Filosofía en español 
Filosofía en español

Ante el fallecimiento de

Eugenio Trías

Barcelona 31 agosto 1942 / 10 febrero 2013


El domingo 10 de febrero de 2013 falleció en Barcelona, a los 70 años de edad, el filósofo español Eugenio Trías Sagnier. Se da la circunstancia de que, un día antes, había fallecido en Pamplona el filósofo Leonardo Polo Barrena: «Parece que fue Polo quien inventó la filosofía del límite mental, y que Trías es uno de los que ha logrado ser iluminado por este descubrimiento» (Ana Azanza, 30 abril 2011). «–P. En el Opus encontró, además, un maestro. –R. Sí, digo que Leonardo Polo ha sido el único maestro que he tenido. En mi gremio tal vez sorprenda. Pero es así.» (Entrevista de Arcadi Espada a Eugenio Trías, El País, 19 febrero 2003).

  1. Trías Sagnier · Javier Neira
  2. Fallece el escritor y filósofo Eugenio Trías
  3. Muere Eugenio Trías
  4. Eugenio Trías, el filósofo de las antenas poéticas · Francesc Arroyo
  5. Fallece el filósofo Eugenio Trías a los 70 años
  6. Demasiado humano · Manuel Calderón
  7. Quiso llevar el pensamiento más allá del límite · Jesús García Calero
  8. Fascinación por Andréi Tarkovski · Román Gubern
  9. La muerte, ese espacio en blanco · Josep Ramoneda
  10. Asombro, curiosidad y memoria · Enrique Lynch
  11. Gran ensayista, gran escritor · Álvaro Cortina
  12. Inteligente y divertido · Luis Antonio de Villena
  13. Réquien por el gran filósofo del límite · Alberto Ruiz-Gallardón
  14. Eugenio Trías, al límite · Javier Gomá
  15. Trías en las cesuras · Gabriel Albiac
  16. La espiral · Arcadi Espada
  17. Esencia y existencia · Ramón Pi
  18. El Árbol de la Vida · Manuel Hidalgo

Javier Neira

Trías Sagnier

El implacable dios del tiempo todo lo cura… o no

La Nueva España, Oviedo, domingo 10 febrero 2013

Anotó Trías Sagnier, hace ya unos años, que «somos humanos porque somos y nos sabemos mortales», de manera que «quizá sea la muerte la que nos hace humanos», porque «la muerte está ahí para asistirnos y provocarnos como en el bello lied de Schubert. Está ahí, con la mano tendida, como ante la joven doncella, despertándonos de nuestra pura condición de especie animal y elevándonos o rebajándonos, quizá, a la condición humana». La reflexión es del filósofo Eugenio Trías Sagnier, no de su hermano el abogado de moda Jorge Trías Sagnier –valga la broma equívoca para subrayar que los genes son inocentes–, que, atención, es amigo del contable Bárcenas, del cardenal Cañizares, de la millonaria Koplowitz, del resucitado Garzón, del bilderberg Cebrián y, supongo, de algún maestro en potencias paranornales, ya que es capaz de recordar con detalle, cinco años después, las cuitas de unos folios roñosos con la prosa de los números, que es la más vulgar de todas.

Eugenio Trías –lo suelo encontrar, por el verano, en algún supermercado del Ampurdán– se autodefine como exorcista ilustrado, practica la llamada filosofía del límite –a partir de la sentencia de Wittgenstein: «El sujeto es un límite del mundo»– y es autor del ensayo «Filosofía y Carnaval», que en esas estamos, no tanto por la fecha como por el circo de las xerografías de las fotocopias de los recortes de los apuntes de los borradores de los papeles de Génova.

Vamos, que el escándalo del PP en curso requiere menos tipos como el enredador Jorge y más como su hermano Eugenio, para quien «Dios es, sobre todo, el Dios del tiempo», que todo lo cura, añadiría yo. O no.


Fallece el escritor y filósofo Eugenio Trías

Literatura. Autor de El canto de las sirenas

El Mundo, Madrid, domingo 10 febrero 2013, 16:37

El escritor y filósofo Eugenio Trías, en una imagen de 2007

El escritor y filósofo Eugenio Trías Sagnier, uno de los grandes ensayistas de las últimas décadas y considerado por buena parte de la crítica como el pensador en español más importante desde Ortega y Gasset, ha fallecido a los 70 años en el Hospital Clínic de Barcelona a consecuencia de un cáncer que padecía desde hace años, según han confirmado fuentes familiares. Trías fue miembro del Consejo Editorial del diario EL MUNDO, colaborador habitual en sus páginas de Opinión y Cultura e integrante del jurado de sus premios de Periodismo.

Nacido en la Ciudad Condal en 1942, Trías desplegó sus principales ideas en los campos de la ética, la reflexión cívico-política, el pensamiento histórico-filosófico, la teoría del conocimiento, la ontología, la filosofía de la religión y el arte y la estética, siendos estos sus ámbitos preferenciales.

Trías proponía con sus postulados abrir la razón a aquellos espacios que le resisten pero que en cierto modo pueden fecundarla. Como la sinrazón o la locura, el pensamiento mítico y mágico o lo siniestro. Intelectual silenciado durante dos décadas por no ser nacionalista, se le recordará, en definición propia, como un “exorcista ilustrado” que somete a la razón filosófica a un permanente diálogo con sus sombras. Suya es la redefinición del concepto de límite.

Licenciado en Filosofía por la Universidad de Barcelona en 1964, prosiguió sus estudios en Pamplona, Madrid, Bonn y Colonia. Trías fue desde 1965 profesor ayudante y posteriomente profesor adjunto de Filosofía en las Universidades Central y Autónoma de Barcelona. En el curso académico 1972-73 se trasladó a Brasil y Argentina, en cuyas universidades impartió diversos cursos y conferencias. En 1976 accedió al puesto de profesor adjunto de Estética y Composición en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. En 1986 obtuvo la Cátedra de Filosofía en dicha facultad, en la que permanecerá hasta 1992. Ese año fue nombrado profesor de Filosofía en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, donde ejerció como catedrático de Historia de las Ideas.

Muchos de sus libros son referencias ineludibles de la filosofía española del último medio siglo, como Tratado de la pasión, Lo bello y lo siniestro, Los límites del mundo o La edad del espíritu. Entre su producción más reciente destacan títulos como El canto de las sirenas (2007). Convertido en 'best seller' de no ficción con más de 25.000 ejemplares vendidos, Trías plantea en él la necesidad de efectuar un giro musical en la filosofía del siglo XXI en virtud del cual el pensamiento deje de tener su centro de gravedad en el lenguaje para pasar a tenerlo en argumentos musicales.

Trías volcó su pensamiento sobre la música en un segundo tomo, La imaginación sonora (2010), con el que obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald. “La mente lúcida indaga en el enigma de la música, en país tan musicalmente desdeñoso. Su magistral canto de las sirenas: la operación de aritmética inconsciente ya fue con los pitagóricos al desvelar cómo las armonías se adentraban en las relaciones numéricas”, le dedicó el fallecido periodista José Luis Gutiérrez en uno de sus 'erasmos'.

Entre los numerosos premios y reconocimientos con que se distinguió su labor creadora destacan el Premio Nacional de Ensayo (1983) por Lo bello y lo siniestro; el Premio Internacional Friedrich Nietzsche (1995), equivalente al Nobel de Filosofía; la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes (2004) y el premio periodístico Mariano de Cavia (2009).

Investido doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid, entre otros centros, Trías fue también vicepresidente del Patronato del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y presidente del Consejo Asesor del Instituto de Filosofía del Centro Superior de Investigaciones Científicas de España.


Muere Eugenio Trías

El escritor y filósofo, uno de los pensadores más importantes del panorama español, ha muerto este domingo a los 70 años de edad

La Vanguardia, Barcelona, domingo 10 febrero 2013, 16:49

Eugenio Trías. Foto: Xavier Cervera

Barcelona. (Redacción y agencias).- El filósofo y escritor Eugenio Trias (Barcelona, 1942) ha muerto este domingo a los 70 años de edad en Barcelona a causa de una grave enfermedad. Trías, considerado uno de los pensadores más importantes del panorama español, estudió en las universidades de Barcelona, Pamplona, Madrid, Bonn y Colonia, y centró el desarrollo de su trabajo en los ámbitos de la filosofía de la religión, el arte y la estética.

