La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Argumento del libro llamado,
Aviso de Privados, y doctrina de Cortesanos


En el cual el autor declara el intento que tuvo en componer este libro, y toca por muy alto estilo cuanto se debe a los que son amigos de estudiar y leer en buenos libros.

Aulo Gelio en el libro de las noches de Atenas dice, que muerto el gran Poeta Homero, siete Ciudades famosas de Grecia, tomaron entre sí muy gran contienda, sobre que cada una de ellas pretendía derecho a los huesos de Homero, afirmando, y jurando que allí había nacido, y allí se había criado: y esto hacían ellos, porque ninguna cosa tenían ellos a tanta gloria, como que tan excelentísimo varón hubiese salido de su patria. Eurípides el Filósofo fue nacido, y criado en la Ciudad de Atenas, y como peregrinase al Reino de Macedonia, tomóle allá la muerte, y en la hora que los Atenienses supieron aquella tan triste nueva, enviaron al Reino de Macedonia una muy solemne embajada no más de para rogar a los Macedonios tuviesen por bien de dar los huesos de su Filósofo Eurípides con protestación, que si liberalmente se los daban, les harían inmenso placer, y donde no se tuviesen por dicho, que con las armas se los habían de demandar. El Rey Demetrio tuvo gran tiempo cercada la Ciudad de Rodas, la cual al fin tomó por fuerza de armas, y como los Rodos jamás quisiesen partido hacer, ni menos de la clemencia Real se fiar, mandó Demetrio, que a todos los Rodos degollasen y asolasen: mas a la hora que supo Demetrio, que estaba dentro de Rodas Protógenes el Filósofo, y pintor, a causa que degollando a los otros, a él no degollasen entre ellos tornó a mandar el buen Rey, que a ninguno de la Ciudad matasen, ni a los muros, y casas tocasen.

Estando el divino Platón en Atenas, fue avisado que en el Reino de Palestina en la Ciudad de Damasco había unos libros antiguos que un Filósofo natural de allí, allí había dejado, lo cual sabido por Platón, a la hora caminó allá con gran codicia de los ver, y con determinada voluntad de los comprar, y como, ni por acatamiento suyo, ni por ruegos de otros no se lo [101] quisiesen dar, sino por muy caro precio se los vender, vendió Platón todo su patrimonio para los comprar, y aun con dineros de la República le hubieron de socorrer, por manera, que siendo como era Platón tan alto Filósofo, no por más de por mejorarse un poco más en la Filosofía quiso deshacerse de toda su hacienda. Ptolomeo Filadelfo, Rey que fue de Egipto, no contento con ser varón doctísimo en la Ciencia, y con tener como tenía ochenta mil libros en su librería, y con estudiar cada día por lo menos cuatro horas, y que ordinariamente disputaban él, y los Filósofos a la comida, y a la cena, envió una solemne embajada a los Hebreos, por la cual les rogaba mucho, tuviesen por bien enviarle algunos de los más doctos, y sabios que entre ellos había, para que la lengua Hebraica le enseñasen, y los libros de la ley leyesen. Cuando el Magno Alejandro nació, su padre el Rey Filipo escribió una carta a Aristóteles, el cual entre otras escribió estas palabras: Sabe si no lo sabes, oh gran Filósofo Aristóteles, que la Reina Olimpias mi mujer me ha parido ahora de nuevo un hijo, por el cual don, y merced doy infinitas gracias a los Dioses, y esto no tanto porque me dieron hijo, cuanto porque me le dieron en tu tiempo, porque tengo por muy cierto le aprovechará más lo que de ti ha de aprender, que no los Reinos de mí ha de heredar. De los ejemplos arriba puestos, y de otros muchos más que se podrían poner, podemos colegir en cuánta veneración tenían los Reyes antiguos a los hombres, que en sus tiempos eran doctos, y virtuosos: lo cual parece muy claro, pues estimaban más los huesos de un Filósofo después de muerto, que estiman ahora la doctrina de cuantos son vivos. No inmérito se preciaban aquellos Príncipes tan ilustres, de tener en sus casas, y traer en sus compañías a los hombres sabios cuando eran vivos, y de honrar a sus huesos después de muertos: porque ese privilegio tiene el hombre que se acompaña con algún sabio, que a lo menos no le terná ninguno por necio.

