en verse una vez vencida. El buen Ulpio Trajano dio una batalla al rey Cébalo, en la qual no sólo fue vencido, mas aun preso, y assí preso le truxeron delante el Emperador Trajano, [603] y díxole estas palabras: «Di, Cébalo, ¿por qué te rebelaste contra los romanos, pues sabes que los romanos nunca pueden ser vencidos?» Respondió el rey Cébalo: «Si los romanos no pudiessen ser vencidos, ¿cómo yo vencí a Domiciano, que era Emperador de los romanos?» Tornóle el Emperador Ulpio Trajano replicar a esto y dixo: «Muy engañado vives, ¡o! rey Cébalo, en pensar que quando venciste al Emperador venciste a los romanos; porque quando Rómulo fundó a Roma ordenaron los dioses que si su Emperador en alguna batalla fuesse muerto, no por esso se entendía que el Imperio fuesse vencido.» Hazen los historiadores muy gran cuenta destas palabras que dixo Ulpio Trajano porque mostró por ellas ser invencible el Imperio Romano.

Después que fue muerto este rey Cébalo y por sus deméritos fue privado del Imperio, el Emperador Trajano, como era príncipe clementíssimo, proveyó que un hijo pequeño que dexó aquel rey Cébalo fuesse criado en su palacio, con intención que, si el moço saliesse bueno, le daría el reyno que su padre por traydor avía perdido; porque era ley entre los romanos que todo lo que el padre perdía por aver cometido trayción, todo lo recuperasse el hijo por algún acto de fidelidad. Aconteció que, estando el buen Trajano tomando plazer en los huertos Vulcanos, vio al hijo del rey Cébalo y a otros mancebos romanos saltar a furtar fructa de una huerta; y esto no es de maravillar, porque no haze en los panes más estrago la langosta que hazen los mancebos de que entran en una huerta de fruta. Como el Emperador le preguntasse después de dó venía, y él dixesse que venía de la Academia de oýr retórica, como fuesse verdad que él no venía sino de hurtar fruta; enojóse tanto el Emperador Trajano de ver que el moço era mentiroso, que proveyó y mandó que totalmente le privassen de la esperança del reyno. Fue sobre este caso muy importunado el Emperador Trajano, assí de embaxadores estranjeros como de senadores naturales, rogándole que mudasse aquella cruda sentencia; porque los príncipes muchas cosas mandan estando ayrados, las quales deshazen estando pacíficos. Respondióles el Emperador Trajano: «Si su padre deste moço, que fue el rey Cébalo, fuera príncipe verdadero, ni él [604] perdiera la vida, ni él perdiera el reyno, ni aun pusiera tantas vezes a mí y al Imperio en peligro. Y, pues el padre fue mentiroso y el hijo no es verdadero, muy injusto sería tornarle yo el reyno; porque gran infamia sería mía, y aun de nuestra madre Roma, que siendo Roma madre de verdades, diesse reynos a los hijos de mentiras.» Esto fue lo que dixo Ulpio Trajano, y lo que le aconteció con el hijo del rey Cébalo.

Marco Aurelio, decimoséptimo Emperador que fue de Roma, tuvo, según arriba diximos, dos hijos, el mayor de los quales se llamava Cómodo, y procurava mucho su padre de quitarle la erencia del Imperio, y al segundo hijo, que se llamava Veríssimo, quisiera él mucho dexar por eredero, y esto no sólo lo tenía determinado, mas aun muchas vezes lo dezía en público; porque con gran trabajo se dissimula lo que en estremo se dessea. Acaso un senador viejo y anciano y que era mucho su amigo de Marco díxole un día, saliendo que salían ambos del Senado: «Maravillado estoy de ti, excellente príncipe. ¿Por qué deseredas al hijo mayor y hazes eredero al hijo menor, pues ambos son tus hijos y los dioses no te dieron más de a ellos? Porque los buenos padres tienen obligación a sus hijos de castigarlos, mas no tienen licencia de deseredarlos.» Respondióle Marco Aurelio: «Si tú fuesses philósopho griego como eres ciudadano romano, y si tú supiesses qué cosa es tan dulce el amor de hijo, no ternías compassión a mi hijo que pierde el Imperio, pero tenerla ýas a mí su padre que se lo quito, ca el moço apenas sabe lo que pierde, pero yo que soy su padre lloro el daño que le hago; porque al fin al fin no ay oy en el mundo padre tan crudo, que si lastima a su hijo con el pomo de la espada, no la eche primero por sus mismas entrañas fasta la empuñadura. En este caso, por los dioses immortales te juro que hago lo que no querría fazer, y doy lo que no querría dar, y quito lo que no querría quitar, ca Antonio, mi señor y suegro, no me dio el Imperio sino porque jamás en mí halló mentira; y yo por esso privo a mi fijo del Imperio, porque jamás en él fallé verdad. No es justo que el Imperio que a mí me dieron por verdadero yo le dexe en erencia a un mentiroso; porque al fin más vale que el hijo pierda la hazienda, que no que el padre pierda la fama.» [605]

Por estos dos exemplos podrán ver los ayos y maestros de príncipes y grandes señores quánta solicitud deven poner en que los moços que tienen a cargo no sean mentirosos, y esto ha de ser de tal manera, que (ni de burlas proponiendo, ni de veras respondiendo) les consientan dezir ni una sola mentira; porque de mentir de burla en la mocedad viene después el mentir de veras en la vejez.

