La phi simboliza la filosofía de tradición helénica, la ñ la lengua española Proyecto Filosofía en español
Antonio de Guevara 1480-1545

Libro áureo de Marco Aurelio

Capítulo XXXVIII
Cómo el Emperador Marco criava las infantas, y de una plática que hizo a Faustina. Habla del cuidado que han de tener los padres en casar a sus hijas y presto.


Pues Marco, el buen Emperador, teniendo el juizio muy claro y el seso muy reposado, era muy recatado en las cosas passadas, prudente en las presentes y cauto en las por venir; viendo que la perdiçión de los príncipes está en querer totalmente darse a las cosas agenas, olvidando las suyas proprias, por entender en las suyas, no curando de las agenas, estava tan reçíproco su coraçón, que ni los altos negoçios del Imperio le divertían a no entender en los ínfimos de su casa, ni por todos los de su casa dexava de expedir uno del Imperio. Esto digo porque tuvo el Emperador quatro hijas, cuyos nombres eran Lucilla, Porsena, Macrina y Domicia, las quales salieron a la madre en ser muy hermosas, aunque no al padre en ser honestas y cuerdas. Y puesto que las tenía con las ayas fuera de su presençia, por cierto siempre las tenía en su memoria, y quantos más años en edad avía la hija, tanto mayores cuidados crescían en el coraçón del padre. Y quando las infantas llegavan a edad complida, ya el buen padre las esperava con el remedio.

Era loable costumbre, aunque no ley, que las hijas de los offiçiales del Senado se casasen con liçençia del Emperador, y las hijas del Emperador en sus casamientos se tomase el paresçer del Senado. Pues como una de las infantas tuviese edad, y aun voluntad, de se casar, y Marco su padre viese oportunidad para su deseo complir, porque estava enfermo [154] mandó a Faustina que ella communicase en el Senado, la qual con todas sus fuerças lo contradixo, porque de secreto ella tractava otro casamiento. Y en lo público excusava su culpa diziendo ser de tierna edad la infanta y que, dando vida los dioses al padre, asaz edad para todo le quedava a la hija, lo qual, como el Emperador lo sintiese, llamóla cabe la cama a do estava malo y díxole estas palabras:

Muchas cosas se dissimulan en las personas particulares, la menor de las quales no se sufre en los que están por atalaya de todos. Nunca es bien obedesçido el príncipe si no tiene buen crédito con el pueblo. Dígolo, Faustina, porque hazes uno en secreto y dízesme otra cosa en público, lo qual deshaze el crédito de tan gran señora y afrenta la autoridad de tan alto Emperador. Si mis buenos deseos hallan en tu coraçón siniestros para el bien de tus hijos proprios, ¿cómo esperará ninguno de ti buenas obras para los hijos estraños? ¿Hate paresçido que es mejor dar la infanta a los que la piden a su madre y negarla a los que tiene elegidos su padre?

Cierto por ser muger meresçes perdón, mas en ser madre augmentas la culpa. ¿Y no sabes que esos casamientos son guiados por fortuna y éstos por cordura? A los que piden las hijas a sus padres, créeme que más tienen los ojos en su utilidad propria que el coraçón en el bien ageno. Oýte dezir una vez que tú parías las hijas, mas que los dioses las casavan, pues las dotavan de admirable hermosura. ¿Y no sabes que la hermosura de las mugeres en los estraños pone deseo, en los vezinos sospecha, en los mayores fuerça, en los menores embidia, en los parientes infamia y en la mesma persona peligro?: con gran trabajo se guarda lo que por muchos se desea.

Por cierto te torno a dezir que la hermosura de las mugeres no es sino un señuelo de vagabundos y un despertador de livianos, a do de los deseos agenos depende la fama propria. Yo no niego que los livianos más buscan para sus casamientos una muger hermosa de cara que otra de honesta vida. Pero también digo que la muger que se casa [155] por sola hermosa espere en la vejez tener mala vida. Infallible regla es lo que fue muy amado por hermoso ser muy aborreçido por feo.

