La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Reloj de Príncipes / Libro II

Capítulo VI
Que las princesas y grandes señoras deven ser obedientes a sus maridos, y que es muy grande afrenta y aun vergüença de su marido que le mande su muger.


Mucho sudaron, y mucho tiempo expendieron, y aun muchos libros escrivieron algunos oradores antiguos sobre averiguar qué dominio tenía el hombre sobre la muger y qué servidumbre devía la muger al hombre. Y por encarescer los unos la grandeza del hombre y por defender los otros la flaqueza de la muger, vinieron a dezir tantas y tan frías cosas, que les fuera mucha más honrra no escrivirlas; porque los escriptores es impossible que no yerren quando se ponen a escrivir, no según lo que la razón les enseña, sino según la opinión que cada uno toma.

Los que defendían la parte femenil dezían que la muger tenía cuerpo como el hombre, tenía ánima como el hombre, tenía razón como el hombre, bivía como el hombre, moría como el hombre y era apta y nata a la generación como el hombre, y que les parecía que ningún dominio avía de tener sobre ella el hombre; porque no es razón que las personas que naturaleza hizo libres que ninguna ley las haga esclavas. Dezían assimismo los que en esta materia hablavan que los dioses no por más de por aumentar la generación humana avían hecho a las criaturas, y que en este caso más parte era la hembra que no el varón, ca el hombre solamente tiene aptitud para engendrar, y esto sin peligro y sin trabajo; pero la muger pare con peligro y cría con trabajo, por cuya ocasión y razón paresce gran inhumanidad y aun crueldad que a las mugeres, que nos criaron a sus pechos y nos parieron de sus entrañas, [378] las ayamos de tratar como siervas. Ítem dezían que los hombres son los que tienen vandos, levantan sediciones, sustentan guerras, andan enemistados, traen armas, derraman sangre y hazen todos los insultos, de las quales cosas son libres las mugeres, ca ni tienen vandos, ni matan hombres, ni saltean caminos, ni traen armas, ni derraman sangre, sino que vemos que la priessa que se dan los hombres a matar se dan las mugeres a parir. Pues esto es assí, más razón es que sean mandados los hombres, pues desminuyen a la república, que no las mugeres, pues son causa de aumentarla; porque no lo manda ley divina ni humana que el hombre loco sea libre y la muger prudente sea sierva.

Conformes a esta opinión y fundados sobre esta razón, tenían en costumbre los de Acaya que los maridos obedeciessen y las mugeres mandassen. Y assí se hazía, según dize Plutharco en el libro De Consolatione, de manera que el marido barría la casa, hazía la cama, lavava la ropa, ponía la mesa, adereçava la comida y yva por agua; y por contrario su muger governava la hazienda, respondía a los negocios, tenía los dineros y, si se enojava ella, no sólo le dezía palabras injuriosas, mas aun ponía en él las manos ayradas. De aquí vino aquel antiguo proverbio que es de muchos leýdo y de pocos entendido, es a saber: vita achaye, y era el caso que quando en Roma un marido se dexava al querer de su muger, dezíanle los vezinos por manera de injuria: «vita achaye»; que quiere dezir: «andad para tal y qual, pues vivís a la ley de Achaya, do los hombres son para tan poco, que cada muger manda a su marido.» Plinio, en una epístola que escrive a Fábato, su amigo, le reprehende muy gravemente porque tiene una muger que en todo y por todo le manda, y que le dize que no haze más de lo que quiere ella, el qual caso para mucho se le engrandecer y para más se le afear dize en fin de la carta: «Quod me valde penitet est quod tu solus Rome polles vita Achaye»; que quiere dezir: «Esto es lo que más sobre todo me pesa, ver que tú solo en Roma bives a la manera de Achaya.» Julio Capitolino dize que Antonino Caracalla, como anduviesse enamorado de una hermosa dama de Persia y della no pudiesse alcançar cosa, prometióle de casarse con ella a la ley de Achaya, y a la verdad ella se [379] mostró más cuerda en lo que respondió que no él en lo que prometió; porque le dixo que ella no podía ni quería ser casada, que al templo de la diosa Vesta estava ofrecida, y que más quería ser sierva de los dioses que no señora de los hombres.