Aplomando más en estos negocios decimos, que todo hombre que se preciare de acompañarse con hombres sabios, no puede sacar de la tal compañía, sino inmensos provechos: porque le quitarán los vanos pensamientos, imitarle han los primero ímpetus, cobrarle han buenos amigos, desviarse han de tener enemigos, irle han a la mano en los vicios, enseñarle han lo que ha de hacer, avisarle han de lo que se ha de guardar: finalmente templarle han en la prosperidad, para que no se [102] haya de ensoberbecer, y consolarle han en la adversidad, porque no pare en desesperar. Por más agudo, vivo, y experto que sea uno, siempre tiene necesidad para sus negocios de parecer ajeno: pues si el tal hombre no tiene cabe si varones expertos, y sabios, ¿qué le queda al tal, sino tropezar, y caer de ojos? Paulo Diácono dice, que por indómitos que eran los Afros, era ley entre ellos, que no pudiesen hacer los Senadores por sí Senador, sin que entrase con ellos algún notable Filósofo. Fue, pues, el caso, que entre otros Filósofos que tuvieron consigo en Cartago los Afros, fue el Filósofo Sofonio, el cual gobernó sesenta y dos años aquel Senado, y fuéronle los de aquel Senado tan gratos, que tantos cuantos años gobernó aquella República, tantas estatuas le pusieron en la Plaza, para que fuese inmortal la memoria, por manera que a su nombrado Aníbal no pusieron más de una, y a este Filósofo pusieron más de sesenta. El Magno Alejandro, al tiempo que andaba más encendido en las guerras, fue a visitar, y a hablar al Filósofo Diógenes, al cual ofreció grandes dones, y con el cual pasó grandes pláticas, por manera, que aquel buen Príncipe, él mismo buscaba los sabios para su compañía, y por manos de otros elegía los Capitanes para la guerra.

Dionisio Siracusano a todos es notorio, haber sido el mayor tirano del mundo, mas con toda su tiranía, es cosa monstruosa ver los sabios que tenía en su casa: y lo que en este caso más de maravillar es, que no los tenía para de ellos se servir, ni menos de su doctrina se aprovechar, sino sólo para honra suya, y provecho de ellos. Conforme a este ejemplo osaremos decir, que pues los tiranos se preciaban tener cabe sí hombres sabios, mucho más se han de preciar los que son hombres generosos, y esto ha de ser, no sólo para honrarse con ellos en lo público, mas aun para aprovecharse de sus consejos en lo secreto. Y si pareciere ser esto cosa dificultosa de cumplir, decimos, que los hombres generosos, si no pudieren tener cabe sí a hombres sabios, a lo menos deberían ocuparse en leer buenos libros, se sacan inmensos provechos, es a saber, que la buena lectura harta la voluntad, despierta el juicio, ahoga la ociosidad, levanta el corazón, ocupa el tiempo, emplea en bien la vida, y no tiene tanto de que dar cuenta, finalmente es un tan santo ejercicio, que para los que lo ven es buen ejemplo, y para sí mismo, es buen pasatiempo. Por experiencia vemos, que todos los hombres que una vez comienzan las [103] buenas escrituras a gustar, jamás quieren en otra cosa se ocupar, ni dejar en ellas de leer: y de aquí viene, que a los hombres que son doctos, y muy leídos, siempre los vemos estar enfermos, y andar ahumados: porque es tan grande el gusto que toman en las letras, que de todo en todo olvidan la recreación de sus personas. Plutarco dice, que como fuesen unos Filósofos a visitar a Platón, y le preguntasen en qué estaba a la sazón ocupado, él les respondió. Hágoos saber hermanos, que no estaba en otra cosa ocupado, sino en ver lo que decía el gran Poeta Homero: y esto dijo Platón, porque estaba entonces en alguno de sus libros leyendo, y a la verdad la respuesta fue como de Platón, porque no es otra cosa en algún buen libro leer, sino algún hombre sabio escuchar. Si nuestro parecer en esto se quisiese tomar, decimos que aun por mayor provecho se tenía leer en un buen libro, que no oír, ni platicar con el que le compuso: porque sin comparación pone el escritor más estudio en lo que la peñola ha de escribir, que no en lo que la lengua ha de hablar. Y porque no parezca que lo que decimos no lo probamos, es de saber, que el autor que ha de escribir alguna cosa, la cual ha de ser por el mundo publicada, y junto con esto pretende el autor sacar de allí mucha honra, y perpetuar su memoria, revuelve muchos libros, platica con otros sabios, dase mucho al estudio, adelgaza el entendimiento, desvélase en el dormir, y abstiénese en el comer, despierta el juicio, y escribe lo que escribe muy sobre pensado; ninguna de las cuales cosas hace para hablar, sino que a las veces uno por muy sabio que sea, habla lo que la razón no ha examinado, y dice lo que aún no le ha pasado por el pensamiento.

