La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Aviso de privados y doctrina de cortesanos

Capítulo VI
De cómo el Cortesano ha de conocer, y visitar a los Caballeros, y Privados que residen en la Corte.


El nuevo Cortesano, debe luego que entra en la Corte conocer, y darse a conocer a todos los que la Corte gobiernan, y en Palacio privan; porque de otra manera, ni le convelarían los Caballeros, ni le dejarían entrar los Porteros. Al que no conocemos, no conversamos, y del que no conversamos, no nos fiamos, y del que no nos fiamos, ninguna cosa le cometemos, por manera, que el que en la Corte quiere privar, conviénele darse luego a conocer, y aun dejarse de todos pisar. Guárdese el Cortesano de meterse luego en negocios suyos, ni ajenos; porque más razón es que le tomen en posesión de Cortesano cuerdo, que no de negociante importuno. El que en la Corte quiere algo valer, no cure luego de importunar, y menos meterse en negocios, porque los Príncipes no encomiendan los graves negocios a los que son muy solícitos, sino a los que ven más recogidos. En el visitar a los Prelados, Caballeros, y Privados no se debe hacer diferencia de los unos a los otros, es a saber que visite a unos por ser deudos, y deje a otros por ser enemigos; porque el buen Cortesano a los que no tuviere en la Corte por deudos, débelos tener por amigos. Entre los hombres curiales y virtuosos, no ha de haber tan sanguinolenta inimicia para que por ella se pierda la buena crianza. Los que son de baja fuerte, muestran sus enemistades en no se querer hablar, que los de altos corazones comienzan en pelear, no dejan de hablar. Hay algunos Cortesanos, que si a las mesas de los señores se mueven pláticas de las pasiones, y parcialidades que hay entre ellos, se muestran allí en sus ofrecimientos ser unos leones, y después al tiempo del menester son unos cabrones. Entre los que hubieren de conocer, sean principalmente, los que al Rey fueren más aceptos, a los cuales le conviene seguir, y aun servir, porque al fin, no hay Rey [134] que no tenga lejos a otro Rey que le contradiga, y cabe si un Privado que le mande. Plutarco escribiendo a Trajano, dice estas palabras: Compasión tengo de ti Trajano en verte que de libre te tornaste siervo, el día que acetaste el Imperio Romano: porque la libertad tenéis los Príncipes autoridad de darla, mas no de tomarla. Y dice más: So color que los Príncipes son libres, sois más sujetos que todos, porque si mandáis a muchos en cosas ajenas, uno os manda en vuestra casa propia. Que al Príncipe manden muchos, o él se aconseje con pocos, o que él quiera más a uno que a otro, o se deje mandar de uno sólo, no cure el buen Cortesano de tomar la voz de este pleito, porque podríale de allí suceder, que luego en Palacio lo comenzase a sentir, y después a su casa lo fuese a acabar de llorar. Ya que uno no puede llegar a ser Privado, no me parece mal consejo, que el tal trabaje de ser Privado de Privado. A las veces tando daña, caer en desgracia del Privado que priva, como caer de ira del Príncipe que Reina. Las palabras que decimos de los Príncipes, si no son escandalosas, pocas veces llegan a sus orejas: mas si ponemos la lengua en su Privado, a la hora saben lo que de ellos decimos, y aun adivinan lo que de ellos pensamos. Pues tú hermano Cortesano, no tienes crédito de abajarle de la privanza ni para desposeerle de la hacienda, ni para reformar la República, ni para desagraviar a ninguna persona: sería yo de parecer que si sientes algún mal, que lo debes tú de sufrir, pues el Rey huelga de lo disimular. A los privados de los Príncipes más sano consejo es servirlos, que perseguirlos. Mire mucho el Cortesano a quien se allega, y con quién habla; y aun a quien escucha. Porque va mucho de las palabras que le dicen a la intención con que se las dicen. Hay en las Cortes de los Príncipes entrañas tan dañadas, y corazones tan retorcidos, que pensará el nuevo Cortesano que le avisan, y no es sino que le engañan, pensará que le aconsejan, y no es sino que le apasionan. Hay algunos en la Corte tan descontentos, y que están con los Príncipes tan apasionados, que no sólo no le son amigos, mas aun le procuran enemigos. Si el Privado te hace a ti obras de