Filosofía en español 
Filosofía en español

Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
Conferencia General · Decimoctava reunión · París 1974 · Información general · 18 C/INF 17 esp

Discurso del Sr. Amadou-Mahtar M'Bow con motivo de su toma de posesión del cargo de Director General de la Unesco el 15 de noviembre de 1974


Señora Presidenta:

Permítame en primer lugar que le exprese todo mi agradecimiento por las palabras tan amables que Vd. acaba de pronunciar a mi respecto. Mucho me complace que mi elección como Director General de la Unesco haya tenido lugar en esta reunión, para la que fue Vd. elegida presidenta. Como Vd. ha recordado, hemos participado juntos en las reuniones del Consejo Ejecutivo y, en el momento en que inicio la más ardua de las tareas, tengo el convencimiento de que no me han de faltar ni sus consejos ni su amistad durante los dos años en que Vd. seguirá participando en las reuniones del Consejo Ejecutivo. Cosa ésta, a la que concedo extrema importancia.

La decisión que acabáis de tomar, señores delegados, de designarme para desempeñar las altas funciones de Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, si bien es para mí un gran honor, también es una responsabilidad cuyo alcance y extraordinarias obligaciones comprendo muy bien. El voto masivo de Estados Miembros de todas las regiones, con ideologías tan diversas, constituye para mí una muestra de confianza que me conmueve; pero, además, representa condición indispensable para que pueda aceptar la dirección de un organismo de naturaleza y de función universales. Este apoyo general me parece ser excelente augurio para el porvenir, ya que refleja la voluntad de todos de trabajar en común para alcanzar los objetivos de la Organización.

Interpreto asimismo vuestro voto como una manifestación de estima y de aprecio hacia regiones y pueblos –los del Tercer Mundo– a los que se mantuvo por tanto tiempo alejados de los centros de decisión y de los focos de influjo universales. Tengo la certeza de que, como vosotros hoy, habrá millones de hombres y de mujeres que considerarán esta elección no sólo como una etapa hacia la eliminación de los prejuicios que tan a menudo y tan trágicamente caracterizaron la historia de la humanidad, sino también como la muestra de una voluntad de asentar sobre bases cada vez más justas la cooperación internacional.

Permitidme, señoras y señores, que os exprese mi profundo agradecimiento por la prueba de confianza que acabáis de dar hacia la parte del mundo de donde yo provengo, África –continente que apenas sale ahora de un trágico periodo de destrucción iniciado hace más de cuatro siglos y que padece todavía, en algunas de sus regiones, la dominación, el racismo y el apartheid–; mi profundo agradecimiento por la prueba de estima que así dais hacia los pueblos desheredados de los que tengo conciencia de ser el símbolo en este momento solemne; mi profundo agradecimiento por la confianza que habéis depositado en mí.

Señora Presidenta, señoras, señores:

Asumo hoy la ardua tarea de continuar la obra de los hombres eminentes que me precedieron al frente de esta Organización, cada uno de los cuales ha dejado la huella de su personalidad y de su propia noción de su deber respecto a la comunidad internacional. Sin el talento de esos hombres, sin su espíritu de iniciativa y su infatigable dedicación, la Unesco no sería hoy lo que es. Aunque todos pertenecían a la misma estirpe intelectual y poseían virtudes espirituales muy semejantes, cada uno de ellos supo, según su propio estilo, dar un tono particular a la acción de la Secretaría, marcándola con su sello, con una misma pasión de servir y un mismo deseo de eficacia.

Julián Huxley, primer Director General de la Organización, es el ejemplo mismo del hombre de ciencia a quien “nada humano le es ajeno”, como decía Terencio, y para quien el saber y la ciencia deben ser los instrumentos de poder del hombre, no de un poder ciego y destructor, sino fecundo y liberador. Desde el principio, Huxley infundió a la Unesco su visión antropocéntrica del mundo –yo diría: su humanismo– estableciendo definitivamente la afortunada conjunción de la educación, la ciencia y la cultura al servicio de un elevado ideal de bienestar, de paz y de justicia.