Contraria costumbre tenían a todo esto los partos, y aun los de Tracia, los quales tenían en tan poco las mugeres, que no las tratavan ni tenían sus maridos sino como a siervas, y en este caso tenían los hombres tanta libertad (o, por mejor dezir, liviandad), que después que una muger avía parido una dozena de hijos, los hijos quedávanse en casa y vendían a la madre en la plaça, y otras vezes trocávanla por otra que fuesse más moça, para con quien el marido se remoçasse en casa; porque dezían aquellos bárbaros que a las mugeres que ya son viejas y mañeras, o las han de enterrar bivas o se han de servir dellas como esclavas. Dionisio Helicarnaso dize que tenían por ley los lidos, y aun los numidanos, que las mugeres mandassen en casa y los ombres fuera de casa, pero de mi pobre parecer yo no sé cómo esta ley se avía de cumplir; porque de buena razón la muger no ha de salir fuera de casa para que haya de ser mandada, ni el marido ha de entrar en casa agena para mandar. Ligurgo, dador que fue de las leyes a los lacedemonios, dezía que los maridos procurassen las cosas fuera de su casa y que las mugeres fuessen despenseras y desponedoras dellas, por manera que este buen philósopho partió entre el varón y la muger el trabajo, pero todavía dexó el señorío al marido; porque (fablando la verdad) cosa monstruosa parece mandar más la muger que el marido en casa.

En nuestra sagrada religión christiana no ay ley divina ni ay ley humana que en todas las cosas el varón a la muger no se prefiera, y que lo contrario desto algunos filósofos ayan querido disputar y algunas gentes de hecho lo ayan querido hazer, ni me paresce bien loarlo, ni menos admitirlo; porque no puede ser cosa más vana y aun liviana que el señorío que a las mugeres negó naturaleza se le quieran dar con alguna ley humana. Vemos por experiencia que naturalmente las mugeres todas son flacas, son tímidas, son encogidas, son atadas, son delicadas, son tiernas y aun para governar no muy sabias. Pues si las cosas del mandar y governar requieren en sí no [380] sola sciencia y esperiencia, mas aun esfuerço para emprender cosas arduas, prudencia para conocerlas, fuerças para executarlas, solicitud para perseguirlas y paciencia para sufrirlas, medios para sustentarlas y, sobre todo, muy grande ánimo para acabarlas, ¿por qué quieren privar al hombre del señorío, pues en él concurren todas estas cosas, y darle a la muger, pues la vemos privada dellas?

Es nuestro fin de dezir todo lo sobredicho para rogar, aconsejar, amonestar y persuadir a las princesas y grandes señoras que se tengan por dicho de ser obedientes a sus maridos si quieren ser bien casadas con ellos; porque (hablando con verdad y libertad) en la casa do manda más la muger que el varón a ella llamaremos muger varonil y a él llamaremos varón mugeril. Muchas mugeres están engañadas en pensar que por mandar a sus maridos viven más honradas, lo qual por cierto no es assí, sino que todos los que lo veen a ella tienen por vana y a él no por avisado. No dexo de conoscer que ay algunos maridos tan derramados en el gastar y tan dissolutos en el vivir, que no sólo no sería bueno sus mugeres obedecer a su mandamiento, mas aun sería cosa saludable yrles a la mano; pero al fin digo que, esto no obstante, vale más y aun es más tolerable que la hazienda toda se pierda que no que entre ellos se levante alguna enconada renzilla. Si a una muger se le mueren los hijos, puede otros parir; si pierde la hazienda, puede otra eredar; si se le van los criados, puede otros tomar; si se vee triste, puédela Dios consolar; si se halla enferma, puédela Dios sanar; pero si está con su marido discorde, yo no sé qué ha de hazer; porque la muger que de su marido se aparta a todos da licencia que pongan en ella la lengua. Como naturalmente las mugeres sean zelosas y con el zelo de necessidad sean sospechosas, si quieren que en aquel caso sus maridos no sean traviessos, deven trabajar por no enojarlos; porque si ella tiene ganado dél su coraçón, no entregará él a otra su cuerpo, ca dexará de hazer de vergüença lo que no dexaría por conciencia. Muchas vezes vienen los maridos fuera de su casa alterados, turbados, desassossegados, ayrados y enojados, y en tal caso deven las mugeres guardarse mucho de no atravessar palabras con ellos; porque de [381] otra manera no podrá ser menos, sino que o las han con la lengua de lastimar o las han con las manos de descalabrar.

