La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo IX
De la sagacidad que ha de tener el Cortesano en el servir a las damas, y en el contentar a los Porteros.


Guárdese el buen Cortesano de ir a importunar la justicia, sobre causa que sea injusta; porque si se la niega, volverá con afrenta, y si se la concede con conciencia. En pleitos, y debates que haya entre los Eclesiásticos, por ninguna manera se entrometa entre ellos; porque en el punto de la justicia son muy delicados, y en la determinación muy escrupulosos. Muchas torres había en Jerusalén, a donde el demonio pudiera llevar a Cristo a derrocar, mas no quiso sino al Pináculo del Templo llevarle a despeñar: de lo cual se infiere, que más quiere el demonio un pecado que toque a la Iglesia, que diez cometidos en el mundo. Cuando al Cortesano no le fuere muy nota la justicia, no cure en el rogar encargar su conciencia: es porque hablando al juez una pal el juez escribiéndole una carta; y no él a las veces, en más tiene el juez una carta del Privado, que no el texto del Derecho. De tal manera escribid señor las cartas de favor que os pidieren, que por ellas conozca el juez, que rogado rogáis, y no que aficionado escribís; porque de otra manera, lo que se le escribe por cumplir, pensará que es para que de hecho lo haya de hacer. La advertencia, y templanza que ha de tener el Príncipe en lo que manda, ha de tener el Privado a lo que niega; porque a las veces con más prontitud se nace, lo que el Privado ruega, que no lo que el Príncipe manda.

Asimismo cuando el Cortesano topare en la calle con algún Caballero, váyase con él hasta su posada, y si porfiare que os hayáis de volver, porfiad vos con él de le acompañar; por manera, que lo que os llevare en renta, le excedáis vos en crianza. Este acompañamiento le entiende cuando va algún Caballero ruando de propósito, y no cuando va solo y ahorrado, que en tal caso débesele todavía convidar, mas no porfiar a querer con él ir; porque de otra manera, más le tenían por pesado, que por bien criado.

Cuando el Cortesano fuere acompañado algún señor por la Corte, no cure de mirar en pundonores con otros Cortesanos, para si ha de ir más adelante, o más atrás que no ellos, porque a sentirlo el señor que va acompañado, podría ser [151] que lo que había de recibir en servicio tomarse por ofensa. Muy poco sabe qué cosa es honra el que en semejantes vanidades, y liviandades la busca; porque el Cortesano cuerdo, y curioso, no ha de buscar el buen lugar entre los que van cabalgando sino entre los que están cabe el Rey privando. Al tiempo que el tal señor llegare a Palacio, apeaos vos antres que él se apee, y al tiempo que saliere de Palacio, cabalgue antes que vos cabalguéis; porque de esta manera, podéis os hallar cabe él cuando se apea, y después ayudarle cuando cabalga. Si al tiempo de entrar por alguna puerta, se descuidasen los criados del señor de alzar el antepuerta, debe el solícito Cortesano arremeter a alzarla; porque en Palacio tanto vale a las veces señalarse otro en la crianza como fuera de Palacio señalarse otro en la guerra. Ya que se determinó el Cortesano acompañar a algún gran señor hasta Palacio, es ley de Corte, que le torne acompañar hasta su aposento, porque haciéndolo así, mucho más agradecerá el señor el aguardarle que no el acompañarle. Si algún su igual, y aunque sea algo menor, viniere a hablar al Cortesano, es primor de crianza, que hasta que se ponga la gorra, no le debe dejar decir palabra, porque es tan gran preeminencia hablar uno con otro la gorra quitada, que no se sufre sino entre Rey, y vasallo, y señor, y siervo. Debe el buen Cortesano hablar a quien le habla, hacer reverencia a quien se la hiciere, y quitar la gorra a quien se la quitare, y esto ha de ser sin tener respeto a que el otro sea su amigo, o enemigo, porque en caso de crianza a ninguno ha de tener por tan enemigo, para que la enemistad le desobligue a ser bien criado. Más es de plebeyos que de Caballeros, querer mostrar su enemistad en tan bajos casos; que a la verdad el buen Caballero no ha mostrar su enemistad que tiene en su corazón, el quitar, o no quitar de la gorra, sino en el tomar y arrojar de la lanza. Cuando en la Iglesia, o en Palacio o en la Capilla Real estuviéreis asentado, y sobreviniere algún Caballero, levantaos luego, y convidadle con vuestro asiento y si por caso no hubiere para él otro lugar, y el vuestro no quisiere tomar, a lo menos porfiad a partir con él la silla, porque él parta con vos el corazón. Si los que estuvieren cabe vos asentados comenzaren a hablar muy paso levantaos, o apartaos de ellos un poco; porque en Palacio tienen por muy gran falta de crianza, ose ninguno estar escuchando lo que están otros en secreto hablando.

