Proyecto Filosofía en español Antonio de Guevara 1480-1545 |
Ilmo. Sr. D. Antonio de Guevara
Obispo de Guadix,
y más tarde de Mondoñedo, por el que es conocido
por Miguel de Asúa y Campos
(Madrid 1945.)
No hay un solo documento que nos diga donde nació Guevara, pero se sabe que nació en la Asturias de Santillana, y se sabe también, que se crió, desde muy niño, en el lugar de Treceño, que corresponde a aquella Merindad y al Mayorazgo de Guevara; siendo un hecho, conocido de todos los montañeses, que el P. don Antonio de Guevara, había nacido en Treceño y pasado allí los primeros años de su niñez.
Arriesgado y atrevido, como pocos, fue preparando su clara inteligencia para llegar a ser, todavía en edad juvenil, uno de los hombres que mejor supo llegar, fácilmente, a las mayores alturas, y si no subió todavía más, fue porque podía más en él su travesura, que la soñada prosperidad con que de continuo le señalaba y le asediaba su talento y su aprovechamiento.
Atendiendo a los datos que él confesaba, debió de nacer en 1480, y realmente según las manifestaciones del propio Guevara, dirigidas al señor Alonso Espinel en febrero de 1524: «De mí, señor, os se decir que he hecho recuento con mis años y hallo, por mis memoriales, que he los 44 años cumplidos.» Y a ello añade el prologuista, señor Martínez de Burgos: «Que, contra tan manifiesta y clara confesión, hay otra hecha al Condestable don Íñigo de Velasco, en letra de 8 de octubre de 1525, donde dice: Treinta y ocho años ha que fuí a la Corte del César.» Sabiéndose por el prólogo del «Menosprecio», que fue llevado Guevara a la Corte a la edad de doce años, y si a los treinta y ocho sumamos los doce, nos da un total de cincuenta años como edad de Guevara en 1525, y conforme a ellos habremos de poner la fecha de [192] su nacimiento en 1475, y no en 1480, que se hicieron constar en el texto.
De esos años sólo doce había pasado al abrigo del calor maternal, pues en edad tan corta, el mismo Guevara nos dice que le llevó su padre a la Corte de los Reyes Católicos, «a donde me crié, crescí y bibí algunos tiempos, mas acompañado de vicios que no de cuydados.»
Seguramente que Guevara tomaría posesión de su puesto en la Corte el año de 1492, y sería como menino y condiscípulo del Príncipe don Juan, a cuya educación atendería la Reina Católica. Y seguramente que el compañero de don Juan no perdería su tiempo, sino que le aprovecharía hasta saturarse de aquellas buenas enseñanzas, que le hicieran olvidar pronto los tiempos en que dejado en libertad «...me crié, crescí y bibí algunos tiempos, mas acompañado de vicios que no de cuydados», como ya se dice.
El Príncipe don Juan había fallecido el 4 de octubre de 1497, y Su Majestad la Reina Católica, en 26 de noviembre de 1504. El P. Guevara tenía veinticuatro años, y parece que era largo, alto, seco y muy derecho, que eran las condiciones que reunía el P. Guevara, a juzgar por la carta que escribía al Condestable don Ínigo de Velasco. Y también le decía al Comendador Luis Bravo, que su vida se «desperdiciaba en ruar calles, ojear ventanas, escrevir cartas, recuestar damas, hacer promesas y enviar e frendar dádivas».
De esta situación, que no había de llevarle a ninguna parte, salió el recuerdo de la Reina Isabel y de sus bondades con su hijo y con los meninos, que acudían a sus juegos y a sus estudios. Tal vez fuera el cariño con que les trataba aquella Reina tan excepcional, tal vez el oscurecimiento de todas las fantasías que él se había creado para su porvenir...; es el caso que dio de lado a lo insubstancial de su vida, y se asentó como religioso, ingresando en la Orden de los Muy Observantes de San Francisco, que acababa de restablecerse. Allí desempeñó algunos cargos que su talento pudo hacer resaltar en todo, como lo fueron en el de Guardián de Arévalo, de Soria y de Ávila, y Custodio provincial en la provincia de La Concepción. [193]
Todos su compañeros le recibieron con agrado; sus conversaciones eran muy amenas, su trato, como proviniente de buena casa..., pero el cargo que más le agradaba era el de predicador, que le iba dando tal fama, que siempre que predicaba se llenaba el templo para escuchar su elocuencia y su dialéctica.
A esas circunstancias debió nuestro biografiado que el César Carlos V le nombrara por su predicador en 1521, y el P. Guevara lo dice así en el prólogo del «Menosprecio» en 1539: «Estando, pues, yo en mi Monasterio, asaz descuidado... de tornar más al mundo, sacóme de allí por su predicador y cronista el Emperador don Carlos, mi Señor y Amo en la Corte, de la cual he andado diez y ocho años.»