amigo, ¿qué se te da a ti, que le tengan todos por enemigo? Ha de pensar que un Cortesano, no va a la Corte a vengar injurias, sino a procurar mercedes. El que quiere valer, y prevalecer en la Corte, más seguro le es sufrir injurias, que no hacerlas. Al Cortesano que fuere cuerdo y sufrido, aconséjole que no sea del privado enemigo, ni aun [135] amigo de su enemigo. El más sano consejo de todos los consejos sería: que trabajase el pobre Cortesano en la Corte de ser amigo de uno, y enemigo de ninguno. En caso de murmurar, o de injuriar, o de se amotinar contra los Privados de los Príncipes, nadie de nadie se debe fiar, porque al tiempo del menester, vendrán por muy gran servicio a descubrir el tal secreto. Es también de mirar, que en breves días no puede ser uno al Príncipe acepto, ni amigo del privado y el remedio de esto es, que con los oficiales del Privado tome luego conocimiento, halagándolos con palabras, y aun sirviéndolos con joyas. La orden de este desorden, es ser antes amigo de los criados, que Privado de los Privados. Débese también informar cuál de los criados es más acepto, y a este más que a otro tomar por amigo: porque si el Príncipe tiene a un Privado que le gobierna, también tiene el Privado un criado que le mande. No hay voluntad libre ni señor tan absoluto, ni juez tan recto, que al fin no dé crédito más a uno que a otro: de donde se sigue, que amamos los hombres, no lo que amar debemos, sino a lo que más nos inclinamos. Prosiguiendo, pues, nuestro intento cerca del visitar, mire mucho que al tiempo que fuere a visitar el Cortesano a Caballeros o a otros amigos, sepa primero si están ocupados, o retraído, porque si a tal tiempo entrase, más lo tomaría por molestia que por visita. El hombre cuerdo cuando visitare, ni ha de ser importuno en el entrar, ni pesado en el hablar. Hay algunos que nunca quieren ser visitados, otros lo quieren cada día, otros que se abrevie la visita, y otros que nunca se acabe la plática: por manera que el buen Cortesano al peso de las condiciones debe hacer las visitaciones. Las visitaciones entre personas graves ni han de ser tan frecuentadas que engendren fastidio ni tampoco han de ser tan raras que se imputen a descuido. Aquella con verdad se puede llamar verdadera visita, donde el visitado no siente importunidad: ni tampoco el que visita pierde de su gravedad. Hay algunos hombres tan continuos en el visitar, y tan sin sal en el hablar, y tan descomedidos en nunca acabar, que con más razón los llamaremos moledores que visitadores. De tal manera han de quedar contentos todos los que visitaremos, que dende adelante nos riñan si nos tardáremos, y que no se escondan si allá fuéremos. Donde no hay muy estrecha amistad, o se atraviesa grave necesidad, abasta de mes a mes una vez que visitemos a nuestros amigos, y conocidos, y si más quisieren ser visitados, envíennos ellos a [136] llamar, y no nos vamos nosotros a ofrecer. Personas hay tan inconsideradas en el visitar, que cuando nos sienten venir a casa, les mandan cerrar la puerta, o negarse que no están en casa, o salirse por la puerta falsa, o subirse a la azotea, o fingir tienen calentura: por manera, que a las veces esperan al que los viene por deudas a ejecutar, y huyen del que los viene a visitar. Si al que fuere a visitar estuviere ya asentado a la mesa, y comiendo, no conviene verle, ni aun decir que le viene a ver: porque a tal hora, más parecerá que iba a comer, que no a visitar. A las veces los hombres se muestran en el visitar ricos, y en el comer pobres, y aun quitan de la boca para poner en la capa: y en tal caso no quieren que nadie venga de fuera a verlos ni a juzgarlos, porque tienen por menos mal pasarlo, que manifestarlo. Tampoco cabe en ley de crianza, que nadie entre en casa, ni menos en la sala y mucho menos en la cámara sin primero hablar, y llamar a la puerta: porque entrar en casa de súbito, privilegio es que pertenece a sólo el marido o al dueño. No es tampoco coyuntura visitar al tiempo que están jugando, porque si pierden están enojados, y si ganan, y después comienzan a perder, dirán que el que los fue a visitar los fue a amohinar: de manera, que tomarán por ofensa, lo que habían de aceptar por servicio.

