La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo XVII
Cómo el Emperador Marco Aurelio prosigue su plática y responde más particularmente a lo de la llave.


Agora, Faustina, que he expremido de mi coraçón el venino antiguo, quiérote responder a la demanda presente; porque en las demandas y respuestas que passan entre los sabios nunca la lengua ha de dezir palabra sin que primero a su coraçón pida licencia. General regla es entre los médicos que no aprovechan las medicinas al enfermo si primero no le quitan las opilaciones del estómago. Quiero dezir por esto que he dicho que ninguno puede hablar como conviene a su amigo si antes no le dize de lo que está dél enojado; porque primero se han de reparar los cimientos, si están sentidos, que no intentar edificios nuevos.

Pídesme, Faustina, que te dé la llave de mi estudio, y amenázasme que, si no la doy, luego rebentarás deste preñado. Y no me maravillo de lo que dizes, ni me maravillo de lo que pides, ni me maravillo de lo que hizieres; porque las mugeres soys estremadas en los desseos, soys pressurosas en el pedir, soys determinadas en el obrar y soys impacientes en el sufrir. No sin causa digo que son en los deseos estremadas; porque cosas ay que se les antojan a las mugeres, las quales ni los muertos las vieron, ni los vivos dellas oyeron. No sin causa dixe que son las mugeres presurosas en el pedir, ca son de tal condición las mugeres romanas, que assí como le da a una muger el desseo de una cosa, luego manda a la lengua que la pida, y a los pies que la busquen, a los ojos que la miren, a las manos que la guarden [445] y aun al coraçón mandan que la ame. No sin causa dixe que son las mugeres determinadas en el obrar; porque si una muger romana toma tema con una persona, ni dexará de acusarle por vergüença, ni de seguirle por pobreza, ni aun de matarle por temor de justicia. No sin causa dixe que son las mugeres impacientes en el sufrir; porque son de tal condición muchas (no digo todas) que si a una dellas no le dan presto lo que querría y pedía, demúdasele la cara, dize lástimas con la lengua, a bozes atruena la casa, escandaliza a la vezindad toda, finalmente echa espumajos por la boca y no ay quien la hable aquel día.

Buen achaque os tenéys las mugeres preñadas, que, so color que avéys de rebentar, queréys que los maridos todos vuestros apetitos ayamos de cumplir. Quando el Sacro Senado en los tiempos del muy venturoso Camilo hizo la ley en favor de las romanas preñadas, no eran entonces las mugeres tan antojadizas; pero agora no sé qué se es, que todas de todo lo bueno tenéys hastío y todas de todo lo malo tenéys antojo. Quiero, Faustina, dezirte la ocasión porque se hizo en Roma aquella ley, y por ella verás si meresces gozar de la ley; porque las leyes no son sino yugos so los quales aren los malos, y también son alas con que buelen y sean libres los buenos. Fue, pues, el caso, que Camillo, un capitán que era romano, partiéndose para la guerra hizo voto solemne a la madre Verecinta que si los dioses le bolvían con victoria, que él les ofrescería una estatua de plata. Y como Camillo alcançasse de sus enemigos victoria y quisiesse cumplir el voto hecho a la madre Verecinta, ni él tenía hazienda ni en Roma avía marco de plata; porque en aquel tiempo estava Roma muy rica de virtuosos y muy pobre de dineros. Ya sabes tú, Faustina, que nuestros antiguos padres eran muy cultores de sus dioses y tenían en soberana reliquia a los templos, y por ninguna pobreza ni pereza se avían de dexar de cumplir los votos, y en esto tenía Roma tan gran estremo, que a ningún capitán davan el triumpho sin que primero jurasse si avía hecho algún voto y después provasse cómo le avía cumplido. [446]

En aquellos tiempos florecían en Roma muchos romanos virtuosos, florecían muchos philósophos griegos, florecían capitanes muy esforçados, florecían invenciones de grandes edificios y, sobre todo, estava Roma despoblada de malicias y estava poblada de muy excellentes matronas romanas. No poca sino mucha cuenta hazen los antiguos historiadores de aquellas antiguas y excellentes mugeres; porque no menor necessidad ay de mugeres buenas para la república que de capitanes esforçados para la guerra. Siendo, pues, como eran tan virtuosas y tan generosas aquellas matronas romanas, sin que nadie se lo dixesse, ni hombre se lo acordasse, acordaron todas de yr al Capitolio, y allí en presencia de todo el Senado dieron y ofrecieron los chocallos de sus orejas, los anillos de sus dedos, las axorcas de sus muñecas, las perlas de sus tocas, los collares de sus gargantas, los joyeles de sus pechos, las cintas de sus cuerpos, los cabos de sus cintas y los tintinábulos de sus ropas.

