Filosofía en español 
Filosofía en español

Ante el fallecimiento de

Antonio Aróstegui Megías

Ogíjares (Granada) 23 septiembre 1922 / Ceuta 4 julio 2009


El sábado 4 de julio de 2009 falleció en Ceuta, a los 86 años de edad, el profesor de filosofía español Antonio Aróstegui Megías.

  1. Falleció el profesor Antonio Aróstegui a los 87 años
  2. La desaparición de un librepensador granadino: Antonio Aróstegui, José Luis Gómez Barceló
  3. Antonio Aróstegui, Francisco Gil Graviotto
  4. D. Antonio, Andrés Gómez Fernández
  5. El IEC participa en el homenaje que le rinde su pueblo a Antonio Aróstegui
  6. Homenaje a Antonio Aróstegui, Francisco Gil Graviotto

Falleció el profesor Antonio Aróstegui a los 87 años

El Faro de Ceuta, domingo, 5 de julio de 2009

Era colaborador habitual de ‘El Faro’ que pierde una de sus mejores firmas

Ayer falleció en nuestra el profesor Antonio Aróstegui, quien durante muchos años dio clases de Filosofía en el Instituto Siete Colinas. Además era colaborador asiduo de este medio de comunicación, abordando toda serie de temas, demostrando siempre un gran conocimiento de los mismos. ‘El Faro’ pierde así una de sus mejores firmas.

Nacido en Ogíjares (Granada) el 23 de septiembre de 1922. Estudió la enseñanza media en el Instituto «Padre Suárez» de Granada, y la carrera de Filosofía y Letras en las Universidades de Granada y Madrid, obteniendo la licenciatura en 1945.

El 24 de enero de 1959 se incorpora, como Catedrático de Filosofía, al Cuerpo de Catedráticos Numerarios de Institutos Nacionales de Enseñanza Media de España, desempeñando su cometido como funcionario en Ceuta (es miembro numerario del Instituto de Estudios Ceutíes) y más tarde en Madrid, en el Instituto «San Juan Bautista». En octubre de 1979 fue uno de los impulsores principales, junto con José Ángel López Herrerías, de la creación de la Sociedad Española de Profesores de Filosofía de Instituto, SEPFI, de la que fue presidente hasta 1985, siendo más adelante nombrado su Presidente Honorario, aunque sin actividad ni presencia en los quehaceres asociativos desde 1985.

Hombre inquieto desde el punto de vista intelectual, causó una gran influencia entre todos sus alumnos en su época de profesor en el Instituto de nuestra ciudad.

Desde estas líneas queremos expresar nuestro más sincero pésame a sus familiares y de manera especial a Juan Luis Aróstegui, colaborador habitual, al igual que su progenitor, en las páginas de este diario con su siempre ácido y seguido ‘El dardo de los jueves’.


José Luis Gómez Barceló

La desaparición de un librepensador granadino: Antonio Aróstegui

El Faro de Ceuta, viernes, 10 de julio de 2009

Cuando sus amigos recibíamos el último volumen de sus memorias y nos entreteníamos en comentarlas, Antonio Aróstegui decidía abandonarnos para siempre, sin ruido. Ocurría el pasado sábado, 4 de julio. La vida, que no siempre le trató bien, en esta ocasión optó por llevárselo sin que se diera cuenta, como merecía. Pero bueno, si le hacemos caso, habríamos de reconocer que él siempre llegó a los sitios con ruido, pero supo marcharse de ellos con enorme discreción.

Hombre público, porque pública era su actividad profesional e intelectual, trataba de pasar lo más inadvertido posible en lo personal. Amigo de sus amigos sin importarle las consecuencias, siempre dispuesto a compartir su tiempo con ellos, era enemigo del elogio, de los laureles y honores, de la vanagloria y la mentira.

Como Pemán, podría haber presumido de amigos importantes, pues los tuvo: Andrés Segovia, Manuel Rivera, Antonio Buero Vallejo, Eduardo Maldonado, Martín Recuerda, Antonio Arribas Palau, José Luis López Aranguren, Paco Izquierdo, Antonio Jiménez Blanco… y tantos y tantos más.