En 1976 fundó, junto a Xavier Rubert de Ventós, el Colegio de Filosofía. Como docente, desarrolló su trabajo en las Universidades Central y Autónoma de Barcelona, y desde 1992, en la Pompeu Fabra, en la que ocupaba la cátedra de Historia de las Ideas. Era Doctor Honoris Causa por las universidades de Santo Domingo (República Dominicana), San Marcos (Lima), y Autónoma de Madrid.

Autor multidisciplinar, publicó diversos libros, entre ellos, Creaciones filosóficas, Tratado de la pasión, Los límites del mundo o Lo bello y lo siniestro. Su último trabajo publicado es La imaginación sonora, en 2010, que recibió el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald. Su obra recibió múltiples galardones, entre ellos el Premio Anagrama de Ensayo (El artista y la ciudad, 1975), el Premio Nacional de Ensayo (Lo bello y lo siniestro, 1983), o el Premio Internacional Friedrich Nietzsche, en 1995, que valoraba toda su obra filosófica.

Conocido por su concepto de la “filosofía al límite”, Trías desarrolló su actividad intelectual en campos tan diversos como la ética, la reflexión cívico-política, la filosofía de la religiones y la ontología. Su pensamiento atravesó las escalas del estructuralismo heterodoxo de Michel Foucault, el marxismo y Nietzsche hasta encontrar una filosofía y un lenguaje propios, que Trias resumió en el concepto de “límite”, sobre el que asentó a partir de los años ochenta su razonamiento, sintetizado en La aventura filosófica (1988).

El velatorio de Trias se celebrará el lunes en el Tanatorio de Les Cors de Barcelona. Está previsto que el funeral tenga lugar el próximo martes, tras lo que será enterrado en el cementerio de Montjuic.


Francesc Arroyo

Eugenio Trías, el filósofo de las antenas poéticas

El País, Barcelona, domingo 10 febrero 2013, 17:04

A principios de los años setenta se podía fumar en casi todas partes. Por supuesto, en las aulas universitarias. Y Eugenio Trías (Barcelona, 1942) fumaba. Y mucho. Era, además, muy tímido, de modo que llegaba a la Universidad de Barcelona, donde iniciaba su carrera docente, con un par de horas de antelación para darse carrerilla. Se metía en el bar, donde también fumaba, y se sentaba con algunos alumnos a los que explicaba la clase que luego iba a dar (Filosofía Contemporánea, era la asignatura). Quizá ese fumar ayudó en demasía a un cáncer que le estalló hace algo más de cinco años y contra el que uno de los filósofos españoles más significados de los últimos años fue luchando sin tregua. Hasta el domingo, que le venció de manera definitiva en su ciudad natal, a los 70 años.

La universidad fue siempre su casa. Durante alguno de los cierres con los que la dictadura obsequiaba a los estudiantes, Trías se negaba a cortar el discurso y se reunía con ellos en su propio domicilio o en bares más o menos cercanos al edificio universitario. Allí estaba en su salsa: sin tribuna ni distancia. Quizá era una respuesta a sus orígenes familiares, una alta burguesía catalana a la que perteneció su padre, Carlos Trías Beltrán, político falangista. La política nunca le llamó del todo, como sí le ocurrió a su hermano Jorge Trías. Un tercero, Carlos Trías, con el que llegó a compartir de joven algún libro a cuatro manos en 1970 (Santa Ava de Adis Abebas, firmando bajo el seudónimo común de Cargenio Trías), tiró por la literatura y se hizo escritor.

Él se había licenciado en Filosofía en 1964 en su fundacional Universidad de Barcelona y su brillantez le llevó a que inmediatamente, apenas un año después, fuera profesor ayudante, que pasaría a ser en breve adjunto en el mismo centro y en la Universidad Autónoma de Barcelona. Nada del pensamiento le era ajeno: la ética, la reflexión cívico-política, la filosofía de la religión, la estética… Quizá por ello había publicado ya varios libros antes de haber cumplido los 30 años. Luego, de repente, se fue. A Brasil. Una época explicada con no poco sentido del humor en su autobiografía El árbol de la vida (2003). Pero volvió pronto, y con solo 32 años ya recibía el primero de cerca de una quincena de reconocimientos. Sería en 1974 por Drama e identidad, donde ya dejaba ver su pasión por la música al buscar estructuras comunes entre la sonata y la tragedia. El estudio obtendría el premio Nueva Crítica, que abría un palmarés que le llevaría, solo un año después, al Anagrama de ensayo por El artista y la ciudad. Otro hito de esa trayectoria sería, en 1983, el Nacional de Ensayo por Lo bello y lo siniestro.

Convencido de que la filosofía debía tener “antenas poéticas”, intentó impregnar de ello sus títulos más celebrados en el métier, quizá La filosofía y su sombra y Teoría de las ideologías. Catedrático de Estética desde 1986 en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona adonde había llegado invitado por Xavier Rubert de Ventós una década antes, se decía que era el introductor del estructuralismo y de Foucault. Era mucho más, claro, y sabía mucho más, como demostró a lo largo de los casi 30 títulos que publicó hasta casi ayer mismo. En su obra escrita (hay otra obra difusa en las clases impartidas en varias universidades, la última la Pompeu Fabra de Barcelona, en donde desde 1992 ejercía como catedrático de Historia de las Ideas), hay conceptos que resultan clave. En especial, el de límite. La filosofía es pensamiento en el límite y es la noción de límite lo que ilumina el conjunto del ser. Resulta difícil no ver en esta visión del sujeto en el mundo una imagen de una de sus pasiones: el cine. En el cine clásico, la pantalla es el límite que confiere sentido al haz de proyecciones de luz que, sin ese límite, se perderían en la nada, dejaría de ser percibidas por el espectador-sujeto. El desarrollo de esta cosmovisión la expuso en Lógica del límite (1991).

De esa pasión por el cine dejó constancia en Vértigo y pasión (1998), que incluye un texto sobre la película de Hitchcock que contribuye a dar título a la obra. En los últimos meses, Trías estaba trabajando en un texto dedicado, precisamente, al cine. Iba a ser el paralelo, en el conjunto de sus reflexiones, a las dedicadas a la música en su última obra publicada y una de las más exitosas: La imaginación sonora (2010).

Porque si el cine fue una pasión, la otra (filosofía al margen) fue la música. Él mismo explicó en sus memorias la relación con este arte a partir del momento en que su padre le regaló un tocadiscos. La imaginación sonora es una obra dedicada al pensamiento musical. Pero no solo. De hecho, ninguna de sus obras era solo lo que se apuntaba en el prólogo. De un modo u otro, abrían siempre camino hacia otros destinos. Ahí, sin embargo, apuntaba más: a todo lo que siempre quiso comprender y sistematizar y que termina en la muerte. Leerlo sobrecogía a quienes ya sabían que se hallaba enfermo. “Es posible preguntarse: ¿es esta vida presagio de una vida diferente? ¿Son nuestras vidas 'preludios de una desconocida canción que tendría en la muerte su primera y solemne nota', como decía Franz Liszt?”. Pero la muerte, seguía reflexionando en primera persona, “nos aguarda siempre detrás, a nuestras espaldas; en el peor de los casos, esperando una estocada a traición; en el mejor, asistiendo por anticipado al moribundo. Espera nuestro último suspiro para enterrarnos, o para disolvernos en el fuego, en el humo, en ceniza”. “Se muere varias veces en el argumento de la vida”, escribía en la coda final. Y en ese mismo punto, en nota a pie de página, una cita de una película de David Lynch: “Nada, no pasa nada, te estás muriendo”. Y añadía: “Acto seguido se ve la cámara en la parte superior de la pantalla, y el director ordena; ‘corten'.”


Fallece el filósofo Eugenio Trías a los 70 años

Considerado como uno de los grandes pensadores de la segunda mitad del siglo XX, su obra abarcó desde la ética hasta el cine

ABC, Madrid, domingo 10 febrero 2013, 17:05

El filósofo Eugenio Trias ha fallecido este domingo en Barcelona a los 70 años de edad a causa del cáncer. Considerado por muchos como uno de los pensadores españoles más importantes de la segunda mitad del siglo XX, la poliédrica obra de Trias abarca campos tan variados como la ética, la religión, la teoría del conocimiento y sobre todo, la filosofía del arte y la filosofía de la religión. Pero tampoco el cine o la música escaparon de su análisis racional.