¡O, a quánto trabajo se offreçe el que con muger hermosa se casa! Hale de suffrir su sobervia, porque hermosura y locura siempre andan en compañía. Hale de suffrir sus gastos, porque locura en la cabeça y hermosura en la cara son dos gusanos que roen la vida y gastan la hazienda. Hale de suffrir sus renzillas, porque toda muger hermosa quiere sola mandar en casa. Hale de suffrir sus regalos, porque toda muger hermosa en plazeres quiere passar la vida. Hale de suffrir sus pundonores, porque toda muger hermosa a todos quiere ser antepuesta. Finalmente, el que casa con hermosa aparéjese a mucha malaventura, y diréte por qué. Por cierto no fue tan cercada Carthago de los Scipiones, como la casa de la muger hermosa de los livianos.

¡O, triste de marido que, estando quieto su spíritu y dormiendo su cuerpo, le andan rondando la casa, assechando su persona, ogeando las ventanas, escalando las paredes, pintando motes, tañendo guitarras, velando las puertas, tractando con alcahuetas, destejando los tejados, y aguardando los cantones! Las quales cosas todas, caso que assesten a blanco de muger hermosa, pero descargan en el terrero de la fama del triste marido. Y que esto sea verdad, pregúntalo a mí, que casé con tu hermosura, y pregúntalo a mi fama, que tal anda por toda Roma.

Mucho digo, pero créeme que más siento. Ninguno se quexe de los dioses porque le dieron muger fea entre sus hados. La plata blanca no se labra sino en pez muy negra, y el árbol muy tierno no se conserva sino con la corteza muy áspera. Quiero dezir que el hombre, teniendo la muger fea, tiene la fama segura. Escoga cada uno lo que quisiere. Yo digo que el hombre que se casa con muger hermosa hecha en almoneda la fama y pone en peligro la vida. Toda la infançia de nuestros passados era en habituarse a las armas; oy todo el passatiempo de la iuventud romana es servir a damas. El día que una es publicada por hermosa, dende aquel día la tienen todos en reqüesta, ellos trabajando [156] de la ver y ella no rehusando ser vista. Dígote, Faustina, que nunca vi en donzella romana gran fama de hermosura que de hecho o sospecha no se le siguiese infamia de su persona.

En lo poco que he leído he visto hazer mençión de muchas hermosas, griegas, latinas, spartas, egypcias y romanas, y no las ponen en los memoriales porque fueron hermosas sino por grandes peligros a ellas y tristes casos a otros por su hermosura en aquellos tiempos acontesçieron. De manera que por su hermosura eran visitadas en su tierra y por su infamia infamadas por todo el mundo.

Quando aquel reyno de los pennos, tan fortunoso en riquezas como desdichado en armas, se regía su república por muy sabios philósophos y se sustentava con diestros mareantes, Arimino philósopho tan estimado fue açerca de los pennos como Homero entre los griegos y Cicerón entre los romanos. Desde que los dioses le emprestaron al mundo por vida y le tornaron a llevar por muerte fluieron çiento y veinte y dos años, los ochenta de los quales aquella dichosa edad fue regida por este varón de tan reposado juizio. Fue tan remoto de las mugeres quan propinquo a los libros. Pues viéndole su Senado quebrantado en las cosas públicas y descuidado en las recreaçiones naturales, rogáronle con gran instançia se quisiese casar, porque de tan señalado sabio quedase memoria para los siglos advenideros; y, como fuese tan grande la importunaçión del Senado como su resistençia, respondió: «No quiero casarme, porque si es fea, téngola de aborreçer; si rica, de suffrir; si pobre, de mantener; si hermosa, de guardar. Pues cualquiera de estas landres abasta para matar mill hombres.» Con estas palabras se excusó aquel sabio, el qual en la vejez con los grandes estudios perdió la vista de los ojos, y la soledad de los libros dulces le constriñó a tomar compañía de muger penosa; y parióle una hija, de la qual descendieron los Amílcares carthaginenses, competidores de los Scipiones romanos, los quales tuvieron no menor esfuerço para defender a Carthago que los nuestros fortuna para augmentar a Roma. [157]

Dirásme, Faustina, que en tus hijas no puede caer tal sospecha, porque su virtud socorrerá al peligro y su honestidad segurará la persona. Quiérote descubrir un secreto: no ay cosa que tan avivadamente sea acometida como la muger que con castas guardas y feminil vergüença está cercada. Tibiamente se desean y floxamente se procuran las cosas que fácilmente se alcançan. No ay cosa más cierta que el bien ageno ser materia para el mal proprio. ¿Y agora sabes, Faustina, que las damas honestas son por nuestra maliçia más requeridas? Por cierto, su vergüença y retraimiento saetas son contra nuestra honestidad.