Hablar de Antonio Aróstegui es hacerlo de un librepensador, de un hombre ilusionado por la vida, volcado en la educación, enamorado de la cultura en todas sus facetas. Un maestro sin pretenderlo.

En Granada supo escribir páginas y más páginas de una cultura siempre combativa y combatida, con posiciones valientes, que en ocasiones le granjearon no pocos problemas, pero que sin duda le valieron el respeto de los más. La prensa granadina le recompensó dándole carta ejecutoria de crítico literario y artístico, que él supo devolver con obras tan importantes como El arte abstracto (1954), Panorama actual de la pintura granadina (1962), 60 años de arte granadino (1974), La vanguardia cultural granadina 1950-1960 (1996)…

El arte, quizá, fue uno de los ámbitos que le dio mayores satisfacciones y mejores éxitos que aparte de los títulos mencionados se complementa en sus estudios y biografías de artistas como Eduardo Maldonado, Elena Laverón, Killis, Marina Lorente…

En Ceuta y Madrid puso en marcha proyectos educativos y culturales que le dieron fama pero, sobre todo, alumnos, discípulos, apasionados discípulos diría yo. Catedrático de Filosofía, maritainólogo confeso, deja una importante obra en su disciplina, que le han hecho entrar en las enciclopedias por derecho propio. Recordar El espacio en la física tomista y en la física actual (1961), La Persona (1962), Antología del pensamiento filosófico y científico (1963), Doctrina social Católica (1964), La lucha filosófica (1975).

Su marcada preocupación social y política se reflejará en títulos como Pluriempleo y destajismo en la enseñanza media oficial (1967), El marxismo y las tendencias marxistas (1975), La conciencia política del pueblo español (1994) o Función educativa de los institutos: Una experiencia en el «San Juan Bautista de Madrid» (2000).

Sobre su vida intelectual y profesional nos dejó, este mismo año, El libro de las vivencias, de las obras no escritas y del llanto (a modo de «memorias») que siguieron a esas otras memorias de sus luchas por decir lo que quería y cuando quería: El muro democrático y otros muros (2003).

Antonio Aróstegui Megías (Ogíjares, Granada 1922-2009 Ceuta) deja en todos nosotros una huella de bonhomía, de integridad, de saber y de ética imborrable. Una huella que nos exigirá recordarle, leerle y beber a su salud.


Francisco Gil Graviotto

Antonio Aróstegui

El Faro de Ceuta, sábado, 11 de julio de 2009

El pasado sábado, día cuatro de julio, falleció en la ciudad de Ceuta, Antonio Aróstegui. Fue enterrado al día siguiente, en la mayor intimidad y silencio, en el cementerio de dicha ciudad. Ha sido sin duda este silencio de la familia la causa de que la noticia de su fallecimiento no llegara hasta ayer, miércoles, a su ciudad, Granada, en cuyas cercanías –el entonces diminuto pueblecito de los Ogíjares, ahora populoso– vino al mundo el escritor el día 23 de septiembre del año 1922.

Antonio Aróstegui era una de las figuras señeras del pensamiento y las letras granadinas de la posguerra. Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, fue en la década de los cincuenta, uno de los mayores activistas –acaso el principal– del nuevo renacer de las letras y la cultura granadinas. Incorporado a la plantilla del periódico Patria –indudablemente uno de los grandes aciertos de su director, José María Bugella–, supo desde sus páginas promocionar los nuevos talentos de una Granada que, tras el colapso de la guerra civil, como el ave Fénix, volvía a resurgir. Las autoridades franquistas de la época, aunque fuera a regañadientes y siempre muy vigilados, dejaron vivir y crear a estos jóvenes que resurgían de las cenizas. Nombres tan significativos como los de José Carlos Gallardo, Víctor Andrés Catena –fallecido hace tan sólo unos quince días–, Elena Martín Vivaldi, José Fernández Castro, Manuel Maldonado, Antonio Moscoso, Manuel Rivera y tantos otros de aquella Granada emergente y desaparecida, van unidos al suyo. Tertulias tan singulares y legendarias como «La Abadía Azul», actos tan memorables como los «Café y Copa» en el desaparecido Café Suizo, ediciones hoy tan rebuscadas como las de «La Nube y el Ciprés», llevan su impronta o al menos el sello de su colaboración. Fue precisamente en las ediciones de «La Nube y el Ciprés» donde José Carlos Gallardo, con un admirable prólogo de Antonio Aróstegui, publicó el libro que lo lanzaría a la fama: «Hombre Caído».