Cuando el levantamiento de las Comunidades estaba Guevara en Segovia, y cuando sacaron de la Iglesia de San Miguel al Regidor Tordesillas y le llevaron a la horca. En Ávila, todos los procuradores de la Junta en el Cabildo, acordaron morir por el servicio de la Comunidad, excepto Antonio Ponce y yo... (según decir del P. Guevara) y en Medina del Campo, a 2 de agosto, una mañana amaneció sobre ella Antonio de Fonseca con 800 lanzas, y no le queriendo dar él artillería, el Rey mandó quemar la villa y el Monasterio de San Francisco, y sólo pudieron sacar el Santo Sacramento en el hueco de una olma que estaba cabe una noria; otros se levantaron en Valladolid, y el Cardenal huyó por la Puente. El presidente se metió en San Benito, el Licenciado Vargas huyó por un albañal, al licenciado Zapata le sacamos en hábito de fraile, y el Doctor Guevara, mi hermano, fue en nombre del Concejo a Flandes, y poco antes del trance definitivo, en que por torpeza de los jefes de las Comunidades, iban éstas a ser hundidas para siempre en Villalar, fue Guevara al campo realista y al de los Comuneros, quizás, hasta siete veces en dieciséis días, en una de las cuales pudo traer del bando comunista, a Pedro Girón. Según el P. Guevara, todos iban a por su medro y a ver qué era lo que les tocaba en el reparto, y así decía que Acuña se levantó con el Rey para baratar una mejor iglesia y por alcanzar desde Zamora otra mejor iglesia; don Pedro Girón, porque quería la Medinasidonia; el Conde de Salvatierra, [194] por mandar en las Merindades; Fernando Ávalos, por vengar su injuria; Padilla, por ser Maestre de Santiago; Lasso, por ser único en Toledo; Quintanilla, por mandar en Medina.
Comuneros eran los que armaban los disturbios, y comuneros los que zanjaban las discrepancias... Todos afirmaban que Guevara no lo había hecho bien, pero que como era el que tenía más entendimiento, trató, especialmente, de favorecer a su amigos.
Le dieron una plaza de Inquisidor en Toledo, pasó a Valencia como Inquisidor, y, como tal, acompañó al Duque de Segorbe, que iba a asaltar la sierra de Espadán para reducir a los rebeldes.
En el año de 1528 le dieron a Guevara la mitra de Guadix, de la que no tomó posesión hasta el siguiente año de 1529, continuando en la posesión de los cargos hasta ese año. Y poco después, en 1531, le nombró el César como cronista de la jornada por Túnez, pasando después a Italia, en la que vió, a su decir, muchas cosas que contar y otras dignas de anotar.
Después de estos viajes, en los que parece se resentía de dolores reumáticos, o de otra especie, vivió algunas temporadas en Mondoñedo, donde falleció en la mañana del día 3 de abril del año 1545, según testimonio de su paje Hernando Cotilla.
En el Archivo general de Simancas hay una información abierta por el Doctor Fernando de Guevara, sobre la muerte de su hermano Fray Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo.
El P. Fray Antonio de Guevara era un hombre práctico de la vida. Su nacimiento, de familias muy ilustres, su parentesco, bien inmediato con ellas, sus relaciones con la Reina Católica que le veía frecuentemente en Palacio, su lenguaje siempre ameno y el demostrar fácilmente que estaba penetrado de todo lo que ocurría o lo que pudiera ocurrir, le llevaba a sentir que se encontraba en un palacio que visitaba con frecuencia, y quizás sus relaciones con el Infante, del cual seguramente se habría hecho la persona que más podría hacerle vida más agradable, sobre todo teniendo la protección de una Reina que, además, se denominaba «la Reina Católica». Debiendo tenerse en cuenta que [195] nuestro biografiado, que tenía gran afición a las letras, era un laborioso estudiante que ejercitaba de continuo con sus lecturas y sus escritos, fue pronto un polemista que, muy joven todavía, todos le escuchaban con interés cuanto decía, permitiéndole hacer una vida regalona desde su juventud, no encontrando ningún tropiezo para llegar hasta donde se propuso.
Poseedor de una inteligencia y de un don de gentes que le permitía ser envidiado de todos, de una memoria feliz y de una inventiva capaz de sacarle adelante de cualquier tropiezo que encontrara a su paso, y de una capacidad que seguramente pocos hubieran podido lograr, Fray Antonio de Guevara ha sido uno de los escritores y oradores que haya alcanzado la mayor atención de cuantos le escuchaban y le leían, no sólo en España, sino en todos los países a donde llegaran sus escritos.