Nacido en Barcelona en 1942, Eugenio Trias cursó sus estudios en Pamplona, Madrid, Bonn y Colonia. Su carrera docente se desarrolló principalmente en las Universidades Central y Autónoma de Barcelona, y desde 1992, en la Pompeu Fabra, en la que ocupó la cátedra de Historia de las Ideas.

Entre sus obras principales, se encuentran Tratado de la pasión, Los límites del mundo o La edad del espíritu. Sus últimas publicaciones, El canto de las sirenas (2007) y La imaginación sonora (2010), que encontraron una gran acogida entre el público, abordaron la relación entre la filosofía y la música.


Manuel Calderón

Demasiado humano

La Razón, Madrid, domingo 10 febrero 2013, 17:23

El gran bigote de Eugenio Trías le convertía en lo más parecido a Nietzsche en la Facultad de Filosofía de Barcelona. No era una cuestión estrictamente fisonómica, sino que se había convertido en un filósofo que, rompiendo con la universidad y la academia, era capaz de escribir sobre cualquier tema humano o demasiado humano. Su posición lateral en la universidad, con la que rompió nada más licenciarse en 1964, explica mucho su obra, que ya no era una relectura de los clásicos –que también– sino una revisión postmoderna de un mundo cada vez más difícil de explicar en el que había que echar mano de otros saberes irracionales.

Pero hablemos primero de otro filósofo desaparecido. En agosto de 2011 murió Ramón Valls Planas, un maestro fuera de los focos, huraño y entrañable. Fue miembro del jurado en la lectura de la tesis doctoral de Eugenio Trías en 1978. Y fue –este gran especialista en la obra de Hegel– quien le recriminó que no presentase lo que se denominada el “aparato bibliográfico”. Allí estábamos los alumnos de profesor Valls atestando el Aula Magna porque sabíamos que asistíamos a un acto más allá de lo académico. La Filosofía, también, tenía algo de espectáculo. Eugenio Trías no era un simple doctorando: era una “estrella” de la Filosofía que se había propuesto romper con la grisura de la universidad, que obligaba a la discreción y el olvido. Efectivamente, Trías no citó ni un solo libro, algo impensable en los estudios de Filosofía, y más sobre Hegel, tema sobre el que versó su tesis. Valls, como un fiscal insidioso, no consintió que nadie maltratase a la academia, o que por lo menos delante de él ese “enfant terrible” no iba a encontrar sus tres minutos de glorias.

La tesis la editó de manera inmediata Jorge Herralde –algo inusual en los ensayos académicos– con el título de El lenguaje del perdón, mientras que la obra de Valls Del yo al nosotros seguía circulando entre los alumnos en fotocopias. Trías nunca dio clases en la Facultad de Filosofía, sino en el departamento de Estética de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, donde también se refugiaron Luis Racionero y Félix de Azúa. Más adelante, acabó de catedrático de Historia de las Ideas en la Universidad Pompeu Fabra.

Quizá aquel acto, pasado el tiempo –y si la memoria no me ha traicionado–, pudiese ser la puesta de largo del pensamiento postmoderno en España, pero sobre todo en Barcelona, presta a las rupturas aunque suponga un retroceso, pues no olvidemos que Trías, junto a Rubert de Ventós, Jordi Llovet, Josep Ramoneda, Pep Subirós y Gerard Vilar, entre otros, habían puesto en marcha el Col.legi de Filosofia en 1976, institución afecta al pensamiento estético y que devino en centro de producción de ideas de lo que sería la Barcelona futura que eclosionó en 1992, vanguardia cultural que, como tantas veces, acabó institucionalizada como la caduca universidad de la que rehuían, aunque luego volviesen (lo hizo Rubert de Ventó cuando Valverde se jubiló tras su vuelta y lo hizo Trías como ya hemos dicho). En los pasillos de la Facultad de Filosofía se decía que el Col.legi de Filosofía era una escuela para damas burguesas «en las faldas del Tibidabo» (no seamos perversos: la escuela de diseño Eina, situada en la montaña, fue su sede inicial), cenáculo de pensadores que acabaron de funcionarios de la «Cataluña ciudad» y olímpica de Pasqual Maragall. Ahora todo aquello es pasado porque lo que ha triunfado es la Cataluña-Cataluña (la de verdad), en contra también de la visión de Eugenio Trías, frontalmente opuesto al nacionalismo.

Creo que el pensamiento de Trías queda claramente recogido en La razón fronteriza (1999). Sin renunciar a la razón y al pensamiento ilustrado, abre al hombre a otras formas de racionalidad, como son las pasiones, el arte y el cine, o la experiencia religiosa. El límite era para Trías el hombre mismo.


Jesús García Calero

Muere Eugenio Trías, un filósofo que quiso llevar el pensamiento más allá del límite

El autor de La edad del espíritu tenía 70 años y ha muerto en Barcelona a consecuencia de un cáncer de pulmón

ABC, Madrid, domingo 10 febrero 2013, 21:31

Eugenio Trías. Foto: Ignacio Gil

Ha muerto el filósofo Eugenio Trías, uno de los más destacados pensadores españoles del siglo, después de luchar largamente contra un cáncer. La cultura española pierde con él uno de sus grandes referentes, una de sus mentes más preclaras. Trías es autor de una obra esencial, ambiciosa, que abrió caminos inéditos al pensamiento español contemporáneo. Si hay una palabra en la que su obra se cimenta es la de “límite” por su afán de convencernos de que el pensamiento puede llevarnos más allá de sus fronteras.

Hoy, que Eugenio Trías las ha cruzado definitivamente, conviene recordar que la «razón fronteriza» de su obra muestra una decidida vocación de diálogo con las sombras que le circundan, aunque parezcan irracionales: con el espíritu, con los territorios inexplorados de la trascendencia; con la estética, el arte y lo sagrado… Todas ellas realidades y retos fundamentales para un autor como él, porque integran una parte de la naturaleza del ser humano abandonada por la filosofía desde Nietzsche.

Nacido en Barcelona en 1942, estudió en la Universidad de la Ciudad Condal y después en Pamplona, Madrid, Bonn y Colonia. Enseñó en varios países, pero su carrera docente se centró en las Universidades Central y Autónoma de Barcelona, y desde 1992, en la Pompeu Fabra, donde ha sido catedrático de Historia de las Ideas.

Apasionado de la música…

Tal vez una de las realidades humanas a las que dedicó más atención y esfuerzo durante la última década, marcada por el cáncer de pulmón que finalmente le ha vencido, fue la música. De hecho, para Trías, la gran tradición que parte de Parménides y Aristóteles había logrado convertir a la palabra en el espacio de la reflexión filosófica, pero obviando la «foné», el poder musical que la acompaña. A la música dedicó obras como «El canto de las sirenas» (2007) y «La imaginación sonora» (2010), ampliamente difundidas y premiadas.

Pero sus temas centrales los fue tejiendo en un conjunto de obras que marcan el camino de su filosofía desde sus inicios en «La filosofía y su sombra» (1969) y forman una suerte de trilogía: «La lógica del límite» (1991), «La edad del espíritu» (1994, tal vez su obra más imponente) y «La razón fronteriza» (1999). Aunque para conocer exactamente la fuerza y complejidad de su pensamiento es recomendable acudir a los dos volúmenes de «Creaciones filosóficoas» (2009)

Más que un tema, o un regreso al gran discurso, la «filosofía del límite» es una perspectiva feraz desde la que analizar el mundo y al hombre. Consecuentemente, sus escritos nos demandan también una consecuencia ética. Hombre de su tiempo, el filósofo ejerció un generoso ejemplo desde la frágil cátedra de papel que es el periodismo, como bien recordarán todos los lectores de ABC por sus hermosas, profundas, reveladores y cívicas Terceras que, desde ahora, echaremos en falta.

… y del cine

Tampoco el cine escapó a la luminosa mirada de su pensamiento: en «Lo bello y lo siniestro» (Premio Nacional de Ensayo de 1993), elabora y critica una estética del mundo moderno a través de la filmografía de Alfred Hitchcock.