Por una de esas coincidencias que parecen revelar una intención estética en Clío, el segundo Director General era un poeta, un hombre de letras que sabe que el arte no forma campo aparte, no es un juego solitaria de mandarín, un lujo y un goce reservados a una minoría, sino una vivencia absoluta, una forma de vida; que sabe que el arte, si ha de ser auténtico y duradero, debe surgir de las profundidades de la conciencia, lo que significa que todo arte, para que sea la expresión de un hombre, debe serlo también la de un pueblo, de una cultura, de un patrimonio común. Pero este poeta es también una conciencia, y su visión ética del mundo impone a la Organización una moral inflexible: sus intereses –que son los del mundo entero– no admiten ni regateos ni componendas. Torres Bodet, gran señor intransigente de la ética internacional, prefiere abandonar la escena antes que ceder a las connivencias, antes que aceptar que la Unesco limite el campo de su acción o reduzca su alcance.

Después del hombre de ciencia y del hombre de letras, llega el hombre anclado en la realidad, bien nutrido de la larga tradición pragmática de su país: Luther Evans. Evans comprende que sus dos ilustres predecesores le han dejado una valiosa herencia y que a él corresponde ahora hacerla fructificar. La Unesco vive entonces un periodo de consolidación y de fortalecimiento. Realizando planes, abriendo nuevos cauces, marcando nuevos hitos, Luther Evans, hombre de acción, comunica a la labor de la Unesco su dinamismo del que la Organización saca nuevo ímpetu.

Al hombre de lo inmediato y lo concreto sucede Vittorino Veronese, el entusiasta, en quien el impulso lírico se nutre de un sentimiento de fraternidad, de comunidad, de ecumenismo. Bajo su dirección, la Unesco emprende una tarea histórica: la conservación del patrimonio cultural de la humanidad. Por primera vez, hombres de todas las culturas y latitudes se unen para salvar monumentos y obras de arte que no por ser muestra auténtica del alma de un determinado pueblo dejan de considerarse como patrimonio universal ya que representan expresiones del alma humana y son prueba, a través de los siglos, del genio creador del hombre. La campaña mundial iniciada por Vittorino Veronese señala, sin duda alguna, un momento decisivo en la historia de la Organización, ya que revela toda la amplitud de las fuerzas de la paz y de progreso que la Unesco es capaz de movilizar.

Fue en este momento del devenir de la Unesco cuando surgió un hombre que procedía directamente de la Organización; hombre que en ella maduró su reflexión, afinó sus facultades de análisis y afirmó su voluntad de acción. René Maheu aporta a la Unesco, con una experiencia poco común de la labor de la Secretaría, las cualidades de una vieja tradición racionalista; salido de uno de los más fecundos laboratorios del espíritu la “Ecole normale supérieure” de la calle de Ulm, su cartesianismo es más que una mera especulación filosófica: es un entusiasmo razonado, una tenaz pasión de servir. Empuñando el timón con mano firme, no olvidará hacia qué horizontes hay que dirigir el navío: fomentar la justicia y la concordia entre los hombres, dar a cada uno, por medio de la educación, la posibilidad de ejercer plenamente su función de hombre, hacer que la ciencia sirva para domeñar el caos de las fuerzas naturales, y que la cultura, por último, cree la atmósfera propicia para el pleno desenvolvimiento de las más nobles facultades del espíritu.

Durante el largo periodo en que René Maheu ejerció las altas funciones de Director General, la Unesco al acoger en su seno tantos nuevos Estados surgidos del derrumbamiento de la dominación colonial y al desarrollar en favor de éstos su acción operacional, ha despertado la esperanza de millones de hombres; un número cada día mayor de pueblos y de naciones acuden a ella en su búsqueda de progreso.

Señoras, señores:

La herencia que semejantes hombres legan a sus sucesores impone a éstos deberes ineludibles. Asumiré tales deberes, ciertamente, en la plenitud de mis atribuciones y en el respeto escrupuloso de la Constitución y de las decisiones de la Conferencia General, así como también en una muy estrecha colaboración con el Consejo Ejecutivo, al que he tenido el privilegio de pertenecer, y en consulta constante con los Estados Miembros, principalmente con los representantes que tienen acreditados en la Organización. Asimismo me propongo estrechar los vínculos con las Naciones Unidas, los organismos especializados y las organizaciones regionales que persiguen los mismos fines que la Unesco.

Pero, como cada uno lleva en sí la marca de su tiempo, del medio que le ha visto nacer y crecer, y de la experiencia que ha acumulado, en primer término buscaré en el genio del pueblo africano y en su sabiduría mis razones de obrar.