El P. Guevara había sabido encontrar lectores en todas partes, porque tenía el don de saber interesar a los que estaban cercanos a él, y así consiguió fácilmente, que no pudieran atajarle en su camino los detractores que le envidiaban, porque sus obras eran siempre buscadas por sus ideas y por los comentarios que sobre ellas se le ocurrían.
Las muchas ediciones que se hicieron de sus conocidas obras, tales: «El Reloj de Príncipes o Marco Aurelio», publicadas, la primera edición, en 1529; «Las Epístolas familiares», en tres libros capaces de levantar el espíritu más deprimido; «Menosprecio de Corte» y «Alabanza de la Aldea»; «Aviso de Privados y Doctrina de Cortesanos»; «De los inventores del Arte de Navegar y de los muchos trabajos que se pasan en las galeras»; «Una década de las vidas de los X Césares, Emperadores romanos, desde Trajano a Alejandro»... Pero la vida del Obispo Guevara no la ha relatado él si no para que todos se percataran de su enorme talento, de su memoria extraordinaria y feliz, de su facilidad para escribir con sin igual gracejo, lo que daban de sí los que le rodeaban. El P. Guevara escribía para tener el gusto de decir lo que le acomodaba, pero en forma tan llana y tan sencilla, que sólo algunas veces, llevado de sus improvisaciones, las elevaba con singular y perfecta maestría. [196]
Los escritores más señalados escribieron sus juicios críticos acerca de Guevara, y entre los que escribieron para alabarle y ensalzarle y los que escribieron para zaherirle, se recogieron conceptos que deben ser aprovechados por los que pretenden formar, con unas y otras lecturas, libros de una amenidad incomparable, por esto tuvo el P. Guevara una gran atención a cuanto se escribía, y por eso sus libros han sido vendidos y traducidos en todos los países. El P. Guevara ha sabido entretener a sus lectores y, naturalmente, ha encontrado lectores en todas partes.
El P. Guevara, si al principio de su labor pudo atender a que todos se percataran de su enorme y sólido talento y de su memoria extraordinaria y siempre feliz, ahora, poseedor de un singular gracejo para decir cuanto le acomodaba, escribía para darse esa satisfacción de escribir de tan llana y tan sencilla manera, y no guardaba consideraciones y respectos, quizás porque sus oyentes o sus interlocutores no estaban bastante preparados para contener con ese Obispo, que ya tenía olvidado, a fuerza de sabido, lo que los contendientes manifestaban, que ya el Obispo tenía olvidado para ganarles la partida.
En contra de Guevara, en la «Biblioteca de Autores Españoles», en el tomo de 1873 y folio 160, bajo el epígrafe «Fray Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo», «Juicios y Críticas Notables», se dice lo siguiente:
Comienza a hablar el Licenciado Vasco de Quiroga, que trata del «Memorial de Carlos V», publicado en Méjico, en 24 de julio de 1535, y dice que no es muy de alabar por lo que se vé en el texto.
Gerardo Vossio, «De Historiadores griegos», y dice: «que la vida de Marco Aurelio Antonino, que escribió Antonio de Guevara, Obispo de Mondoñedo y Consejero de Carlos V, se ha publicado y trasladado a varias lenguas, y nada tiene de Antonino..., y todo es suposición del mismo Guevara, que torpemente abusa de sus lectores, contra su profesión de hombre veraz y especialmente de su carácter de Obispo... Sin embargo, hay cosas que no dejan de ser útiles y agradables.»
De Bayle, «Diccionario Histórico Crítico»: comienza por decir que [197] el Obispo Guevara nació en Álava, lo cual no es cierto, porque ni su padre, ni su madre, ni sus abuelos nacieron allí, sino en el lugar de Treceño de las Asturias de Santillana. Dice que tomó el hábito de San Francisco y obtuvo cargos muy honrosos; que fue predicador de Carlos V, y que se dio mucho a estimar, por su cortesanía, su elocuencia y su talento. Que debió haberse contentado con la fama que su oratoria le había adquirido, porque deseando ser autor de libros, se puso en ridículo entre las personas entendidas. Su estilo ampuloso, figurado, lleno de antítesis, no es el mayor defecto de sus obras. Una falsa idea de elocuencia de pésimo gusto le sumieron en el abismo; pequeña falta en comparación con las extravagancias en que osó mancillar la Historia. Violó las leyes más sagradas y fundamentales en tal manera que recreó toda la indignación de sus lectores... y aún añade: ¡No me maravilla bastante el ver la presura con que los extranjeros han traducido a varias lenguas algunas de sus obras! Este pobre autor, en esta última frase, queda juzgado, porque no pudo comprender la gracia y la burla, de mucho de lo que decía.