Además de deslumbrante ensayista y eminente periodista literario, Aróstegui también fue un reputado pensador. Su faceta de filósofo tiene, dentro del pensamiento granadino, precedentes tan notables como Antonio Linares Herrera, Miguel Cruz Hernández o Ángel Benito y Durán, nombres hoy inmerecidamente olvidados, con los que él se sintió siempre más o menos vinculado.

Hasta la publicación del libro Una conjura española contra Maritain los gerifaltes del fascismo español dejaron a Antonio Aróstegui tranquilo y en paz. La retirada del libro de los escaparates –el gobernador civil de Granada tardó su tiempo en saber quien era Jacques Maritain–, indicaba bien a las claras que la permisibilidad del régimen había tocado fondo. Era algo que entraba dentro de la lógica de aquellas «usurpadores del poder«, según la expresión acuñada por Ayala. Los intelectuales franceses, incluidos los católicos, simpatizaban a favor de la República Española y los jerarcas de la dictadura española habían tomado muy buena nota de tal acontecer. Georges Bernanos –esencial es su libro Los grandes cementerios bajo la luna– y Jacques Maritain, muy católicos los dos pero muy antifranquistas, se distinguieron por su énfasis en la denuncia ante el mundo de los crímenes del franquismo. Era, pues, inconcebible que el régimen dejara en los escaparates un libro que elogiaba a un filósofo que no cesaba de proclamar la legitimidad de la República española. Con la retirada del libro llegaba un expediente de sanciones. Desde ese momento los jerarcas de la dictadura siguieron con ojo avizor todos los movimientos, idas y venidas de Aróstegui.

En su libro La vanguardia cultural granadina 1950-1960, editado por Caja Granada en 1996, Antonio Aróstegui nos cuenta con todo detalle este choque frontal con el régimen y otras muchas cosas de interés. Es un libro que todos los granadinos deberíamos leer, sobre todo los jóvenes que no conocieron aquellos años. Muchos creen que la gente de entonces se pasaba la vida rezando y cantando el «Cara al Sol». La realidad era bien distinta. Pero hay otros varios libros más en su haber. Anoto los más importantes: La lucha filosófica (Madrid, 1975), Bajo la ley del silencio (Granada, 1991), El muro democrático y otros muros (Ceuta 2003) y el último de todos: El libro de las vivencias, de las obras no escritas y del llanto (a modo de memorias), recientemente publicado por el Instituto de Estudios Ceutíes.

Se da la circunstancia de que, hace cuestión de unos quince días, acaso un poco más, este libro fue presentado en la ciudad de Ceuta. Se trata de una obra interesantísima en la que los recuerdos personales se mezclan con la historia, la filosofía y el periodismo. Granada y lo granadino ocupan una buena porción de sus páginas. Sólo con el comentario de este libro habría para hablar largo y tendido. Quede para otra ocasión. Antes de terminar, me permito una sugerencia a la intelectualidad de la ciudad: cuando pase el éxodo del verano y vuelva la actividad normal, deberíamos organizar entre todos el homenaje que Antonio Aróstegui se merece. Con él pierde Granada una de sus figuras más señeras.


Andrés Gómez Fernández

D. Antonio

El Pueblo de Ceuta, martes, 21 de julio de 2009

A mi regreso de mi breve estancia en la Península, me entero de que D. Antonio Aróstegui había fallecido. Para mí, una gran sorpresa, porque no imaginaba que su salud no era la deseada. Pero terminó con él. Me impactó enormemente la noticia.