Entre los galardones recibidos en su larga carrera destaca merecidamente el Premio Internacional Friedrich Nietzsche, un verdadero «Nobel» de Filosofía, que recibió en 1995 y se concede al conjunto de la obra de un pensador. Es el único filósofo español que lo ha obtenido. Además de este y el Nacional, ganó en 2009 el premio Mariano de Cavia, por una de sus Terceras, titulada «El gran viaje».

Eugenio Trías tenía muy claro que «si no aprende a dialogar con sus sombras, la razón perecerá, ya no puede conquistarlas», y para ello debemos utilizar, según decía «los símbolos, porque son tentáculos de nuestra inteligencia para investigar el misterio, allende el límite, porque unen razón y emoción. Y la razón puede ilustrar nuestro espíritu y nuestra religiosidad».

Una visión integradora siempre un punto inquietante, como nuestras propias tinieblas. Una vez le pregunté cómo explicaba que la música (la de Bach, que tanto amaba) hubiera sonado inútilmente en Auschwitz, sin conmover a los verdugos, y respondió: «Las cosas más valiosas son objeto de la mayor perturbación. Existe el «diabolus in musica», un acorde de tritono inventado en la Edad Media, que suena cacofónico y chirriante, y que los grandes compositores utilizan porque expresa esa naturaleza demoniaca que integramos». De ahí la consecuencia ética de sus estudios de estética.


Román Gubern

Fascinación por Andréi Tarkovski

Siempre le interesó el cine a Trías y buena prueba de ello lo suministró su 'Vértigo y pasión', un luminoso y apabullante ensayo sobre la película 'Vértigo'

El País, Madrid, lunes 11 febrero 2013, 00:01

Filósofo del límite, nutrido sobre todo de la savia del pensamiento filosófico alemán, Eugenio Trías acabó sus días como un apasionado cinéfilo, tal vez porque el cine cumplía en la pantalla la ambición del arte total con el que soñó Richard Wagner, otro fetiche en sus querencias estéticas y a quien había dedicado, con una erudición y sensibilidad apabullantes, su último libro. Siempre le interesó el cine y buena prueba de ello lo suministró su Vértigo y pasión (1998), un luminoso y apabullante ensayo sobre la película Vértigo, acaso el más laberíntico ejercicio de Alfred Hitchcock, prisma abismal que se ha convertido en un verdadero imán para todos los estudiosos de la obra del realizador británico. Melómano y cinéfilo, Eugenio Trías fue antes que nada un filósofo cuya certitud era la duda y la indagación, que le condujeron a su interés por lo sagrado y por el concepto de límite, de frontera, de abismo. Esta trayectoria se detecta limpiamente en algunos de sus títulos: Lo bello y lo siniestro, Lógica del límite, La edad del espíritu.

Hace un par de años, y con la salud deteriorada, Eugenio Trías redescubrió con una pasión digna de un adolescente la fascinación del cine. En su enorme erudición aparecían lagunas importantes acerca del cine mudo y de la etapa clásica y me convocó a algunas cenas que, entre otras cosas, intentaban completar sus datos, confirmar o contrastar impresiones. Nunca olvidaré su exaltación tras la contemplación de El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith, descubierta cuando su condición física estaba bastante deteriorada, en la fase terminal de su biografía intelectual. Se instaló un equipo de proyección de gran calidad en su casa para poder saborear a los clásicos, comenzando por los grandes directores alemanes F. W. Murnau y Fritz Lang, continuadores de algunas de las vetas creativas de su admirado Richard Wagner, en un humus cultural que le era muy familiar, como familiar le era Nietzsche (por cierto, entre sus galardones se enorgullecía, con razón, de haber recibido en 1995 el Premio Nietzsche, una especie de Premio Nobel de filosofía). Y como lo era Goethe, a quien dedicó un libro en 2006.

Pero, como es lógico, los realizadores que más le fascinaron eran los que convergían con sus reflexiones filosóficas, con sus obsesiones metafísicas. Y en ese panteón ocupó un lugar de privilegio, como no podía ser menos, el cineasta ruso Andréi Tarkovski, genio inclasificable con cuya sensibilidad metafísica sintonizó muy pronto Trías. Su apabullante fresco Andrei Rubliov (1966) sobre el pintor Rubliov le conmocionó, como ocurrió con la inquietante incursión en la ciencia ficción de Solaris (1972). El entusiasmo cinéfilo de Eugenio Trías en los dos últimos años le llevó a iniciar la escritura de un libro sobre su nueva pasión, pero la clausura provisional de la biblioteca de la Filmoteca de Catalunya, debido a las obras de su nueva sede, supuso un contratiempo del que se lamentó más de una vez. Necesitaba consultar textos que provisionalmente le resultaron inaccesibles.

Pero compensó este contratiempo con la visión y revisión compulsiva de la obra de sus realizadores preferidos. Tarkovski, de nuevo, en el pelotón de cabeza, con su poético hermetismo en cintas tan crípticas como bellas, como El espejo (1975), Stalker (1979) y Nostalgia (1983). De modo que Eugenio Trías supo tender un puente de complicidades entre la metafísica del logos y la sensorialidad del eikonos, en una obra cuya salida nos anuncia ya la editorial Galaxia Gutenberg y que, en cierto modo, complementa la reflexión estética de su apabullante y reciente indagación wagneriana, con una percepción perfectamente coherente con su filosofía del límite, inherente a la condición humana.


Josep Ramoneda

La muerte, ese espacio en blanco

A Eugenio Trías sus cuatro pasiones (Helena, la filosofía, la música y el cine) le daban la vida que la enfermedad le negaba

El País, Madrid, lunes 11 febrero 2013, 00:50

Antes de Navidad, estuve dos veces en casa de Eugenio Trías. Hacía tiempo que no nos veíamos. Y tuve la sensación, que se tiene con pocas personas, de retomar la conversación donde la habíamos dejado, como si los días no hubiesen pasado. Impresionaba verle arrastrando varios metros el tubo de plástico que le unía al oxígeno que le daba aliento. Pero sobre todo impresionaba el ánimo que le habitaba, con la curiosidad –este gran motor del conocimiento– tan viva como siempre. Sus cuatro pasiones (Helena, la filosofía, la música y el cine) presidían su cobijo y le daban la vida que la enfermedad le negaba. Eugenio citaba a menudo el lema de Píndaro: “Llegar a ser lo que eres”. Sus 33 libros son la expresión de “una constante forja de ideas e iniciativas en los más diversos terrenos de la filosofía”, para decirlo en sus propias palabras. Es decir, llegar a ser lo que siempre supo que era y quería ser: un filósofo.

En el principio, fue el ensayo, este género “de prueba y tentativa” que le sirvió para ir esbozado el camino. Después su obstinación le llevó a intentar lo imposible: la construcción de un sistema filosófico en tiempos posmetafísicos. Y fue cuando, en torno a la idea de límite, elaboró una serie de tratados para dar plena consistencia a la cartografía de su ciudad fronteriza. “Mi último referente siempre ha sido la ciudad”, dijo. Y la ciudad está compuesta de barrios y territorios muy diversos, lo que indicaba la voluntad de dejar siempre vías abiertas que impidieran que el sistema se cerrara peligrosamente sobre sí mismo. Finalmente, el protagonismo ha vuelto a la música y el cine, que figuran, especialmente la primera, como sustrato permanente de su obra, y que son la materia de los últimos libros que nos deja. Así se cierra una gran aventura filosófica.

Eugenio Trías no fue un filósofo alejado del mundo y participó activamente en los debates públicos. Su libro sobre la “Cataluña-ciudad” alcanzó relevancia en medio de una de las confrontaciones ideológicas más interesantes que ha conocido la política catalana: la idea pujolista de Cataluña frente a la idea maragalliana. Con raíces profundas en la cultura española y su dimensión trágica, siempre vivió con un punto de desgarro los desencuentros entre Cataluña y España.

Decía Eugenio Trías en La edad del límite: “La muerte es quizás un espacio en blanco: el que media entre dos aforismos”. Es con estas palabra suyas que le despido.


