Obras de Aristóteles Moral a Nicómaco 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Patricio de Azcárate

[ Aristóteles· Moral a Nicómaco· libro sexto· I· II· III· IV· V· VI· VII· VIII· IX· X· XI ]

Moral a Nicómaco · libro sexto, capítulo V

De la ciencia y de la inteligencia

En cuanto a la ciencia, es, como ya hemos dicho, la concepción de las cosas universales y de aquellas cuya asistencia es necesaria. Ahora bien; para todas las proposiciones que pueden ser demostradas y para toda ciencia, cualquiera que ella sea, hay principios; porque la ciencia va siempre acompañada de razonamiento; pero el principio mismo de lo que es conocido mediante la ciencia, ni la ciencia, ni el arte, ni la prudencia pueden revelárnoslo; porque, de una parte, el objeto de la ciencia puede ser demostrado; y de otra, el arte y la prudencia sólo se aplican a las cosas que pueden ser distintas de como son. En cuanto a la sabiduría, tampoco se aplica a los principios de esta especie, porque el sabio en ciertos casos debe poder dar la demostración de lo que piensa. Pero si para las cosas que no pueden ser de otra manera que como son, y lo mismo para las que pueden ser distintas de como son, es decir, las cosas necesarias y las contingentes, las facultades mediante las que descubrimos la verdad, sin engañarnos nunca, son la ciencia, la prudencia, la sabiduría y la inteligencia; y si, por otra parte, ninguna de estas tres primeras facultades, es decir, la prudencia, la sabiduría y la ciencia, pueden conocer los principios; sólo resta que sea el entendimiento el único que se aplique a los principios y que los comprenda.

En cuanto a la sabia habilidad que se manifiesta en las artes, nosotros sólo la suponemos en los que ejercen cada una de estas artes con la mayor perfección. Así a Fidias se le llama un hábil escultor, a Policletes un hábil estatuario; y no queremos designar aquí con esta palabra, sabia habilidad, otra cosa que el talento superior en el arte. Pero hay hombres, aunque son muy raros, que consideramos como sabios y hábiles de una manera general, no hábiles para tales cosas en particular, sino hábiles pura y simplemente; como lo dice Romero en su Margites{120}:

«Los dioses no han hecho un labrador hábil,
Ni tampoco un hombre hábil, rico en recursos.» [160]

Evidentemente la habilidad sabia o sabiduría debe ser considerada como el más alto grado de la perfección en todas las cosas que es posible saber. Es preciso, que el hombre verdaderamente hábil y sabio, no sólo conozca las verdades que se derivan de los primeros principios, sino que debe saber con toda verdad los principios mismos. Síguese de aquí, que la sabiduría es un compuesto de la inteligencia y de la ciencia, y que es, puede decirse, la ciencia de las cosas más elevadas, la cual está a la cabeza de todas las demás ciencias. En efecto, sería un absurdo creer, que la ciencia política, o la prudencia política, es la más alta de todas las ciencias, si no se creyese al mismo tiempo que el hombre de que se ocupa es lo más excelente que hay en el universo. Pero ciertos atributos, por ejemplo, lo sano y lo bueno, pueden variar según los diferentes seres a que se aplican; y así pueden variar de los hombres a los pescados, mientras que en otro orden de ideas lo blanco es siempre blanco y lo recto es siempre recto. Pues de igual modo en el presente caso habrá de convenirse en que lo que es sabio es siempre sabio, y que lo que no es más que prudente puede variar según los casos. Así, siempre que un hombre, sabe discernir bien su interés en todo lo que le toca personalmente, se le llama prudente, y se siente uno dispuesto a confiarle el cuidado de las cosas de este género. Se va más hijos aún, y se concede igualmente el nombre de prudentes a ciertos animales, que al parecer tienen una previsión segura respecto de las cosas que se refieren a su propia subsistencia.

Por lo demás, es evidente que la política y la sabiduría no pueden confundirse. Si se entiende por sabiduría el discernimiento de la propia conveniencia, del propio interés, será preciso reconocer entonces muchas especies diferentes de sabiduría. Evidentemente, no puede haber una sola y misma sabiduría que sea posible aplicar a lo que es ventajoso y bueno para todos los seres. Ella difiere para cada uno de ellos, a no ser que se quiera sostener también que la medicina es una para todos los seres sin ninguna distinción. Y no importa decir, que el hombre es el más perfecto de los seres, porque hay otros seres, cuya naturaleza es más divina que la del hombre, como, por ejemplo, esos cuerpos brillantes de que el universo se compone.

Pero volviendo a lo que hemos dicho, es claro que la sabiduría es la unión de la ciencia y del entendimiento, aplicada a todo lo que es por naturaleza más admirable y elevado. Y así se llama a un Anaxágoras, a un Tales{121} y a los que se les parecen sabios, y no sólo hombres prudentes, porque en general se observa que son muy abandonados en lo referente a su propio interés, y se les considera como muy sabios en una multitud de cosas que no tienen utilidad inmediata, que son maravillosas, difíciles de conocer y hasta divinas, pero de las cuales ningún uso provechoso puede hacerse; porque estos grandes espíritus no buscan los bienes puramente humanos. La prudencia, por lo contrario, sólo se aplica a las cosas esencialmente humanas, y a aquellas en las que es posible la deliberación para la razón del hombre; porque al parecer el objeto principal de la prudencia es deliberar bien. Mas nunca se delibera sobre cosas que no pueden ser de otra manera que como son, ni sobre cosas en las que no hay un fin a que aspirar, es decir, un bien que pueda ser objeto de nuestra actividad; pudiendo decirse de una manera general y absoluta, que es hombre de buen consejo el que sabe encontrar mediante un razonamiento infalible lo que la humanidad debe hacer con más acierto en las cosas sometidas a su acción.

Pero la prudencia no se limita sólo a saber las fórmulas generales; sino que es preciso que sepa también todas las soluciones particulares; porque es práctica, porque obra; y la acción se aplica necesariamente al pormenor de las cosas. Por esta razón, ciertas gentes, que no saben nada, son muchas veces más prácticas y más aptas para obrar que los que saben; este es un motivo, entre otros, de la ventaja de los que tienen experiencia. Por ejemplo, supongamos, que alguno sabe que las viandas ligeras son de fácil y sana digestión, pero que ignora cuáles son precisamente las viandas ligeras; no será este el que restablezca la salud del enfermo, al paso que lo conseguirá el que sepa que las viandas compuestas con carne de ave son especialmente ligeras y sanas. La prudencia es esencialmente práctica; y debe tener, por consiguiente, los dos ordenes de conocimientos, y tratándose de escoger entre ellos, debe preferirse el conocimiento particular y de pormenor, porque puede decirse que este último es en esto como la ciencia arquitectónica y fundamental.

———

{120} Este poema se ha perdido; no hay de él más que tres fragmentos, de los cuales este es el más largo.

{121} En la Política, lib. I, cap. IV, Aristóteles cita un hecho de Tales que prueba su habilidad práctica.

<< >>

www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2005 www.filosofia.org
  Patricio de Azcárate · Obras de Aristóteles
Madrid 1873, tomo 1, páginas 159-161