Cuando hablo de pueblo de África, no se trata de una visión abstracta sino de una realidad vivida y plenamente asumida. En efecto, mi presencia a la cabeza de esta Organización no es sino la consecuencia de las profundas mutaciones que han sobrevenido en ese vasto continente desde principios de nuestro siglo. Sí, yo he crecido con África, sufrido sus sufrimientos, vivido sus angustias y asumido sus esperanzas. De ella he recibido una educación hecha de voluntad de enraizarse en el medio tradicional; al asumir los valores fundamentales de ese medio, nos asumíamos como seres libres en una sociedad dominada, que lo que había que preservar era la libertad del espíritu que otorga el verdadero sentido de la dignidad. Por eso, el odio nunca habitó en nuestro corazón, incluso en los periodos de afrontamiento, porque nunca hemos desesperado del hombre.

Señora Presidenta, Señoras, señores:

Tampoco olvidaré la experiencia que he adquirido desde el día en que una mañana de noviembre de 1929, fui conducido a la escuela regional de Louga por un padre que no sabía el francés pero que había comprendido que, si esencial era, la continuidad consigo mismo, también era preciso establecer la continuidad con el mundo. El itinerario que me condujo desde ese Sahel africano, en el que el hombre vive tan duramente, hasta las orillas del Sena, hasta ese viejo templo del saber que es la Sorbona, fue igualmente una aventura enriquecedora y apasionante. He aprendido a conocer seres nuevos, a apreciarlos en tanto que hermanos humanos y, sobre todo, a descubrir en Europa –porque la Sorbona en ese tiempo era una encrucijada de Europa– otro semblante al que no estaba habituado. Además del saber, he aprendido el método con maestros por los cuales siempre he guardado el mayor afecto.

En fin, para realizar la misión que me habéis confiado, buscaré fuerzas vivas en mi profunda convicción de que el mundo es uno solo y que el combate en pro del hombre es en todos los lugares el mismo. Esta convicción se ha ido reforzando en el curso de mis contactos con los pueblos más diversos de todos los continentes, así como en el seno de esta Organización a cuyas labores estoy asociado desde hace ocho años.

Si hay que proseguir sin descanso el combate del hombre, del hombre en su diversidad y en su unidad, es que el porvenir mismo de la especie puede parecer amenazado de diversas maneras, por las incertidumbres que pesan sobre la paz, por una explotación anárquica de los recursos naturales por la destrucción del marco de la vida, por las desigualdades cada día más intolerables, sin hablar del frecuente desprecio de los derechos humanos. Todo esto, porque los hombres se niegan a establecer sus mutuas relaciones sobre bases que permitan promover el progreso para todos, dentro de la justicia.

La humanidad está hoy condenada a vivir en la era de la solidaridad, si no quiere conocer la de la barbarie. La solidaridad, es en primer término la aceptación de las diferencias, ya sean de orden biológico o producto de la geografía y de la historia. Es renunciar a toda idea de jerarquía entre los pueblos y las naciones. Es abandonar de una vez para siempre la visión histórica de los que, desde la Grecia y la Roma antiguas hasta los imperialismos modernos, si siempre confundieron civilización y potencia y relegaron a la categoría de “bárbaros” tanto a los pueblos subyugados como a los que se negaban a serlo. Pero la solidaridad implica aún más: exige que, por cima de las diversidades, se procure edificar, en escala mundial, un nuevo orden económico, social y cultural que supere los egoísmos nacionales y permita al hombre organizar racionalmente su espacio vital, de manera que en él pueda vivir cada uno libre y feliz, en fraternidad con su prójimo, sea el que fuere. Es de temer que el otro término de la alternativa sea, en definitiva, la barbarie, ya que el equilibrio del terror y la acentuación de las desigualdades pueden conducir a enfrentamientos definitivos tras los que no quedarían sino ruinas y desolación, destrucción de cuanto el genio humano ha contribuido a crear desde hace tantos milenios.