Enrique Lynch

Asombro, curiosidad y memoria

A Trías debemos una nueva mirada sobre la religión y la voluntad de legar a cultura española un pensamiento organizado

El País, Madrid, lunes 11 febrero 2013, 00:56

La dedicación a la filosofía es una vocación extraña. No es, estrictamente hablando, una vocación o una profesión y, desde luego, no tiene nada que ver con eso que se enseña en las universidades; y menos aún con la ciencia, la técnica o la religión. Es un descubrimiento, que unas veces brota como una pasión y otras se parece a un desliz, un tropiezo como el de Tales, que cayó de bruces, concentrado como estaba mirando los astros en el firmamento. Un buen día alguien se reconoces mirando lo que hay, lo que está allí delante de sus ojos, pero desde un ángulo insólito y, de golpe, descubre que esa manera extraña de mirar o de preguntar es lo que nuestra cultura denominó filosofía. Una célebre observación atribuida a Aristóteles afirma que la filosofía surge del asombro y que, con el tiempo, el asombro se transforma en curiosidad insaciable y en la capacidad de experimentar de forma distinta –asombro, curiosidad y memoria– y producir nuevos objetos de la imaginación y poderosos argumentos.

Eugenio Trías ha sido, probablemente, el único de los escritores españoles de la España moderna en el que se reconocían estos atributos que la tradición asigna a los filósofos genuinos. En su vasta obra, a la que dedicó toda su capacidad intelectual rechazando distraerse con la literatura, el periodismo o la política –que no obstante practicó pero solo de forma subsidiaria– se reconoce el asombro originario y la curiosidad intelectual que son características inconfundibles de los verdaderos filósofos. Trías tenía, además, una enorme capacidad de trabajo, lo que le permitió aquilatar a lo largo de su vida decenas de libros escritos con esa prosa rapsódica que era característica en él, a la vez profundamente racional y al mismo tiempo tan romántica y apasionada, que combinaba, como todos los que se dedican a este género extraño, con un auténtico amor por la dificultad.

El pensamiento de Trías estaba guiado por entusiasmo romántico y de otra parte por su voluntad de remontarse por encima de la medianía española en materia de filosofía. Construir su obra fue una proeza. No hay que olvidar que a Trías le tocó formarse y estrenarse como escritor en una España patética, que no tuvo Ilustración y que, tras la posguerra, sobrevivía asolada por el fascismo y el catolicismo más cerril. Su trayectoria muestra las huellas de los episodios fundamentales de la España moderna: el franquismo y el nacional-catolicismo, que marcaron su formación tanto como la de muchos otros intelectuales de su generación. Trías fue conspicuo y activo representante de la vanguardia barcelonesa de los años sesenta y, en sus años de juventud, protagonizó las primeras y tímidas conexiones con el marxismo renovado por la Escuela de Francfort, el estructuralismo francés y el psicoanálisis. Se sumó sin vacilaciones al rescate de la obra de Nietzsche, fue uno de los primeros lectores inteligentes de la obra de Michel Foucault y colaboró intensamente con los primeros círculos lacanianos. Nada escapaba a su inmensa curiosidad. Era un intelectual ganado por el entusiasmo, arbitrario, a menudo veleidoso y temperamental, estimulante tanto en sus filias como en sus fobias.

En su etapa de madurez, tras su tesis doctoral sobre Hegel, dedicó todo su empeño en reconducir el pensamiento español contemporáneo, repartido entre el marxismo sesentaochista y las arideces del análisis y el formalismo lógico, a la gran tradición del idealismo y el romanticismo alemanes. Lo hizo sumergiéndose en la lectura de Heidegger y casi enseguida de Filosofía del futuro, intentó fundirse con la herencia de Kierkegaard, Schelling y Joachim de Fiore. A Trías debemos una nueva mirada sobre la religión, una teoría del límite y la voluntad de legar a cultura española un pensamiento organizado en sistema, que unos comparan con el de Ortega y Gasset, aunque hay que decir que Ortega no estaba entre sus filósofos preferidos.

Pero Eugenio Trías no era solamente un filósofo. Era también un alma bella. En el periodo final de su vida, ya bajo las terribles penurias que le impuso su larga enfermedad, produjo obras radiantes sobre dos de sus grandes pasiones: la música y el cine, que, como todo en él, abordaba con voracidad y genio.

Su muerte es una gran pérdida para la cultura española contemporánea y para quien esto (tan apresurada y torpemente) escribe un profundo dolor. Pocas veces nos es dado encontrar en un hombre, sea afín o sea adversario, con la sensibilidad despierta a todos los signos, la incomparable pasión, la erudición o la complicidad en espíritu y cuerpo, como las que nos dispensó Trías a quienes tuvimos el privilegio de conocerlo.


Álvaro Cortina

Gran ensayista, gran escritor

Eugenio Trías fallece a los 70 años

El Mundo, Madrid, lunes 11 febrero 2013, 01:12

El filósofo barcelonés Eugenio Trías (1942-2013) escribía en un libro central suyo, La edad del espíritu, de 1994: “Un texto comienza, muchas veces, allí mismo donde otro termina. Algo sucede sin embargo, en el intervalo. Entre el punto final de un texto ya terminado y la letra con que se inaugura el siguiente hay una importante cesura. La muerte es, quizás, un espacio en blanco: el que media entre dos aforismos. Y todo libro es, en sustancia, un aforismo que ha tomado posesión del espacio textual hasta exprimir su quintaesencia. Entre un texto y otro se vive una experiencia de cambio, de alteración. Se accede, quizás, hacia otra forma de ser. Tal vez la muerte también sea eso, mutación hacia una nueva, o renovada, forma de ser y de existir.”

Frente a la filosofía analítica y al materialismo dialéctico, la obra de Trías es un señalado ejemplo de pensamiento continental de segunda mitad de siglo XX, y sin duda uno de los más significativos intelectuales españoles de su momento. Siempre indagando en los intersticios, las cesuras, los flancos en sombra de la razón. Sus obras, entre el tratado y el ensayo, remontan los siglos del pensamiento con sólida erudición y suelen entrar en diálogo con música, con mitos, religiones, arte y filmografías varias. Por ejemplo, ganó el Premio Nacional de Ensayo por Lo bello y lo siniestro, sobre dos cuadros de Botticelli y la película Vértigo (a la que dedicó también Vértigo y pasión).

Además, fue un fino estilista en el campo literario. No tiene página sin vuelo en prosa. Y escribió muchas. Supera la treintena de títulos publicados, desde La filosofía y su sombra (1969) pero además publicó muchísimos artículos en prensa (recibió el Mariano de Cavia, en 2009). Tiene mucho material disperso entre las hemerotecas de ABC, EL MUNDO y El País.

Fue catedrático de filosofía de la facultad de humanidades en la Universitat Pompeu Fabra, fue un gran escritor en la era del especialismo. Muy leído entre el extracto de lectores del "ensayismo culto" de este país. Tenía el don de la filigrana estilística en distancia corta (en la frase, el párrafo, la música), por un lado, y una ambición sistemática, un horizonte de pensamiento muy elaborado. Como Popper, Rorty o Derrida, obtuvo el Premio Internacional Friedrich Nietzsche a toda su carrera en 1995.

Formación y estilo

Se licenció en Filosofía en la Universidad de Barcelona y se doctoró (después de haber pasado por la Universidad de Navarra, la de Colonia y la de Bonn) con una tesis sobre Hegel. En los 70 se instala en su propio estilo, a su vez instalado en su propia época. Se puede decir que es un representante de la más selecta cultura barcelonesa. Con Filosofía y carnaval, Drama e identidad (premio Nueva Crítica de Ensayo), El artista y la ciudad, Tratado de la pasión crea su propio lenguaje y apuntala sus categorías.

Va sacando piezas y más piezas de un lustroso y casi inagotable arsenal. Podía escribir con familiaridad tanto de la 'res cogitans' en Spinoza como de motetes del compositor renacentista de Josquin des Prés, como reflexionar en una columna sobre Mr. Arkadin, aquel personaje de Orson Welles que paga por que descubran su propio pasado. Por el mentado La edad del espíritu ganó el premio Ciudad de Barcelona, en 1995, y por El artista y la ciudad, del ya lejano 1975, Trías obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo. Tuvo una constante tribuna y una saludable proyección editorial. No se puede decir en este caso que España, otras veces inhóspita con sus más señeros pensadores y artistas, desoyese o despreciase al filósofo Eugenio Trías, tan prestigiado como leído. Esta breve relación de lauro y distinciones pretende dar cuenta de ello.