Mi relación profesor/alumno se produjo en el cuso 1957-58, en el Instituto «Siete Colinas», donde él nos impartía clase de Lengua y Literatura Española, en el Bachillerato Nocturno.

En esta modalidad de Bachillerato, asistíamos un alumnado procedente del mundo laboral. Alumnos que oscilábamos en edades desde dieciocho años hasta los cincuenta –algunos con unos años más–. Obreros, funcionarios, militares… Nos veíamos en clase, con un horario de siete a diez de la noche.

Junto al desaparecido D. Antonio, tuvimos la suerte de que nos atendiera un grupo de magníficos profesores: D. Jaime Rigual, D. Rafael Peñalver, D. José Fradejas, D. Manuel Gordillo, D. Carlos Posac, D. Luis Luna, la Sta. Filo… Todos ellos excelentes profesores, muy entregados a su labor.

Nuestro grupo, uno de los más numerosos, procedíamos del desaparecido Parque de Artillería. Todos, pues, obreros. También lo era el formado por los militares. Todos con una ilusión enorme de llegar a conseguir nuestro deseado diploma de Bachillerato Elemental, fundamental para lograr nuestros objetivos. Era, pues, un proyecto muy serio.

De D. Antonio, qué decir. Gran profesional y una gran persona. Recuerdo que una noche de puro invierno, pese a la inclemencia del tiempo, allí acudimos la mayoría de los alumnos de la clase. D. Antonio se retrasó ligeramente, venía «empapado» de la cantidad de agua que estaba cayendo. Se disculpó por el retraso y nos elogió por nuestra presencia. Y nos pusimos a realizar una redacción sobre nuestra llegada al centro escolar, en noche tan lluviosa.

Pienso cómo sería el momento de su jubilación, después de muchos años de dedicación a la enseñanza. Su despedida en su Instituto. Con nostalgia, porque pensaría que ser «forjador de hombres» es la más bella misión que puede tener una persona. Creo, por otro lado, que, en su caso, no se produciría desencanto alguno, porque no viera realizado el proyecto de toda su vida… Y se marcharía, con su madurez personal y profesional, ofreciendo a la sociedad sus mejores frutos.

Profesores totalmente entregados, respetuosos y, de los cuales recibíamos un trato preferencial. A la manera de anécdota, quiero recordar la situación vivida por un compañero. Era de los más estudiosos, pero ese día no preparó su examen. Y se dispuso a hacerlo. Como no sabía nada, tomó el recurso de copiarse, para lo cual era un neófito. Pero algo tenía que hacer y se le ocurrió abrir el libro y colocarlo en el suelo de la clase. El profesor, desde su lugar de observación lo descubrió y, sin apenas darse cuenta el resto de la clase, se acercó al inexperto «copiador» y le dijo: ¡Compañero, se te ha caído el libro, recógelo!. ¡Qué lección tan magnífica! Después, el propio alumno, habló con el profesor.

Acerté plenamente al enviarle uno de mis libros, concretamente, el último, Un antes y un después. Esperé pacientemente su opinión. Pasado un corto período de tiempo, próximo a las últimas Navidades, una llamada telefónica me produjo una enorme emoción. Era él, D. Antonio. Ya había leído mi libro, mi modesta publicación, y me sometió a un intenso interrogatorio. A parte de su contenido, que sí le agrado, sobre todo, sabiendo que estaba enfocado en torno a la escuela. Le llamó poderosamente la atención la labor que yo había realizado para llenar sus páginas de gran cantidad de alumnos, que habían pasado por mis aulas. Reconociendo el esfuerzo que yo había hecho para convertir a mis alumnos en autores y protagonistas…

Para mí, la llamada de D. Antonio, significó una especie de «aguinaldo» por producirse en esos días de Navidad, y un estímulo enorme al indicarme que continuara con la elaboración de otros libros con el mismo tema. Con los deseos de unas «Felices Navidades», D. Antonio se despidió.