Gran merced hizo Dios al hombre que sabe leer, y mucho mayor, al que dio inclinación para estudiar, en especial si le alumbró para buenos libros escoger; porque no hay en el mundo tan heroico, ni tan provechoso ejercicio, como es el del hombre que se da al estudio. Si se debe mucho a los que leen, más a los que estudian, y mucho más a los que algo componen: por cierto muy mucho más le debiera, a los que altas doctrinas componen, y esto se dice, porque hay muchos libros asaz dignos de ser quemados, y muy indignos de ser leídos. No poco es de maravillar, y aun ocasión de escandalizar, ver muchos hombres, cuán de veras se ponen a escribir cosas de burlas, y aun de burlerías, y lo que es peor de todo, que muchos ocupan mucho tiempo en leerlas, como si fuesen doctrinas [104] provechosas: los cuales por defensa de su error dicen, que no lo hacen por de ellas se aprovechar, sino por el tiempo embeber: a los cuales respondemos, que leer en malos libros, no es pasatiempo, sino perder el tiempo. Aulo Gelio dice en el quinceno libro, que a la hora que los Romanos sintieron, que los Oradores, y Poetas que residían en Roma, escribían cosas livianas, y representaban farsas poéticas, no sólo los echaron de Roma, mas aun los desterraron de toda Italia, porque la gravedad Romana, no sufría en la República haber libros vanos, ni lectores livianos. Esto que hacían los Romanos, más razón sería que lo hiciesen los Cristianos, pues ellos no tenían en qué leer, sino en libros de historias, y nosotros tenemos libros de historias, y de divinas letras: y esto hizo la Iglesia, para que con las unas escrituras nos recreásemos, y de las otras nos aprovechásemos. ¡Oh cuán desviada está hoy la República, de lo que aquí escribimos, y aconsejamos! Pues vemos que ya no se ocupan dos hombres, sino en leer libros, que es afrenta nombrarlos, como son Amadís de Gaula, Tristán de Leonis, Primaleón, Cárcel de amor, y a Celestina, a los cuales todos, y a otros muchos con ellos, se debería mandar por justicia que no se imprimiesen, ni menos se vendiesen: porque su doctrina incita la sensualidad a pecar, y relaja el espíritu a bien vivir. También dice Aulo Gelio en el libro catorceno, que en Atenas escribió un Filósofo un libro, el cual era en estilo muy curioso, y en la materia muy obscuro: lo cual sabido por Sócrates, y por los otros Filósofos, mandaron que al libro quemasen, y al autor de él desterrasen: del cual hecho podemos colegir, que en aquella muy corregida Academia, no sólo no admitían los libros vanos, y livianos, mas aun los que eran en estilo vanículos, y en las doctrinas no provechosos.

El hombre que vive ocioso, y no quiere, siquiera un pedazo del día ocuparse en leer algún libro de buena doctrina, más ocasión habría de llamarle bruto animal, que no hombre racional, porque el hombre cuerdo, más se ha de preciar de lo que sabe, que no de lo que tiene. No podemos negar a los que leen en buenos libros, sino que gozan de grandes privilegios, es a saber: que desprende bien a hablar, pasan el tiempo sin lo sentir, saben cosas sabrosas para contar, tienen osadía de reprehender, todos huelgan de los oír, donde quiera que se hallaren se han de señalar, a ninguno pesa de los conocer, muchos se huelgan, de con ellos se aconsejar: y lo que más es, que no son pocos los que sus ánimas, y haciendas [105] huelgan de se les encomendar. Añadiendo, pues, a lo dicho, decimos, que el hombre que es docto, y se precia de estudioso, sabrá el tal a sus amigos aconsejar, y asimismo consolar, lo cual no acontece al que es idiota, y simple; porque el tal ni sabe a los desconsolados consolar, y menos sabe en los trabajos a sí mismo valer.