Entre 2007 y 2010, años atravesados por la enfermedad, tuvo un inesperado éxito con su díptico El canto de las sirenas y La imaginación sonora, mientras Galaxia Gutenberg preparaba sus obras selectas anotadas Creaciones filosóficas. Inesperado el éxito porque conseguir varias reediciones con dos vastos estudios sobre compositores, de Mozart a Bartók, pasando por Xenakis, en España, un país tan pobre en musicología, es algo realmente extraño.

La imaginación sonora, que es una indagación donde lo teológico pesa por encima de lo filosófico en sus consideraciones sobre música (insistimos: una rareza en nuestro país), culmina con una 'Coda filosófica' donde se habla del lenguaje primigenio de la música en el útero materno. La música, antes que la palabra. El retorno. En fiel descendencia de Platón (sabiendo que hacer filosofía es escribir notas a pie de página de él, que dijo Whitehead), Trías persigue lo originario, el principio matricial al que el mito evoca, antes de esa caída, “la” caída que el pensamiento más allá del pensamiento, en sus límites, en sus espacios en blanco, procura restaurar después del intervalo, la vida, el caos entre unos aforismos. Dijo famosamente el poeta Hölderlin: “Así comenzaste, permanecerás.”


Luis Antonio de Villena

Inteligente y divertido

El Mundo, Madrid, lunes 11 febrero 2013

Aunque era nueve años mayor que nosotros, Eugenio Trías (1942) entraba dentro de nuestra generación. Nosotros éramos los jóvenes y él estaba entre los mayores. Así nos decíamos Javier Marías y yo que muchas noches, de los pasados 80 y 90, cenábamos en Madrid con Eugenio cuando venía, que no era poco. Sabíamos que Trías era uno de los grandes filósofos españoles y alguien (y eso nos gustaba) que nunca había necesitado o precisado viajar a la facilidad.

Sin duda Fernando Savater, gran amigo común, era un pensador brillante y un agudo polemista. Pero a Savater siempre le decíamos (al modo francés) le philosophe, como un filósofo que se mueve entre la vida y la divulgación si hacía falta, mientras que Trías era el pensador, el filósofo puro; yo he leído en alguna parte que era el verdadero seguidor de Ortega. A mí me fascinaba uno de los primeros libros suyos, Lo bello y lo trágico.

Pero aunque la filosofía siempre estuviera al lado, porque Trías era un hombre culto de verdad y el saber le fluía por los poros, aquellas cenas madrileñas que evoco eran ante todo divertidas, inteligentemente divertidas. Una vez Javier nos contó una anécdota que sabía por su padre: habían entrado ladrones en casa del gran patriarca Xavier Zubiri, el autor de Sobre la esencia, casado con Carmen Castro, hija de don Américo. Carmen, ya mayor, enfrentó corajuda a los asaltantes y les advirtió que por motivo ninguno debían entrar en la habitación del fondo donde descansaba, enfermo, un anciano ilustre por su gran saber. Los cacos hicieron caso, pero mientras trajinaban, vieron salir de la habitación a un anciano tembloroso, y sin dudar le gritaron: ¡Usted, a la cama! Era el gran Zubiri.

Todavía siento las carcajadas de Eugenio, aficionado al gossip culto. Respetaba enormemente a Zubiri, pero creía que su filosofía de lógica sobre el lenguaje, retorciendo la realidad, más que entrando en ella, no era un buen camino para el filósofo, por notable que éste fuera. Tanto Trías como yo habíamos leído una de las obras mayores de Zubiri, Inteligencia sentiente (yo fragmentos sólo, lo confieso, es muy ardua) y ambos hacíamos parodia, digamos que en cierto modo como homenaje, de esa filosofía de los postsilogismos, que nos parecía más ingeniosa que verdadera… Pero, de repente, Eugenio declaraba: “bueno, seamos serios”. Es así como hay que volver a escribir. Nos reímos porque en el fondo somos incapaces, y volvía la fiesta para letrados…

Junto a estas parodias sabias (que para mí marcaban mucho el tono personal de Eugenio) venía después, entre platos y copas, el turno de la poesía. Y aquí era más aplicado y menos lúdico. Admirador de Hölderlin y creyente –como muchos filósofos– que el amor a la sabiduría empieza en los poetas, llegaba el turno de los presocráticos y de los poetas simbolistas, a partir de Baudelaire, en los que coincidíamos plenamente. Ahí, en cierta ocasión, le hice un juego a Eugenio: ¿Conoces el fragmento de Heráclito que dice “La axila es el sexo de los dioses”? Coño, no, me soltó. Eso es magnífico. Me costó hacerle creer que era una ocurrencia mía. ¿Lo ves? –siguió–, al poeta siempre le salen chispas que no espera, mientras que el filósofo debe andar buscándolas el pobre, por camino pedregoso.

A Trías le gustaba mucho la poesía, como luego supimos su honda intelección de la música. Mi recuerdo fundamental de Eugenio Trías –aparte de mis lecturas de algunos muy brillantes libros suyos– van ligadas a la idea poco habitual de que alguien muy inteligente puede ser un tipo simpático, lúdico, enormemente divertido y al que le gustaban las parodias, como a Marcel Proust, me digo.

Para mí, con Eugenio Trías se va no sólo el filósofo más puro y brillante de la generación (rica en pensadores, Savater, Argullol…) sino además alguien con quien sentí la cultivada amistad y ese sano reírse –entre amigos– de lo que no compartes pero admiras. Gran talento, buena escritura, lucidez y diversión. Dice mucho de nuestro descalabro cultural que nadie le propusiera una tertulia. No lo habrían entendido, aunque él no creyera en hermetismos.


Alberto Ruiz-Gallardón

Réquien por el gran filósofo del límite

El Mundo, Madrid, lunes 11 febrero 2013

Eugenio Trías, que por algo era el gran filósofo del límite, sabía que la música desempeña un papel clave en los momentos de transición entre la vida y la muerte, entre estadios distintos del misterio de la existencia, y que por eso brilla singularmente en las composiciones de natividad y réquiem. Era sólo una de sus muchas y muy agudas intuiciones en una materia que él quiso incorporar plenamente a la filosofía, no como mero objeto de reflexión, sino a la manera platónica, como vehículo de conocimiento, como presencia viva capaz de fertilizar el pensamiento.

A quienes le tratamos –y yo tuve el privilegio de hacerlo con motivo de la presentación de su inmenso ensayo El canto de las sirenas– nos consta que la música era para él un modo de vida, una manera de estar, de mirar, de comprender o cuanto menos –lo que no es poco– de interrogar al misterio de la existencia. Él tuvo además la coherencia y la generosidad de incorporar esa vivencia a su obra, proponiendo una filosofía en la que el logos musical despliegue toda su capacidad de significación y mediación, en línea con el formidable esfuerzo que, antes de El canto… ya supusieron títulos como Lógica del límite o La edad del espíritu. Trías, que tenía la ambición totalizadora que sólo puede infundir la alianza de la inteligencia y el corazón, nos invitó a considerar la música como algo más que una pura emotividad, pues no era ahí, en lo que llamaba la “semiología de los afectos”, donde más útil podía resultarnos, sino considerada como una “mediación entre el sonido, la emoción y el sentido”. Y nada de esto se quedaba, por lo que a él respecta, en simple teoría.

Recuerdo que cuando presentamos su libro, en noviembre de 2007, acababa de recuperarse de una primera convalecencia, y aseguraba que Mendelsshon había sido parte activa de su sanación, lo que a mí me recordó entonces la leyenda terapéutica que rodea a ciertas obras, como las Variaciones Goldberg. Me pregunto qué descubrimientos filosóficos o vitales le habrán procurado otras músicas en el periodo último de su enfermedad, en el trecho postrero de esta definitiva exploración del límite, en el único Réquiem que a fin de cuentas importa…

Alberto Ruiz-Gallardón es ministro de Justicia.


Javier Gomá

Eugenio Trías, al límite

ABC, Madrid, lunes 11 febrero 2013, pág. 55

Aunque, por las lecturas de sus libros, tengo la impresión de haber conocido a Eugenio Trías de toda la vida, en realidad lo saludé en persona por primera vez cuando vino a uno de los seminarios de filosofía organizados en la Fundación Juan March, a principios de este siglo, y desde ese día habremos coincidido no más de seis o siete veces. Por tanto, mi trato personal es tardío y escaso, y en este aspecto, sólo puedo dar testimonio de una personalidad amable, serena, reflexiva, exquisita, corroborada por varios intercambios de correo donde, aprovechando la confidencialidad del medio, estos rasgos se manifestaban incluso con más generosidad.