Cosa por cierto es escandalosa, y ninguna cosa provechosa, que las princesas y grandes señoras se traven con los hombres en palabras. Antes sería yo de parecer que por ninguna cosa la muger se pusiesse con su marido a porfiar; porque ya puede acontescer (immo cada día acontece) que comiencen a porfiar de burla y después se enojen de veras. La muger que es prudente y virtuosa deve entre sí pensar que o su marido tiene para reñir ocasión, o por ventura no tiene razón. Diría yo en tal caso que, si tiene razón, le deve sufrir; si no tiene razón, deve con él dissimular; porque de otra manera ya podría ser que se desmandasse ella en tan malas palabras que, començando él la renzilla, quedasse desculpado, y, al principio estando ella sin culpa, quedasse después condenada. No ay cosa en que más una muger muestre su prudencia que es en sufrir a un marido imprudente; no ay en que más muestre su cordura que es en dissimular con un marido loco; no ay en que más muestre su honestidad que es en sufrir a un marido dissoluto; no ay cosa en que más muestre su abilidad que es compadecerse con un marido inábile. Quiero dezir que si oyere dezir que su marido tiene poco, es para poco y vale poco, que haga encreyente ella a todos que es para mucho y puede mucho y sabe mucho; porque desta manera toda la honra que diere ella a él, aplicarán todos a ella. Parece muy mal a las mugeres poner lengua en sus maridos, ca no pueden a ellos amagar sin que hieran a sí mismas, conviene a saber: que si llaman al marido borracho, dirán que ella es muger del borracho; y si le llaman loco, dizen que ella es muger de loco; y (lo que es más de todo) que podrá ser que al marido veamos con la emienda y a la muger privada de la vida; porque la muger quando dize alguna palabra descomedida paga con una bofetada, pero quando toca en lo vivo de la honrra a las vezes paga con la cabeça. Si por caso el marido mandasse a su muger alguna cosa injusta, sería yo en voto que tuviesse ella por bien de obedecerla y no resistirla; y, después que a él se le uviere quitado aquel ímpetu de yra y se le uviere resfriado la cólera, puédele ella dezir y declararle quán inconsiderado [382] fue él en el mandar y quán cuerda fue ella en el obedecer; porque, de otra manera, si a cada palabra que él dize, ella le torna respuesta, ni por solo un día vivirán en concordia.

Leyendo lo que he leýdo, oyendo lo que he oýdo y aun visto lo que he visto, aconsejaría yo a las mugeres no presumiessen de mandar a sus maridos, y amonestaría yo a los maridos que no se dexassen mandar de sus mugeres; porque hazer lo contrario no es más que comer con los pies y andar con las manos. No es mi intención de hablar aquí contra las princesas y grandes señoras que tienen de su patrimonio ciudades y villas; porque a las tales yo no les quito el servicio que sus vassallos les deven de derecho, sino que las persuado a la obediencia que deven a sus maridos por razón del matrimonio. Las mugeres baxas y plebeyas no es maravilla que algunas vezes estén con sus maridos desavenidas, ca éstas tienen poca hazienda que perder y menos honra que aventurar; pero las princesas y grandes señoras que se aventuran a mandar a muchos, ¿por qué no se umillarán a obedecer a uno? Hablando con devido acatamiento, sobra de locura y falta de cordura es que una muger tenga presunción de governar un reyno y no tenga condición de compadecerse con su marido.

Séneca en una tragedia dize que en el tiempo de la guerra de Mitrídates aconteció en Roma que los cónsules embiaron a los cavalleros veteranos a mandar que fuessen todos a la guerra con el cónsul Sila, y acontesció que como llegassen en Roma a notificar aquel edito a una casa en la qual no hallaron el marido sino a la muger, respondióles ella que su marido ni devía, ni podía yr a la guerra; y, si por caso él quisiesse yr, que ella no le avía de dar lugar; porque él era cavallero veterano, y que por ser muy anciano estava de la guerra exemido. Fueron los que oyeron esta respuesta muy maravillados, y todos los del Senado muy escandalizados, y mandaron que el marido fuesse desterrado de Roma y su muger fuesse presa en la cárcel mamortina, y esto no porque se escusava de yr a la guerra, sino porque ella mandava a su marido y él se dexava mandar della, y porque dende en adelante ninguna muger se osasse preciar que yría a la mano a su marido, y ningún marido le diesse a su muger ocasión para ello. [383]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Relox de Príncipes (1529). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo II, páginas 1-943, Madrid 1994, ISBN 84-7506-415-9.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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