Si el que vamos a visitar se sale de la cámara a nos recibir, y junto con esto no nos convida a entrar, ni menos asentar, sino que estando así en pie, nos pregunta si hay algo que negociar, téngase por dicho el que va a visitar, que aquella es una honesta manera de le despedir. El hombre cuerdo, y curioso, más entiende por señas, que no el simple por palabras. Guárdese el buen Cortesano que en el hacer la mesura, quitar de la gorra, entrar de la puerta, y en el tomar de la silla, no le noten de presuntuoso, y soberbio, porque en mirar en aquellas menudencias más se cobra de liviandad, que se pierde de gravedad. Las cosas de la conciencia, y de la honra, y de la crianza, nunca al buen Cortesano se le han de caer de la memoria. Ya que asentan a platicar, así el que visita, como el que es visitado, sea el principio de la plática, preguntar de la disposición de la persona, y por la salud de la casa: porque esta es la cosa que más para nosotros habemos de procurar, y para nuestros amigos desear. En las visitaciones que el Cortesano hiciere, no cure de llevar ni traer nuevas, mayormente si son nuevas de tierras extrañas: porque podría ser después de sabida la verdad que en el [137] visitar le loasen de bien comedido, y en el contar le notasen de mentiroso. Si al que fuere a visitar le hallare triste, y desconsolado, y necesitado, debe ayudarle con alguna cosa, ora por ser amigo, orar por ser Cristiano: porque si es bueno visitarle, muy mejor es remediarle. Mandó Licurgo en sus leyes, que ninguno visistase a encarcelado si no le ayudaba a librar, ni visitase a pobre si no entendía de le socorrer, ni visitase a enfermo si no le quería ayudar. Paréceme que tuvo razón Licurgo en lo que mandó: pues vemos que el corazón más se amansa con una cosa que le dan, que con ciento que le dicen. Si fuere la casa suya propia de aquel a quien van a visitar, si por caso la hubiere labrado, o mejorado algo en ella, debe el Cortesano decir que la quiere ver, y después, de vista se la debe mucho loar, porque somos todos los mortales de tal condición, que queremos ser loados de lo que hacemos, y no reprehendidos en lo que erramos. Si visitare algún enfermo, debe tener aviso de hablar poco, y bajo, y sabroso: porque si hablan al enfermo alto, y mucho, en cosas que tome él desabrimiento, más parecerá que le van a matar, que no a consolar. No sólo con los enfermos, mas aun con los que están buenos, debemos ser en las visitaciones breves: por manera, que el curioso Cortesano a lo más dulce del hablar, debe pedir licencia para se ir. El que fuere a visitar guárdese no sea tan largo en la plática, a que primero se levante el otro que no él de la silla: porque sería indicio que le pesó de la venida, pues se levanta para que se vaya. Si la mujer no fuere hermana, o parienta, o muy propincua, no debe preguntar por ella, ni menos querer visitarla: porque según decía Escipión, ni la mujer a ver, ni la espada a probar, jamás de nadie se deben confiar. Es también regla de Corte muy usada, que primero sepa si al que van a visitar está en casa, antes que se apee nadie de la mula. Cuando saliere el Cortesano de casa del que visita no le deje salir de la cámara, y mucho menos descender a la escalera: porque desta manera, quedará obligado a agradecerle la visita, y aun a loarle la crianza. Si a la sazón que vamos a visitar algún Caballero, o Privado, quisiere el tal salirse a pasear, o ir a Palacio a negociar, debe el curioso Cortesano irle a acompañar, y servir: porque es doblada obligación el visitar, y el acompañar. Los criados de los Príncipes como estén siempre ocupados, no hay lugar para ser así visitados como lo son los otros, y pues no pueden ser visitados dentro de su casa, debe el buen Cortesano acompañarlos cuando van fuera: porque de razón, más acepto [138] le ha de ser al Privado el que le acompaña, que no el que le importuna.


{Antonio de Guevara (1480-1545), Aviso de privados y doctrina de cortesanos (1539). El texto sigue la edición de Madrid 1673 (por la Viuda de Melchor Alegre), páginas 85-238.}

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