Se nos ha ido D. Antonio. Una vida dedicada a la enseñanza, en la que valoró mucho su responsabilidad. Fue ante todo un hombre entusiasta, que contagiaba su gran vitalidad y sus grandes valores, entre los que le rodeaban. Se nos ha ido con la elegancia, el silencio y la humildad, –el que fue tan grande– con la que supo siempre rodear su ejemplar existencia. Por eso no me parece acertado exponer aquí y ahora, la lista de sus méritos profesionales, libros, artículos, charlas… Otros hablarían de él con más autoridad que yo.

Siempre destacó por su entrega y dedicación, por la brillantez de sus ideas, por su gran capacidad de superación y por su aportación incansable al mundo de la enseñanza.

Pienso que muchos de sus alumnos hoy, con nostalgia y tristeza, les habrán llorado, a ese hombre inteligente, profesional, dinámico, que se crecía ante las dificultades. Y muy especialmente aquellos alumnos de la «gran oportunidad nocturna», le echaremos de menos.

Por último, ya sólo me queda mandar un saludo lleno de admiración y respeto a su familia.


El IEC participa en el homenaje que le rinde su pueblo a Antonio Aróstegui

El Pueblo de Ceuta, miércoles, 4 de noviembre de 2009

El Instituto de Estudios Ceutíes participará hoy en el acto homenaje que el Ayuntamiento de Ogíjares (Granada), pueblo donde nació, y la Asociación de la Prensa de Granada, tributan a Antonio Aróstegui Mejías, con motivo de su fallecimiento en julio del presente año. Por la mañana, a partir de las 12 horas, el Ayuntamiento realizará un sencillo acto donde se impondrá su nombre a una calle de localidad y descubrirá una lapida en la casa en la que nació y a las 12,30 h. en el Salón de Plenos donde se le nombrará hijo predilecto. Por la tarde, a partir de las 20 horas, tendrá lugar un acto de homenaje en la Asociación de la Prensa, sita en el Antiguo Hospital de Peregrinos, donde intervendrán diversos intelectuales y personalidades de toda España, en que se recordará y pondrá en valor la figura de aquel gran intelectual que fue Antonio Aróstegui. Fue miembro fundador del IEC en 1969 y director del mismo entre 1997 y 1998. En Ceuta, donde ejerció de Catedrático de Filosofía en el Instituto de Enseñanza Media entre 1959 y 1969, etapa en la que contribuyó, junto con otros ilustres miembros del IEC, como Fradejas, Posac o Manuel Gordillo, a una profunda renovación de la cultura ceutí. Dirigió el Departamento de Publicaciones del INEM que realizó una ingente labor editora en los años sesenta. El mismo público en esa época más de una decena de obras de diferente temática, filosóficos, morales, científicos o artísticos. Desde 1969 se mantuvo ligado a nuestra ciudad, en la que residía en el momento de su muerte, habiendo publicado en Ceuta sus últimas obras: «El muro democrático y otros muros» (2003) y la presentada en la última feria del libro «El libro de las vivencias, de las obras no escritas y del llanto (a modo de «memorias»)» (2009).

El IEC será representado por José Antonio Alarcón Caballero, Decano de la Sección de Historia y amigo personal de Antonio Aróstegui, que intervendrá durante el homenaje glosando la que fue la etapa ceutí de Antonio Aróstegui, época muy importante en la conformación de su figura intelectual y humana.


Francisco Gil Graviotto

Homenaje a Antonio Aróstegui

La Opinión de Granada, miércoles, 4 de noviembre de 2009

Hoy, 4 de noviembre, hace justo cuatro meses que falleció Antonio Aróstegui, escritor, filósofo, crítico de arte, profesor y mentor de varias generaciones de estudiantes. Ocurrió en la ciudad de Ceuta y aquí no lo supimos hasta algunos días después. Fue a raíz de la llegada de tan triste noticia cuando le propuse al profesor Roca hacerle el merecido homenaje.

—¿Y si le hiciéramos un homenaje?

—¿Nosotros?

—Sí, nosotros.

—Cuenta conmigo.