El Abate don Juan Andrés, dice: «Que para gloria de los españoles, el primer autor de semejantes obras (se refiere a las de elocuencia didascálica), se elevó tanto, que obtuvo el crédito de elocuente sobre todos los de su tiempo en todas las naciones, y le ha adquirido las alabanzas y el estudio de los posteriores.» Este fue el célebre Antonio de Guevara, cuyas obras lograron tal fama, que fueron buscadas, no sólo de los españoles, sino también de la Europa culta y hablando de su «Marco Aurelio», dice Casambra en el prólogo al «Marco Aurelio», que apenas se encontrará otro libro fuera de la Biblia, que se haya traducido tanto, y a tantos Reinos, ni que se haya reimpreso tantas veces en tan repetidas ediciones.
Y, en efecto, el elocuente Guevara, dice el Abate Juan Andrés, que tanto en esta como en otras obras didascálicas, puso tal pureza y cultura, tanta propiedad y elegancia en las frases y en las palabras, y tanta novedad y peso en las sentencias que, si no tuviere algunas trasposiciones, aunque muy ligeras y en menor número que las citadas generalmente [198] por los mejores italianos de aquella edad, si no conservan alguna palabra ahora, y artículos, si no gustase a veces de ciertas metáforas y de ciertos consonantes que no agradaban a los oídos... le propondríamos como modelo de elocuencia didascálica. Y de cualquier modo, debíamos mirarle como uno de los escritores más elocuentes de aquella edad.
Del ciudadano Desesarts. Éste dice: «Antonio de Guevara fue el primer orador español que tomó un levantado vuelo. Iguala a los más célebres de sus contemporáneos y merece servir de modelo. Sus obras se tradujeron a todos los idiomas, y «El Reloj de Príncipes o Vida de Marco Aurelio y de su mujer Faustina». Obra fabulosa, pero que contiene útiles moralidades y trata del «Menosprecio de la Corte» y otros muchos libros que no valen la pena de ser leídos hoy día.»
Don Antonio de Capmany y de Montplan. En un teatro crítico de la «Elocuencia Española», tomo II, dice: «Mostró tanta facundia y tanto esplendor y discreción en el modo de insinuarse en las acciones que todos los grandes personajes y cortesanos buscasen su correspondencia epistolar como testifican sus cartas, agudas sentencias, y festivas que en casi todas las lenguas de Europa se han traducido. Pero bajo cualquier aspecto que consideráramos a ese autor lo hallaremos raro y original, tan insustituíble en sus primores como en sus defectos.»
En todas sus obras, y principalmente, en «El Reloj de Príncipes» y en el «Menosprecio de la Aldea», resplandece una vasta y varia lectura, profunda política y cierta filosofía experimental del mundo, de las Cortes y de los hombres que forzosamente adquirieron al lado de Carlos V, pues pocos habrán guardado más fidelidad en los hechos que él, y si no ha quedado en ese punto la verdad absoluta, no es censurable, porque lo único que hizo fue echar, quizás, más esncia en el decir, para hacer más sabroso el condimento de sus 700 documentos y raciocinios.
Su natural fecundidad y facilidad no le permitieron paso franco, ni término de su manera de decir de todos los modos posibles una misma cosa; pero en sus pensamientos, siempre bellos, se hundían algunas veces con el peso del follaje. En cuanto a sus escritos, había prolijidad [199] y menudeaba demasiado en alegorías como en las definiciones, seguramente en su afán de dejar sentado lo que se le ocurría. Y eso lo comentaban mucho y sobre todo Capmany en su frase de «que su fecundidad y facilidad en el léxico no le permitía dejar lugar para poder decir, por todos los medios, una misma cosa. Y algunos le han tildado de atender demasiado a sus alegorías, que convertían en difusas las frases por que ponía más retórica que elocuencia»... don Manuel Silvela decía que: «si Guevara hubiera puesto un freno a su espléndida verbosidad, parto de la riqueza inagotable de su imaginación, podría dudarse de si alguno de nuestros críticos de su época, hubiera podido igualarle en elocuencia, comparándole con sus contemporáneos.»
D. H. Taine nos habla de La Fontaine y de sus «Fábulas». En el caso que Casandre hubiera escrito un libro «Los Paralelos Históricos», que Casandre había más que compuesto, compulsado... Y al fin se fingirá una carta de Marco Aurelio (inventada por Guevara, el capellán de Carlos V), en un libro de Moral que se denomina «El Reloj de Príncipes».
Parece que de este relato, refinado, ampliado, sacó La Fontaine su fábula «El Villano del Danubio».
{Miguel de Asúa y Campos, Hijos ilustres de Cantabria que vistieron hábitos religiosos, Talleres del Instituto Geográfico y Catastral, Madrid 1945, páginas 191-199.}