Debe el Cortesano tomar amistad con los porteros de cadena, porque dejen entrar en el [152] zaguán a su mula; y lo mismo debe hacer con los Porteros de la sala, porque traten bien a su persona, y el conocimiento que ha de tomar con ellos es, dándoles entre año alguna buena comida, y en la Navidad un buen aguinaldo. El que en Palacio no tiene a los Porteros conocidos, y aun servidos, tenga por dicho que los de la sala se harán detener en el corredor, y los de la cadena apearse en el lodo. Con los Porteros que son de cámara, hase de haber de otra más alta manera, es a saber, visitarlos, y granjearlos, dándoles alguna sortija rica, y alguna pieza de seda, y si esto hace, ellos se meterán en la Cámara, y le procurarán con el Rey audiencia. A los ballesteros de mesa, no se pierde nada tenerlos contentos, y ganados por amigos; porque muchas veces nos pueden hacer lugar, para llegar al Rey a negociar. Es tan dificultoso, y aun costoso hablar a los Príncipes, que si a todos estos que hemos dicho, no tenemos ganados, y servidos, antes que a Palacio vamos, darnos han con las puertas en los ojos, y tornarnos hemos a nuestras posadas corridos. Tomar el Cortesano conocimiento con las damas de Palacio, más es de voluntad, que no de necesidad aunque es verdad, que el galán que no sirve en la Corte una dama, más se lo imputarán a cortedad, que no a gravedad. El que es mancebo, y libre, y rico, honesto pasatiempo le es servir a una dama en Palacio: mas el que es pobre, y desfavorecido, guárdese de tener amores con damas, ni conocimiento con Monjas: porque el oficio de la dama es pelar al que la sirve, y el de la Monja pedir al que la visita. El que se ofrece a servir a una dama, ofrécese a guardar una Religión muy estrecha, porque ha de estar cabe ella de rodillas, delante de ella en pie, tener siempre quitada la gorra, no hablar sin que ella lo mande, si le pidiere algo, dárselo, si le mostrare mal gesto, sufrírselo: por manera, que en ninguna cosa se ha de ocupar, ni a su hacienda emplear si no es en a su dama servir. El Cortesano que es casado, no es lícito a ninguna dama conocer, ni tampoco es a ella honesto dejarse de ningún casado servir; porque los tales amores, más son para que él burle de ella, y ella coheche algo de él. Guárdese el Cortesano de alguna dama servir, con la cual buenamente no se puede casar; porque muy gran lástima, y no pequeña afrenta le sería, que habiéndole a él costado tanto la huerta, delante de sus ojos comiere otro la fruta. Si la dama a quien servía era en sangre generosa, en rostro hermoso, en condición mansa, en la conversación graciosa, y en el traje aseada: téngase por dicho, [153] que nunca del corazón le saldrá aquella lástima, mayormente si de todo corazón la servía.

Mucha diferencia va de perder lo que tenemos a perder lo que amamos, porque el corazón si pierde lo que tiene, pésale: mas si pierde lo que ama, llóralo. Guárdese el curioso Cortesano, cosa que su dama le haya dicho o entre él, y ella haya pasado, no ose a nadie descubrir; porque tienen de condición las mujeres, que de cosa que ellas hagan, no se ha de saber, y el secreto que de ellas se fía, no lo saben encubrir. Entre las damas, y los galanes está capitulado, que cuando ella fuere la haya de acompañar, si de camino comprare algo, háselo de pagar, si volviere a la posada de noche, hala con hachas de servir, cuando se mudare la Corte, débele el plato hacer, si alguno la injuriase, conviene sus injurias vengar; si cayere mala, mil regalos la ha de hacer, si pusieren cartel de justa, conviene entre los primeros firmar; por manera, que ninguna cosa ha de dejar de hacer por ella por temor de la vida, ni aun por falta de hacienda.