Lo segundo, deven los maestros apartar a sus discípulos que no sean jugadores, de manera que no se avezen desde niños a ser tahúres; porque gran indicio es de perder a sí y al Imperio el príncipe que desde niño se aficiona al juego. La esperiencia nos demuestra que el juego es un vicio (según dize Séneca) que tiene la propriedad del perro enconado, que al que una vez muerde siempre le haze que ravie, cuya cruda ravia siempre hasta la muerte dura. No sin causa son comparados los jugadores cossarios a los perros raviosos; porque a todos los que se allegan a su compañía a todos fazen perder la conciencia y la honra y la hazienda. Acontece muchas vezes que en aquello que los ayos y maestros avían de ser más solícitos son más descuydados y perezosos, conviene a saber: que so color de una bien escusada recreación y passatiempo consienten a sus discípulos jugar algún juego, aunque en el juego va poco precio; lo qual ni lo devrían los moços hazer, ni menos sus ayos se lo consentir; porque es de tal calidad este vicio, que el niño que se atreve a jugar una agujeta, es de pensar que en siendo hombre jugará el sayo y la capa. Aplomando más en el caso, y agraviando más este vicio, digo y afirmo que, quando juegan los príncipes y los hijos de grandes señores, no se ha de hazer cuenta de lo poco o mucho que pueden ganar o perder, que esto sería gran miseria, y aun miseria y poquedad, si por esto se lo vedasse mi pluma; porque a los moços nos les han de vedar el juego por los dineros que pierden, sino por los vicios que cobran.

Octavio, segundo emperador que fue romano, fue uno de los felicíssimos enperadores que hasta oy ha avido, y entre todas sus virtudes fue notado de una cosa sola, conviene a saber: que desde niño fue vicioso en el juego de la pelota, del qual vicio no sólo fue reprehendido, mas aun fue dél prohibido; [606] porque, según dize Cicerón en el libro De legibus, quando algún emperador era notado de algún vicio público, libremente le podían yr a la mano en el Senado. Quando fue Octavio reprehendido deste vicio en el Senado, dizen que dixo estas palabras: «Gran sinrazón me hazéys oy, Padres Conscriptos, en este Senado, en quitarme mi passatiempo; porque abasta que los príncipes sean tales que aya mucho de que loarlos y aya poco de que reprehenderlos.» Fueron estas palabras muy notables y como de tan excellente príncipe dichas; porque al fin los príncipes, según los regalos en que se crían y según la libertad que tienen, émosles de agradecer las buenas obras que hazen y mucho más los vicios de que carecen.

Tornando, pues, al propósito, entre los malditos vicios que cobran los niños quando desde niños son jugadores es que se avezan a ser ladrones y mentirosos; porque los dineros que han de jugar para pedirlos a sus padres han vergüença, para tomarlos de su hazienda no han eredado. Púedese (y aun dévese) de aquí collegir, que si los moços han de jugar, forçoso es que han de hurtar. El trigessimosexto Emperador de Roma fue Claudio Lugano, varón que fue en el comer muy tenplado, en el vestir muy honesto, en la justicia muy recto, en las armas muy venturoso, de manera que no sólo alançó a los godos del Illírico, mas aun dio una batalla a los germanos en la qual mató más de cien mil dellos. Fue esta batalla acerca del lago Veraco, en un soto que se llamava Lugano, y por memoria de aquel tan gran vencimiento le llamaron Claudio Lugano; porque era costumbre en el Senado Romano, que quales obras buenas o malas sus príncipes hazían, tal sobrenombre bueno o malo les davan. Tenía este Emperador no más de un hijo, el qual era príncipe assaz hermoso en el cuerpo, de muy claro y vivo juyzio; pero era aquel moço tan mal inclinado, que el natural bueno que le dio naturaleza más le empleava en jugar con otros mancebos, que no en deprender de los philósophos. Y esto no es de maravillar, porque todos los hombres de alto juyzio, si no ay quien los constriña a hazer actos virtuosos, luego se avezan a cometer vicios muy feos. Fue el caso que, como aquel príncipe moço no tuviesse ya qué jugar, acordó de hurtar de la recámara de su padre una muy rica [607] joya de oro; y de aquel hurto fue sabidor y encobridor su maestro; y, como lo supo el buen Emperador, al hijo totalmente privó de la erencia, y a su maestro mandó cortar la cabeça, y a todos los que halló aver jugado con su hijo a todos los desterró del reyno. Puso mucho espanto en todo el mundo este hecho; porque este bien tienen los famosos castigos, que a los buenos pone esfuerço para que sean más buenos y a los malos pone espanto para que no sean más malos. Dize Merula, libro décimo De Cesaribus, do cuenta muy por estenso este caso, que en más tuvieron los romanos aver desterrado de Roma a los jugadores, que no aver echado del Illírico a los godos. Y (hablando la verdad) ellos tuvieron razón; porque mayor corona meresce un príncipe por desterrar los vicios de su casa que no por echar a los enemigos de su tierra. [608]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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