Proyecto Filosofía en español Antonio de Guevara 1480-1545 |
Capítulo XXXVI
De una plática que hizo Marco Aurelio Emperador a cinco ayos de los quatorze que avía elegido para maestros de su fijo, a los quales despide de su palacio porque los vio hazer ciertas liviandades en la fiesta del dios Genio.
No quisiera, amigos, proveer lo que no se puede escusar, ni quisiera mandaros lo que os quiero mandar, conviene a saber: deziros que queden comigo los dioses piadosos y vayan con vosotros los mesmos dioses justos, y junto con esto de mí y de vosotros se aparten los hados desdichados; porque el hombre de malos hados mejor le sería yrse para los muertos que no quedarse con los vivos. Pues ya os avía rescebido, y con mucha diligencia os avía buscado, y mi fin era para que fuéssedes ayos de mi hijo, el príncipe Cómodo; a los dioses inmortales protesto que a mí me pesa, y que de vuestra afrenta yo recibo afrenta, y que de vuestra pena la mayor parte es mía; pero no se puede menos hazer, porque no ha de aver en el mundo amistad tan estrecha por la qual se deva poner en peligro la fama. Los sabios que yo busco no sólo los quiero para doctrinar al príncipe Cómodo, pero aun para que reformen a los que mal viven en mi palacio, y agora veo lo contrario, conviene a saber: que, aviéndose de tornar los que son locos sabios, por el contrario veo que los sabios se tornan locos.
¿No sabéys vosotros que el oro fino defiende la fineza de sus quilates entre las vivas brasas y que el hombre cuerdo muestra su cordura en semejantes locuras; porque a la verdad en la fragua se prueva el oro si es fino, y en las liviandades del loco se prueva la cordura del cuerdo? ¿No sabéys que [582] el sabio no se conoce entre los sabios, ni el loco se conoce entre los locos, sino que entre los cuerdos se escurecen los locos y entre los locos resplandecen los sabios; porque allí el sabio muestra su sabiduría do a todos sobra la locura y a él solo no le falta cordura? ¿No sabéys que en las feroces heridas muestra su experiencia el cirujano, y en las peligrosas enfermedades muestra su saber el médico, y en las dubdosas batallas muestra el capitán su esfuerço, y en las bravas tormentas muestra su experiencia el piloto? Pues por semejante manera, do ay gran regozijo de pueblo, allí ha de mostrar su madureza el sabio. ¿No sabéys que de ánimo reposado procede tener el hombre el juyzio claro, la memoria prompta, la gravedad del cuerpo, el reposo de la persona, la pureza de la fama y, sobre todo, la templança de la lengua; porque sólo aquél se puede llamar sabio que es muy recatado en las obras y muy resoluto en las palabras? ¿No sabéys que aprovecha poco tener la lengua experta, la memoria viva, el juyzio claro, la sciencia mucha, la eloqüencia profunda, el estilo suave y la experiencia larga, si con todas estas cosas, aviendo vosotros de ser ayos, soys en vuestras obras hombres malignos? Por cierto gran infamia es de un emperador virtuoso que ponga por maestros de príncipes a los que son discípulos de truhanes. ¿No sabéys que, si todos los hombres desta vida son obligados a hazer buena vida, mucho más son obligados los que presumen de tener más sciencia y que presumen de espantar al mundo con su eloqüencia; porque regla es muy verdadera que siempre las obras malas quitan el crédito a las palabras buenas? Y porque no os parezca que hablo de gracia, quiéroos traer aquí a la memoria una ley antigua de Roma, la qual ley fue hecha en los tiempos de Cina, y la ley era ésta: «Ordenamos y mandamos que más grave pena se dé al sabio por la liviandad que hizo pública, que no al hombre simple que cometió homicidio secreto.» ¡O!, justa y justíssima ley, ¡o!, justos y bienaventurados varones romanos (digo a todos los que a ordenar esta ley os hallastes juntos), ca el hombre simple no mató más de a uno con el cuchillo de la yra, pero el hombre sabio mató a muchos con el mal exemplo de su vida; porque, según dezía el divino Platón, los príncipes y los sabios más [583] pecan con el mal exemplo que dan que no con la culpa que cometen.