Viniendo, pues, al propósito, decimos, que por no ser reprehendido de lo que a los otros reprehendemos, hemos tenido mucho cuidado, y habemos puesto mucho estudio, en que en todos los libros, y obras que habemos compuesto, no hallasen los lectores alguna doctrina mala que leer, ni cosa superflua que reprehender; porque los libros que son vanos, y compuestos por livianos, con mucha razón murmuran de ellos los que los ven, y se causan los juicios de los que los leen. El que se determina de escribir, y libros componer, aconsejámosle, y amonestámosle, que sea muy recatado, y avisado en las sentencias, y muy grave en las palabras, no como acontece a muchos escritores, en las obras de los cuales, primero habemos de leer medio libro, que topemos con un dicho provechoso; por manera, que el fruto que sacaron los tales de sus trabajos, y vigilias, es que de sus obras murmuran, y de ellos burlan. El autor que osa escribir, y lo que así escribe se atreve en la República a publicar, téngase por dicho el tal, que pone a su juicio en trabajo, y a su honra en peligro; porque siendo como son los juicios de los hombres tan varios, atrévense muchas veces a juzgar, lo que no saben entender, ni aun por ventura leer. En el libro que copiamos del buen Marco Aurelio, y en el otro que tradujimos de las vidas de los diez Príncipes Romanos, y en este que ahora habemos compuesto para aviso de Cortesanos, sean ciertos, que hallarán en ellos sentencias muy graves, de que se aprovechar, y no palabras superfluas con que se empalagar; porque nunca dimos a nuestra pluma licencia que osase escribir palabra, que primero no fuese por peso pesada, y con una vara medida. Dios nos es testigo, que sin comparación habemos tenido en los libros que habemos escrito mucho más trabajo de ser breve, y recogido en las palabras, que no de compilar las sentencias: porque hablar las buenas razones, cae en un natural reposado; mas para escribirlas con brevedad, es menester un muy alto juicio. Cuando bautizamos al famoso libro de Marco Aurelio, pusímosle por nombre Reloj de Príncipes: y a este que ahora habemos compuesto intitulamos, Despertador de Cortesanos; porque si ellos quisieren en él leer, y los consejos que en él hallaren tomar, [106] ténganse por dicho que despertarán de las vanidades en que están adormecidos, y despabilarán los ojos para ver en que están engañados. Aunque la presente obra es en sí de poca escritura, a Dios ponemos por testigo, que nos ha sido la composición de ella muy trabajosa: lo uno por ser materia muy peregrina: lo otro por pensar, que para algunos de no buen gusto sería odiosa; y por esta causa habemos tenido suprema vigilancia, para que de nuestras manos saliese muy corregida: por manera, que los Cortesanos hallasen muchas doctrinas de que se aprovechar, y no una palabra de que se quejar. Los señores que enviaren sus hijos a la Corte, hallarán en este libro todo aquello en que los han de poner: Los que ha días que son Cortesanos, hallarán también lo que les conviene hacer: Los que son privados de los Príncipes, también hallarán supremos consejos para en sus supremas privanzas se sustentar por manera, que es como Socrocio Mitridiático, que a todas las opilaciones da remedio. Todas las obras que yo he compuesto, he ofrecido a su Majestad unas, y a su único privado otras, en las cuales podrán ver los lectores, que más me precio de satírico, que no de lisonjero; pues en todas mis doctrinas no se notará una sola palabra con que lisonjee, para sin que mi estado hayan de mejorar, y hallarán infinitas palabras, para que sus personas hayan de regir, y a sus vidas enmendar. Cuando saqué a luz el Reloj de Príncipes con Marco Aurelio, no faltaron detractores, que me quisiesen ladrar, ni creo faltarán ahora otros semejantes, que me quieran morder: mas al fin, entonces tuve en poco lo que dijeron, y ahora tendré en menos lo que pueden decir; porque al fin si murmuraran de mí, y de mis obras, mas es por la envidia que les abrasa las entrañas, que no por lo inútil que hallan en mis doctrinas. Consuélome también con esto, y es con que su envidia se acabará, y mi doctrina perseverará. [107]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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