Dizen los Annales de aquel tiempo que, después que las matronas romanas pusieron a los pies del Sacro Senado tanta y tan gran riqueza, en nombre de todas dixo una que avía nombre Lucina esta palabra sola: «Padres conscriptos, no tengáys en mucho las joyas que damos para fazer la imagen de la madre Verecinta, pero tened en mucho que por alcançar aquella victoria pusieron allí nuestros hijos y maridos la vida; y, si queréys tener en algo nuestro pobre servicio, no miréys lo poco que os ofrescemos, sino lo mucho que os daríamos si lo tuviéssemos.» A la verdad los romanos, aunque fue mucho lo que les dieron sus mugeres, en más tuvieron la voluntad con que lo davan que no lo que davan, aunque es verdad que fueron tantas las riquezas que ofrescieron, que no sólo uvo para cumplir el voto de la estatua, pero sobró para proseguir la guerra. En aquel día que las matronas presentaron sus joyas en el Capitolio, luego allí les concedieron cinco cosas en el Senado; porque en el tiempo que Roma era Roma, jamás Roma recebía servicio que no se mostrasse muy generosa en el agradecimiento.

Lo primero que el Senado concedió a las matronas romanas fue que en el día de sus enterramientos pudiessen [447] públicamente hazer oraciones los oradores y en ellas relatar sus buenas vidas; porque antiguamente no podían los oradores sino en la muerte de los hombres orar, que a las mugeres aun hasta la sepultura no las osavan acompañar.

Lo ii que les concedieron fue que se pudiessen assentar en los templos; porque antiguamente quando los romanos ofrecían sacrificios a sus dioses, los viejos estavan assentados, los sacerdotes estavan prostrados, los casados estavan arrimados; pero a las mugeres, aunque fuessen generosas, ni las dexavan hablar, ni las dexavan assentar, ni las dexavan arrimar.

Lo iii que les concedieron fue que pudiessen tener cada dos ropas ricas y que no pidiessen licencia al Senado para sacarlas; porque antiguamente si alguna romana sin pedir licencia sacava o comprava alguna ropa, luego era privada della, y al marido porque lo consentía le desterravan de Roma.

Lo quarto que les concedieron fue que en las graves enfermedades pudiessen bever vino, como fuesse a las mugeres inviolable costumbre en Roma que, aunque les fuesse la vida, no podían bever vino sino agua; porque en el tiempo que Roma estava bien corregida, más infamada era la muger que bevía vino, que no la que a su marido cometía adulterio.

Lo quinto que les concedieron fue que ninguna matrona romana, estando preñada, no se le pudiesse negar ninguna cosa que honestamente por ella fuesse pedida; porque antiguamente (no sé a qué fin) nuestros antiguos padres hazían mucho por las mugeres preñadas y no hazían tanta cuenta de las mugeres paridas.

Todas estas cinco cosas fueron a las matronas romanas otorgadas, y de verdad que fueron todas muy justas, y aun séte dezir, Faustina, que de muy buena voluntad fueron por el Senado concedidas; porque no ay cosa más cónsona a razón que las mugeres que en estremo son buenas, en estremo de todos sean honradas. Esta quinta ley en que manda no negar nada a la muger preñada, quiérote dezir, Faustina, qué fue la ocasión más particular que movió al Senado a hazerla. [448]

Los varones antiguos, assí griegos como latinos, sin muy grandes ocasiones nunca davan a sus pueblos leyes o preceptos; porque los muchos mandamientos lo uno son mal guardados, lo otro son causa de muchos enojos. No podemos negar sino que hazían muy bien los antiguos en huyr pluralidad de los mandamientos; porque más vale que viva el hombre según a lo que la razón le combida que no según a lo que la ley le constriñe. Fue, pues, el caso que, en el año de la fundación de Roma de ccclxiii, estando Fulvio Torcato cónsul en la guerra contra los Boscos, truxeron a Roma los cavalleros mauritanos un monóculo que avían caçado en los desiertos de Egypto, y a la sazón que le truxeron a Roma la muger de Torcato estava en días de parir, porque avíala dexado el cónsul preñada.