Curiosamente lo he mirado, y aun los escriptores no dizen otra cosa de la que yo digo, que entonces la triste Roma començó a perderse quando el nuestro Senado se despobló de columbinos senadores y se pobló de serpentinos sabios; porque al fin al fin no ay por do más aýna se pierdan los príncipes que, pensando tener cabe sí hombres sabios que los aconsejen, aciertan a tener hombres maliciosos que los engañen. Qué cosa fue ver antiguamente la policía de Roma, antes que Sila y Mario la amotinassen, antes que Cathirina y Catulo la perturbassen, antes que Julio y Pompeyo la escandalizassen, antes que Augusto y Marco Antonio la destruyessen, antes que Thiberio y Calígula la infamassen, antes que Nero y Domiciano la corronpiessen; porque los más de estos príncipes, aunque fueron valerosos y nos ganaron muchos reynos, todavía fueron más los vicios que nos traxeron que no los reynos que ganaron, y (lo que es peor de todo) que emos perdido los reynos y avémonos quedado con los vicios.
Si Livio y los otros escriptores no nos engañan, antiguamente vieran en el Sacro Senado unos romanos tan antiguos, unas canas tan honradas, unos hombres tan expertos, unos viejos tan maduros; que era gloria de ver lo que representavan y era descanso oýr lo que dezían. No sin lágrimas lo digo esto que quiero dezir, que en lugar de todos estos viejos ancianos han sucedido unos moços parleros, los quales son tales y tan malos, que tienen pervertida a la república y tienen escandalizada a toda Roma; porque harto malaventurada es la tierra, y de muchas angustias deve estar cercada, do es tan malo el regimiento de los moços, que todos suspiran porque resusciten los viejos. Si damos fe a lo que los antiguos dizen, no podemos negar sino que Roma fue madre de todas las buenas obras, como la antigua Grecia fue origen de todas las sciencias, de manera que el hecho de los griegos era parlar y la gloria de los romanos era obrar; pero ya por nuestros tristes hados es al contrario, ca Grecia desterró de sí a todos los parleros para Roma, y Roma desterró de sí a todos los sabios para Grecia. Y si, esto es assí (como es assí), yo más quiero ser [584] desterrado en Grecia con los sabios que no tener vezindad en Roma con los locos.
A ley de bueno vos juro, amigos, que, siendo yo mancebo, vi a un orador aquí en Roma, criado que era en la casa de Adriano, mi señor, y era su nombre Aristónoco, y en el cuerpo era de mediana estatura, y tenía la cara flaca, y aun era de incógnita patria, pero junto con esto era de tan alta eloqüencia, que, si orava tres horas en el Senado, no avía hombre que hiziesse bullicio; porque antiguamente, si el que orava en el Senado era gracioso, no menos le oýan que si hablara el dios Apolo. Este philósopho Aristónoco fue por una parte tan dulce en su dezir, y fue por otra parte tan dissoluto en su modo de vivir, que jamás en el Senado orando dixo palabra que no fuesse digna de eterna memoria, y salido de allí jamás le vieron hazer obra que no mereciesse por ella gravíssima pena. Como he dicho, aunque en aquel tiempo yo era moço, acuérdome que de ver a este philósopho tan perdido todos tenían dél lástima en el pueblo, y lo peor de todo es que jamás esperavan dél emienda y cada día perdía más la honra; porque no ay ninguno que alcance tanta fama por la eloqüencia, que no alcance mayor infamia por la mala vida.