La amenaza no será menor –aun si se asegura la paz– si no se sabe utilizar con cordura el poder que encierra la ciencia. La potencia de cálculo y de investigación que el hombre posee se ha multiplicado en la actualidad hasta tal punto que puede hoy dedicarse al estudio de lo infinitamente pequeño y de lo infinitamente grande. Tanto si se penetra en los misterios de la transmisión genética o se libera de la gravitación para explorar el espacio cósmico, tanto si progresa en el estudio del microcosmos gracias a la división de lo que, ayer aún, parecía indivisible o se lanza a la conquista del macrocosmos, el hombre parece encontrarse en los umbrales de una nueva época, como si dos siglos de progreso de la ciencia convergieran hoy para arrancarle de todas las servidumbres propias a su condición.

Pero si la ciencia se desviase de su más noble finalidad para ponerse al servicio del mal, esa ciencia misma podría poner en peligro, incluso la existencia de la especie humana, de rebajarla a ésta a nuevas formas de servidumbre, quizá peores que todas las que conoció en el curso de la historia.

Cierto es que investigadores y sabios de numerosos países se entregan, en la soledad de su conciencia, a una reflexión sobre las razones mismas de sus trabajos, sobre las finalidades de la ciencia. La Unesco no puede estar ausente de ese debate, como no puede desinteresarse de todo cuanto lo que se relaciona con el progreso y con el porvenir de la humanidad. Su responsabilidad es tanto mayor cuanto que nadie está mejor situado que ella para movilizar los recursos intelectuales que tanto la reflexión como la acción necesitan. La ambición de su nuevo Director General es suscitar una vasta corriente para que los sabios –sea cual fuere su origen o su disciplina– participen en un esfuerzo común y global de meditación sobre los problemas del porvenir de nuestras civilizaciones.

Señoras, señores:

Desde su creación en 1946, la Unesco ha recorrido un camino largo y difícil; ha afrontado innumerables problemas, atravesando muchas crisis políticas mundiales, sus tensiones y sus enfrentamientos. Hoy corresponde a sus Estados Miembros, a todos sus Estados Miembros, realizar un esfuerzo para comprender que sólo podrá desempeñar su misión en un ambiente de serenidad y mediante el diálogo franco y paciente. La rapidez sin precedentes que caracteriza la evolución de la historia del mundo contemporáneo obliga constantemente a la Organización a pensar de nuevo los objetivos que se asigna y los métodos de acción con que ha de responder a las exigencias de nuevas situaciones. En numerosas esferas, este esfuerzo sostenido de renovación y de adaptación ha permitido profundizar y ampliar una acción que, por su universalidad, continúa siendo irremplazable en el mundo moderno. La Unesco, admirada por algunos, criticada por otros, a veces mal conocida, tiene su razón de ser en la participación de los 135 Estados Miembros que la constituyen y que son testigos de la confianza y de la esperanza que la humanidad tiene puestas en su acción. Y, al mismo tiempo, ¡qué gran responsabilidad va unida a cuanto se refiere a la concepción y a la ejecución del programa, que exigen un esfuerzo perseverante de autocrítica, de evaluación de los resultados obtenidos y de imaginación abierta hacia el porvenir!

Pero –de propósito– no pienso hablaros ni de programa ni de presupuesto. Me propongo hacerlo más extensamente al fin de vuestros trabajos, cuando tenga reunidos los elementos de información que, por evidentes motivos, me faltan.

Permitidme tan sólo destacar que la acción ética, la promoción del saber –con todos los intercambios que supone– y la ayuda al desarrollo no podrán considerarse por separado, bajo pena de amputar a la Organización de una de sus razones de existencia.

Si bien los objetivos éticos traducen la fidelidad de la Organización a uno de sus primeros propósitos, que es definir normas universales que se impongan a todos porque por todos se aceptan libremente, la promoción y la difusión del saber constituyen la primera fuente del progreso.

Pero el destino del hombre es también inseparable del desarrollo de la sociedad, de todas las sociedades; y no hay sociedad que no se encuentre, en cierto modo, haciendo frente en el mundo actual a los problemas del desarrollo. Quizá conviniera pues, conceder particular atención a los más desprovistos.

Que centenares de millones de seres humanos continúen humillados por la enfermedad, el analfabetismo y el hambre y privados así de lo esencial de su dignidad de hombres, es algo escandaloso e injusto cuando se observa el enorme despilfarro que caracteriza a cierta sociedades.