Recuerdo con especial emoción el acto de la presentación en Madrid, en 2009, de Creaciones filosóficas, los dos gruesos volúmenes publicados por Galaxia Gutenberg que contienen un compendio de sus grandes obras. A todos los asistentes se nos hizo evidente la amplitud extraordinaria, inusual, de su empeño filosófico. Yo no afirmaría, como suele hacerse de Trías, que sea un filósofo sistemático sino más bien un pensador de lo Absoluto: es decir, de ese estadio absoluto del Espíritu hegeliano que comprende filosofía, religión y arte. Construyó una sólida filosofía del límite y de la razón fronteriza, pensó la religión y las edades del espíritu, y dedicó varios y extensos estudios al arte, lo bello y lo siniestro. Se diría que el paso de los años daba aún más magnitud a sus meditaciones que, creciendo orgánicamente, alcanzaban también a la ética, a la política, a la pasión humana o a la ciudad, incluyendo algunas sagaces interpretaciones de figuras como Goethe, Thomas Mann, Duchamp o Walles.

Últimamente habían obtenido un éxito resonante sus dos monografías dedicadas a la música y pronostico que lo hubiera tenido también esa otra sobre el cine que se quedó en el telar. De manera que todo lo humano, en todas sus expresiones, pero sobre todo en las más eminentes, fueron acogidas hospitalariamente en su filosofía, la cual se atrevió a recuperar esos temas mayores de la gran tradición filosófica occidental que las tendencias contemporáneas, más livianas o intrascendentes, dejan a un lado, más por impotencia que por voluntad propia.

Y además supo trasvasar algunas de las perlas delicadas de su teoría enciclopédica a los periódicos y suplementos culturales, donde publicaba regularmente sus esperadas colaboraciones. Él, que tanto escribió sobre el límite, ha cruzado ya uno que a todos nos espera y hacia el que él siempre estuvo abierto con curiosidad insaciable. Una vida fecunda y una obra perdurable. De él se puede decir con plena convicción que no vivió en vano. Descanse en paz.

Javier Gomá es filósofo y director de la Fundación Juan March


Gabriel Albiac

Trías en las cesuras

ABC, Madrid, lunes 11 febrero 2013, pág. 56

Eugenio Trías abría la que es quizá su obra más ambiciosa, La edad del espíritu, de 1994, con una reflexión acerca de los intervalos: el lugar en el que todo sucede para aquel que apuesta por vivir en esa escritura incierta a la cual, desde Platón, llamamos filosofía. En la cesura que marca el cierre de un libro, no hay autor que no sepa haber dejado algo de su vida sobre lo cual ya nunca volverá y que seguirá determinando las nuevas vidas que le forzarán a volver a inventarse en otros libros. Sin sosiego. Distinto cada vez, cada vez en una nueva clave del ser. Como si, a fin de cuentas, la única clave verdadera de una biografía debiera buscarse en el sentido que esa discontinuidad puntúa en el fluir del tiempo. «La muerte», anotaba Trías allí, «es, quizás, un espacio en blanco: el que medía entre dos aforismos…, mutación hacía una nueva, o renovada, forma de ser y de existir».

La búsqueda del sentido, en un mundo que de él carece, debe ser rastreada en esos instantes vacíos con que la discontinuidad nos fuerza a rehacer todo lo pensado. Y a desechar, con frecuencia, tantas cosas en las cuales creímos poder dar clave coherente a nuestros anhelos. El empecinamiento del filósofo consiste en ese despiadado enfrentarse a lo ya hecho. Y, una y otra vez, volver a comenzar el juego de la escritura como si fuera nuevo, como si nada de lo escrito pesase: pensar es dinamitar las propias convicciones. Trías daba esa paradoja con palabras de Goethe: «¡Muere y transfórmate!» No hay otro modo de estar vivo.

Las cesuras que dan sentido a la obra de Eugenio Trías son, sin duda, generacionales. Hay un arranque en ella que es, como el de todos los de nuestra edad, el retorno sobre textos que abren el pensar contemporáneo: Marx, Nietzsche, Freud. Del juego de paradojas mediante el cual esos tres nombres quiebran los tópicos acerca del sujeto humano, Trías tomará su punto de partida. Al cabo, será Nietzsche quien le acompañará ya para el resto de su vida como interlocutor privilegiado: pero vale la pena releer hoy aquella Teoría de las ideologías del año 1970, para percibir hasta qué punto su lectura de Marx y Freud anunciaba ya travesías muy alejadas de cualquiera de las tentaciones escolásticas que asfixiarían a otros.

La dispersión, del año 1971, revelaba una voluntad literaria que, a través del homenaje al estilo aforístico nietzscheano, nos ponía ante una apuesta de radicalidad muy difícil de situar: Trías alzaba el vuelo. Hacia ese territorio en el cual especulación y estética son indistinguibles. Y esa apuesta y ese estilo iban a marcar continuidad de su obra, a través de todas las discontinuidades.

En cada línea de Trías, el lector ve resonar un gusto desenfrenado por la gran literatura: por la centroeuropea, en primer lugar, pero no sólo. También, el saber hondo plástico que cristaliza en Lo bello y lo siniestro. También –y cada vez con más peso– la primordial metafísica de la música, que él desarrollaría en El canto de las sirenas, del año 2007. También –y no es demasiado frecuente eso entre nuestros filósofos–, la comprensión del cine como constructor de la conciencia y las pasiones del hombre del siglo XX: su libro sobre el Vértigo de Alfred Hitchkock es una primorosa exquisitez no sólo para los cinéfilos.

Y, al fin, ¿qué emerge a lo largo de las cesuras que el filósofo ha ido marcando con lucidez sobrias? El sentido. Su ausencia, esto es, la necesidad de construirlo. A eso llamaban los clásicos la búsqueda del absoluto. Y, para eso, Eugenio Trías reservó un nombre preciso: lo sagrado. Y es esa reflexión sobre lo sagrado la que cierra su vida intelectual y construye sus libros, pienso, más intemporales: La edad del espíritu y Pensar la religión.

Todo ha sido, sí, cesura, espacio en blanco. Pero la obra que contemplamos, al final de todo, tiene la bella armonía de los grandes teoremas matemáticos. O de las sinfonías.


Arcadi Espada

La espiral

El Mundo, Madrid, martes 12 febrero 2013

eugenio Trías quiso construir un sistema. Es decir, un cercado conceptual donde la vida adquiriese sentido. No tengo la menor idea de si lo consiguió, y si de conseguirlo le funcionó con eficacia. Deduzco de las múltiples reseñas periodísticas sobre su muerte que hay muchos especialistas que manejan con soltura asuntos como el límite y la sombra, y aún más, la sombra del límite y el límite de la sombra. De lo que me congratulo, porque hace irrelevante mi ignorancia. Yo solo pude conocer el proceso de construcción de su sistema; observar su voluntad férrea, de otro tiempo, de una noble humanidad arrogante. En tiempos fragmentados, aforísticos, nanológicos, Trías quiso pensar a lo grande. La ambición tuvo efectos magníficos. El espectáculo de un creador peleándose con asuntos que le sobrepasan y hasta que le vapulean, ese toma y daca, es uno de los grandes momentos del pensamiento y del arte. Pero, además, tiene efectos prodigiosos cuando la mirada del creador se proyecta sobre asuntos supuestamente menores. Si Trías escribió páginas memorables sobre La Traviata (en su Tratado de la pasión) o sobre Vértigo (en Lo bello y lo siniestro) fue porque desde niño se había propuesto retar a dios en cruento desafío. Y porque sabía que dios se ocultaba en todas partes, con especial apego a la espiral del moño de Kim Novak. Había visto decenas de veces la película de Hitchcock. Una tarde le pregunté si había llegado a entenderla, mordió el chicle de nicotina y dijo que no. Es verdad que en su pelea ha acabado muriendo; pero solo unas horas antes de que renunciase el primer papa que lo deja desde aquel Gregorio XII de 1415. Los periodistas sabemos muchas de estas inapelables relaciones entre causas y efectos.