Con verdad luego podemos decir, que se mete en Religión muy estrecha, el que se obliga a servir una dama: ya que el buen Cortesano se dio por servidor de una dama, guárdese mucho, no tome pendencias con otra, porque si lo hace, entre ellas nacerá gran discordia, y asimismo ponla en muy gran confusión. Propiedad es de mujeres, que para aborrecer a uno se junten ciento más para amarle no se compadecerán dos. Debe asimismo el buen Cortesano trabajar las más veces que pudiere al comer, y al vestir del Rey: lo uno porque se le tendrá en servicio, y lo otro, porque habrá disposición para hablar en algún negocio.

Cuando se vistiere, o comiere el Rey, guárdese el Cortesano de allegar a la mesa que come, ni de topar en la ropa que viste; porque ninguno ha de ser osado tocar en las ropas Reales, sino el maestresala. Si a la hora del comer, o a la hora del vestir, se hallaron truhanes, y dijeren algunas burlas, guardaos de dar delante del Rey grandes risadas: porque al Príncipe, tanto le agradará la gravedad vuestra, como la liviandad suya.

A los truhanes, ni los debe tener el honesto Cortesano por amigos, ni aun por enemigos; porque para tomarlos por amigos son inhonestos, y para tenerlos por enemigos son muy boquirrotos. No cure el buen Cortesano de atravesarse con los truhanes, ni con los chocarreros, porque muchas veces vemos, que no nos aprovecha [154] tanto la amistad de un cuerdo, cuanto nos daña la enemistad de un loco. Si les quisiere dar algo, sea de manera que a ellos tape la boca, y él no dañe a su conciencia: porque el Caballero que se precia más de Cristiano que de Cortesano, otro tanto debe dar a los pobres, porque rueguen a Dios por él, cuanto da a los truhanes, porque digan ante el Rey bien de él. Cuando el Rey estornudare, quitad luego la gorra, y haced una profunda reverencia, y guardaos de decir a voces, Dios te ayude, porque el hacer de la mesura, es primor de Cortesano, y el decir Dios te ayude, es costumbre de plebeyo. Si por caso en la ropa que lleva el Príncipe estuviere algún pelo, o pulga, o chinche, u otra cosa que sea sucia, y no ponzoñosa, quítesela su camarero, y no ningún Cortesano: porque a los Príncipes ninguno ha de ser osado a los tocar, sino es en caso de los defender. Cuando el Rey come, no cure el Cortesano de entrar en la cocina, ni menos de arrimarse al aparador: porque ya podrá ser, que él se allegase allí no más de por ver, y otros a otra cosa con malicia lo quisiesen juzgar. Si el Príncipe fuere amigo de cetrería, debe el buen Cortesano tener buenos halcones; y si fuere inclinado a montería, proveerse de buenos lebreles, y cuando fuere con él a cazar, o a montear, así le sirva en aquella jornada, que para el Rey busque caza, y para si caze privanza. Andando en la furia de montería, suelen los Príncipes perderse corriendo en pos de alguna bestia: y en tal caso debe el buen Cortesano tener ojo, mas a perseguir al Rey, que no a correr la caza, porque mejor caza, es para él, caer él con el Rey solo, que no caer el Rey con el venado. Puede también acontecer, que yendo el Rey corriendo por las breñas de la montaña, tropezase su caballo, y diese con él en el suelo, y en caso tan desastrado, no le sería dañoso hallarse allí el buen Cortesano: porque podría ser de caer el Rey, viniese él a se levantar. Suelen los que van a caza, ser en el comer muy desordenados, y en el beber muy destemplados, y aun en dar voces muy atrevidos: las cuales cosas no debe hacer el Cortesano cuerdo, y grave porque aquellos deshonestos regocijos, más son para hombres viciosos que quieren holgar, que no para Cortesanos que quieren privar. [155]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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