Para no fracasar en su misión, la Unesco ha de acentuar y hacer cada vez más eficaz su acción en favor de todos los menesterosos. Con este fin hemos de emprender resueltamente la modernización de los métodos de programación y de ejecución de todas nuestras actividades. Sin embargo, desde el punto de vista de la eficacia práctica, una organización vale sólo lo que vale su secretaría; por consiguiente, la juiciosa selección del personal, la acentuación de su carácter internacional, su perfeccionamiento continuo, me parecen ser exigencias prioritarias. Es el momento de decir hasta qué punto he podido apreciar, en estos cuatro años durante los cuales he ejercido las funciones de Subdirector General de Educación, las cualidades intelectuales, la competencia y el fervor en el trabajo de mis colegas. Tengo el propósito de fomentar lo más posible la iniciativa personal, velando para que no se refrenen, con una concepción demasiado autoritaria de los principios jerárquicos, la imaginación y las facultades creadoras de todos los que sirven a la Organización, sea cual fuere su rango.

Señoras, señores:

Cada periodo de la historia tiene sus tendencias profundas, sus grandes orientaciones que le dan su significación y marcan su originalidad. Hoy más que nunca conviene que una organización como la Unesco no se contente con ir, hasta cierto punto, a remolque de los acontecimientos, sino que ha de tomar resueltamente el lugar que le corresponde en la vanguardia del doble movimiento de emancipación y de unificación de los pueblos que es la característica dominante de nuestro tiempo.

En el momento de asumir la pesada carga que me habéis hecho el insigne honor de confiarme, si hay un llamamiento que deseo hacer a los Estados aquí representados y, por su conducto, a todos los hombres de todos los países, es que redoblen sus esfuerzos a fin de estrechar aún más alrededor de la Unesco, en un movimiento de solidaridad universal, las filas de aquellos para quienes la felicidad de los demás no son palabras vanas. La Unesco, este punto de reunión de los espíritus, esta asociación fraternal de los pueblos, ha de continuar siendo, en un mundo en adelante dotado, para el bien o para el mal, de gigantescos medios técnicos, el recurso íntimo de la paz y de la comprensión entre los hombres.

Bien veo la amplitud de éste nuestro combate: se trata, en efecto, de despertar de manera creciente el sentimiento de la justicia y de la verdad, de luchar contra todo lo que oprime el ser y el pensamiento –miseria, ignorancia, injusticias y sujeciones de toda clase–, de liberar al hombre de las fuerzas a veces aplastantes de la explotación, de la alienación, de la mecanización, que tienden a rebajarlo al rango de objeto.

Si la meta parece a veces lejana y nuestra lucha tan difícil, se debe a que su logro representaría nada menos que una revolución ética, capaz de garantizar al hombre –a todos los hombres– el pleno desarrollo de su ser. No obstante, continúo convencido –y esta convicción será la razón de ser de mi acción al servicio de la Organización en los años venideros, y una fuente inagotable de esperanza y de energía– de que el odio y la incomprensión pueden ser vencidos mediante la unidad que forja la realización de ideales libremente aceptados en común, y que un día el hombre llegará en fin, como se dice en los Veda, “a vencer el odio con el amor y la mentira con la verdad”.

Juramento del Director General

Señora Presidenta, Señoras, señores:

Antes de pronunciar el juramento de rigor, quiero celebrar otro rito que responde a las tradiciones del continente del que procedo. Se trata de despedirme solemnemente ante vosotros de África, de los países del Tercer Mundo y de los miembros del Grupo V que han tomado la iniciativa de proponer mi candidatura y que con más firmeza la han sostenido. Me despido de ellos porque, en adelante, soy el ciudadano de cada uno de vuestros países, el servidor de la totalidad de vuestros Estados. Nunca podría asumir las onerosas responsabilidades que me habéis confiado sin vuestra comprensión, sin vuestro concurso, sin vuestra ayuda. De antemano os lo agradezco.

“Me comprometo solemnemente a ejercer, con toda lealtad, discreción y conciencia, las funciones que me han sido confiadas en calidad de Director General de la Unesco; a desempeñar esas funciones y dirigir mi conducta teniendo exclusivamente presentes los intereses de la Organización, sin solicitar ni aceptar instrucciones de ningún gobierno o de otra autoridad ajena a la Organización en lo que concierne al cumplimiento de mis deberes.”

[ Transcripción de un documento mecanografiado en siete páginas: UNESCO · Información general · 18 C/INF 17 esp · 19 noviembre 1974. ]