Pregúntoos agora yo, amigos, pues estáys en reputación de sabios: ¿quál fuera mejor o, por mejor dezir, quál fuera menos peor: que este philósopho fuera hombre simple y de buena vida, o ser como fue de alta eloqüencia y de mala fama? Es impossible que si él oyera dezir de mí una vez lo que yo oý dezir dél muchas vezes, que no me aconsejara, y aun a hazerlo me constriñera, elegir antes la sepultura que no vivir como vivió tan infamado en Roma; porque aquél es indigno de vivir entre los hombres, al qual algunos apruevan sus palabras y todos condenan sus obras. El primero dictador en Roma fue Largio y el primero maestro de los cavalleros fue Espurio, y desde sus tiempos de éstos, que fueron los primeros dictadores, hasta Sila y Julio, que fueron los primeros tyranos, passaron ccccxv años, en los quales todos no leemos que philósopho aya dicho palabra liviana, ni menos aya hecho obra escandalosa; y, si otra cosa consintiera Roma, indigna era Roma de ser como fue en aquel tiempo tan loada; porque impossible [585] es que estén bien regidos los pueblos si los sabios que los rigen son dissolutos.
A los dioses immortales protesto, y aun a ley de bueno vos juro, deque me paro a pensar lo que de Roma he leýdo, y después lo que agora mis ojos han visto, no puedo sino sospirar por lo passado y llorar con lo presente, conviene a saber: ver entonces cómo peleavan los exércitos, ver cómo no mandavan sino los ancianos, ver cómo trabajavan a ser buenos los moços, ver quán bien governavan los príncipes, ver la obediencia que tenían los pueblos y, sobre todo, era cosa maravillosa de ver la libertad y favor que tenían los sabios, y la subjeción y poco valer que tenían los simples. Ya por nuestros tristes hados todo lo vemos contrario en nuestros tristes tiempos, de manera que no sé quál llore primero: las virtudes y grandezas de los passados, o los vicios y poquedades de los presentes; porque la bondad de los buenos nunca se avía de acabar de loar y la maldad de los malos nunca avíamos de acabar de la reprehender. ¡O!, qué cosa fuera ver aquellos siglos gloriosos tan gloriosos ancianos y sabios gozar, y por contrario qué lástima y afrenta es agora ver tantos sabios dissolutos y tantos moços desmandados, los quales, como dixe, tienen a toda Roma perdida y a toda Italia escandalizada; porque los hombres malos con la malicia que les sobra dañan a la República, y con la virtud que les falta dañan a su patria.
Otra vez os torno a repetir, amigos, que cccc y xv años duró la prosperidad de Roma, y tanto Roma fue Roma quanto en ella uvo majestad en las obras y simplicidad en las palabras, y, sobre todo, lo bueno que tenía era que estava rica de buenos y estava pobre de malos; porque al fin al fin no se puede llamar próspera ciudad la que tiene muchos vezinos, sino la que tiene pocos viciosos. Hablando más en particular, la causa que me mueve a despediros es ver que el día de la gran fiesta del dios Genio os mostrastes no de mucho reposo estando presente el Senado, en que más tenían todos que mirar vuestros livianos movimientos que no lo que hazían o dezían los panthomimos. Si acaso vosotros hazíades aquellas liviandades por pensar que de la casa real érades privados, dígoos de verdad que no era menor el yerro del pensamiento [586] que lo era el hecho de la obra; porque acerca de los príncipes ninguno ha de ser tan privado, que de veras o de burla no tenga a su príncipe acatamiento. Pues os despido, yo sé que antes querréys para el camino pocos dineros que muchos consejos; pero yo quiero dároslo todo, conviene a saber: dineros con que caminéys y consejos con que viváys. Y no os maravilléys que dé consejo a los que tienen por oficio de aconsejar; porque muchas vezes acontesce que un médico cura las enfermedades estrañas y por otra parte no conoce las suyas proprias. Sea, pues, la última palabra y el postrero consejo éste, que quando fuéredes a servir a príncipes o a grandes señores, trabajéys primero que os tomen en possessión de hombres honestos que no de hombres sabios, de hombres retraýdos que no de entremetidos, de hombres callados que no de parleros; porque en casa de los príncipes el hombre sabio si no es más de sabio, es dicha que agrade, pero el hombre honesto jamás desplaze. [587]
{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}
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