Caso que en aquellos tiempos las matronas fuessen tan honestas como las que agora ay en Roma son dissolutas, entre todas era la muger del cónsul Torcato tan honestíssima, que no menos tiempo se gastava en Roma en loar las virtudes della que gastavan en contar las victorias y hazañas dél. Léese en los Annales de aquellos tiempos que este cónsul Torcato la primera vez que passó a la guerra de Asia estuvo xi años sin bolver a su casa, y hallóse por cosa verdadera que en todo aquel tiempo que estuvo Torcato fuera jamás a su muger hombre la vio a la ventana. Es de tener en mucho lo que hazía esta excellente romana; porque en aquellos tiempos como los hombres no eran tan atrevidos y las mugeres romanas eran más honestas, con tal que estuviessen cerradas las puertas, lícito les era a las mugeres hablar desde las ventanas. Y, no contenta con esto, vivió tan recatada, que en todos aquellos xi años jamás hombre la vio andar por Roma, ni jamás vieron su puerta abierta, ni a hombre de ocho años arriba consintió entrar en su casa, y (lo que más es) en todo aquel tiempo hombre ni muger vio del todo su cara descubierta. Pues más hizo esta romana (lo uno por dexar de sí gran memoria, lo otro por dar exemplo de virtud a toda Roma), que, como le quedassen tres niños, y el que más avía no llegava a cinco años, en cumpliendo la edad de ocho años, luego los embiava [449] fuera de casa para sus abuelos, porque so color de visitar a los hijos no se le entrassen en casa otros mancebos.

¡O, Faustina, quántos y quántas ay oy que lloran en estremo a esta excellente romana, y quán poquitas serán las que imitarán su vida! ¡Quién acabasse agora con una de las matronas romanas que se abstuviesse xi años sin ponerse a las ventanas, como sea verdad que va ya la cosa tan dissoluta que no sólo se assoman a mirar, pero aun hazen ya estrado de las ventanas para parlar! ¡Quién acabasse agora con una romana que en xi años no abriesse la puerta, como sea la verdad que si un día manda el marido cerrar la puerta, aquel día la muger ha de hundir a bozes la casa! ¡Quién acabasse agora que una muger romana se estuviesse xi años encerrada sin salir por Roma, como sea verdad que la muger que no da cada semana una buelta en Roma, no ay basilisco ni bívora que por la lengua eche tanta ponçoña! ¡Quién acabara oy con una muger romana a que se esté onze años a la contina sin que persona le vea la cara, como sea verdad que todo lo más del día no lo espenden sino en alimpiar la ropa y pintar la cara! ¡Quién acabasse agora con una muger romana a que se estuviesse onze años sin que fuesse visitada de sus amigos y deudos, como sea verdad que las mugeres con aquéllos tienen mayores enemistades los quales las visitan pocas vezes!

Tornando, pues, al propósito, como aquel monóculo le passassen por la puerta de la muger de Torcato, estando preñada y su marido en la guerra, acaso una criada suya díxole cómo passava el monóculo, y tomóle tan sobrado desseo de verlo, que súbitamente murió de aquel antojo. Por cierto y por verdad te digo, Faustina, que muchas y muchas vezes avía passado aquel monóculo por el barrio do ella morava y jamás quiso ponerse a la ventana, ni menos salirse a la puerta. Fue la muerte desta matrona muy sentida y muy llorada; porque avía muchos años que no avía gozado de tal romana Roma. A petición de todo el Pueblo y del mandamiento del Sacro Senado, le pusieron en el sepulcro este verso: «Aquí yaze la gloriosa Machrina, muger de Torcato, la qual quiso aventurar su vida por assegurar su fama.» [450]

Mira, Faustina, a mi parescer no se hizo la ley por remediar la muerte de aquella matrona, pues ya era muerta, sino porque a vosotras quedasse exemplo de su vida y a toda Roma para siempre de su muerte quedasse memoria. Justa cosa es que, pues la ley se ordenó a causa de preñada honesta, que no se guarde sino con preñada virtuosa. A las mugeres que piden les guarden la ley de las preñadas, por essa misma ley les pregunten si son muy honestas. Hágote saber, Faustina, que en la séptima tabla de nuestras leyes están estas palabras: «Mandamos que do uviere corrupción de costumbres no se les guarden sus libertades.» [451]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

<<< Capítulo 16 / Capítulo 18 >>>


Edición digital de las obras de
Antonio de Guevara
La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
© 1999 Fundación Gustavo Bueno (España)
Proyecto Filosofía en español ~ www.filosofia.org