Tuvo otra cosa. No acababa de estar completamente bien en parte alguna. Ni en el campo ni en la ciudad; ni en Barcelona ni en Madrid; ni en el aula ni en la calle; ni en la especulación ni en la divulgación; ni en el periodismo ni en la ficción; ni en el Opus ni en el comunismo; ni en El País, ni en El Mundo ni en Abc. Este desasosiego lo hizo un hombre poco fiable. Pero también lo convirtió en un raro español antisectario. Como su queridísimo hermano Carlos (las primeras letras de aquel Cargenio que escribía novelas a cuatro manos) traicionó su pijería ontológica con el desarrollo de un incompatible gusto por la dificultad. Pero siempre conservó el encanto de fábrica.


Ramón Pi

Esencia y existencia

Trías y Polo fueron dos pensadores originales, de humildad intelectual.

intereconomia.com La columna de Ramón Pi, 12 febrero 2013

El sábado murió en Pamplona el filósofo Leonardo Polo, a los 87 años recién cumplidos. Un día después moría en Barcelona Eugenio Trías, también filósofo y discípulo durante un tiempo de Polo, de quien captó por primera vez la noción del límite del pensamiento humano, que le daría notoriedad entre los estudiosos de la filosofía; de hecho, no pocos comentaristas de su fallecimiento han jugado con el concepto de límite al recordar su trayectoria intelectual.

Si se me permite una simplificación casi esquelética que tenga cabida en estas pocas líneas, diré que el trabajo de todo filósofo reside en bucear en el ser de lo cognoscible, de lo susceptible de ser conocido por el homo cogitans. A partir de Descartes, le metafísica va dejando paso a la teoría del conocimiento: ya no se preguntan tanto los filósofos qué son las cosas como de qué modo llegamos a conocerlas. Hijos de su tiempo, Polo y Trías discurren (cada uno por su lado) por los caminos gnoseológicos, se interrogan por la capacidad del conocimiento humano para aprehender el ser, y recalan en la pregunta por el existir; y ahí se enfrentan al Ser por antonomasia, que ha de ser el Ser-que-Existe, y del que Polo llega a afirmar que es impensable, dado que el pensamiento tiene límites. Trías, por su parte, reflexiona brillantemente sobre las manifestaciones del Ser, y profundiza en la Belleza –sus pensamientos sobre la música son notables, y no se le escapa una particular devoción por el buen cine– y, naturalmente, en la religión.

Trías, y antes que él, Polo, son dos pensadores originales; de más difícil comprensión el mayor, más asequible para los no especialistas el más joven, constituyen dos ejemplos de eso que resulta hoy tan escaso como es la humildad intelectual. Y mueren haciéndose las preguntas profundas, antiguas y tan razonables: después de morir, ¿ocurre algo? Y si es así, ¿de qué naturaleza es ese algo? Y, más precisamente, ¿tiene que ver ese algo con lo que ocurrió antes de la muerte?


Manuel Hidalgo

El Árbol de la Vida

El Mundo, Madrid, miércoles 13 febrero 2013

El Árbol de la vida fue el título de las memorias de Eugenio Trías, editadas en el año 2003 por Destino. No aludía el pensador a la película de Terrence Malick (2011), todavía no realizada, sino a otra, así llamada en su versión española, dirigida en el año 1957 por Edward Dmytryk, con el título original de Raintree County, e interpretada por Montgomery Clift, Elizabeth Taylor y Eva Marie Saint. Esta última sería poco después la ambigua heroína de Con la muerte en los talones (1959), del muy admirado Alfred Hitchcock, a quien Trías dedicaría su imprescindible ensayo Vértigo y pasión (1998), prolongación específica de Lo bello y lo siniestro (1981).

El caso, y bien curioso, es que Trías, en su interpretación del cogollo de la película de Dmytryk, que vio muy joven y que fue determinante de su orientación vital e intelectual, anticipó el sentido de las reflexiones que Malick haría en su filme, aunque tengo dudas –mala memoria– de si el desarrollo dado al tema por este director complació por entero a Eugenio. Tal vez lo recuerden Manuel Llorente y Pedro García Cuartango, compañeros varias veces de mantel y tertulia.

El árbol. Lamento no haberle hecho nunca a Eugenio la broma –se me ha ocurrido ahora– de que su interés por el Árbol de la Vida estaba marcado por la analogía cierta entre su apellido –Trías– y la pronunciación de la palabra «árbol» –«tree»– en inglés: «tri». Tal vez el filósofo hiciera alguna alusión a esto en algún texto suyo que desconozco o no recuerdo.

Malick profundizó en su película, como digo, en la parte del discurso del filme de Dmytryk que había cautivado y motivado a Trías muchos años atrás, esto es, en el sentido de la existencia del Árbol de la Vida en el Paraíso según el testimonio bíblico del Génesis (2, 9). Dios había creado ya el mundo y a Adán cuando hizo un huerto al oriente del Edén y situó en él «árboles hermosos de ver, y buenos de comer». En el centro de este huerto, situó Dios el Árbol de la Vida –garante de una experiencia abocada a la inmortalidad– y el Árbol del Bien y del Mal o del Conocimiento, cuyos frutos Dios prohibió tomar a Adán y a Eva, que le desobedecieron, por la tentación de la serpiente demoníaca, con las consecuencias ya conocidas.

Hay que hacer notar que la tradición cristiana llama a la Cruz en la que fue muerto Jesucristo «arbor crucis», entendido también como Árbol de la Vida, pues la muerte en el leño de Jesús, y mediante su sacrificio redentor, nos restituye la posibilidad de la vida eterna que nos había quitado el acceso a los frutos del Árbol del Bien y del Mal. Trías, en sus memorias, consigna su interés por el «arbor crucis», y en la esquela que yo he visto, dando noticia de su fallecimiento y funeral, aparece una cruz.

Como filósofo, está claro que Eugenio Trías ha pugnado por los frutos del Árbol del Bien y del Mal, es decir, por el Conocimiento, pero, como muestran y demuestran sus memorias, ha tenido un especial interés por el Árbol de la Vida, el que aúna bajo el frondor de su tronco, ramas, hojas, flores y semillas la inevitable experiencia conjunta de vivir y morir.

La película de Edward Dmytryk, a la que Trías dedica varias páginas en sus memorias, se basa en una novela de Ross Lockridge, que, a su vez, recoge una leyenda inspirada en la tradición bíblica protestante. En el condado de Raintree –expresamente nombrado en el título–, los jóvenes, como itinerario de iniciación y consolidación de su madurez, están invitados a descubrir un gran y fantástico árbol situado en lo hondo de un bosque lleno de peligros. Instado por una bella muchacha (Taylor), a esa tarea dificultosa y aventurera se aplica el protagonista (Clift) durante la Guerra de Secesión, con el resultado –y abrevio mucho– de que la chica queda embarazada y de que, finalmente, el héroe –¿podemos llamarlo así?– encuentra su cadáver al pie del árbol, entre sus potentes y largas raíces, pero, eso sí, junto al bebé que había sido concebido por ambos, de manera que, junto a la muerte, está la vida como una dualidad inseparable.

Esto es lo que impresionó al joven Trías, que quiso hacer de su experiencia vital e intelectual la creación y el hallazgo simultáneos de ese Árbol de la Vida, ramificado, populoso y, con perdón, arborescente, pródigo en rayos de sol que se filtran desde lo alto y en sombras inquietantes, que es preciso intentar armonizar, del mismo modo que en su base descansan la muerte y la vida –el cadáver de la mujer y del recién nacido– en una cadena permanente, intermediada por el amor.

Y, refiriéndose a ese Árbol de la Vida, Eugenio Trías escribía en sus memorias unas líneas que no necesitan glosa, que explican su objetivo existencial y filosófico: «Lo importante era, sobre todo, no cejar jamás del empeño en descubrirlo (y gozar de sus frutos de oro). Quizás el árbol se alcanzaba ya en el propio esfuerzo de su búsqueda […]; quizás el camino era ya la meta, siempre que se prosiguiese sin desfallecimiento, reanudándose la marcha incluso cuando todo hiciese prever que resultaba definitivamente inalcanzable. Quizás el recorrido del camino era el propio resultado. Quizás el trazado mismo del itinerario, o del 'método' (que literalmente significa lo mismo que camino o itinerario), era de hecho y de derecho la finalidad pretendida, el fin consumado y concluido (en su propia forma peregrina y siempre inconclusa)».