No leemos que la sangre, riqueza ni hermosura de la desdichada matrona Lucrecia combidase a nadie la desear; mas antes la serenidad del rostro, la gravedad en la persona, la pureza en la vida, el recogimiento de su casa, el exercicio del tiempo, el crédito entre los vezinos, la gran fama con los estraños despertaron al loco Tarquino a cometer el forçoso adulterio. ¿Y de dónde piensas que viene esto? Yo te lo diré: porque somos tan malos los malos, que usamos mal del bien de los buenos, y esto no es culpa en las damas romanas; antes, con los immortales dioses su serena honestidad accusará nuestra cruda maliçia.

Dízesme, Faustina, que es muy moça para ser casada. ¿No sabes que el buen padre a los hijos ha de doctrinar dende niños y a las hijas remediar dende niñas? Por cierto, si los padres fuesen padres y las madres fuesen madres, el día que los dioses les dan una hija en el mundo, luego avían de dar al coraçón un ñudo çiego, el qual nunca avía de ser desatado hasta el día que diesen a su hija marido. Por no las querer los padres de avaros dotar y las madres de altivas quererlas mejor casar, el uno por lo uno y el otro por lo otro, pássanse los días y vanse las hijas a envegescer, y de esta manera para casadas ya son viejas, para morar solas son moças, para servir ya son muy mugeres, ellas viven con pena, los padres con cuidado y los parientes con sospecha si se ha de perder.

¡O!, quántas damas he yo cognosçido hijas de grandes senadores no por falta de dote en la hazienda ni virtud en [158] la persona, sino por un descuido de agora más agora. Repentinamente aparesçió la muerte en los padres y desaparesçió el remedio en las hijas. De manera que los unos fueron con tierra cubiertos siendo muertos y los otros sepultados con olvido siendo vivos. Miento si no leý en las leyes de los rhodos, hablando del casar los hijos, estas palabras: «Mandamos que el padre por casar diez hijos no trabaje un día, mas por casar una hija virtuosa trabaje diez años, çufra el agua hasta la boca, sude gotas de sangre, are con los pechos, desherede todos los hijos, pierda la hazienda y aventure la persona.» Palabras fueron éstas de esta ley piadosas a las hijas y no graves a los hijos, porque diez hijos en ley de hombres se obligan a descobrir todo el mundo, mas una hija en ley de buena cabe no salir de una casa.

Pues más te diré, que como todas las cosas instables amenazen caída, esto acontesçe en las donzellas de poca edad, las quales todo el tiempo tienen por superfluo y malo hasta el día de su casamiento. Homero dize ser costumbre en las señoras de Grecia contar los años de su vida no dende que nascieron, sino dende que se casaron, de manera que preguntada una greciana qué años avía, respondía «Veinte», si veinte avía que era casada, y no «Quarenta», si quarenta avía que era nasçida, affirmando dende que tiene casa de regir y mandar desde aquel día comiençan a vivir.

El melón que después de maduro está en el melonar no escapa de calado o hurtado. Quiero dezir que la donzella que está mucho por casar, que de robada o de infamada no puede escapar. No quiero más dezirte, sino que como en madurando la viña luego le ponen viñadero y cavaña, assí por semejante, llegada a edad, la muger tiene necessidad de marido o guarda, y el padre que esto haze de su casa echa el peligro, de sí sacude el cuidado y a su hija da contentamiento. [159]


{Antonio de Guevara (1480-1545), Libro áureo de Marco Aurelio (1528). Versión de Emilio Blanco publicada por la Biblioteca Castro de la Fundación José Antonio de Castro: Obras Completas de Fray Antonio de Guevara, tomo I, páginas 1-333, Madrid 1994, ISBN 84-7506-404-3.}

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La versión del Libro áureo de Marco Aurelio, preparada por Emilio Blanco, ha sido publicada en papel en 1994 por la Biblioteca Castro, y se utiliza con autorización expresa de su editor y propietario, la Fundación José Antonio de Castro (Alcalá 109 / 28009 Madrid / Tel 914 310 043 / Fax 914 358 362).
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