Se adhirió a la idea encantado y aquella misma mañana, mientras él consumía un vaso de agua mineral y un servidor una taza de té, perfilamos cómo íbamos a enfocar el acto. En días sucesivos se nos fueron uniendo otras personas de valía y varias instituciones. No quiero ni puedo olvidar a los más significativos: la Asociación de la Prensa, que a través de su presidente, Antonio Mora, desde el primer momento nos ofreció su sede para la celebración del acto; el periódico Ideal, cuyo director, Eduardo Peralta, también desde el primer día, nos ofreció las páginas del periódico para hablar del homenaje y del homenajeado, lo mismo que su antiguo director y actual Defensor del Pueblo, Melchor Saíz-Pardo, se brindó a participar en el acto. Por aquellas mismas fechas o un poco después se nos unieron la delegada y responsable de Cultura de la Diputación de Granada, señora Cotarelo, el profesor de Filosofía de la Universidad de Granada, Juan Francisco García Casanova, el prestigioso pintor José Hernández Quero, la asociación cultural Granada Histórica, cuyo presidente, César Girón, también se ofreció a intervenir en el acto y el Ayuntamiento de los Ogíjares.

El caso del Ayuntamiento de los Ogíjares merece punto y aparte. Apenas publicada la noticia del fallecimiento de Antonio, el pleno municipal, con la aquiescencia de todos partidos políticos, declaró a Antonio Aróstegui hijo predilecto del pueblo. En la entrevista que unos días después mantuve con la alcaldesa, Herminia Fornieles, y el concejal de Cultura, Manuel Fernández-Fígares, todo fueron facilidades. Sin demasiado esfuerzo delimitamos las dos partes del homenaje: la primera en los Ogíjares, con entrega a la familia del pergamino de la declaración de hijo predilecto del pueblo y placa en el lugar donde nació (la casa primitiva no existe, fue arrasada por el mal llamado desarrollo) y acto de homenaje en el salón de actos del Ayuntamiento. La segunda parte, será en Granada, en la Asociación de la Prensa y consistirá en la lectura de diversas páginas de amigos y admiradores del filósofo.

Algo parecido ha ocurrido con el Centro de Estudios Ceutíes de la ciudad autónoma de Ceuta, editora del último libro de Antonio –sus inolvidables ´Memorias´, publicadas apenas dos semanas antes de su fallecimiento–, que, a pesar de la distancia, también ha querido unirse al homenaje. En nombre y representación de la mencionada ciudad tendremos al escritor y bibliotecario José Antonio Alarcón Caballero, amigo del filósofo y de su familia, que nos hablará de la etapa ceutí de Antonio Aróstegui. Al mismo tiempo, por correo postal o electrónico nos han llegado páginas memorables de ilustres ceutíes o granadinos ausentes que serán leídas en el homenaje de la Asociación de la Prensa. José Luís Gómez Barceló lo evoca en el trabajo titulado ´Antonio Aróstegui en el recuerdo´, el profesor Cecilio Alonso en ´Antonio Aróstegui en su tiempo´ y el pintor Hernández Quero en la página titulada ´Cómo conocí a Antonio Aróstegui´. Para todos ellos, los que van a intervenir y los que han enviado su colaboración, nuestro más sincero agradecimiento.

Durante todo este tiempo la familia, sobre todo su hija Paloma, nos lo ha venido repitiendo: "Él era reacio a honores y homenajes". Lo sabíamos. Tanto el profesor Roca como un servidor conocíamos su proverbial sencillez. No sé cuantas veces le propuse: "Antonio, tienes que figurar en mi libro de granadinos ilustres", pero él siempre me respondía lo mismo: "Yo no soy ilustre". Éste es sólo un ejemplo entre cientos de su carácter sencillo y siempre al margen del mundanal ruido. Si a pesar de conocer su horror por los honores y agasajos, nos hemos embarcado en el homenaje, es porque estamos seguros, segurísimos, de su merecimiento. Vamos a procurar que sea como él fue en vida: sencillo y sincero. Entre todos los conseguiremos.